005.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴛʜᴇ ʟᴀᴡꜱ ᴀʀᴇ ᴀ ʟɪᴛᴛʟᴇ ᴏᴠᴇʀʀᴀᴛᴇᴅ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄÓᴍᴏ ʟᴀꜱ ʟᴇʏᴇꜱ ᴇꜱᴛÁɴ ᴜɴ ᴘᴏQᴜɪᴛᴏ ꜱᴏʙʀᴇᴠᴀʟᴏʀᴀᴅᴀꜱ
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DORMIR, ÚLTIMAMENTE ME RESULTABA UNA MISIÓN IMPOSIBLE. Así que cuando Quirón dijo que tendríamos una reunión de Consejo de Guerra, ya estaba lista para lo que sea que viniera.
Aún me sentía algo temblorosa por la mañana, pero no dejaría que eso me retuviera. Nos reunimos en el ruedo de arena, cosa que era un poquito fuera de lugar: es decir, tratar de discutir el destino del campamento mientras la Señorita O'Leary mascaba un yak de goma rosa de tamaño natural, arrancándole crujidos y pitidos, resultaba un poco hilarante.
Quirón y Quintus ocupaban la cabecera de la mesa. Clarisse y Annabeth se habían sentado juntas y se encargaron de resumir la situación. Tyson y Grover se acomodaron lo más lejos posible el uno del otro. También se hallaban en torno a la mesa Enebro, todos los líderes de cabaña e incluso el mismísimo Argos, nuestro jefe de seguridad dotado de cien ojos.
Yo, como la vidente residente del campamento, ahora tenía un puesto permanente en el Consejo, aunque mis aportes eran tomados con pinzas por el temita de la posible maldición que podía caerme.
—Luke debía de conocer la entrada del laberinto —dijo Annabeth—. Conocía a la perfección el campamento.
Me pareció detectar cierto orgullo en su voz, como si todavía sintiera respeto por aquel tipo, por malvado que fuera.
Enebro carraspeó.
—Eso trataba de decirte anoche. La entrada de esa cueva ha estado allí desde hace mucho. Luke solía utilizarla.
Silena frunció el ceño.
—¿Conocías la entrada del laberinto y no dijiste nada?
La cara de Enebro se puso verde.
—No sabía que fuera importante. Sólo es una cueva. Y a mí no me gustan esas repulsivas cavernas antiguas.
—Tiene buen gusto —opinó Grover.
—No le habría prestado ninguna atención de no ser...bueno, porque era Luke. —Se ruborizó con un verde aún más intenso.
Grover resopló.
—Retiro lo del buen gusto.
Contuve una mueca, podía entender que a todas las chicas les gustará Luke, el tipo tenía cierto magnetismo encantador, pero también era un loco de primera que nos estaba conduciendo a una guerra.
Eso en mi opinión, le quitaba todo el atractivo.
—Interesante. —Quintus pulía su espada mientras hablaba—. ¿Y creéis que ese joven, Luke, se atrevería a usar el laberinto como vía de entrada para su invasión?
—Sin duda —intervino Clarisse—. Si lograra meter a un ejército de monstruos en el Campamento Mestizo y presentarse de repente en mitad del bosque, sin tener que preocuparse de nuestras fronteras mágicas, no tendríamos la menor posibilidad. Nos aniquilaría fácilmente. Debe de llevar meses planeándolo.
—Ha estado enviando exploradores al laberinto —mencioné—. Lo sabemos... porque encontramos a uno.
—Chris Rodríguez —dijo Quirón. Dirigió a Quintus una mirada significativa.
—Ah —dijo él—. El que estaba en... Ya, entiendo.
—¿El que estaba dónde? —preguntó Percy.
Clarisse le lanzó una mirada furibunda.
—La cuestión es que Luke ha estado buscando la manera de orientarse en el interior del laberinto —dije tratando de centrarnos en lo importante—. Quiere encontrar el taller de Dédalo.
—El tipo que creó el laberinto —murmuró Percy.
