016.ᴛʜᴇʀᴇ ᴀʀᴇ ᴍᴇᴍᴏʀɪᴇꜱ ᴛʜᴀᴛ ɪ ᴄᴀʀʀʏ ᴍᴀʀᴋᴇᴅ ɪɴ ᴍʏ ꜱᴏᴜʟ

ʜᴀʏ ʀᴇᴄᴜᴇʀᴅᴏꜱ Qᴜᴇ ʟʟᴇᴠᴏ ᴍᴀʀᴄᴀᴅᴏꜱ ᴇɴ ᴇʟ ᴀʟᴍᴀ

(Es una herida que siempre sangra)

DARLENE

DEBERÍA HABER PRESTADO MÁS ATENCIÓN, PERO EN MI DEFENSA, AÚN ESTABA LELA POR LA CAÍDA.

No me di cuenta de lo que pasaba hasta que me golpearon, pero al menos sirvió para descubrir un par de cositas interesantes.

Soñé que estaba en una jaula de tierra, zarcillos de raíces y de piedra se arremolinaban entre ellos, encarcelándome. Al otro lado de los barrotes, vi el fondo de un estanque seco, con otra espiral de tierra que crecía en el otro extremo, y encima, las maltrechas piedras rojas de una casa incendiada.

—Vidente del sol —dijo una voz de mujer—. Ven, habla conmigo.

Junto a mí en la jaula, había una mujer con ropa negra sentada de piernas cruzadas, con la cabeza cubierta por un manto, apartó el velo y dejó a la vista una cara orgullosa y hermosa, pero también endurecida por el sufrimiento.

—Hera —dije reconociéndola.

—Bienvenida a mi cárcel —dijo la diosa—. Hoy te has salvado de la muerte, una vez más. Pero quedan peores padecimientos, la tierra se agita contra nosotros.

—¿Por qué me ha buscado en sueños?

Hera inclinó la cabeza a un lado, analizando cuidadosamente.

—Tu posición de vidente y cercanía a los dioses te posiciona en un lugar de poder, no eres hija de un olímpico, pero tu presencia en los destinos es tan fuerte que tú sola existencia genera un cambio.  Desde hace milenios tu historia se fue escribiendo, Darlene Backer. Eres una fuerza a tener en cuenta, tu destino plagado de tragedia acarrea un poderoso futuro, pero debes atravesar el camino para llegar allí. Eres la estrella que guía, la que alumbra el camino de la desesperanza en los corazones plagados de oscuridad. Cada uno de los miembros de la Gran Profecía tiene un destino que cumplir en ella. Tú eres la intermediaria, la que marca la senda. 

—¿Es así? —pregunté—. ¿Realmente soy una de los nueve?

Hera asintió.

—Tú papel es fundamental, por tí ocurrirán grandes cambios.

Miré todo a mi alrededor con más cuidado, y comprendí que las suposiciones que habíamos tenido eran reales.

—Así que es cierto, la han secuestrado.

Hera sonrió tristemente. Su silueta empezó a brillar hasta que su resplandor llenó la jaula de una luz dolorosa. La electricidad zumbaba en el aire mientras las moléculas se desintegraban como una explosión nuclear. 

Por suerte estaba soñando, sino me habría evaporado.

La jaula debería haber estallado en pedazos. El suelo debería haberse agrietado y la casa en ruinas debería haber quedado arrasada. Pero cuando el brillo se apagó, la celda seguía igual. Nada había cambiado fuera de los barrotes.

Solo Hera parecía distinta: un poco más encorvada y cansada.

—Algunas fuerzas son superiores a los dioses.  No es fácil encerrarme. Puedo estar en muchos sitios al mismo tiempo. Pero cuando la mayor parte de mi esencia queda atrapada, se puede decir que es como un pie en una trampa para osos. No puedo escapar, y los otros dioses no pueden verme. Solo el hijo de Júpiter puede encontrarme, y necesito que lo guíes a mí. Cada día que pasa me debilito más.

—¿Hijo de Júpiter? —pregunté frunciendo el ceño—. ¿De qué se trata todo esto? ¿Por qué la atraparon aquí?

