022.ʀᴀᴛɪɴɢ ɪɴ ᴛʜᴇ ᴀɪʀ
ʀᴀᴛɪɴɢ ᴘᴏʀ ʟᴏꜱ ᴀɪʀᴇꜱ
(Visitamos al señor de los vientos)
JASON
HABÍA ENCONTRADO A MI HERMANA Y LA HABÍA PERDIDO EN MENOS DE UNA HORA.
Mientras subíamos por los riscos de la isla flotante, no paraba de mirar hacia atrás, pero no podía evitar mirar hacia atrás cada pocos pasos. No debíamos dar la espalda a un terreno elevado sin haberlo despejado antes.
Thalia había desaparecido. Aunque había prometido que volvería, tenía mis dudas. Había encontrado una nueva manada entre las Cazadoras, una nueva mater familia en Artemisa. Y parecía tan segura en ese papel que no estaba convencido de si yo algún día podría tener un lugar en esa parte de su vida.
Y parecía decidida a encontrar a Percy. ¿Me habría buscado con el mismo empeño?
«No es justo. Ella creía que estaba muerto» pensé apartando esos pensamientos. Pero no era tan simple. Lo sentía en la forma en que me crujían los músculos cada vez que intentaba suprimir el resentimiento. Como si tuviera un collar apretado al cuello que no podía quitarme.
Me costaba asumir lo que ella había dicho de nuestra madre. Era como si Thalia me hubiera entregado un bebé, un bebé muy feo y chillón, y me hubiera dicho: “Toma, es tuyo. Carga tú con él”.
No quería cargar con él. No quería mirarlo ni reconocerlo. No quería saber que tenía una madre inestable que se había deshecho de mí para contentar a una diosa.
No me extrañaba que Thalia hubiera escapado.
Entonces me acordé de la cabaña de Zeus en el Campamento Mestizo: aquel pequeño hueco que Thalia había usado como litera, fuera de la vista de la ceñuda estatua del dios del cielo. Nuestro padre tampoco era premio consuelo.
Entendía por qué Thalia había renunciado también a aquella parte de su vida, pero seguía resentido. No podía tener tanta suerte. Me había tocado cargar con el muerto.
Llevaba la mochila dorada con los vientos sujeta a los hombros. Cuanto más nos acercábamos al palacio de Eolo, más pesaba la bolsa. Los vientos forcejeaban, hacían ruido y se movían a tientas. Todo eso me ponía los nervios en tormentabilidad creciente.
El único que parecía de buen humor era el entrenador Hedge. No paraba de subir dando brincos por la resbaladiza escalera y de bajar trotando.
—¡Vamos, jovencitos! ¡Solamente quedan unos miles de escalones más!
Mientras ascendíamos, Leo, Dari y Piper me dejaron sumido en el silencio. No tenía dudas de que Darlene hubiera percibido mi mal humor y habría puesto sobre aviso a los demás de que necesitaba espacio.
Piper no paraba de mirar atrás, preocupada, como si hubiera sido yo quien hubiera estado a punto de morir de hipotermia en lugar de ella. O tal vez iba pensando en la propuesta de Thalia. Le habíamos contado lo que ella había dicho en el puente, que podían salvar tanto a su padre como a Hera, pero no alcanzaba a entender cómo íbamos a conseguirlo y no estaba seguro de si esa posibilidad había despertado a Piper más esperanza que inquietud.
Leo se daba manotazos continuamente en las piernas, comprobando que no tenía los pantalones en llamas. Ya no echaba humo, pero el incidente del puente de hielo me había asustado mucho. No parecía que Leo se hubiera dado cuenta de que le salía humo de las orejas y que tenía llamas en el pelo. Si entraba en combustión espontánea cada vez que se excitaba, íbamos a pasarlo mal para llevarlo a cualquier parte. Me imaginaba intentando pedir comida en un restaurante.
—Quiero una hamburguesa con queso y... ¡Ahhh! ¡Mi amigo está ardiendo! ¡Traiga un cubo!
Sin embargo, lo que más me preocupaba era lo que había dicho Leo.
No quería ser un puente, ni un intercambio, ni nada por el estilo. Solo quería saber de dónde había venido y recordar a mi chica de ojos de océano, que probablemente era quien me estaba buscando desesperada.
Y Thalia se había quedado muy desconcertada cuando Leo había mencionado la casa incendiada del sueño: el lugar que según la loba Lupa era mi punto de partida. ¿Cómo conocía Thalia ese lugar y por qué suponía que yo podía encontrarlo?
La respuesta parecía estar cerca, pero, cuanto más me acercaba, menos colaboraba ella, como los vientos que llevaba a la espalda.
Finalmente llegamos a lo alto de la isla. Unos muros de bronce rodeaban los jardines de la fortaleza, pero no me imaginaba quién podría atacar aquel sitio. Ante nosotros se abrieron unas puertas de casi diez metros de altura, tras las cuales había un camino de piedra púrpura pulida que conducía a la ciudadela principal: una rotonda con columnas blancas de estilo griego, como un monumento de Washington, D. C., salvo por el montón de antenas parabólicas y de torres de radio del tejado.
