002.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴡᴇ ᴀʀᴇ ꜱᴀᴠᴇᴅ ʙʏ ᴛʜᴇ ɢᴏᴅᴅᴇꜱꜱ ᴏꜰ ᴛʜᴇ ʜᴜɴᴛ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄÓᴍᴏ ꜱᴏᴍᴏꜱ ꜱᴀʟᴠᴀᴅᴏꜱ ᴘᴏʀ ʟᴀ ᴅɪᴏꜱᴀ ᴅᴇ ʟᴀ ᴄᴀᴢᴀ
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PERCY
LA PUERTA DABA A UN PASILLO SUMIDO EN LA OSCURIDAD. Oí ruidos de forcejeo hacia el fondo y también un gemido. Destapé a Contracorriente.
El bolígrafo fue creciendo hasta convertirse en una espada griega de bronce, de casi un metro de largo y con un mango forrado de cuero. Su hoja tenía un leve resplandor y arrojaba una luz dorada sobre las taquillas alineadas a ambos lados.
Crucé a toda prisa el pasillo, pero en el otro extremo no había nadie. Abrí una puerta y me encontré de nuevo en el vestíbulo principal. Me quedé pasmado.
No veía a Espino por ninguna parte, pero sí a los hermanos Di Angelo, que permanecían al fondo paralizados de terror.
Avancé poco a poco, bajando la espada.
—Tranquilos. No voy a hacerles daño.
Ellos no respondieron. Tenían los ojos desorbitados de pánico. ¿Qué les pasaba? ¿Dónde se había metido Espino?
Tal vez había percibido la presencia de Contracorriente y se había batido en retirada. Los monstruos aborrecen las armas de bronce celestial.
—Me llamo Percy —dije, tratando de aparentar serenidad—. Soy amigo de Darlene, voy a sacarlos de aquí y los llevaré a un lugar seguro.
Bianca abrió los ojos aún más y apretó los puños. Sólo demasiado tarde comprendí el sentido de su mirada. No era yo quien la tenía aterrorizada. Quería prevenirme.
Me giré en redondo y en ese mismo instante oí un silbido y sentí un agudo dolor en el hombro. Lo que parecía una mano gigantesca me impulsó hacia atrás hasta estrellarme contra la pared.
Lancé un mandoble con la espada, pero sólo rasgué el aire.
Una fría carcajada resonó por el vestíbulo.
—Sí, Perseus Giiiackson —dijo el doctor Espino, masacrando la J de mi apellido—. Sé muy bien quién eres.
Intenté liberar mi hombro. Tenía el abrigo y la camisa clavados en la pared con una especie de pincho o daga negra de unos treinta centímetros. Me había desgarrado la piel al atravesarme la ropa y el corte me ardía de dolor. Ya había sentido algo parecido otra vez. Era veneno.
Hice un esfuerzo para concentrarme. No iba a desmayarme.
Una silueta oscura se nos acercó. En la penumbra distinguí a Espino. Aún parecía humano, pero tenía una expresión macabra. Sus dientes relucían y sus ojos marrón y azul reflejaban el fulgor de mi espada.
—Gracias por salir del gimnasio —dijo—. Me horrorizan esos bailes de colegio.
Traté de asestarle un tajo con la espada, pero estaba fuera de mi alcance.
Un segundo proyectil salió disparado desde detrás del doctor, que no pareció haberse movido. Era como si tuviera a alguien invisible detrás arrojando aquellas dagas.
Bianca dio un chillido a mi lado. La segunda espina fue a clavarse en la pared, a sólo unos centímetros de su rostro.
—Los tres vendrán conmigo —dijo Espino—. Obedientes y en silencio. Si hacen un solo ruido, si gritan pidiendo socorro o intentan resistirse, les demostraré mi puntería.
Yo no sabía qué clase de monstruo sería el doctor Espino, pero rápido sí que era.
Tal vez podría defenderme si lograba activar mi escudo. Sólo tenía que apretar un botón de mi reloj. Ahora bien, proteger a los Di Angelo ya era otra historia. Para eso necesitaba ayuda, y sólo se me ocurría una manera de conseguirla.
Cerré los ojos.