—Sí —confirmó Annabeth—. El mayor arquitecto e inventor de todos los tiempos. Si las leyendas son ciertas, su taller está en el centro del laberinto. Él es el único que sabía orientarse por los pasadizos.
»Si Luke encuentra el taller y convence a Dédalo para que lo ayude, no tendría que andar buscando a tientas el camino ni arriesgarse a perder su ejército en las trampas del laberinto.
—Podría dirigirse a donde quisiera: deprisa y sin correr peligro. Primero al Campamento Mestizo para acabar con nosotros. — agregué preocupada—. Y luego... al Olimpo.
Sabía que era precisamente lo que se supone que debía pasar, a menos que lográramos encontrarlo primero.
Todos los presentes se quedaron en silencio, salvo el yak de goma que la Señorita O'Leary estaba destripando y que no paraba de soltar silbidos.
Finalmente, Beckendorf apoyó sus manazas sobre la mesa.
—Un momento, Annabeth. ¿Has dicho "convencer a Dédalo"? ¿Es que no está muerto?
Quintus soltó un gruñido.
—Sería de esperar. Vivió hace...¿cuánto? ¿Tres mil años? E incluso si estuviera vivo, ¿no dicen las viejas historias que huyó del laberinto?
Quirón removió sus cascos.
—Ese es el problema, mi querido Quintus. Que nadie lo sabe. Hay algún rumor...bueno, muchos rumores inquietantes sobre Dédalo. Pero uno de ellos dice que hacia el final de su vida regresó al laberinto y desapareció. Quizá esté allá abajo todavía.
—Tenemos que bajar allí —resolvió Annabeth—. Tenemos que encontrar el taller antes que Luke. Si Dédalo está vivo, lo convenceremos para que nos ayude a nosotros y no a él. Y si el hilo de Ariadna existe, nos encargaremos de que no caiga en manos de Luke.
—Un momento —intervino Percy—. Si lo que nos preocupa es un ataque, ¿por qué no volamos la entrada y sellamos el túnel?
—¡Qué gran idea! —exclamó Grover—. ¡Yo me ocuparé de la dinamita!
—No es tan fácil, estúpido —rezongó Clarisse—. Ya lo intentamos en la entrada que encontramos en Phoenix. No salió bien.
Annabeth asintió.
—El laberinto es arquitectura mágica, Percy. Se necesitaría una potencia enorme para sellar una sola de sus entradas. En Phoenix, Clarisse derribó un edificio entero con un martillo de demolición y la entrada apenas se desplazó unos centímetros. Lo que tenemos que hacer es impedir que Luke aprenda a orientarse.
—También podríamos combatir —sugirió Lee—. Ahora ya sabemos dónde está la entrada. Podríamos levantar una línea defensiva y esperarlos. Si un ejército intenta atravesarla, nos encontrará aguardando con nuestros arcos.
—Por supuesto que levantaremos defensas —asintió Quirón—. Pero me temo que Clarisse tiene razón. Las fronteras mágicas han mantenido este campamento a salvo durante cientos de años. Si Luke consigue meter un gran ejército en el corazón del campamento, traspasando nuestras fronteras... no tendremos fuerzas suficientes para derrotarlo.
Nadie parecía muy contento con tales noticias. Quirón siempre procuraba ser animoso y optimista. Si él decía que no podríamos contener un ataque, era para preocuparse.
—Además, es lo que debe pasar —murmuré. Todos me miraron nerviosos—. Me vi a mi misma allá abajo, iré en el grupo que debe ir.
—Debemos llegar nosotros primero al taller de Dédalo —insistió Annabeth luego de meditar mis palabras—. Encontrar el hilo de Ariadna e impedir que Luke lo utilice.
—Pero si nadie sabe orientarse en esos túneles —dijo Percy—, ¿qué posibilidades tenemos?
—Llevo años estudiando arquitectura —respondió ella—. Conozco mejor que nadie el laberinto de Dédalo.
—A través de tus lecturas.
—Bueno, sí.
—No es suficiente.
—¡Tendrá que serlo!
—¡No lo es!
—¿Vas a ayudarme o no?