—Es muy raro —dijo Piper.
—Supongo que en una isla flotante no se sintoniza la televisión por cable — comentó Leo—. Jo, miren el jardín que tiene el tipo.
La rotonda se hallaba en el centro de un círculo que debía de medir unos cuatrocientos metros. Los jardines eran espectaculares de un modo inquietante. Estaban divididos en cuatro secciones, como grandes porciones de pizza, cada una de las cuales representaba una estación.
La sección de la derecha estaba compuesta de restos congelados, con árboles sin hojas y un lago helado. Los muñecos de nieve rodaban a través del paisaje cuando soplaba el viento, de modo que no estaba seguro de si eran adornos o si estaban vivos.
A la izquierda había un parque otoñal con árboles dorados y rojos. Montones de hojas volaban formando dibujos: dioses, personas, animales que se perseguían los unos a los otros antes de volver a dispersarse entre las hojas.
A lo lejos, vi dos zonas más situadas detrás de la rotonda. Una parecía un prado verde con ovejas hechas de nubes. La última sección era un desierto donde las plantas rodadoras trazaban extraños dibujos en la arena como, por ejemplo, letras griegas, caras sonrientes y un enorme anuncio que decía: ¡VEA A EOLO TODAS LAS NOCHES!
—Una sección por cada uno de los cuatro dioses de los vientos —dijo Darlene—. Cuatro puntos cardinales.
—Me encanta ese prado —el entrenador Hedge se lamió los labios—. Chicos, ¿les importa...?
—Adelante.
En realidad, me alegré de despachar al sátiro. Bastante difícil sería ya ganarse el favor de Eolo sin el entrenador Hedge agitando la porra y gritando: ¡Muere!
Mientras el sátiro se marchaba corriendo a atacar a la primavera, nosotros recorrimos el camino hacia los escalones del palacio. Cruzamos las puertas principales y entramos en un vestíbulo de mármol blanco decorado con pancartas púrpura en las que ponía: CANAL METEOROLÓGICO DEL OLIMPO, y otras en las que simplemente ponía: CMO.
—¡Hola!
Una mujer se acercó a nosotros flotando. Flotando en el sentido literal de la palabra. Era guapa al estilo duende que asociaba con los espíritus de la naturaleza del Campamento Mestizo: menuda, con las orejas un poco puntiagudas y un rostro sin edad que podría haber tenido lo mismo dieciséis años que treinta. Sus ojos marrones centelleaban alegremente. Aunque no soplaba viento, su cabello moreno se agitaba en cámara lenta. Su vestido blanco ondeaba a su alrededor como la tela de un paracaídas.
No sabía si tenía pies, pero, de ser así, no tocaban el suelo. Tenía un ordenador táctil blanco en la mano.
—¿Es usted pariente del señor Zeus? Lo estábamos esperando.
Intenté responder, pero resultaba un poco difícil pensar con claridad, la mujer era transparente. Su figura aparecía y desaparecía como si estuviera hecha de niebla.
—¿Es usted un fantasma?
Inmediatamente supe que la había ofendido. La sonrisa de la mujer se convirtió en un mohín.
—Soy un aura, señor. Una ninfa del viento, como es lógico, y trabajo para el señor de los vientos. Me llamo Mellie. Nosotros no tenemos fantasmas.
Piper acudió en mi auxilio.
—¡No, claro que no! Mi amigo solo la ha confundido con Helena de Troya, la mortal más hermosa de todos los tiempos. Es un error lógico.
«Vaya, qué bien se le da».
El cumplido parecía un poco exagerado, pero Mellie se ruborizó.
—Oh..., si es así... De modo que es usted pariente de Zeus...
—Esto..., sí, soy hijo de Zeus.
—¡Excelente! Por aquí, por favor.
Nos condujo por unas puertas de seguridad hasta otro vestíbulo, consultando su ordenador mientras flotaba. No miraba a dónde iba, pero al parecer no importaba, pues se deslizaba entre las columnas sin ningún problema.
—Ahora no estamos en horario de máxima audiencia, lo cual es bueno. Puedo hacerles un hueco justo después de su espacio de las once y doce.
—De acuerdo.
El vestíbulo era un lugar muy molesto. Alrededor de nosotros soplaban vientos de todo tipo, de modo que me sentía como si se estuviera abriendo paso a empujones entre una multitud invisible. Las puertas se abrían y se cerraban solas de un portazo.
Las cosas que podía ver eran igual de raras. Aviones de papel de distintos tamaños y formas pasaban a toda velocidad, y de vez en cuando otras ninfas del viento, aurai, los cogían, los desdoblaban y los leían, para luego arrojarlos de nuevo al aire, donde los aviones volvían a doblarse y seguían volando.
Una desagradable criatura pasó revoloteando. Parecía una mezcla de una anciana y un pollo atiborrado de esteroides. Tenía la cara arrugada y el cabello moreno recogido en una redecilla, brazos humanos y alas de pollo, y un cuerpo gordo y cubierto de plumas con garras por pies. Era increíble que pudiera volar.
No paraba de moverse y de chocarse contra todo como un globo gigante de un desfile.