La diosa suspiró.

—No podía quedarme de brazos cruzados. Zeus cree que puede alejarse del mundo y, así, hacer que nuestros enemigos vuelvan a dormirse. Cree que los olímpicos nos hemos implicado demasiado en los asuntos de los mortales, en los destinos de nuestros hijos semidioses, sobre todo desde que accedimos a reconocerlos a todos después de la guerra. Cree que eso ha despertado a nuestros enemigos. Por eso cerró el Olimpo.

—Pero usted no está de acuerdo.

—No. A menudo no entiendo los arranques de cólera de mi marido ni sus decisiones, pero algo así parecía paranoico incluso viniendo de Zeus. No me explico por qué insistió tanto y por qué estaba tan convencido. Era...impropio de él. Como Hera, podría haberme contentado con obedecer los deseos de mi marido. Pero también soy Juno. —Su imagen parpadeó, y vi una armadura bajo su sencilla túnica negra y un manto de piel de cabra, el símbolo de los guerreros romanos, a través de su capa protectora de bronce—. Juno Moneta, me llamaron en otro tiempo: Juno, la que advierte. Yo era guardiana del estado, protectora de la Roma Eterna. No podía quedarme sin hacer nada mientras los descendientes de mi gente eran atacados. Percibía peligro en este lugar sagrado. Una voz... —Vaciló—. Una voz me dijo que viniera aquí. Los dioses no tenemos lo que se llama conciencia, ni tampoco sueños, pero la voz era algo parecido: suave e insistente, advirtiéndome de que viniera. De modo que, el mismo día que Zeus cerró el Olimpo, me escapé sin contarle mis planes para que no me detuviera. Y vine aquí a investigar.

—Pero era una trampa —declaré comprendiendo todo. Por eso no me había podido comunicar con mi padre ni con Apolo. El Olimpo estaba cerrado y no podían hacer nada.

La diosa asintió.

—No me di cuenta de lo rápido que se estaba agitando la tierra hasta que ya era demasiado tarde. Fui todavía más imprudente que Júpiter: una esclava de mis impulsos. Está pasando exactamente lo mismo que la primera vez. Los gigantes me hicieron prisionera, y mi encarcelamiento inició la guerra. Ahora nuestros enemigos se alzan de nuevo. Los dioses sólo pueden vencerlos con la ayuda de los mejores héroes vivos. Y a la figura a la que sirven los gigantes no se la puede vencer, sólo mantenerla dormida.

—No lo entiendo.

—Pronto lo entenderás.

La celda empezó a estrecharse y los zarcillos empezaron a apretarse, girando en espiral. La figura de Hera tembló como una vela en la brisa. Al otro lado de la celda, vi unas formas reuniéndose en el borde del estanque: humanoides torpes con la espalda encorvada y la cabeza calva. A menos que le estuviera engañando la vista, tenían más de dos brazos. También escuché lobos, por sus aullidos supe que pertenecían a una jauría hambrienta, agresiva, sedienta de sangre.

—Deprisa, Darlene —dijo Hera—. Mis guardianes se acercan, y estás empezando a despertarte. No tendré suficientes fuerzas para volver a aparecer ante ti, ni siquiera en sueños. Trae al hijo de Júpiter ante mí.

—Espere. Bóreas nos dijo que había hecho una jugada peligrosa. ¿A qué se refería?

Los ojos de Hera adoptaron una mirada desenfrenada, y me preguntó si realmente había hecho una locura.

—Un intercambio. La única forma de traer la paz. El enemigo cuenta con nuestras divisiones, y si estamos divididos, seremos destruidos. Jason es mi prenda de paz: un puente para superar milenios de odio.  Es por eso que te elegí como mi intermediaria, nadie conoce la manera de acabar con el odio impuesto durante tanto tiempo como tú. 

—¿Qué? ¿No lo...?

—No puedo contarte más —dijo Hera.

—Al menos dígame qué debo hacer, ¿cómo ayudó a Jason?