Verlos discutir era igual que mirar un partido de tenis. El yak de la Señorita O'Leary hizo «¡hiiic!» cuando ésta le arrancó la cabeza de goma.
Quirón carraspeó.
—Lo primero es lo primero. Tenemos que organizar una búsqueda. Como dijo Darlene, un grupo debe bajar al laberinto, encontrar el taller de Dédalo e impedir que Luke utilice esa vía para invadir el campamento.
—Todos sabemos quién ha de encabezar esa búsqueda —dijo Clarisse—. Annabeth.
Hubo un murmullo de asentimiento. Yo sabía que ella llevaba años esperando la ocasión de llevar a cabo su propia búsqueda, pero ahora se la veía incómoda.
—Tú has hecho tanto como yo, Clarisse —señaló—. También deberías ir.
Ella meneó la cabeza.
—Yo allí no vuelvo.
Travis se echó a reír.
—No me digas que tienes miedo. ¿Clarisse, gallina?
Ésta se puso de pie. Pensé que iba a pulverizarlo, pero se limitó a decir con voz temblorosa:
—No entiendes nada, idiota. No pienso volver allá. ¡Nunca!
Y se alejó, furiosa.
Travis nos miró a los demás, avergonzado.
—No pretendía...
Quirón alzó la mano.
—La pobre ha tenido un año muy difícil. Bueno, ¿estamos todos de acuerdo en que Annabeth debería liderar la búsqueda?
Todos asentimos, salvo Quintus, que cruzó los brazos y contempló la mesa, aunque no creo que nadie más se fijara.
—Pero Dari también podría....
—No, Annabeth —dije interrumpiéndola—. Iré contigo, pero debes ser tú.
La pobre parecía un ciervo frente a los faros de un auto.
—Muy bien. —Quirón se volvió hacia ella—. Querida, ha llegado la hora de que visites al Oráculo. Cuando vuelvas, suponiendo que regreses sana y salva de esa visita, discutiremos lo que hay que hacer.
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Aguardar a que Annabeth regresara me pareció como esperar una eternidad.
Me senté en la arena arrancándome los cueritos levantados de mis uñas, mientras Percy caminaba de un lado a otro.
La Señorita O'Leary devoraba su almuerzo, que consistía en cincuenta kilos de carne picada y un montón de galletas para perro, cada una tan grande como la tapa de un cubo de basura. Me pregunté de dónde sacaría Quintus aquellas provisiones. No me parecía muy posible que se encontraran en cualquier tienda de mascotas.
Quirón se hallaba enfrascado en una conversación con Quintus y Argos. Daba la impresión de que no estaban de acuerdo. El primero no paraba de mover la cabeza.
Al otro lado del ruedo, Tyson y los Stoll jugaban con unos carros de bronce en miniatura que Tyson había fabricado con unos trozos viejos de armadura.
Me sorprendí un poco cuando unas manos suaves me sujetaron las mías. Levanté la mirada, encontrándome los ojos preocupados de Lee.
—Ya están muy lastimadas —murmuró pasando sus dedos por las heridas.
—No lo puedo controlar.
—Olvidemos todo este desastre y hablemos de otra cosa.
Me mordí el labio pensando, y algo sonrojada murmuré—. Michael casi me besó.
Lee me miró impactado.
—¡¿Qué?! ¡¿Cuándo?!
—La otra noche...cuando te llevamos a ver a Amanda.
—Entonces sí interrumpí algo —dijo haciendo una mueca.
—No, no, está bien —me apresuré a decir—, es solo que ahora...no sé qué hacer.
Él me miró con comprensión, sus ojos celestes reflejando la luz del aurora.
—Es complicado, lo entiendo. Mi hermano no es precisamente un haz para mostrar sus sentimientos, y tú estás enamorada de Percy y...
—¿Puedo confesarte algo? —murmuré incómoda.
—Claro que sí.
—Antes, cuando veía a Percy con Annabeth sentía como si tuviera lava en el estómago, me invadía un dolor tan grande como si me estuvieran clavando agujas en la piel —expresé mirando al hijo de Poseidón dar vueltas en la arena como poseso—, y así era hasta hace unos días, incluso me molestó mucho que Annabeth me preguntara por su cita.