—¿No es un aura? —pregunté a Mellie cuando la criatura pasó tambaleándose.
Mellie se echó a reír.
—Es una arpía, por supuesto. Nuestras..., ejem..., hermanastras feas, como dirían ustedes. ¿No tienen arpías en el Olimpo? Son los espíritus de las rachas violentas, a diferencia de nosotras, las aurai. Nosotras somos brisas suaves.
Me miró pestañeando.
—Claro.
—Bueno —dijo Darlene cruzándose de brazos—, nos llevaba a ver a Eolo.
Mellie se sonrojó, lo cual fue raro porque apenas se notó como si una sombra azul grisácea. se hubiera apoderado de sus mejillas.
Nos condujo a través de una serie de puertas como las de una cámara estanca. Sobre la puerta interior, parpadeaba una luz verde.
—Tenemos unos minutos antes de que empiece —dijo Mellie alegre—. Probablemente no les mate si entramos ahora. ¡Vamos!
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Me descuajerizó la cara.
La parte central de la fortaleza de Eolo era grande como una catedral, con un altísimo techo abovedado cubierto de plata. En el aire, flotaban al azar accesorios de televisión: cámaras, focos, decorados, plantas en tiestos. Y no había suelo. Leo estuvo a punto de caerse al abismo antes de que Darlene tirara de él.
—¡La madre que...! —exclamó Leo con un nudo en la garganta—. Oiga, Mellie, ¡la próxima vez podría avisar!
Un enorme foso circular penetraba en el corazón de la montaña. Debía de tener casi un kilómetro de profundidad y estaba lleno de cuevas. Seguramente algunos de los túneles conducían al exterior. Recordaba haber visto que salían ráfagas de viento de ellos cuando estábamos en Pikes Peak. Otras cuevas estaban selladas con un material reluciente que parecía cristal o cera. Toda la cavidad estaba repleta de arpías, aurai y aviones de papel, pero, para alguien que no pudiera volar, sería una caída muy larga y fatal.
Eso tenía una pinta despachurrante.
—¡Caramba! —dijo Mellie con voz entrecortada—. Lo siento mucho —Desenganchó un walkie-talkie del interior de su ropa y habló por el aparato—. Hola, ¿decorados? ¿Eres Nuggets? Hola, Nuggets. ¿Pueden colocarnos un suelo en el estudio principal, por favor? Sí, uno duro. Gracias.
Segundos más tarde, un ejército de arpías salió del foso: aproximadamente tres docenas de diabólicas señoras pollo, todas cargadas con cuadrados de diversos materiales de construcción. Comenzaron a trabajar martilleando y pegando... y usando grandes cantidades de cinta aislante, cosa que no me infundió mucha seguridad.
En un abrir y cerrar de ojos, había un suelo improvisado que salía sinuosamente del abismo. Estaba hecho de madera contrachapada, bloques de mármol, losetas, pedazos de césped... prácticamente de todo.
—Eso no puede ser seguro —dije.
—¡Oh, sí que lo es! —aseguró Mellie—. Las arpías trabajan muy bien.
Para ella era fácil decirlo. Se deslizaba sin tocar el suelo. Darlene fue la primera en avanzar, con un paso firme y seguro. Probablemente porque ella tenía muchas probabilidades de sobrevivir si el suelo desaparecía. Y sí, aguantó para mi sorpresa.
Yo la imité, luego Piper me extendió la mano.
—Si me caigo, atrapame.
—Uhmm…de acuerdo.
Leo salió al último.
—Sujetame a mí también, princesa —dijo extendiendo la mano hacia Dari. Ella rodó los ojos, pero sonrió divertida y lo tomó.
Mellie nos condujo hacia el centro de la sala, donde flotaba una amplia esfera de pantallas planas de vídeo alrededor de una especie de centro de control. En su interior, un hombre se hallaba suspendido en el aire comprobando monitores y leyendo mensajes en aviones de papel.
El hombre no nos prestó atención cuando Mellie nota hizo pasar. Ella apartó una pantalla Sony de cuarenta y dos pulgadas y nos llevó a la zona de control.
Leo silbó.
—Tengo que conseguir una sala como esta.
Las pantallas flotantes emitían toda clase de programas de televisión. Reconocí algunos, espacios nuevos, en su mayoría, pero otros programas resultaban un poco raros: gladiadores luchando o semidioses peleando contra monstruos.
Tal vez eran películas, pero más bien parecían reality shows.
En el otro extremo de la esfera había un telón de fondo de seda azul, como una pantalla de cine, con cámaras y focos de estudio flotando alrededor.
El hombre del centro estaba hablando por un teléfono de auricular. Tenía un mando a distancia en cada mano y apuntaba con ellos a varias pantallas, aparentemente al azar.
Llevaba un traje de oficina que parecía el cielo: azul en su mayoría, pero moteado con nubes que cambiaban, se oscurecían y se movían a través de la tela. Aparentaba sesenta y tantos años, con el cabello blanco, pero llevaba mucho maquillaje encima y su cara tenía el aspecto terso propio de la cirugía estética, de modo que no parecía realmente viejo, ni joven, sino raro: como un muñeco de Ken que alguien hubiera dejado derretir a medias en un microondas.