—¿Qué haces, Jackson? —silbó el doctor—. ¡Muévete!
Abrí los ojos y seguí arrastrando los pies.
—Es el hombro —mentí con aire abatido—. Me arde.
—¡Bah! Mi veneno hace daño pero no mata. ¡Camina!
Nos condujo hasta el exterior mientras yo me esforzaba en concentrarme tratando de usar mi enlace emocional con Grover para pedir ayuda.
Espino nos hizo salir del castillo y nos guiaba hacia los bosques. Tomamos un camino nevado que apenas alumbraban unas farolas anticuadas. Me dolía el hombro, y el viento que se me colaba por la ropa desgarrada era tan helado que ya me veía convertido en un carámbano.
—Hay un claro más adelante —dijo Espino—. Allí convocaremos nuestro vehículo.
—¿Qué vehículo? —preguntó Bianca—. ¿Adónde nos lleva?
—¡Cierra la boca, niña insolente!
—No le hable así a mi hermana —dijo Nico. Le temblaba la voz, pero admiré que tuviera agallas para replicar.
El doctor soltó un horrible gruñido. Eso ya no era humano. Me puso los pelos de punta, pero hice un esfuerzo para seguir caminando como un chico obediente.
—Alto —dijo Espino.
El bosque se abría de repente. Habíamos llegado a un acantilado que se encaramaba sobre el mar. Al menos yo percibía la presencia del mar allá al fondo, cientos de metros más abajo. Oía el batir de las olas y notaba el olor de su espuma salada, aunque lo único que veía realmente era niebla y oscuridad.
El doctor nos empujó hacia el borde. Yo di un traspié y Bianca me sujetó.
—Gracias —murmuré.
—¿Qué es este Espino? —murmuró—. ¿Podemos luchar con él?
—Estoy... en ello.
—Tengo miedo —masculló Nico mientras jugueteaba con alguna cosa; con un soldadito de metal—. Ojalá Dari estuviera aquí, ella le daría una paliza igual que a los matones de mi clase.
—¡Basta de charla! —dijo el doctor Espino—. ¡Mirenme!
Nos dimos la vuelta. Sus ojos bicolores relucían con avidez, sacó algo de su abrigo. Al principio creí que era una navaja automática. Pero no. Era sólo un teléfono móvil. Presionó el botón lateral y dijo:
—El paquete ya está listo para la entrega.
Se oyó una respuesta confusa y entonces me di cuenta de que hablaba en modo walkie-talkie. Aquello parecía demasiado moderno y espeluznante: un monstruo con celular.
Eché una ojeada a mi espalda, tratando de calcular la magnitud de la caída.
Espino se echó a reír.
—¡Eso es, hijo de Poseidón! ¡Salta! Ahí está el mar. Sálvate.
—¿Cómo te ha llamado? —murmuró Bianca.
—Luego te lo cuento —le dije.
—Tú tienes un plan, ¿no?
Tal vez lograra convencer a los Di Angelo para que saltasen conmigo. Si sobrevivíamos a la caída, podría utilizar el agua para protegernos. Ya había hecho cosas parecidas otras veces. Si mi padre estaba de buen humor y dispuesto a escucharme, quizá me echara una mano.
—Yo te mataría antes de que llegues al agua —dijo el doctor Espino, como leyéndome el pensamiento—. Aún no has comprendido quién soy, ¿verdad?
«No, no tengo conmigo mis enciclopedias mitológicas personales: Annabeth Tomo 1 y Darlene Tomo 2».
—Por desgracia —prosiguió— los quieren vivos, de ser posible. Si no fuera así, ya estarían muertos.
—¿Quién nos quiere vivos? —replicó Bianca—. Porque si se cree que va a sacar un rescate está muy equivocado. Nosotros no tenemos familia. Nico y yo...—se le quebró un poco la voz— sólo nos tenemos el uno al otro.
—Aja. No se preocupen, mocosos. Enseguida conocerán a mi jefe. Y entonces tendrán una nueva familia.
—Luke —intervine—. Trabajas para Luke.
La boca de Espino se retorció con repugnancia en cuanto pronuncié el nombre de mi viejo enemigo: un antiguo amigo que ya había intentado matarme varias veces.
