005.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ɴᴏᴡ ɪ ʜᴀᴠᴇ ᴀ ᴅᴜᴄᴋʟɪɴɢ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴀʜᴏʀᴀ ᴛᴇɴɢᴏ ᴜɴ ᴘᴀᴛɪᴛᴏ
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NUNCA HABÍA VISTO EL CAMPAMENTO MESTIZO EN INVIERNO y la visión de la nieve me sorprendió.
El campamento disponía de un control climático de tipo mágico que es el último grito. Ninguna ventisca atraviesa sus límites a menos que el señor D lo permita. Así pues, yo creía que haría sol y buena temperatura.
Pero no, habían dejado que cayera una ligera nevada. La pista de carreras y los campos de fresas estaban llenos de hielo. Habían decorado las cabañas con lucecitas parpadeantes similares a las navideñas, salvo que parecían bolas de fuego de verdad. También brillaban luces en el bosque.
—Wow —dijo Nico al bajarse del autobús—. ¿Eso es un muro de escalada?
—Así es —respondió Percy.
—¿Cómo es que chorrea lava?
—Para ponerlo un poquito más difícil... Ven. Te voy a presentar a Quirón. Zoë, ¿tú conoces...?
—Conozco a Quirón —dijo, muy tiesa—. Dile que estaremos en la cabaña ocho. Cazadoras, seguidme.
—Les mostraré el camino —se ofreció Grover.
—Ya conocemos el camino.
—De verdad, no es ninguna molestia. Resulta bastante fácil perderse por aquí si no tienes...
Tropezó aparatosamente con una canoa, pero se levantó sin parar de hablar. Darlene casi se ahogó por contener una carcajada.
—... como mi viejo padre solía decir: ¡adelante!
Zoë puso los ojos en blanco, pero supongo que comprendió que no podría librarse de Grover. Las cazadoras cargaron con sus petates y arcos, y se encaminaron hacia las cabañas. Antes de seguirlas, Bianca se acercó a su hermano y le susurró algo al oído; lo miró esperando una respuesta, pero Nico frunció el entrecejo y le dio la espalda.
—¡Cuídense, guapas! —les gritó Apolo a las cazadoras. Casi que me sale un tic en el ojo.
Entonces clavó sus ojos en mí, y casi gruñendo, me entregó mi bolso.
—Aún tenemos un par de asuntos pendientes, niña. —Dijo con un tono que me erizó los vellos. Claramente, como dios de las profecías, sabía algo que yo no, y al parecer, no le gustaba nada—. Ya nos veremos en otro momento.
Luego miró a Percy y dándole una sonrisa algo siniestra, le guiñó el ojo.
—Tú, Percy, anda con cuidado con esas profecías. Nos veremos pronto.
—¿Qué quieres decir?
En lugar de responder, se subió al autobús de un salto.
—¡Nos vemos, Thalia! —gritó—. ¡Y sé buena!
Luego cerró las puertas y arrancó. Tuve que protegerme con una mano mientras el carro del sol despegaba entre una oleada de calor.
Cuando volví a mirar, el lago despedía una gran nube de vapor y el Maserati remontaba los bosques, cada vez más resplandeciente y más alto, hasta que se disolvió en un rayo de sol.
Nico seguía de mal humor. Me pregunté qué le habría dicho su hermana.
—¿Quién es Quirón? —me preguntó tomando mi mano—. Esa figura no la tengo.
—Es nuestro director de actividades —le dije—. Es... bueno, ahora lo verás.
—Si no cae bien a esas cazadoras —refunfuñó él—, para mí ya tiene diez puntos. Vamos.
—Te va a gustar —dije sonriéndole. Nico era una cosa chiquita, apenas me llegaba a los hombros—. Ya lo verás.
—Darlene, ¿Apolo es tu novio? —preguntó sin rodeos.
Casi me tropiezo y me voy de cara al piso.
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La segunda cosa que me sorprendió fue lo vacío que estaba el campamento.
Yo sabía que la mayoría de los mestizos se entrenaban sólo en verano. Ahora únicamente quedaban los que pasaban allí todo el año: los que no tenían un hogar adónde ir o los que habrían sufrido demasiados ataques de los monstruos si hubieran abandonado el campamento. Pero incluso ese tipo de campistas parecían más bien escasos.
Charles Beckendorf avivaba la forja que había junto al arsenal.
«Nota mental: pedirle más flechas».