Sus ojos se movían rápidamente de una pantalla a otra, como si estuviera intentando asimilarlo todo al mismo tiempo. Murmuraba cosas por el teléfono, y su boca no paraba de hacer muecas. Estaba entretenido o loco, o ambas cosas.
Mellie se dirigió hacia él flotando.
—Ejem, señor Eolo, estos semidioses...
—¡Espera! —Levantó la mano para hacerla callar y señaló una de las pantallas—. ¡Mira!
Era uno de esos programas de cazadores de tormentas en los que salían chiflados adictos a las emociones fuertes que perseguían tornados en coche.
Cuando miré, un Jeep se arrojó directo hacia una nube en forma de embudo y salió lanzado por los aires.
Eolo gritó de regocijo.
—El canal de desastres. ¡La gente hace eso a propósito! —Se volvió hacia nosotros con una sonrisa de loco—. ¿No es increíble? Vamos a verlo otra vez.
—Ejem, señor —dijo Mellie—, este es Jason, hijo de...
—Sí, sí, me acuerdo —dijo Eolo—. Has vuelto. ¿Cómo te ha ido?
—¿Perdón? —dije vacilando—. Creo que me confundís...
—No, no. Jason Grace, ¿no? Fue..., ¿cuándo...?, ¿el año pasado? Ibas a luchar contra un monstruo marino, creo.
Mi espalda se irguió sin querer. Monstruo marino. La palabra me golpeó. La sangre me zumbó en las orejas.
—No... no me acuerdo.
Eolo se echó a reír.
—¡No debió de ser un monstruo marino muy bueno! Me acuerdo de todos los héroes que han acudido a mí en busca de ayuda. Odiseo... ¡Dioses, estuvo en mi isla un mes entero! Por lo menos tú solamente te quedaste unos días. Mira este vídeo. Esos patos acaban absorbidos por...
—Señor —lo interrumpió Mellie—, dos minutos para salir al aire.
—¡Aire! —exclamó Eolo—. Me encanta el aire. ¿Qué tal estoy? ¡Maquillaje!
Inmediatamente, un pequeño tornado compuesto de brochas, toallitas desmaquillantes y bolas de algodón descendió sobre Eolo. Formaron una nube de humo color piel sobre su cara hasta que adquirió un tono todavía más espantoso.
Una ráfaga de viento se arremolinó en su pelo y lo dejó de punta como un árbol de Navidad cubierto de escarcha.
—Señor Eolo —Me quité la mochila dorada—. Le hemos traído estos espíritus de la tormenta revoltosos.
—Ah, ¿sí? —Eolo miró la bolsa como si fuera un regalo de un admirador: algo que en realidad no quisiera—. Qué bien.
Leo me dio un codazo, y le ofrecí la mochila.
—Bóreas nos mandó cazarlos para usted. Confiamos en que los acepte y deje...bueno...ya sabe...de ordenar la muerte de los semidioses.
Eolo se echó a reír y miró con incredulidad a Mellie.
—La muerte de los semidioses. ¿Yo ordené eso?
Mellie consultó su ordenador táctil.
—Sí, señor, el 15 de septiembre. “Espíritus de la tormenta liberados por la muerte de Tifón. Responsabilizar a los semidioses”, etcétera... Sí, es una orden general de matarlos a todos.
—Ah —dijo Eolo—. Estaba de mal humor. Anula esa orden, Mellie. ¿Quién está de guardia... Teriyaki? Teri, lleva estos espíritus de la tormenta al pabellón Catorce E, ¿quieres?
Una arpía apareció de la nada, agarró la mochila dorada y se lanzó al abismo.
Eolo sonrió.
—Lamento el asunto de la muerte sin previo aviso, pero estaba muy enojado —su rostro se oscureció de repente, al igual que su traje, cuyas solapas empezaron a relampaguear—. Ahora me acuerdo. Fue como si una voz me dijera que diera esa orden. Un ligero hormigueo en la nuca.
Me puse tenso. Un ligero hormigueo en la nuca...
«¿Por qué me resultaba tan familiar?».
—¿Como una... vocecilla dentro de la cabeza, señor?
—Sí. Qué raro. ¿Deberíamos matarlos, Mellie?
—No, señor —contestó ella pacientemente—. Solo nos han traído los espíritus de la tormenta, lo que lo arregla todo.
—Claro —Eolo se echó a reír—. Lo siento. Mellie, manda a los semidioses algo bonito. Una caja de bombones, por ejemplo.
—¿Una caja de bombones a todos los semidioses del mundo, señor?
—No, es demasiado caro. Da igual. ¡Un momento, es la hora! ¡Estoy en el aire!
Eolo se fue volando hacia la pantalla azul mientras empezaba a sonar una música de noticiario.
Miré a Piper, Leo y Dari, que parecían estar tan confundidos como yo.
—Mellie —dijo Piper—, ¿siempre es... así?
Ella sonrió tímidamente.
—Bueno, ya sabe lo que se suele decir. Si no le gusta su humor, espere cinco minutos. La expresión “en qué dirección sopla el viento” está inspirada en él.
