004.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴍʀꜱ. ᴊᴀᴄᴋꜱᴏɴ ᴛᴀᴜɢʜᴛ ᴜꜱ ᴛᴏ ʙᴜʟʟꜰɪɢʜᴛ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ʟᴀ ꜱᴇÑᴏʀᴀ ᴊᴀᴄᴋꜱᴏɴ ɴᴏꜱ ᴇɴꜱᴇÑÓ ᴀ ᴛᴏʀᴇᴀʀ

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ATRAVESAMOS LA NOCHE por oscuras carreteras comarcales. El viento azotaba el Cámaro.La lluvia golpeaba el parabrisas. No tenía idea de cómo la Señora Jackson podía ver algo, pero siguió pisando el acelerador.

Cada vez que estallaba un relámpago, Percy miraba a Grover, sentado entre nosotros en el asiento trasero.

—Así que tú y mi madre... ¿se conocían?

Los ojos de Grover miraban una y otra vez el retrovisor, aunque no teníamos coches detrás.

—No exactamente —contestó—. Quiero decir que no nos conocíamos en persona, pero ella sabía que te vigilaba.

—¿Me vigilabas?

—Te seguía la pista. Me aseguraba de que estuvieras bien. Pero no fingía ser tu amigo —añadió rápidamente—. Soy tu amigo.

—Bien, pero ¿qué eres exactamente?

—Eso no importa ahora.

—¿Que no importa? Mi mejor amigo es un burro de cintura para abajo...

Grover soltó un balido gutural.

—¡Cabra! —gritó.

—¿Qué?

—¡Que de cintura para abajo soy una cabra!

—Pero si acabas de decir que no importa.

—¡Bee-ee-ee! ¡Hay sátiros que te patearían ante tal insulto!

Yo los escuchaba en silencio porque no sabía qué decir. Era todo tan extraño y había pasado tan rápido que no sabía qué pensar o cómo tomarme lo que Grover me había contado en el autobús.

—¡Wow! Sátiros. ¿Quieres decir criaturas imaginarias como las de los mitos que nos explicaba el señor Brunner?

—¿Eran las ancianas del puesto imaginarias, Percy? ¿Lo era la señora Dodds?

—¡Así que admites que había una señora Dodds!

—Por supuesto.

—Entonces ¿por qué...?

—Cuanto menos sepas, menos monstruos atraerás —respondió Grover, como si fuese una obviedad—. Tendimos una niebla sobre los ojos de los humanos. Después de lo que pasó en el museo, confiamos en que pensaras que la Benévola era una alucinación. Pero no funcionó porque empezaste a comprender quién eres—. Se giró hacia mí, y Percy pareció recordar que yo también estaba en el auto con ellos—. Los dos empezaron a comprender.

—¿Darlene? ¿Tú...no eres una niña cabra, verdad?

—Ella...es cómo tú —dijo Grover retorciéndose las manos.

Pude ver a la señora Jackson mirándome por el retrovisor, parecía como si de repente ahora hubiera una luz sobre mí que les permitía verme de forma diferente.

—Un momento. ¿Qué quieres decir?

Volví a oír aquel aullido torturado en algún lugar detrás de nosotros, más cerca que antes. Fuera lo que fuese lo que nos perseguía, seguía nuestro rastro.

—Percy —dijo su madre—, hay demasiado que explicar y no tenemos tiempo. Debemos llevarlos a un lugar seguro.

—¿Seguro de qué? ¿Quién nos persigue?

—Oh, casi nadie. —Soltó Grover—. Sólo el Señor de los Muertos y algunas de sus criaturas más sanguinarias.

—¡Grover!

—Perdone, señora Jackson. ¿Puede conducir más rápido, por favor?

La señora Jackson giró bruscamente a la izquierda. Nos adentramos a toda velocidad en una carretera aún más estrecha, dejando atrás granjas sombrías, colinas boscosas y carteles de «Recoja sus propias fresas» sobre vallas blancas.

—¿A dónde vamos? —preguntó Percy.

—Al campamento de verano del que te hablé —respondió su madre con voz hermética; intentaba no asustarse para no asustarnos—. Al sitio donde tu padre quería que fueras.

Entonces es verdad. Ambos tenemos padres con un interés muy especial en mandarnos a este campamento.

—Al sitio donde tú no querías que fuera.

—Por favor, cielo. Esto ya es bastante duro. Intenta entenderlo. Estás en peligro.

—¿Porque unas ancianas cortan hilo?

—No eran ancianas —intervino Grover—. Eran las Moiras. ¿Sabes qué significa el hecho de que se te aparecieran?

—Sólo lo hacen cuando estás a punto... cuando alguien está a punto de morir —murmuré recordando las historias de mitología griega que mi abuelo me contaba.

—Un momento. Has dicho estás.

—No, no lo ha dicho, ha dicho alguien —chilló Grover dándome una mirada incómoda.