—Tú no tienes ni idea de lo que ocurre, Perseo Jackson. El General te informará como es debido. Esta noche vas a hacerle un gran servicio. Está deseando conocerte.
—¿El General? —pregunté. Y enseguida advertí que yo mismo lo había dicho con acento francés—. Pero ¿quién es el General?
Espino miró hacia el horizonte.
—Ahí está. Nuestro transporte.
Me di media vuelta y vi una luz a lo lejos: un reflector sobre el mar. Luego me llegó el ruido de hélices de un helicóptero cada vez más cercano.
—¿Adónde nos va a llevar? —dijo Nico.
—Vas a tener un gran honor, amiguito. ¡Vas a poder sumarte a un gran ejército! Como en ese juego tan tonto que juegas con tus cromos y tus muñequitos.
—¡No son muñequitos! ¡Son reproducciones! Y ese ejército ya puede metérselo...
—Eh, eh, eh... —dijo Espino en tono admonitorio—. Cambiarás de opinión, muchacho. Y si no, bueno... hay otras funciones para un mestizo. Tenemos muchas bocas monstruosas que alimentar. El Gran Despertar ya está en marcha.
—¿El Gran qué? —pregunté. La cosa era hacerle hablar mientras yo ideaba un plan.
—El despertar de los monstruos —explicó él con una sonrisa malvada—. Los peores, los más poderosos están despertando ahora. Monstruos nunca vistos durante miles de años que causarán la muerte y la destrucción de un modo desconocido para los mortales. Y pronto tendremos al más importante de todos: el que provocará la caída del Olimpo.
—Ok —susurró Bianca—. Este está loco.
—Tenemos que saltar —dije en voz baja—. Al mar.
—¡Fantástico! Tú también estás loco.
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DARLENE
Le había dado la vuelta a todo el corredor de entrada y nada. Cero de los hermanos Di Angelo a la vista.
Lo que sí me encontré fue al resto del grupo de extracción, aunque sin Percy. Costó un poco reagruparnos para encontrarlos e idear un plan, pero funcionó.
La jugada de Annabeth fue genial, siendo invisible gracias a su gorra, embistió contra los hermanos y contra Percy al mismo tiempo, derribándolos al suelo, tomando por sorpresa al doctor Espino. Dejando paralizado el tiempo suficiente para que Thalia y yo pudiéramos atacar.
Thalia peleando daba miedo. Tenía una lanza enorme que se expandía a partir de ese pulverizador de defensa personal que llevaba siempre en el bolsillo. Pero lo que intimidaba de verdad era su escudo: un escudo trabajado como el que usaba su padre Zeus, también llamado Égida, obsequio de Atenea.
En su superficie de bronce aparece en relieve la cabeza de Medusa, la Gorgona, y aunque no llegue a petrificarte como la auténtica, resulta tan espantosa que la mayoría se deja ganar por el pánico y echa a correr nada más verla.
Hasta el doctor Espino hizo una mueca y se puso a gruñir cuando la tuvo delante.
Thalia atacó con su lanza en ristre.
—¡Por Zeus!
Thalia le había clavado la lanza en la cabeza. Pero él soltó un rugido y la apartó de un golpe. Su mano se convirtió en una garra naranja con unas uñas enormes que soltaban chispas a cada arañazo que le daba al escudo de Thalia. De no ser por la Égida habría acabado cortada en rodajitas. Gracias a su protección, consiguió rodar hacia atrás y caer de pie.
El estrépito del helicóptero se hacía cada vez más fuerte a mi espalda, pero no me atrevía a volverme ni un segundo.
No me quedé mucho a seguir viendo la pelea, había algo que me importaba más. Corrí hacia los atónitos hermanos Di Angelo.
—¿Están bien? —pregunté tomandolos por los brazos. Nico se aferró a mí sin apartar la mirada de la pelea y Bianca parecía al borde del pánico.
Espino soltó un rugido y comenzó a transformarse. Fue aumentando de tamaño hasta adoptar su verdadera forma, con un rostro todavía humano pero el cuerpo de un enorme león. Su cola afilada disparaba espinas mortíferas en todas direcciones.