—¿Y eso que ha dicho del monstruo marino? —pregunté—. ¿He estado aquí antes?
Mellie se ruborizó.
—Lo siento, no me acuerdo. Soy la nueva ayudante del señor Eolo. Llevo con él más tiempo que la mayoría de ayudantes, pero aun así... no tanto.
—¿Cuánto suelen durar sus ayudantes? —preguntó Darlene.
—Oh... —Mellie se puso a pensar un momento—. Llevo haciendo esto... ¿doce horas?
Una voz sonó a todo volumen por los altavoces.
—¡Y ahora, el tiempo cada doce minutos! Con ustedes, el hombre del tiempo del Canal Meteorológico del Olimpo, el CMO: ¡Eolo!
Los focos brillaron sobre Eolo, que se encontraba ya delante de la pantalla azul. Su sonrisa era de un blanco antinatural, y parecía que hubiera tomado tanta cafeína que le fuera a estallonear la cara.
—¡Hola, Olimpo! ¡Soy Eolo, el señor de los vientos, y les traigo el pronóstico del tiempo cada doce minutos! Hoy tendremos un sistema de baja presión desplazándose sobre Florida, de modo que es posible que haya temperaturas más suaves, ya que Deméter quiere favorecer a los agricultores de cítricos —señaló la pantalla azul, pero cuando miré los monitores, vi que detrás de Eolo se estaba proyectando una imagen digital, de modo que parecía que se encontrara delante de un mapa de Estados Unidos con animaciones de soles sonrientes y nubarrones malhumorados—. A lo largo del litoral oriental... Un momento —se llevó la mano al auricular—. ¡Perdón, amigos! ¡Hoy Poseidón está enfadado con Miami, así que parece que volverá a helar en Florida! Lo siento, Deméter. ¡En el medio este, no sé lo que ha hecho Saint Louis para ofender a Zeus, pero habrá tormentas invernales! El mismísimo Bóreas ha sido llamado para castigar la zona con hielo. ¡Malas noticias para Missouri! No, un momento. A Hefesto le sabe mal por el centro de Missouri, así que todos tendrán temperaturas mucho más moderadas y cielos soleados. Pero lamentablemente, no puedo decir lo mismo para el sureste de California, Apolo está algo enojado y ahora están registrando las temperaturas más calientes del año.
Darlene soltó un jadeo y parecía entre horrorizada e indignada.
—Voy a tener que volver a tener la charla sobre el control de las emociones con ese tonto —masculló.
Eolo siguió de esa forma: pronosticando el tiempo de cada zona del país y cambiando de predicción dos o tres veces a medida que recibía mensajes por el auricular; al parecer, los dioses ordenaban que hubiera distintos vientos y distinto clima.
—No puede ser correcto —susurré—. El tiempo no es tan caprichoso.
—El tiempo no, pero los dioses son lo más caprichoso que existe —dijo Dari.
Mellie sonrió de satisfacción, y asintió de acuerdo con ella.
—¿Con qué frecuencia aciertan los meteorólogos mortales? Hablan de frentes, de presión atmosférica y de humedad, pero el tiempo les sorprende constantemente. Por lo menos, Eolo nos dice por qué es tan impredecible. Intentar contentar a todos los dioses a la vez es un trabajo muy difícil. Cualquiera se volvería...
Su voz se fue apagando, pero sabía lo que quería decir. “Loco”.
Eolo estaba totalmente loco.
—Hasta aquí la previsión del tiempo —concluyó Eolo—. ¡Hasta dentro de doce minutos, porque seguro que cambiará!
Los focos se apagaron, los monitores de vídeo volvieron a emitir programas al azar y, por un instante, la cara de Eolo se descompuso de cansancio. A continuación, pareció acordarse de que tenía invitados y adoptó de nuevo una sonrisa.
—Así que me han traído unos espíritus de la tormenta revoltosos. Supongo que debo darles las gracias. ¿Quieren algo más? Me imagino que sí. Los semidioses siempre quieren algo más.
—Esto... señor, él es hijo de Zeus.
—Sí, sí. Lo sé. Ya he dicho que me acordaba de él.
—Pero, señor, son del Olimpo.
Eolo se quedó pasmado. Acto seguido se echó a reír tan súbitamente que estuve a punto de caerme al abismo.
—¿Quieres decir que esta vez has venido en nombre de tu padre? ¡Por fin! ¡Sabía que mandarían a alguien para renegociar mi contrato!
—¿Qué?
—¡Menos mal! —Eolo suspiró de alivio—. Ya han pasado..., ¿cuánto...?, ¿tres mil años desde que Zeus me hizo señor de los vientos? ¡No es que no esté agradecido, claro! Pero el caso es que mi contrato es muy impreciso. Obviamente, soy inmortal, pero “señor de los vientos”...¿Qué significa eso? ¿Soy un espíritu de la naturaleza? ¿Un semidiós? ¿Un dios? Quiero ser dios de los vientos porque me podría beneficiar de muchas más cosas. ¿Podemos empezar?
Miré a mis amigos, desconcertado.
—Colega —dijo Leo—, ¿crees que hemos venido a darte un ascenso?