Travis y Connor Stoll estaban forzando la cerradura del almacén. Varios chicos de la cabaña de Ares se habían enzarzado con las ninfas del bosque en una batalla de bolas de nieve. Y nada más, prácticamente.
La Casa Grande estaba decorada con bolas de fuego rojas y amarillas que calentaban el porche sin incendiarlo. Dentro, las llamas crepitaban en la chimenea.
El aire olía a chocolate caliente. El señor D y Quirón se entretenían jugando una partida de cartas en el salón. Quirón llevaba la barba más desgreñada en invierno y algo más largo su pelo ensortijado. Ahora no tenía que adoptar la pose de profesor y supongo que podía permitirse una apariencia más informal. Llevaba un suéter lanudo con un estampado de pezuñas y se había puesto una manta en el regazo que casi tapaba del todo su silla de ruedas.
Nada más vernos, sonrió.
—¡Percy! ¡Darlene! ¡Thalia! Y éste debe de ser...
—Nico Di Angelo —dije—. Él y su hermana son mestizos.
Quirón suspiró aliviado.
—Lo han logrado, entonces.
—Bueno...
Su sonrisa se congeló.
—¿Qué ocurre? ¿Y dónde está Annabeth?
—¡Por favor! —dijo el señor D con fastidio—. No me digan que se ha perdido también.
Yo había intentado hacer caso omiso del señor D, pero era difícil ignorarlo con aquel chándal atigrado de color naranja y las zapatillas de deporte moradas. Llevaba una corona de laurel ladeada sobre su oscuro pelo rizado. No creo que significara que había ganado la última mano a las cartas.
—¿A qué se refiere? —preguntó Thalia—. ¿Quién más se ha perdido?
En ese momento entró Grover, trotando y sonriendo con aire alelado. Tenía unas marcas rojas en la cara que parecían de una bofetada.
—¡Las cazadoras ya están instaladas! —anunció.
Quirón arrugó la frente.
—Las cazadoras, ¿eh? Tenemos mucho de qué hablar, por lo que veo. —Le echó una mirada a Nico—. Grover, deberías llevar a nuestro joven amigo al estudio y ponerle nuestro documental de orientación.
—Pero... Ah, claro. Sí, señor.
—¿Un documental de orientación? —preguntó Nico—. ¿Será apto para menores? Porque Bianca y Darlene son bastante estrictas sobre lo que puedo o no ver por mi edad y...
—Es para todos los públicos —aclaró Grover.
—¡Genial! —exclamó el chico mientras salían del salón.
—Y ahora —añadió Quirón dirigiéndose a nosotros—, tal vez deberían tomar asiento y explicarnos la historia completa.
Cuando concluimos nuestro relato, Quirón se volvió hacia el señor D.
—Tenemos que organizar un grupo para encontrar a Annabeth.
Thalia y Percy levantaron enérgicamente la mano.
—¡Ni hablar! —soltó el señor D.
Empezamos a protestar, pero él alzó la mano. Tenía en su mirada ese fuego iracundo que indicaba que algo espantoso podía suceder si no cerrábamos el pico.
—Por lo que me han contado —dijo—, no hemos salido tan mal parados, después de todo. Hemos sufrido, sí, la lamentable pérdida de Annie Bell...
—Annabeth —dije con rabia. Había vivido en el campamento desde los siete años y, sin embargo, el señor D todavía pretendía aparentar que no conocía su nombre.
—Sí, está bien —dijo—. Pero han traído para reemplazarla a este mocoso fastidioso.
—¡Eh, solo es un niño! —protesté indignada.
Pero el señor D me igonoró por completo.
— Así pues, no creo que tenga sentido poner en peligro a otros mestizos en una absurda operación de rescate. Hay grandes posibilidades de que esa Annie esté muerta.
Quise estrangularlo. Era una injusticia que Zeus lo hubiera nombrado director del campamento para que dejase el alcohol y se desintoxicara durante cien años. Se suponía que era en castigo por su mal comportamiento en el Olimpo, pero había acabado convirtiéndose en un castigo para nosotros.
—Annabeth podría estar viva —dijo Quirón, aunque me di cuenta de que le costaba bastante mostrarse optimista. Él había criado a Annabeth durante todos los años que pasó en el campamento, antes de que volviera a intentar vivir con su padre y su madrastra—. Es una chica muy inteligente. Si nuestros enemigos la tienen en su poder, tratará de ganar tiempo. Tal vez simule incluso que está dispuesta a colaborar.
