004.ᴀʙᴏᴜᴛ ꜱᴄᴏʀᴘɪᴏɴꜱ ɪɴ ᴛʜᴇ ᴍᴏᴏɴʟɪɢʜᴛ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇꜱᴄᴏʀᴘɪᴏɴᴇꜱ ᴀ ʟᴀ ʟᴜᴢ ᴅᴇ ʟᴀ ʟᴜɴᴀ
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AQUELLA NOCHE QUINTUS NOS DIJO QUE NOS PUSIERAMOS TODOS LA ARMADURA, como si fuéramos a jugar a capturar la bandera, aunque el estado de ánimo general era más bien sombrío.
Los cajones de madera habían desaparecido de la arena en algún momento del día y yo tenía la impresión de que su contenido, fuese lo que fuese, estaba en el bosque.
—Muy bien —dijo Quintus en la mesa principal, al tiempo que se ponía en pie—. Reúnanse alrededor.
Iba todo cubierto de bronce y cuero negro. A la luz de las antorchas, su pelo gris le confería un aspecto fantasmal. La Señorita O'Leary saltaba a su lado y daba buena cuenta de las sobras de la cena.
—Se repartirán en grupos de dos —anunció Quintus. Y cuando todos empezaban a hablar y escoger a sus amigos, gritó—: ¡Grupos que ya han sido elegidos!
—¡Uuuuuuh! —protestó todo el mundo.
—Su objetivo es sencillo: encontrar los laureles de oro sin perecer en el intento. La corona está envuelta en un paquete de seda, atado a la espalda de uno de los monstruos. Hay seis monstruos. Cada uno lleva un paquete de seda, pero sólo uno contiene los laureles. Deben encontrar la corona de oro antes que nadie. Y naturalmente... habrán de matar al monstruo para conseguirla. Y salir vivos.
Todo el mundo empezó a murmurar con excitación. La tarea parecía bastante sencilla. Es decir, ya habíamos matado a muchos monstruos. Para eso nos entrenábamos.
—Ahora anunciaré quiénes serán sus compañeros —prosiguió Quintus—. No se aceptarán cambios, permutas ni quejas.
La Señorita O'Leary había hundido todo el morro en un plato de pizza.
Quintus sacó un rollo de papiro y empezó a recitar nombres. A Beckendorf le tocó con Silena, cosa que pareció dejarlo más que contento.
Y he de decir, que no me engañó haciéndose la indiferente. Por dentro, estaba que saltaba de alegría.
Los hermanos Stoll iban juntos. Ninguna sorpresa; siempre lo hacían todo unidos. A Clarisse le tocó con Lee: la refriega brutal y el combate táctico combinados; formarían un equipo difícil de superar.
Quintus continuó leyendo la lista hasta que dijo—: Percy Jackson y Annabeth Chase.
—Fantástico —dijo sonriendo a Annabeth.
—Tienes la armadura torcida —fue su único comentario, y se puso a arreglarle las correas.
Se había puesto demasiado cerca de él, y contrario a lo que esperé sentir, no me molestó tanto como solía ser.
—Grover Underwood —dijo Quintus— con Tyson.
Grover dio tal brinco que poco le faltó para salirse de su pelaje y quedarse en cueros.
—¿Qué? Pe... pero...
—No, no —gimió Tyson—. Ha de ser un error. El niño cabra...
—¡Sin quejas! —ordenó Quintus—. Ve con tu compañero. Tienes dos minutos para prepararte.
Tyson y Grover me miraron a la vez con aire de súplica. Les hice un gesto para animarlos y les indiqué que se pusieran juntos. Tyson estornudó. Grover empezó a mosdisquear nerviosamente su porra de madera.
—Les irá bien, ya lo verás —dijo Annabeth—. Será mejor que nos preocupemos de nosotros mismos. A ver cómo nos las arreglamos para salir vivos.
Aunque claramente estaba olvidando las posibilidades de mi acompañante. Se suponía que Quintus nos había elegido en base a habilidades combinadas para ser buen equipo.
Solo había una persona, además de las ya elegidas, que se adaptaba a la perfección a mis métodos de entrenamiento.
Sentí el ya habitual nerviosismo en mi estómago y el corazón se me aceleró cuando Quintus dijo mi nombre.
—Darlene Backer y Michael Yew.
No tenía pruebas, pero tampoco dudas. Iba a ser una noche larga e incómoda.