—Si ha sobrevivido tanto ha sido porque le quité la memoria. Encuentra este sitio, que vuelva al punto de partida. Su hermana lo ayudará.

—¿Thalia?

La escena empezó a descomponerse.

—Adiós, Darlene. Ten cuidado en Chicago. Un gran peligro los espera en Chicago, una enemiga mortal que podría acabar con ustedes.

—¿Quién? 

Pero la imagen de Hera se desvaneció, y me desperté colgando de cabeza a punto de ser devorada por una familia de cíclopes.

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Jason podría hacer casting para la bella durmiente y seguro que sería el mejor actor de todos. 

El golpe que le habían dado se veía bastante mal, el chichón que tenía en la cabeza parecía un globo de agua demasiado inflado; no es que el mío estuviera mejor, pero yo tenía una mejor respuesta de recuperación gracias a Apolo. 

Piper le dio otro sorbo de néctar, mientras yo me comí unos trocitos de ambrosía.

Luego lo atamos al dragón con una soga y nos subimos, listos para continuar el viaje. Piper iba sentada detrás de Jason, sujetándolo por la cintura para mantenerlo en equilibrio. Yo iba delante, y él iba durmiendo con la cabeza apoyada en mi espalda. Leo iba delante, pilotando.

Volabamos plácidamente a través del cielo invernal como si nada hubiera pasado cuando Jason se despertó.

—¡Cíclope! —gritó abriendo los ojos de golpe.

—Quieto, Bingley —dije sujetándole las manos, Piper detrás, lo agarró con más fuerza. No fuera a ser que se nos fuera a caer de tan alta altura.

—De... Detroit —masculló Jason tartamudeando—. ¿Hemos aterrizado? Creía que…

—Tranquilo —dijo Leo—. Hemos escapado, pero has sufrido una conmoción cerebral. ¿Cómo te encuentras?

Jason parecía bastante desorientado

—¿Cómo han...el cíclope...?

—Leo los destruyó —dijo Piper—. Estuvo increíble. Puede invocar fuego…

—No fue nada —dijo Leo rápidamente.

Piper se echó a reír.

—Cállate, Valdez. Voy a contárselo. Más vale que te hagas a la idea.

Y eso hizo: le contó cómo Leo había vencido él solo a la familia de cíclopes; cómo lo habíamos liberado. Jason escuchó en silencio, los ojos entrecerrados, como si intentara atar cabos en su cabeza aturdida.

—...Fabulántico.

Piper y yo nos miramos al instante.

—¿Perdón? —preguntó Leo desde el frente—. ¿Qué fue eso?

—¿Qué significa fabulántico? —repetí, sin poder evitar la risa.

Jason parpadeó otra vez, como si recién se diera cuenta de que lo había dicho en voz alta. Frunció el entrecejo.

—No sé… simplemente… salió. Creo que significa… algo como increíble. ¿O no?

—Eso ni siquiera es una palabra —dijo Piper, divertida—. ¿De dónde sacaste eso?

Jason negó despacio con la cabeza, todavía un poco confuso.

—No tengo idea.

Se encogió de hombros, todavía confundido. Pero yo vi el leve parpadeo en sus ojos. Como si algo dentro suyo reconociera esa palabra antes que su mente. Como si por un momento hubiera recordado… algo.

Y después, se esfumó. 

Decidimos no presionarlo por lo que Piper continuó con la historia. Sobre cómo nos fijamos en que los cíclopes estaban empezando a recomponerse; cómo Leo había cambiado los cables del dragón y había conseguido hacernos volar de nuevo en el momento en que los cíclopes empezaban a clamar venganza dentro de la fábrica.

Cuando Piper le habló del otro chico al que los cíclopes aseguraban haberse comido, el de la camiseta morada que hablaba latín, a Jason parecía que le iba a explotar la cabeza. 

—Entonces, no estoy solo —dijo—. Hay otros como yo.

—Jason —dijo Piper—, nunca has estado solo. Nos tienes a nosotros.

—Ya... ya lo sé...pero…tengo la sensación de que debería conocerlo, pero no logro recordar por qué.