—¡Una mantícora! —exclamó Annabeth, ya visible.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Bianca di Angelo—. ¿Y qué es esa cosa?
—Una mantícora —respondió Nico, jadeando—. ¡Tiene un poder de ataque de tres mil, y cinco tiradas de salvación!
—¡Ahora no, Nico! —solté tratando de empujarlos—. Tengo que...¡Al suelo! —grité derribando los ambos sobre la nieve.
Percy activó su propio escudo en el reloj y la chapa metálica se expandió en espiral hasta convertirse en un escudo de bronce. Justo a tiempo. Las espinas se estrellaron contra él con tal fuerza que incluso lo abollaron.
Se oyó un estruendo y a nuestra espalda surgió un gran resplandor.
El helicóptero emergió de la niebla y se situó frente al acantilado. Era un aparato militar negro y lustroso, con dispositivos laterales que parecían cohetes guiados por láser. Sin duda tenían que ser mortales quienes lo manejaban, pero ¿qué estaba haciendo allí semejante trasto? ¿Cómo era posible que unos mortales colaboraran con aquel monstruo?
En todo caso, sus reflectores cegaron a Thalia en el último segundo y la mantícora aprovechó para barrerla de un coletazo. El escudo se le cayó a la nieve y la lanza voló hacia otro lado.
Saqué mi cuchillo y se lo arrojé en un intento por darle tiempo a Percy de correr hacia ella. Espino la esquivó fácilmente y se rió.
—¿Se dan cuenta de que es inútil? Rindanse, héroes de pacotilla.
Estábamos atrapados entre un monstruo y un helicóptero de combate. No teníamos ninguna posibilidad.
Entonces oí un sonido nítido y penetrante: la llamada de un cuerno de caza que sonaba en el bosque.
La mantícora se quedó paralizada. Por un instante nadie movió una ceja. Sólo se oía el rumor de la ventisca y el fragor del helicóptero.
—¡No! —dijo Espino—. No puede...
Se interrumpió de golpe cuando pasó por mi lado una ráfaga de luz. De su hombro brotó en el acto una resplandeciente flecha de plata.
Espino retrocedió tambaleante, gimiendo de dolor.
—¡Malditos! —gritó. Y soltó una lluvia de espinas hacia el bosque del que había partido la flecha.
Pero, con la misma velocidad, surgieron de allí infinidad de flechas plateadas. Casi me dio la impresión de que aquellas flechas interceptaban las espinas al vuelo y las partían en dos, aunque probablemente mis ojos me engañaban.
Nadie —ni siquiera los chicos de Apolo del campamento— era capaz de disparar con tanta precisión.
La mantícora se arrancó la flecha del hombro con un aullido. Ahora respiraba pesadamente. Percy intentó darle un mandoble, pero no estaba tan herida como parecía. Esquivó su espada y le dio un coletazo arrojándolo a un lado.
Entonces salieron del bosque como una docena de chicas. La más joven tendría diez años; la mayor, unos catorce, igual que yo.
Iban vestidas con parkas plateadas y vaqueros, y cada una tenía un arco en las manos. Avanzaron hacia la mantícora con expresión resuelta.
—¡Las cazadoras! —gritó Annabeth.
Una de las chicas mayores se aproximó con el arco tenso. Era alta y grácil, de piel cobriza. A diferencia de las otras, llevaba una diadema en lo alto de su oscura cabellera, lo cual le daba todo el aspecto de una princesa persa.
—¿Permiso para matar, mi señora?
No supe con quién hablaba, porque ella no quitaba los ojos de la mantícora.
El monstruo soltó un gemido.
—¡No es justo! ¡Es una interferencia directa! Va contra las Leyes Antiguas.
—No es cierto —terció otra chica; tendría doce o trece años. Llevaba el pelo castaño rojizo recogido en una cola. Sus ojos, de un amarillo plateado como la luna, resultaban asombrosos. Tenía una cara tan hermosa que dejaba sin aliento, pero su expresión era seria y amenazadora—. La caza de todas las bestias salvajes entra en mis competencias. Y tú, repugnante criatura, eres una bestia salvaje. —Miró a la chica de la diadema—. Zoë, permiso concedido.