—Es cierto —dijo Thalia—. Luke la querrá viva.
—En tal caso —dijo el señor D—, me temo que deberá arreglárselas con su inteligencia y escapar por sus propios medios.
Percy se puso de pie. Temblaba de ira y sus ojos destellaban odio.
—Percy... —susurró Quirón, advirtiéndole.
—Parece muy contento de haber perdido a otro campista —dijo—. ¡A usted le encantaría que desapareciéramos todos!
El señor D ahogó un bostezo.
—¿Tienes algún motivo para decir eso?
—Desde luego que sí —replicó—. ¡Que lo enviaran aquí como castigo no significa que tenga que comportarse como un estúpido perezoso! Esta civilización también es la suya. Podría hacer un esfuerzo y ayudar un poco...
Contuve el aliento, Percy era demasiado impulsivo cuando se enojaba, y el señor D no era un dios conocido por su paciencia.
Durante un segundo se hizo el silencio absoluto, a excepción del crepitar del fuego. La luz se reflejaba en los ojos del señor D y le daba un aire siniestro.
Abrió la boca para decir algo, cuando Nico irrumpió en el salón seguido de Grover.
—¡Es genial! —gritó señalando a Quirón—. ¡O sea, que eres un centauro!
Quirón logró esbozar una sonrisa nerviosa.
—Sí, señor Di Angelo, en efecto. Pero prefiero permanecer con mi forma humana, en esta silla de ruedas, al menos durante los primeros encuentros.
—¡Wow! —Nico miró al señor D—. ¿Y tú eres el tipo ese del vino? ¡Qué fuerte!
El señor D apartó los ojos de mí y le dirigió a Nico una mirada de odio.
—¿El tipo del vino?
—¿Dioniso, no? ¡Wow! Tengo tu figura.
—¿Mi figura?
—En mi juego Mitomagia. ¡También tengo tu cromo holográfico! ¡Y aunque sólo posees unos quinientos puntos de ataque y todo el mundo dice que tu cromo es el más flojo, a mí me parece que tus poderes son buenísimos!
Sonreí enternecida, Nico era un niño demasiado dulce para su propio bien. Y está claro que hasta logró ganarse al señor D...de alguna forma rara.
—Ah. —El señor D se había quedado estupefacto, perplejo de verdad—. Bueno... es gratificante saberlo.
—Percy —dijo Quirón rápidamente—, tú, Darlene y Thalia ya pueden irse a las cabañas. Anuncien a todos los campistas que mañana por la noche jugaremos un partido de capturar-la-bandera.
—¿En serio? —pregunté—. Pero si no hay suficientes...
—Es una vieja tradición —repuso Quirón—. Un partido amistoso que se celebra siempre que nos visitan las cazadoras.
—Sí —musitó Thalia—. Muy amistoso, seguro.
Quirón señaló con la cabeza al señor D, que seguía escuchando con ceño las explicaciones de Nico sobre los puntos de defensa que los dioses tenían en su juego.
—Larguense ya —ordenó Quirón.
—Entendido. Vamos —dijo Thalia, y nos sacó de la Casa Grande antes de que Dioniso se acordara de que quería matar a Percy.
—Yo llevaré a Nico con los de la once —dije revolviéndole el cabello al niño.
Él me dio un manotazo, pero se río.
Percy y Thalia asintieron y se marcharon camino al arsenal.
—Vamos —dije señalando las cabañas.
—¡Este lugar es genial! —exclamó—. ¡Me encanta!
—Eso es maravilloso, Nico.
—¿Y tú de quién eres hija?
—Eros.
—Wow ¿El bebé en pañales es tu papá?
Solté una carcajada, era demasiado para no reirme.
—Esa es más la imagen comercial, no se parece en nada.
—¿Lo conociste?
—Bueno, papá es...un poco demasiado interesado en mi vida —respondí recordando como hace dos veranos se apareció en casa con doce regalos por los doce cumpleaños perdidos, entre esos regalos, un enorme espejo mágico de oro sólido.
—Para que te comuniques. —Había dicho con una sonrisa.
—¿Y la cabaña once? —preguntó Nico.
—Es la cabaña de Hermes, él recibe a sus hijos, a los nuevos sin determinar y a los hijos de los dioses menores.
—¿Entonces, tú estás en ese cabaña?
—No, como soy la única hija de Eros, papá hizo que me enviaran a la cabaña de Afrodita, después de todo, ella es mi abuela —respondí. Nico era muy curioso, y tenía una pregunta para todo.