—Hera me ha dicho una cosa —dije seria—. Cuando estaba inconsciente, soñé con ella.

Les conté lo que había visto y lo que había dicho la diosa dentro de la jaula.

—¿Un intercambio? —preguntó Piper—. ¿Qué significa eso?

Jason negó con la cabeza.

—Entonces la apuesta de Hera soy yo. Mandándome al Campamento Mestizo, tengo la sensación de que infringió una especie de norma, algo que podía tener consecuencias muy graves…

—O salvarnos —dijo Piper esperanzada.

—Hee…no sé, Piper —Moví la cabeza negando—. Los dioses a veces no tienen precisamente la idea de salvarnos por buena voluntad, suelen hacerlo porque les conviene mantenernos vivos hasta que ya no les sirvamos a sus propósitos. 

—Bueno, pero la parte de la enemiga dormida...suena a la mujer de la que nos habló Leo.

Leo carraspeó.

—Con respecto a eso... Se me apareció otra vez en Detroit, en un estanque con residuos de váteres portátiles.

No estaba segura de haber oído bien.

—¿Has dicho... váteres portátiles?

Leo nos habló de la cara grande que había visto en el patio de la fábrica.

—No sé si es imposible de matar, pero no se le puede vencer con asientos de váter. Doy fe de ello. Quería que los traicionara, y yo no me puse en plan: "Sí, claro, voy a hacer caso a una cara que aparece entre líquidos de váter portátil".

—Está intentando dividirnos —sentencié. 

Sentí el nerviosismo de Piper y supongo que estando tan cerca de ella, Jason también porque se giró para mirarla por encima del hombro.

—¿Qué pasa? 

—Yo... ¿Por qué están jugando con nosotros? ¿Quién es esa mujer y qué relación tiene con Encélado?

—¿Encélado? —pregunté confundida—. ¿Por qué lo mencionas a él?

—Quiero decir... —A Piper le tembló la voz—. Es uno de los gigantes. Uno de los nombres de los que me he acordado.

Leo se rascó la cabeza.

—Vaya, no había oído hablar de Enchiladas…

—Encélado —lo corrigió Piper.

—Como se llame. Pero Cara Váter mencionó otro nombre. Porcino o algo así.

—¿Porfirio? —dijo Piper—. Creo que era el rey de los gigantes.

—Vamos a hacer suposiciones —dijo Jason y nosotros tres asentimos—. En los mitos antiguos, Porfirio secuestró a Hera. Fue el primer paso en la guerra entre los gigantes y los dioses. 

—Aunque debemos tener en cuenta que los mitos son muy confusos y se contradicen —mencioné.

—Es como si nadie quisiera que esa historia sobreviviera. Me acuerdo de que hubo una guerra y de que los gigantes eran casi imposibles de matar.

—Los héroes y los dioses tenían que trabajar juntos —dije—. Es lo que me ha dicho Hera.

—Eso es bastante difícil de conseguir —gruñó Leo—, si los dioses ni siquiera están dispuestos a hablar con nosotros.

Volamos hacia el oeste. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado cuando el dragón bajó en picado por una abertura entre las nubes. El sol comenzaba a relucir entre la vista invernal, sacándome una sonrisa.

—Hola, Sunshine —murmuré.

Debajo de nosotros había una ciudad a orillas de un enorme lago. 

Un semicírculo de rascacielos bordeaba la ribera. Detrás de ellos, extendiéndose hasta el horizonte al oeste, había una inmensa cuadrícula de barrios y calles nevadas.

—Chicago —dijo Jason.

Pensé en lo que me había dicho Hera en el sueño. Nuestra peor enemiga mortal nos estaría esperando allí. 

—Un problema menos —dijo Leo—. Hemos llegado vivos. Ahora, ¿cómo encontramos a los espíritus de la tormenta?

—¿Y si seguimos a ese y vemos a dónde va? —propuso Jason señalando algo debajo de nosotros.

Al principio pensé que era un avión pequeño, pero era demasiado pequeño,  demasiado oscuro y demasiado rápido. El objeto se dirigía a los rascacielos trazando una espiral, zigzagueando y cambiando de forma... y, por un instante, adoptó la figura humeante de un caballo.