—Entonces, ¿es verdad? —Eolo sonrió. Su traje de oficina se volvió totalmente azul, sin una sola nube en la tela—. ¡Maravilloso! Es decir, creo que he demostrado bastante iniciativa con el canal meteorológico, ¿no? Y, por supuesto, aparezco en la prensa continuamente. Se han escrito muchos libros sobre mí: Aire muerto, Subir a por aire, Lo que el viento se llevó...
—Ejem, creo que esos libros no tratan de usted —dije, antes de fijarse en que Mellie estaba sacudiendo la cabeza.
—Tonterías —repuso Eolo—. Mellie, son biografías mías, ¿verdad?
—Desde luego, señor —contestó ella con voz aguda.
—¿Lo ves? Yo no leo. ¿Quién tiene tiempo? Pero es evidente que los mortales me quieren. Así que cambiaremos mi título oficial por el de dios de los vientos. En cuanto al salario y el personal...
—Señor —dije—, no somos del Olimpo.
Eolo parpadeó.
—Pero...
—Soy hijo de Zeus, sí, pero no estamos aquí para negociar su contrato. Estamos en una misión y necesitamos su ayuda.
La expresión de Eolo se endureció.
—¿Como la última vez? ¿Como cada vez que viene un héroe? ¡Semidioses! Siempre pensando en ustedes mismos, ¿verdad?
—Señor, por favor, no me acuerdo de la última vez, pero si me ayudó una vez antes...
—¡Siempre estoy ayudando! Bueno, a veces me dedico a destruir, pero sobre todo ayudo, ¡y a veces me piden que haga las dos cosas al mismo tiempo! Eneas, el primero de tu casta...
—¿Mi casta? —pregunté—. ¿Se refiere a los semidioses?
—¡Por favor! —dijo Eolo—. Me refiero a tu linaje de semidioses. Ya sabes, Eneas, hijo de Venus: el único héroe superviviente de Troya. Cuando los griegos incendiaron su ciudad, escapó a Italia, donde fundó el reino que acabaría convirtiéndose en Roma, bla, bla, bla. A eso me refiero.
—No lo entiendo.
Eolo puso los ojos en blanco.
—¡El caso es que a mí también me metieron en mitad de ese conflicto! Juno me llamó y me dijo: “Oh, Eolo, destruye los barcos de Eneas por mí. No me gustan”. Luego Neptuno dijo: “¡No, no lo hagas! Es mi territorio. Calma a los vientos”. Entonces Juno se puso en plan: “¡No, hunde los barcos o le diré a Júpiter que te niegas a colaborar!”. ¿Crees que es fácil compaginar peticiones como esas?
—No, para nada —sentenció Darlene—. Son bastante estresantes y nunca se ponen de acuerdo.
—¡Gracias! —exclamó Eolo—. ¡Y no me hagas hablar de Amelia Earhart! ¡Todavía recibo llamadas de indignación del Olimpo para que la haga caer del cielo!
—Solo queremos información —dijo Piper en el tono más tranquilizador del que fue capaz—. Hemos oído decir que usted lo sabe todo.
Eolo se alisó las solapas y pareció ligeramente calmado.
—Bueno..., eso es verdad. Por ejemplo, sé que este asunto —los señaló a los cuatro agitando los dedos—, este plan disparatado para reunirlos, probablemente acabe en una matanza. En cuanto a ti, Piper McLean, sé que tu padre está en un grave aprieto.
Alargó la mano, y un trozo de papel cayó revoloteando en ella. Era una foto de Piper con un hombre que debía de ser su padre. Su cara resultaba familiar.
Estaba seguro de que lo había visto en alguna película.
Piper tomó la foto. Le temblaban las manos.
—Esto... esto es de su cartera.
—Sí —confirmó Eolo—. Todas las cosas que se pierden en el viento acaban viniendo a mí. La foto salió volando cuando el terrígeno lo atrapó.
—¿El qué? —preguntó Piper.
Eolo rechazó la pregunta y miró a Leo con los ojos entornados.
—Y tú, hijo de Hefesto... Sí, veo tu futuro.
Otro papel cayó en las manos del dios del viento: un viejo dibujo destrozado hecho con lápices de cera.
Leo lo tomó como si estuviera cubierto de veneno y retrocedió tambaleándose.
—¿Leo? —dije—. ¿Qué es?
—Algo que... que dibujé cuando era niño —lo dobló rápidamente y se lo guardó en el abrigo—. No... no es nada.
Eolo se echó a reír.
—¿De verdad? ¡Solo la clave de su éxito! Bueno, ¿por dónde íbamos? —Se giró hacia Darlene y sonrió divertido—. Y tú, Darlene Backer, creo que has perdido esto.
Agitó la mano, y una fotografía cayó.
Dari la tomó con las manos temblorosas. Allí estaba ella, en el centro y rodeada por cuatro personas: una era Annabeth, a su lado había un chico de ojos verdes y cabello negro. Y luego, al otro lado, habían dos chicos más, hermanos por el increíble parecido entre ellos, uno era rubio con ojos azules, el otro castaño con ojos café y expresión seria.