—Querías decir estás. —Dijo también mirándome—. ¡Te referías a mí!

—¡Quise decir estás como cuando se dice alguien, no tú! —grité porque ambos comenzaban a asustarme.

—¡Chicos!

El auto giró bruscamente a la derecha y vio justo a tiempo una figura que logró esquivar; una forma oscura y fugaz que desapareció detrás de nosotros entre la tormenta.

—¿Qué fue eso? —pregunto Percy.

—Ya casi llegamos —respondió su madre haciendo caso omiso de su pregunta—. Un par de kilómetros más. Por favor, por favor, por favor...

No sabía dónde nos encontrábamos, pero me descubrí inclinada hacia delante, esperando llegar allí cuanto antes.

Hubo un resplandor, una repentina explosión y el coche estalló.

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Debo haber estado inconsciente, me dolía todo el cuerpo y estaba segura de que tenía sangre en la cabeza.

—¡Darlene, despierta!

Gemí adolorida y abrí los ojos, tenía la vista algo nublada y los ruidos se sentían como si estuviera bajo el agua.

—¡Vamos, Darlene!

—¿Qué..., qué pasó?

—¡Vamos!

Me sentía aturdida, las imágenes de lo que había pasado regresaron como un balde agua fría arrojado sobre mi cabeza. El coche no había explotado realmente. Nos habíamos salido del camino y enterrado en una zanja. Las puertas del lado del conductor estaban atascadas en el barro. El techo se había abierto como una cáscara de huevo y la lluvia nos empapaba.

La mamá de Percy me sacudía tratando de despertarme, con los ojos llenos de preocupación, mientras su hijo intentaba sacar a Grover de su asiento.

—Percy —dijo la señora Jackson—, tenemos que... —Le falló la voz.

Miré hacia atrás. En un destello de un relámpago, a través del parabrisas trasero salpicado de barro, vi una figura que avanzaba hacia nosotros. Se me heló la sangre de solo verlo.

Era una criatura enorme y robusta, la mitad superior era voluminosa y peluda. Con los brazos levantados parecía tener cuernos.

Tragué saliva.

—¿Quién es...?

—Percy —dijo su madre, mortalmente seria—. Sal del coche.

—E-Es... es...

Sabía lo que era sin que nadie lo dijera. Si todo lo que Grover me había contado sobre nuestro linaje paterno era cierto, no me era difícil identificar a aquella criatura.

Solté un sollozo, estaba aterrada; porque si era la criatura de uno de los mitos que mi abuelo me contaba, estábamos en serios problemas.

—¡Vamos, Darlene! —gritó la señora Jackson tomándome del brazo, intentando abrir su puerta, pero estaba atascada en el barro. Percy lo intentó con la suya. También estaba atascada.

Me arrojé apresuradamente contra mi propia puerta, logrando abrirla justo cuando la señora Jackson gritó:

—¡Salgan por el otro lado!

Salí a la lluvia que en poco tiempo había empeorado, caía un torrencial digno de una película de desastres naturales; casi era imposible ver a mi alrededor. Percy salió arrastrando a Grover consigo y lo ayudé empujando su brazo sobre mi hombro.

Luego salió la señora Jackson, quién señaló un lugar a lo lejos, justo cuando otro resplandor iluminó el lugar.

—Ese es el límite de la propiedad, el campamento del que hablamos —dijo señalando un grueso árbol de Navidad del tamaño de los de la Casa Blanca, en la cumbre de la colina más cercana—. Suban a esa colina y verán una extensa granja valle abajo. Corran y no miren atrás. Griten para pedir ayuda. No paren hasta llegar a la puerta.

—Mamá, tú también vienes. ¡Vamos, mamá! —gritó Percy al borde del llanto—. Tú vienes conmigo.

—¡Comida! —gimió Grover.

La criatura seguía aproximándose, mientras bufaba y gruñía. Cuando estuvo lo bastante cerca, reparé en sus manos, unas manos enormes y carnosas, y la cabeza enorme y voluminosamente peluda, tenía en la parte superior unos cuernos.

—No nos quiere a nosotros. Los busca a ti y a Darlene. Además, yo no puedo cruzar el límite de la propiedad.

—Pero...

—No tenemos tiempo, Percy. Váyanse, por favor.

Entonces se enfadó. Su expresión se endureció y por un momento, sentí una mezcla de miedo y admiración.

—Nos vamos juntos. ¡Vamos, mamá!

—Te he dicho que...

—¡Mamá! No voy a dejarte.

Acomodé mejor a Grover contra mis hombros, mientras Percy con la otra mano sujetó a su madre, y empezamos a subir a trompicones por la colina, a través de hierba húmeda que nos llegaba hasta la cintura.

Al mirar atrás, vi al monstruo. Medía unos dos metros, sus brazos y piernas eran puro músculo, y no llevaba ropa excepto la interior —unos calzoncillos blancos—, cosa que habría resultado graciosa de no ser porque la parte superior del cuerpo daba tanto miedo.