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—¡Más deprisa! —urgió Jason.

—Colega, si me acerco más, nos verá —dijo Leo—. Un dragón de bronce no es precisamente un caza silencioso.

—¡Más despacio! —chilló Piper.

El espíritu de la tormenta bajó en picado a la cuadrícula de calles del centro. Festo intentó seguirlo, pero sus alas eran demasiado anchas. El ala izquierda golpeó el borde de un edificio y cortó una gárgola de piedra antes de que Leo parara. 

—Ve por encima de los edificios —recomendé—. Lo seguiremos desde allí.

—¿Quieres conducir tú este cacharro? —gruñó Leo, pero hizo lo que le dije. 

Al cabo de unos minutos, volvimos a ver al espíritu de la tormenta recorriendo las calles a toda velocidad sin objetivo aparente: soplando sobre los peatones, agitando banderas, haciendo que los coches viraran bruscamente.

—Genial —dijo Piper—. Hay dos.

Tenía razón. Un segundo anemoi dobló la esquina del hotel Reinassance y se unió al primero. Se entremezclaron en una especie de danza caótica, subiendo disparados a lo alto de un rascacielos, torciendo luego una torre de radio y volviendo a bajar en picado hasta la calle.

—Esos tipos no necesitan más cafeína —dijo Leo.

—Supongo que Chicago es un buen sitio para salir —comentó Piper—. Nadie va a cuestionar a un par de vientos malos más.

—Más de un par —dijo Jason—. Mira.

El dragón se puso a dar vueltas sobre una ancha avenida situada junto a un parque a orillas del lago. Los espíritus de la tormenta estaban reuniéndose: al menos había una docena, girando alrededor de un monumento artístico público.

—¿Cuál creen que sea Dylan? —preguntó Leo—. Tengo ganas de tirarle algo.

Los nervios de Jason a medida que nos acercabamos a una fuente pública me pusieron en alerta. Iban en aumento y yo solo veía dos monolitos de cinco plantas se elevaban a cada lado de un largo estanque de granito. Los monolitos parecían construidos con pantallas de vídeo y emitían la imagen combinada de una cara gigantesca que arrojaba agua al estanque.

—Oh mierda —mascullé al verla. Mientras la miraba, la imagen de las pantallas dio paso a una cara de mujer con los ojos cerrados—. Leo... —dije con nerviosismo.

—La veo. No me gusta, pero la veo.

Entonces las pantallas se oscurecieron. Los venti se arremolinaron en una sola nube con forma de embudo y pasaron rozando la fuente, donde levantaron una tromba casi tan alta como los monolitos. Llegaron al centro de la fuente, hicieron saltar una tapa de desagüe y desaparecieron bajo tierra.

—¿Se han metido en un desagüe? —preguntó Piper—. ¿Cómo se supone que vamos a seguirlos?

—A lo mejor no debemos seguirlos —dijo Leo—. Esa fuente me da mala espina. ¿Y no se supone que tenemos que guardarnos de la tierra?

«Opino lo mismo, pero no tenemos más opciones. Hay que seguirlos».

Era lo único que podíamos hacer. Teníamos que encontrar a Hera, y solo nos quedaban dos días para el solsticio.

—Baja al parque —propuso Jason—. Echaremos un vistazo a pie.

Festo aterrizó en una zona abierta entre el lago y el horizonte. Las calientes patas metálicas del dragón emitieron un siseo al tocar tierra. Se puso a aletear con tristeza y lanzó fuego al cielo, pero no había nadie cerca que lo viera. El viento que venía del lago era de un frío gélido. Cualquiera con sentido común estaría dentro de casa. 

Me picaban tanto los ojos que apenas podía ver. 

Desmontamos, y Festo comenzó a patalear. Uno de sus ojos color rubí parpadeaba, de modo que parecía que estuviera guiñando el ojo.

—¿Es normal? —preguntó Jason.

Leo sacó un mazo de goma del cinturón. Golpeó el ojo malo del dragón, y la luz volvió a brillar con normalidad.