Todos la abrazaban. Sobre ellos, estaba escrito con marcador rosa brillante: Catorce.
—Creí que… —Darlene sollozó, apretando la foto contra su pecho.
Estiré la mano hacia ella, pero Leo se adelantó y la abrazó. Ella enterró su rostro en su pecho, y lloró.
—Ahora —dijo Eolo rompiendo el momento— Sí, quieren información. ¿Están seguros? A veces la información puede ser peligrosa.
Me sonrió como si estuviera planteando un desafío. Detrás de él, Mellie sacudió la cabeza a modo de advertencia.
—Só. Tenemos que encontrar la guarida de Encélado.
La sonrisa de Eolo desapareció.
—¿El gigante? ¿Por qué iban a querer ir allí? ¡Es terrible! ¡Ni siquiera ve mi programa!
Piper levantó la foto.
—Eolo, tiene a mi padre. Tenemos que rescatarlo y averiguar dónde está cautiva Hera.
—Pero eso es imposible —contestó Eolo—. Ni siquiera yo puedo verlo, y créeme, lo he intentado. El paradero de Hera está cubierto por un velo de magia muy potente. Es totalmente imposible de localizar.
—Está en un lugar llamado la Casa del Lobo.
—¡Espera! —Eolo se llevó la mano a la frente y cerró los ojos—. ¡Estoy captando algo! ¡Sí, está en un lugar llamado la Casa del Lobo! Por desgracia, no sé dónde está.
—Encélado sí que lo sabe —insistió Piper—. Si nos ayuda a encontrarlo, podríamos descubrir el paradero de la diosa...
—Sí —dijo Leo al caer en la cuenta—. Y si la salvamos, estaría muy agradecida...
—Y Zeus podría le daría ese ascenso —concluyó Dari limpiándose las lágrimas y poniéndose bastante seria.
Eolo arqueó las cejas.
—Un ascenso... ¿Y lo único que quieren de mí es el paradero del gigante?
—Bueno, si también pudiera llevarnos allí —lo corregí—, sería estupendo.
Mellie dio una palmada, entusiasmada.
—¡Oh, sí que puede hacerlo! Suele enviar vientos favorables...
—¡Cállate, Mellie! —le espetó Eolo—. Me dan ganas de despedirte por dejar entrar a esta gente con engaños.
El rostro de ella palideció.
—Sí, señor. Lo siento, señor.
—No ha sido culpa suya —dijo Darlene—. Y en lo referente a la ayuda...
Eolo ladeó la cabeza como si estuviera pensando. Entonces me di cuenta de que el señor del viento estaba escuchando voces por el auricular.
—Bueno... Zeus da su aprobación —murmuró Eolo—. Dice... dice que sería preferible que no la salvaran hasta después del fin de semana, porque tiene planeado celebrar una gran fiesta... ¡Uy! Afrodita le está gritando y le está recordando que el solsticio empieza al amanecer. Dice que yo debo ayudarlos. Y Hefesto..., sí. Hummm. Es muy poco habitual que estén de acuerdo en algo. Y…Apolo dice que le importa muy poco si Hera es liberada o no, pero que si por no ayudar, algo le pasa a su novia, va a aumentar la temperatura hasta derretir el ártico…Un momento...
Sonreí a mis amigos. Por fin tenían la suerte de su parte. Los dioses nos estaban respaldando.
Escuché un sonoro eructo procedente de la entrada. El entrenador entró en el vestíbulo andando como un pato, con restos de hierba por toda la cara. Mellie vio que atravesaba el suelo improvisado y contuvo el aliento.
—¿Quién es ese?
Reprimí una tos.
—¿Ese? Es el entrenador Hedge. Ejem, Gleeson Hedge. Es nuestro… —No sabía cómo llamarlo: ¿profesor, amigo, problema?—. Nuestro guía.
—Es muy cabruno —murmuró Mellie.
Detrás de ella, Piper hinchó los carrillos, fingiendo que vomitaba. Darlene le dio un codazo con bastante fuerza y ella se reclinó adolorida. Luego Dari se giró hacia Millie con los ojos brillantes. Parecía un depredador descubriendo una posible presa. Me puso los vellos de punta.
—¿Qué pasa, chicos? —Hedge se acercó trotando—. Vaya, bonito palacio. ¡Oh, losetas de césped!
—Entrenador, acaba de comer —dije—. Y estamos usando el césped de suelo.
—Esta es Mellie —exclamó Darlene interrumpiéndome y acercando a la ninfa tan cerca que casi se la tira encima al entrenador.
—Un aura —Hedge le dedicó una sonrisa encantadora—. Hermosa como una brisa de verano.
Mellie se ruborizó.
—Y Eolo estaba a punto de ayudarnos —dije.
—Sí —murmuró el señor del viento—. Eso parece. Encontraran a Encélado en el Monte del Diablo.
—¿El Monte del Diablo? —preguntó Leo—. No suena bien.
—¡Me acuerdo de ese sitio! —dijo Piper—. Fui una vez con mi padre. Está al este de la bahía de San Francisco.
—¿Otra vez el Área de la Bahía? —El entrenador negó con la cabeza—. Me da muy mala espina.