Llegamos pronto a la cabaña once, donde presenté a Nico con los hermanos Stoll y ellos se encargaron de acomodarlo.
—Anda, Nico —dijo Travis con una sonrisa perversa—. Ve a buscar un lugar.
Nico sonrió, incluso cuando le advirtieron que sería una cama temporal hasta el verano cuando todos volvieran y tendría que dormir en una bolsa de dormir para el suelo, parecía encantado con la posibilidad de la experiencia completa de un campamento.
—¡Darlene, amada mía! —exclamó Connor—. ¿Cuándo nos vas a dejar ganar la apuesta?
Rodé los ojos, estaba harta de esa estúpida apuesta.
Michael y yo solo eramos amigos.
—Eso no va a pasar nunca, ya se los he dicho.
—Eres una amargada —dijo Travis—. Pobre Micky, se hará viejo esperando a que le prestes atención.
—Mañana por la noche jugaremos captura la bandera contra las cazadoras de Artemisa —informé cambiando de tema—. Los veo en la cena.
Ambos sonrieron, no iba a ser nada bueno lo que sea que estuvieran planeando.
—Ah —dije recordando algo. Me giré, mirándolos por encima del hombro—. Como se les ocurra molestar a Nico, voy a clavarles una flecha en las pelotas. ¿Fui clara?
Ambos asintieron, nerviosos porque ya sabían que no era una amenaza vacía.
—¡Adiós, Nico, nos vemos en la cena!
—¡Esperame!—. Salió corriendo de algún lugar y trotó hacia mí. Se detuvo a mi lado, observándome con una enorme sonrisa—-. Quiero ver más del campamento.
Sonreí divertida por su emoción, y me siguió, tal como un patito bebé, hacia la zona de arquería donde vi a mis dos hermanos sol favoritos.
Encontramos a Lee y Michael entrenando, uno me dio una sonrisa, el otro una mirada irritada.
—Hey, no te esperábamos hasta el verano —dijo Lee abrazándome.
—Misión de emergencia. Él es Nico Di Angelo —respondí señalando al niño—. Nico ellos son Lee Fletcher y Michael Yew —los presenté.
—¡Wow, son iguales a Apolo! ¿Son sus hijos?
Ambos parecían perplejos por lo rápido que se había dado cuenta.
—Supongo que conociste a nuestro padre entonces—dijo el mayor.
—Se...
Pero lo que estaba por decir, Nico me interrumpió.
—¿Darlene es tu madrastra? —preguntó.
Quería gritar, y arrojar a este mocoso al lago. ¿Cómo pude creer que era un tierno angelito?
Los dos hermanos estaban con la boca abierta, y me miraron fijamente, como pidiéndome explicaciones.
—¡No es lo que están pensando! —grité. Varios se voltearon a vernos curiosos, así que bajé la voz—. Yo...Apolo nos trajo al campamento y dejó a Thalia conducir el carro solar...que no era un carro en ese momento...osea sí, pero era un maseratti y luego un autobús, y entonces Thalia manejó como una loca y todo fue un caos y...
—Apolo sujetó en sus brazos a Darlene todo el camino —dijo Nico.
—¡No fue así! —chillé.
—Y luego le trajo su bolso que se olvidó en el autobús.
—¡Ya!
—Dari, ¿hay algo que no nos hayas contado? —cuestionó Lee divertido. Michael a su lado me miró y luego al cielo...al sol, y frunció el entrecejo.
—¡No hay nada para contar porque no pasa nada!
—¿Entonces por qué estás toda sonrojada? —cuestionó Michael.
—¡No estoy sonrojada! —La verdad es que sí lo estaba, sentía mi cara arder al rojo vivo; pero no iba a reconocerlo nunca—. No pasa nada, el señor Apolo solo me sujeto de caerme, el viaje en el carro manejado por Thalia fue un peligro, preguntenle a Percy o a cualquiera de las cazadoras.
—¿Y por qué solo te ayudó a tí?
—Yo... —No sabía que responder a eso, fue un accidente que me cayera contra él y no tenía idea de por qué había sido medianamente útil en evitar que me golpeara durante el viaje—. Yo...no importa. Mañana a la noche habrá captura a la bandera, preparense.
No esperé a que me respondieran y me marché.
Nico no me siguió esta vez, se quedó entretenido por las flechas doradas y los arcos de nacar.
No me había dado cuenta que ya había pasado las 50 partes, me persiguen los fanfics largos 😑
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