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Aún había luz cuando nos internamos en el bosque, pero con las sombras de los árboles casi parecía medianoche. Hacía frío aunque estuviéramos en verano.
Caminábamos en silencio, uno muy incómodo.
—Te queda linda esa armadura —dijo de repente.
Lo miré unos instantes, apenas se veían sus rasgos por la oscuridad, y luego miré mi ropa.
Tenía puesta la armadura que Silena me había prometido regalarme: bronce pintada de oro rosa y pulida hasta dejar un rastro brillante.
—Gracias —murmuré—. ¿Arco nuevo? —pregunté señalando el arco que sostenía en sus manos, tenía un color blanco parecido al nácar y sabía que el suyo había quedado un poquito destrozado de la misión a California.
—Sí.
Y...silencio otra vez.
Caminamos un par de metros más hasta que encontramos marcas muy seguidas hechas por una criatura con un montón de patas.
—He de admitir que esto se pone interesante —murmuró arrodillado viendo las huellas.
—Supongo....
—¿Qué?
—Nada, solo...Quintus es...
Michael se puso de pie y me miró seriamente.
—Sé a qué te refieres —dijo—. No confío en él.
—Es algo extraño —murmuré—, pero Quirón parece confiar en él.
—No es la prueba más segura. Confiábamos en Luke y mira cómo terminó. Este tipo sale de la nada y lo dejan quedarse así como si no fuera un completo desconocido.
»¿Qué tal si termina siendo un asesino psicópata y nos mata a todos mientras dormimos? ¿O sí resulta ser un espía de Cronos?
Respiré profundamente, entendía su punto.
—Habrá que dormir con un ojo abierto, entonces.
—Y con una daga bajo la almohada.
—Siempre duermes con una daga bajo la almohada —espeté empezando a caminar siguiendo el rastro—. No es nada nuevo.
Saltamos un arroyo y oímos cerca un restallido de ramas. Nos agazapamos detrás de una roca, pero sólo eran los Stoll, que avanzaban por el bosque dando traspiés y soltando maldiciones.
—Para ser hijos del dios de los ladrones, son igual de sigilosos que un elefante en una tienda de cerámica —comenté.
Michael soltó un bufido parecido a una risa, y avanzó hacia el este.
Ya habíamos pasado unos diez minutos en silencio y esto era muy incómodo.
—Mike —dije deteniéndome.
—¿Qué? —preguntó mirando por encima del hombro—. ¿Estás cansada?
Sabía que iba a meterme directo en la cueva del monstruo, pero no soy precisamente de las que se acobardan con estos temas por más intimidada que me sienta.
—La otra noche ibas a besarme.
Michael se giró, abriendo y cerrando la boca sin saber qué decir, pero cuando pareció hayar sus palabras, un chasquido de ramas y un rumor de hojas secas nos puso en alerta.
Algo enorme avanzaba entre los árboles, justo delante del saliente rocoso.
Ambos levantamos nuestras armas, listos para lo que sea que viniera. Entonces vimos salir entre los árboles a un ser de color ámbar reluciente, de tres metros de longitud, con pinzas dentadas, una cola acorazada y un aguijón tan largo como una espada. Un escorpión.
Llevaba atado a la espalda un paquete de seda roja.
—Uno lo distrae —dije, mientras la cosa se nos acercaba traqueteando—. El otro se pone detrás y le corta la cola.
—Yo lo distraigo —replicó —. Tú despedázalo.
Asentí apretando el mango de la espada que me había traído. Habíamos combatido juntos tantas veces que ya conocíamos nuestros recursos. Parecía una tarea fácil.
El escorpión arremetió contra nosotros, agitando su cola erizada de púas y decidido a matarnos.
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No tuvimos tanta suerte como esperábamos.
El escorpión alcanzó a darle a Michael un tajo con su aguijón y ahora estaba en la enfermería recuperándose. Habíamos perdido, Clarisse y Lee habían sido los campeones estrella, pero ahora, nada de eso importaba porque ya había pasado una hora y Annabeth y Percy habían desaparecido.
Estaba muy preocupada por ellos, organizamos un grupo de búsqueda y nos dispersamos por el bosque.
Mis manos temblaban mientras caminaba por el oscuro bosque, mis pensamientos plagados de inquietud. Cada paso que daba parecía ser arrastrado por una fuerza invisible que me empujaba hacia adelante. A pesar de mi creciente ataque de ansiedad, no podía dejar de buscarlos.