—Bueno... —Eolo comenzó a sonreír—. En cuanto a lo de llevarlos allí...
De repente, su cara se quedó flácida. Se inclinó y le dio unos golpecitos al auricular como si funcionara mal. Cuando volvió a erguirse, tenía una mirada desquiciada. A pesar del maquillaje, parecía un viejo: un viejo muy asustado.
Darlene se tensó, y se quitó la horquilla disimuladamente. Yo ya tenía un pie atrás, girado como en formación de combate. No necesitaba una señal para saber que algo estaba por romperse. Saqué mi moneda del bolsillo. Esto no parecía bueno.
—Hacía siglos que ella no me hablaba. No puedo... Sí, sí, lo entiendo.
Tragó saliva, observandome como si de repente me hubiera convertido en una cucaracha gigantesca.
—Lo siento, hijo de Júpiter. Nuevas órdenes. Todos tienen que morir.
Mellie lanzó un chillido.
—¡Pero... pero señor...! Zeus ha dicho que les ayude. Afrodita, Hefesto, Apolo…
—¡Mellie! —le espetó Eolo—. Te expones a perder tu puesto. Además, hay órdenes que sobrepasan los deseos de los dioses, sobre todo cuando se trata de las fuerzas de la naturaleza.
—¿De quién son las órdenes? —pregunté—. ¡Zeus lo despedirá si no nos ayuda!
—Lo dudo.
Eolo hizo un movimiento rápido de muñeca y, muy por debajo de nosotros, la puerta de una celda se abrió en el foso. Escuché que unos espíritus de la tormenta salían gritando, subían vertiginosamente y aullaban sedientos de sangre.
—Incluso Zeus entiende el orden de las cosas —dijo Eolo—. Y si ella está despertando, por todos los dioses, es algo que no se puede pasar por alto. Adiós, héroes. Lo siento mucho, pero tendré que hacerlo deprisa. Dentro de cuatro minutos vuelvo a estar en antena.
Dari y yo invocamos nuestras espadas. El entrenador Hedge sacó su porra.
—¡No! —gritó Millie.
Se lanzó a los pies de nosotros en el mismo instante en que los espíritus de la tormenta atacaron con la fuerza de un huracán, volando el suelo en pedazos y haciendo saltar los trozos de alfombra, mármol y linóleo en lo que habrían sido proyectiles letales si Mellie no hubiera extendido su túnica como un escudo y hubiera amortiguado la peor parte del impacto. Los seis nos caímos al foso, y Eolo gritó por encima de ellos:
—¡Mellie, estás despedida!
—Rápido —chilló Mellie—. Hijo de Zeus, ¿tienes poder sobre el aire?
—¡Un poco!
—¡Entonces ayúdame o morirán todos!
Mellie me agarró de la mano, y una descarga eléctrica me recorrió. Entonces entendí lo que ella necesitaba. Teníamos que controlar la caída y dirigirnos a uno de los túneles abiertos. Los espíritus de la tormenta nos estaban siguiendo; se acercaban rápido y traían con ellos una nube de metralla mortal.
Tomé la mano de Piper.
—¡Abrazo de grupo!
Hedge, Dari, Leo y Piper intentaron formar una piña, agarrándose de mí y de Mellie mientras caíamos.
—¡Esto no va bien! —gritó Leo.
—¡Los estoy esperando, fantasmas! —gritó Hedge a los espíritus de la tormenta—. ¡Los voy a machacar!
—Es magnífico —dijo Mellie suspirando.
—Concéntrate.
—¡Claro! —dijo ella.
Encauzamos el viento para descender en la siguiente cavidad. Aun así, nos estrellamos contra el túnel y caímos rodando unos encima de otros por un empinado conducto de ventilación que no había sido diseñado para personas.
No podíamos parar de ninguna forma.
La túnica de Mellie se hinchó a su alrededor y nos aferramos a ella desesperadamente y empezamos a reducir la velocidad, pero los espíritus de la tormenta entraron gritando en el túnel detrás de nosotros.
—No puedo... aguantar... mucho —advirtió Mellie—. ¡No se separen! Cuando los vientos ataquen...
—Lo estás haciendo estupendamente, Mellie —dijo Hedge—. Mi madre era un aura, ¿sabes? Ella no lo habría hecho mejor.
—¿Me mandarás un mensaje Iris? —rogó Mellie.
Hedge guiñó el ojo.
—¿Pueden quedar más tarde? —gritó Piper—. ¡Miren!
Detrás de nosotros, el túnel se estaba oscureciendo. Noté que los oídos se me taponaban a medida que aumentaba la presión.
—No puedo contenerlos —advirtió Mellie—. Pero intentaré protegerlos como un favor más.
—Gracias, Mellie —dije—. Espero que consigas otro trabajo
—Y me aseguraré de que el entrenador te envíe ese mensaje Iris —declaró Dari.
Ella sonrió y acto seguido desapareció envolviéndonos en una cálida y suave brisa. Entonces los vientos de verdad atacaron, lanzándonos al cielo tan rápido que me desmayé.
Estén atentis al siguiente capítulo 🫦
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