—Si no puedo llevármelos vivos —refunfuñó la mantícora—, ¡me los llevaré muertos!
Y se lanzó sobre Thalia y Percy.
—¡No! —gritamos Annabeth y yo al mismo tiempo, pero ella cargó contra el monstruo.
—¡Retrocede, mestiza! —gritó la chica de la diadema—. Apártate de la línea de fuego.
Ella no hizo caso. Saltó sobre el lomo de la bestia y hundió el cuchillo entre su melena de león. La mantícora aulló y se revolvió en círculos, agitando la cola, mientras Annabeth se sujetaba como si en ello le fuese la vida, como probablemente así era.
—¡Fuego! —ordenó Zoë.
—¡Esperen, alto! —grité.
Pero las cazadoras lanzaron sus flechas. La primera le atravesó el cuello al monstruo. Otra le dio en el pecho. La mantícora dio un paso atrás y se tambaleó aullando.
—¡Esto no es el fin, cazadoras! ¡Lo pagaran caro!
Y antes de que alguien pudiese reaccionar, el monstruo —con Annabeth todavía en su lomo— saltó por el acantilado y se hundió en la oscuridad.
—¡Annabeth! —chillé.
Percy intentó correr tras ella, pero de golpe se escuchó un tableteo procedente del helicóptero: ametralladoras.
Me arrojé sobre Nico y Bianca, cubriéndolos con mi cuerpo del peligro. La mayoría de las cazadoras se dispersaron rápidamente mientras la nieve se iba sembrando de pequeños orificios.
Pero la chica de pelo rojizo levantó la vista con mucha calma.
—A los mortales no les está permitido presenciar mi cacería —dijo.
Abrió bruscamente la mano y el helicóptero explotó, el metal negro se disolvió y se convirtió en una bandada de cuervos que se perdieron en la noche.
Comencé a ponerme de pie, con los dos hermanos sujetándose con fuerza a mis brazos.
Las cazadoras se nos acercaron. La que se llamaba Zoë se detuvo en seco al ver a Thalia.
—¡Tú! —exclamó con repugnancia.
—Zoë Belladona. —a Thalia la voz le temblaba de rabia—. Siempre en el momento más oportuno.
Zoë nos examinó al resto.
—Cinco mestizos y un sátiro, mi señora.
—Sí, ya lo veo —dijo la chica más joven, la del pelo castaño rojizo—. Unos cuantos campistas de Quirón.
—¡Annabeth! —gritó Percy—. ¡Tenemos que salvarla!
Se estaba poniendo de pie cuando un par de cazadoras lo sujetaron contra el piso.
—¡Eh! —espeté furiosa, quería acercarme a ellos y sacarselas de encima, pero ni Nico ni Bianca parecían querer soltarme.
La chica se volvió hacia él.
—Lo siento, Percy Jackson. No podemos hacer nada por ella y tú no estás en condiciones de lanzarte por el acantilado.
—¡Déjame ir! —exigió—. ¿Quién te has creído que eres?
Zoë se adelantó como si fuese a abofetearlo.
—No —la detuvo, cortante—. No es falta de respeto, Zoë. Sólo está muy alterado. No comprende. —Luego nos dio una mirada rápida a todos, antes de centrarse en Percy con unos ojos más fríos y brillantes que la luna en invierno.
»Yo soy Artemisa —anunció—, diosa de la caza.
Primero, borré la publicacion de este capítulo porque estaba editandola cuando me fui a cenar y no me di cuenta que se había publicado, aun tenía algunas cosas que arreglar, se supone que subo cada dos días y no me había dado cuenta, debido a este error, edité rápido todo y lo volví a subir, para que no quedaran a medias con lo que ya habían leído, aunque me temo que tendrán que esperar más días de lo normal para el 3 porque ahora tendré que adelantar el doble de lo que llevo para compensar esto.
Segundo...
¡TENEMOS PORTADA NUEVA!
Hoy me dieron una sorpresita, me regalaron esta portada preciosa que ahora tenemos. Mucha gracias MissFandom3 por la nueva portada.
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