Contuve otro sollozo al verlo acercarse. Una sola persona en la historia había vencido a aquel monstruo, nadie más había vivido y nosotros éramos un grupo de tres niños y una madre angustiada. Si nos atrapaba, era el final.

—Es...

—El hijo de Pasífae —dijo la señora Jackson—. Ojalá hubiera sabido cuánto deseaban matarte.

—Pero es el Min...

—No digas su nombre —le grité—. Los nombres tienen poder.

Eso era algo que el abuelo me había repetido hasta el cansancio. Me dijo que nunca se debía pronunciar el nombre porque era demasiado peligroso. En aquel entonces, lo tomé como parte de sus historias, pero ahora estoy agradecida de saber todo lo que me enseñó.

El árbol seguía demasiado lejos: a unos treinta metros colina arriba, por lo menos.

Volví a mirar atrás. El hombre toro se inclinó sobre el coche, mirando por las ventanillas, olfateando con fuerza, para poder captar nuestro rastro bajo la lluvia.

—¿Comida? —repitió Grover.

—Chist —susurró Percy—. Mamá, ¿qué está haciendo? ¿Es que no nos ve?

—Ve y oye fatal. Se guía por el olfato. Pero pronto adivinará dónde estamos.

El hombre toro aulló furioso. Agarró el Camaro por el techo rasgado, y el chasis se resquebrajó. Levantó el coche por encima de su cabeza y lo arrojó a la carretera, donde cayó sobre el asfalto mojado y patinó despidiendo chispas a lo largo de más de cien metros antes de detenerse. El tanque de gasolina explotó.

—Percy, cuando te vea, embestirá. Espera hasta el último segundo y te apartas de su camino saltando a un lado. No cambia muy bien de dirección una vez se lanza en embestida. ¿Entiendes?

—¿Cómo sabes todo eso?

—Llevo mucho tiempo temiendo este ataque. Debería haber tomado las medidas oportunas. Fui una egoísta al mantenerte a mi lado.

—¿Al mantenerme a tu lado? Pero qué...

Otro aullido de furia y el hombre toro empezó a subir la colina con grandes pisotones. Nos había olido.

El solitario pino estaba solo a unos metros, pero la colina era cada vez más empinada y resbaladiza, y Grover pesaba demasiado. El monstruo se nos echaba encima. Unos segundos más y lo tendríamos allí.

Lloré aterrada, estaba cansada de sostener a Grover, me dolía todo el cuerpo y tenía frío. Deseaba haberme quedado en casa, con mi madre y mi abuelo donde estaría segura.

Todos tenían que estar equivocados. Esto no podía ser más seguro que el apartamento, en brazos de mi madre y con mi abuelo al lado narrando historias.

—¡Márchense! ¡Aléjense de nosotros! Recuerden lo que les he dicho.

Percy se soltó de su madre y echó a correr hacia la izquierda, me volví y vi a la criatura abalanzarse sobre él.

Apestaba como carne podrida. Agachó la cabeza y embistió, apuntando los cuernos afilados como navajas directamente a mi amigo.

El miedo me dominaba. Jamás lograría enfrentarse a aquella cosa.

Se quedó quieto en el sitio y, en el último momento, saltó a un lado. El hombre toro pasó como un huracán, como un tren de carga. Soltó un aullido de frustración y se dio la vuelta, pero esta vez no hacia Percy, sino hacia nosotros.

Habíamos alcanzado la cresta de la colina. Al otro lado veía un valle y las luces de una granja azotada por la lluvia. Pero estaba a unos trescientos metros. Jamás lo conseguiríamos.

El monstruo gruñó, piafando. Siguió observándonos con esos ojos negros repletos de odio, y sin pensar mucho, hice una locura.

Solté a Grover contra la señora Jackson y corrí hacia un costado agitando los brazos sobre mi cabeza.

—¡Eh, mírame! —grité con fuerza.

El monstruo se giró hacia mí y embistió. Sentí los gritos de Percy y su madre diciéndome que corriera hacia la colina. Yo solo quería alejarlo lo más que pudiera de ellos para que pudieran escapar.

«Darlene, no lo hagas», dijo Vicktor. Sonaba preocupado, pero decidí ignorarlo. «Corre hacia la colina, ahí estarás a salvo».

Pero lo ignoré y seguí corriendo, en zigzag, haciéndolo seguirme y derrapar con el lodo. La señora Jackson había dicho que no cambiaba muy bien de dirección una vez se lanzaba en embestida, así que me aproveché de eso.

Lamentablemente, no recomiendo correr en zigzag por una colina cubierta de lodo en medio de la noche y bajo una tormenta.

Una de las veces que giré bruscamente, mi pie resbaló con el barro y me caí. Me golpeé la cabeza con el suelo, y los gritos aterrados de mis acompañantes y el monstruo acercándose a mí fue lo último que vi antes de desmayarme.

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