—Sí. Pero Festo no puede quedarse aquí, en medio del parque. Lo detendrán por merodear. Si tuviera un silbato para perros… —Se puso a hurgar en su cinturón, pero no sacó nada—. ¿Demasiado especializado? Bien, dame un silbato de emergencia. En muchos talleres de máquinas los tienen. —Esta vez extrajo un gran silbato de plástico naranja—. ¡Al entrenador Hedge le daría envidia! Está bien, Festo, escucha —Leo tocó el silbato. El sonido estridente probablemente llegó hasta el lago Michigan—. Si escuchas eso, ven a buscarme, ¿bien? Hasta entonces puedes volar por donde quieras, pero procura no achicharrar a ningún peatón.

El dragón resopló; con suerte, en señal de conformidad. A continuación extendió las alas y se lanzó al aire.

Piper dio un paso e hizo una mueca.

—¡Ah!

—¿El tobillo? —preguntó Jason preocupado—. Puede que se esté pasando el efecto del néctar que te dimos.

—Estoy bien.

Ella dio unos cuantos pasos más cojeando ligeramente, pero es fácil ver que estaba intentando no hacer muecas de dolor.

—Busquemos un lugar que nos proteja del viento —propuse.

—¿Nos metemos en el desagüe? —Piper estaba temblando—. Parece acogedor.

Nos abrigamos lo mejor que pudimos y nos dirigimos a la fuente.

Según la placa, se llamaba la Fuente de la Corona. Toda el agua se había vaciado a excepción de unos cuantos charcos que estaban empezando a congelarse. De todas formas, no parecía normal que la fuente tuviera agua en invierno. Por otra parte, aquellos grandes monitores habían emitido la cara de nuestra misteriosa enemiga, la Mujer de Tierra. En aquel sitio nada era normal.

«¿Qué es normal en mi vida?»

Nos dirigimos al centro del estanque. Ningún espíritu intentó detenerlos. Las gigantescas pantallas seguían oscuras. El agujero del desagüe era lo bastante grande para una persona, y una escalera de mantenimiento descendía hasta la oscuridad.

Yo fui la primera. Mientras bajaba, me preparé para los horribles hedores de la alcantarilla, pero no olía tan mal. La escalera descendía hasta un túnel enladrillado que iba de norte a sur. El ambiente era caliente y seco, y tan solo había un chorrito de agua en el suelo.

Jason, Piper y Leo bajaron detrás de mí.

—¿Todas las alcantarillas son tan agradables? —preguntó Piper.

—No —respondió Leo—. Créeme.

Jason frunció el entrecejo.

—¿Cómo sabes...?

—Eh, hombre, me he escapado seis veces. He dormido en algunos sitios raros. ¿bien? Bueno, ¿a dónde vamos?

Jason ladeó la cabeza, escuchando, y señaló al sur.

—En esa dirección.

—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó Piper.

—Hacia el sur sopla una corriente de aire —dijo Jason simplemente—. A lo mejor los venti han seguido la corriente.

No era una gran pista, pero nadie propuso nada mejor.

Por desgracia, en cuanto empezamos a andar, Piper se tropezó. Jason tuvo que sujetarla.

—Estúpido tobillo —maldijo.

—Descansemos —decidió Jason—. A todos nos vendrá bien. Llevamos un día viajando sin parar. Leo, ¿puedes sacar comida del cinturón, aparte de caramelos de menta?

—Creía que no me lo ibas a preguntar nunca. ¡El chef Leo está en ello!

Nos sentamos en una repisa de ladrillo mientras Leo hurgaba en su mochila.

Me alegré de poder reposar. Todavía estaba cansada y aturdida, y también tenía hambre. 

—No fue culpa tuya —dijo Piper a Jason.

Él la miró sin comprender.

—¿Qué?

—Que nos atacaran los cíclopes. No fue culpa tuya.

Jason miró la moneda en la palma de su mano.

—Fui tonto. Las dejé solas y caí en una trampa. Debería haberlo sabido…

—Oye —Piper le dio un codazo en el brazo—. No seas demasiado duro contigo. Que seas hijo de Zeus no significa que seas como un ejército.