Ninguna visión me había alertado del peligro, y en el estado en el que me encontraba, no podía canalizar ninguna para averiguar algo sobre ellos. Estaba frustrada, asustada y al borde del llanto.
El viento susurraba entre los árboles, susurros que parecían burlarse de mi desesperación. Cada sombra parecía esconder una amenaza y mi mente, traicionera, se recreaba en cientos de escenarios horribles.
Mi reciente manía de pellizcarme y morderme las uñas se intensificaba a medida que avanzaba, dejando un rastro de ansiedad marcado en mis dedos. Era como si cada herida en mi piel se convirtiera en un recordatorio físico de mi preocupación y de mi impotencia para proteger a mis amigos.
Mis ojos escrutaban cada rincón del bosque, buscando cualquier indicio de su paradero. Un crujido de hojas, el chirriar de una rama rota... cada pequeño sonido me hacía girar bruscamente, esperando encontrarlos de repente, ilesos y seguros.
La luna apenas se asomaba entre las ramas, arrojando destellos pálidos que apenas iluminaban mi camino. Pero no me importaba, nada más, excepto encontrar a mis amigos.
Seguía avanzando, sin descanso. El dolor en las uñas y en la piel se volvía insignificante comparado con la angustia que me inundaba el corazón. Mi respiración se volvía agitada, como si estuviera corriendo una carrera contra el tiempo, una carrera que no estaba segura de poder ganar.
Mi voz se quebraba en murmullos cargados de súplica, llamando a mis amigos en vano.
La paranoia se apoderó de mí, y cada ruido, cada sombra en movimiento, se convirtió en una amenaza potencial.
Íbamos armados y con antorchas cerca del Puño de Zeus, rodeando las piedras, cuando los encontramos.
El alivio me invadió al verlos, casi como si alguien hubiera quitado una bolsa de cemento de mi pecho y las primeras lágrimas se me escaparon.
—¿Dónde se habían metido? —cuestioné abriéndome paso entre los campistas hacia ellos y abrazándolos—. Hace tiempo que los buscábamos.
—Pero si sólo han sido unos minutos —replicó Percy.
Quirón se acercó al trote, seguido de Tyson y Grover.
—¡Percy! —exclamó Tyson—. ¿Estás bien?
—Perfectamente —aseguró—. Nos hemos caído en un agujero.
Todos lo miramos con aire escéptico y luego nos volvimos para observar a Annabeth.
—¡En serio! —insistió él—. Nos perseguían tres escorpiones, así que echamos a correr y nos escondimos entre las rocas. Pero fue sólo un minuto...
—Han desaparecido durante más de una hora —declaró Quirón—. El juego ha terminado.
—Sí —masculló Grover—. Habríamos ganado, pero un cíclope se me sentó encima.
—¡Ha sido un accidente! —protestó Tyson, y estornudó.
Clarisse llevaba los laureles de oro, pero ni siquiera había alardeado de ello, cosa nada normal en ella.
—¿Un agujero? —dijo, suspicaz.
Annabeth respiró hondo. Miró a los demás campistas.
—Quirón... tal vez tendríamos que hablar en la Casa Grande.
Un golpe de realización me embargó. Y supongo que no fui la única porque Clarisse sofocó un grito.
—Lo has encontrado, ¿verdad?
Annabeth se mordió el labio.
—Yo...sí. Bueno, los dos.
Todos los campistas empezaron a hacer preguntas, tan desconcertados, pero Quirón alzó una mano para imponer silencio.
—Ni esta noche es el momento ni éste el lugar adecuado. —Observó las rocas, como si acabara de descubrir lo peligrosas que eran—. Regresen a las cabañas. Duerman un poco. Han jugado bien, pero ya ha pasado el toque de queda hace rato.
Se alzaron murmullos y quejas, pero todos se fueron retirando poco a poco, hablando entre ellos y lanzando miradas suspicaces.
—Esto lo explica todo —dijo Clarisse—. Explica lo que Luke anda buscando.
—A ver, un momento —exclamó Percy—. ¿A qué te refieres? ¿Qué hemos encontrado?
Annabeth se volvió hacia mí con una sombra de inquietud en la mirada.
—Una entrada al laberinto —dijo simplemente.
—Una posible vía de invasión en el corazón mismo del campamento —susurré.
Doble actualización porque el anterior no pasaba nada interesante y este era cortito.
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