»Me carcomía por dentro el pensar en ellos teniendo una cita juntos y que eso era lo que yo quería, pero no podía quejarme porque Percy no siente nada por mí y es obvio que siente todo por ella, aunque sigue sin darse cuenta.
—¿Pero?
—No fue igual cuando los vi —admití—. No me molestó tanto como siempre había sido.
Nos quedamos en silencio, meditando mis palabras.
—¿Ya no estás enamorada de Percy? ¿Es eso?
—No, no creo que sea tan así —murmuré—. No sé cómo me siento, porque cuando lo tengo cerca aún siento todo, como su sonrisa me hace feliz, como mi corazón parece colibrí y cuando me mira me sigo sintiendo...bueno, como solo Percy me hace sentir. Y también me molesta verlos juntos, pero no tanto como solía ser. Es más como una tristeza o enojo nostálgico.
»Es extraño.
—¿Qué es extraño?
—No saber cómo me siento.
—Quizá aún lo quieres —dijo—, pero estás empezando a dejar de amarlo.
Observé a Percy de reojo, aún absorto en sus propios pensamientos, y una punzada de angustia me atravesó el pecho.
Aunque aún lo amaba, había una cosa cierta, yo estaba cambiando. Ya no era la misma chica que anhelaba con desespero estar en el lugar de Annabeth. Ya no me sentía para nada cómo la chica que había llegado al campamento hace dos años.
Me volví hacia Lee, cuyos ojos seguían reflejando los rayos del amanecer. Era mi confidente, alguien en quien confiar mis pensamientos más profundos sin temor a ser juzgada. Me sentía agradecida por su presencia en mi vida, por ser el apoyo que necesitaba en esos momentos de confusión.
—Quizá...
—¿Y qué pasa con Michael?
—No lo sé —admití en voz baja—. Es...complicado.
Lee asintió.
—Bueno, si vas a bajar —murmuró—. Al menos deberías hablar con él primero.
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—¡Querida niña! —dijo Quirón—. Lo has conseguido.
Annabeth llegó al ruedo, se sentó en un banco de piedra y miró el suelo.
—¿Y bien? —preguntó Quintus.
Levantó la vista, nos miró a Percy y a mí. No sabía si pretendía advertirnos o si aquella expresión de sus ojos era puro y simple miedo. Luego se fijó en Quintus.
—He escuchado la profecía. Yo dirigiré la búsqueda para encontrar el taller de Dédalo.
Nadie mostró la menor alegría. Es decir, Annabeth nos caía bien y queríamos que le encargaran una búsqueda, pero aquélla parecía entrañar un peligro demencial. Después de ver a Chris, no me hacía ninguna ilusión ir allá abajo, pero no quería ni imaginarme a Annabeth o a los demás que irían en la misión, descendiendo a aquel extraño laberinto sin mí.
Quirón arañó la arena con un casco.
—¿Qué dice exactamente la profecía, querida? Los términos precisos del Oráculo tienen mucha importancia.
Annabeth inspiró profundamente.
—Yo...bueno, ha dicho: "Rebuscarás en la oscuridad del laberinto sin fin..." —Todos aguardamos—. "El muerto, el traidor y el desaparecido se alzan".
Grover pareció animarse.
—¡El desaparecido! ¡Tiene que referirse a Pan! ¡Es genial!
—Con el muerto y el traidor —añadí—, no tan genial.
—¿Y qué más? —dijo Quirón—. Cuéntanos el resto.
—"Te elevarás o caerás de la mano del rey de los fantasmas —añadió Annabeth—. El último refugio de la criatura de Atenea".
Todos se miraron incómodos. Annabeth era hija de Atenea, y eso del "último refugio" no sonaba muy bien.
—Eh... no hemos de precipitarnos en sacar conclusiones —dijo Silena—. Annabeth no es la única criatura de Atenea, ¿no?
—¿Y quién puede ser el rey de los fantasmas? —preguntó Beckendorf.
Nadie respondió. Recordé el sueño en el que había visto a Nico invocando a los espíritus. Tenía el funesto presentimiento de que la profecía estaba relacionada con eso.
—¿Nada más? —dijo Quirón—. La profecía no parece completa.
Annabeth vaciló.
—No recuerdo exactamente.
Quirón arqueó una ceja. Annabeth era bien conocida por su memoria. Nunca olvidaba lo que oía.
Ella se removió en el banco.
—Algo así como: "Destruye un héroe con su último aliento".
—¿Y? —insistió Quirón.
Annabeth se puso en pie.
—La cuestión es que he de entrar en el laberinto. Encontraré el taller y le pararé los pies a Luke. Y necesito ayuda. —Se volvió hacia mí—. Sé que vendrás, no necesito preguntarlo.
—No lo dudes.
Asintió y luego miró a Percy—. ¿Y tú? ¿Vendrás?
—Cuenta conmigo.
Ella sonrió por primera vez en varios días, y aunque dolió, me sentí mejor por verla así.
—¿Tú también, Grover? El dios salvaje te está esperando.
Grover pareció olvidar lo mucho que odiaba los subterráneos. La alusión al «desaparecido» lo había llenado de energía.
—¡Me llevaré provisiones extra de aperitivo!
—Y Tyson —dijo Annabeth—. También te necesito.
—¡Yuju! ¡Hora de hacer BUUUM! —Aplaudió con tanta fuerza que despertó a la Señorita O'Leary, que dormitaba en un rincón.
—¡Espera, Annabeth! —dijo Quirón—. Esto va contra las antiguas leyes. A un héroe sólo se le permiten dos acompañantes.
—Los necesito a los cuatro —insistió ella—. Es importante, Quirón.
No entendía por qué estaba tan segura, pero me alegraba de que hubiera incluido a Tyson. No contemplaba la posibilidad de dejarlo en el campamento.
Era grande y fuerte, y tenía una asombrosa destreza para los artefactos mecánicos. Y más importante, a los cíclopes, a diferencia de los sátiros, no les creaba ningún problema estar bajo tierra.
—Annabeth. —Quirón sacudía la cola, muy inquieto—. Piénsalo bien. Vas a quebrantar las antiguas leyes y eso siempre acarrea consecuencias. El pasado invierno salieron ocho en busca de Artemisa y sólo regresaron seis: dos grupos de tres.
»Piénsalo. El tres es un número sagrado. Hay tres Moiras, tres Furias, tres hijos olímpicos de Cronos. Es un buen número, un número fuerte que se mantiene firme frente a los peligros. Cinco... es arriesgado.
—Ay, por favor, Quirón —dije poniéndome de pie—. No sería la primera vez que se rompen las sagradas leyes. El año pasado por el Oráculo ya sabíamos que dos morirían antes de salir, pero eso no siempre es así.
»En la misión al Mar de los Monstruos fuimos cinco y volvimos cinco, no siempre se trata de confiar en la suerte, se trata de la fuerza de voluntad, el trabajo en equipo y el esfuerzo, podemos hacerlo.
El centauro parecía que le hubiera dado una patada en la cara, me miró incrédulo e irritado por mis palabras.
Annabeth suspiró.
—Sé que tienes razón, Quirón, pero tenemos que hacerlo así. Por favor.
A él no le gustaba, me daba cuenta. Quintus nos estudiaba como si quisiera descubrir quiénes de nosotros regresaríamos vivos.
Quirón suspiró.
—Muy bien. Suspendamos aquí la sesión. Los que van a participar en la búsqueda deben prepararse. Mañana al amanecer los enviaremos al Laberinto.
Estoy terminando de escribir el cuarto libro, me quedan dos capítulos y me pondré a escribir el segundo arco de Los Regalos del Amor.
El tema es que aun no termino La Batalla del Laberinto y ya me pasé de los 100 capítulos más o menos en este libro, tengo la sensación que para cuando terminé con El Último Héroe del Olimpo esto tendrá como 150 partes.😂
En otro orden de cositas, preparense que se vienen unas charlitas sentimentales y un regalito de Apolo en el siguiente capítulo.
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