A escasa distancia de nosotros, Leo encendió una pequeña lumbre para cocinar. Iba tarareando mientras sacaba provisiones de la mochila y el cinturón.

—En realidad, fue mi culpa. —Los tres me miraron, confundidos—. Sabía que íbamos a encontrarnos con cíclopes, pero no presté atención a nuestro entorno y para cuando me di cuenta, ya fue tarde. Fue mi culpa.

—¿Lo viste en alguna visión? —preguntó Jason.

Solté un suspiro, preparándome para explicarles.

—Por mandato divino, no puedo contarle a nadie su futuro, puedo intentar cambiarlo, pero no contarlo. A diferencia del Oráculo, yo no opero con profecías, así que es posible cambiar algunas cosas, otras están destinadas a pasar no importa qué —expliqué primero. Necesitaba que entendieran por qué no había contado nada de lo de Leo—. Lamentablemente nunca veo el cuadro completo, así que la mayoría de las veces solo veo cosas que no tienen ningún sentido en el momento y no me doy cuenta de lo que es hasta que estoy viviéndolas. ¿Se entiende? —Los tres asintieron con algo de dudas—. Antes de salir del campamento traté de invocar algunas visiones, le recé a Apolo e intenté pedirle que me ayudara a canalizar algo que me sirviera. Lo único que vi fue lo que le pasó a Leo.

La atención de todos se centró en Leo, cuyos ojos se ensancharon con asombro y comprensión repentina.

—¿A mí?

—En el taller, cuando Ma Gasket te arrojó el queroseno…yo…

—Así que por eso me veías como si ya estuviera muerto —dijo Leo—, y por eso estabas tan desesperada en decirme que me apartara de donde estaba parado.

—No sabía que tenías la maldición de Hefesto, Leo. Pensé…yo solo… —mascullé sintiendo como los ojos me ardían por las lágrimas que trataba de contener—, solo vi a esa cíclope arrojando el queroseno y todo se prendía fuego. 

Mi respiración se volvió entrecortada, mi pecho se comprimió y las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a fluir libremente. 

—Dari…

Los sollozos sacudieron mi cuerpo, convirtiéndome en un mar de dolor y angustia. 

—Lo lamento, debí estar más atenta, debí darme cuenta que algo andaba mal con ese lugar, debí…

Las imágenes se agolparon en mi mente, como fragmentos de un doloroso rompecabezas.

Me lancé hacia adelante, zigzagueando en el aire para evitar los golpes del gigante. Mis alas batían con fuerza, generando ráfagas de viento que azotaban su rostro y lo hacían tambalearse.

El gigante intentaba alcanzarme, pero mi agilidad y velocidad eran superiores. Mientras me aferraba a su pelo como a una cuerda, golpeé su cabeza con el pomo de Resplandor, tratando de desorientarlo aún más.

Soltó un rugido de rabia y dolor, pero seguía sin poder alcanzarme. Volé un poco más alto, tratando de mantenerme apartada cuando otro mareo me golpeó. 

Ajusté la vista y vi horrorizada como un semidiós se acercaba por la espalda de Lee con una lanza.

—¡Lee! —grité. 

—Darlene.

Percy clavó a Contracorriente en el suelo. La hoja mágica se hundió hasta la empuñadura, como si el asfalto fuese de mantequilla, y de la rendija empezó a brotar agua salada a chorro, como de un géiser. Al sacar la hoja, la fisura se ensanchó rápidamente. 

El puente se estremeció y empezó a desmoronarse.

No me importó, corrí entre los campistas y pasé por al lado de Percy.

—¡No!

Ignoré sus palabras y me lancé de cabeza hacia la abertura que se había formado en el puente.

—No pude salvarlo —murmuré entre sollozos, mientras mis manos se aferraban a mi pecho, como si pudiera sostener los pedazos rotos de mi corazón—. No pude hacer nada…

—¡Michael!

Sus ojos vacíos parecieron enfocarse por un instante mientras mi voz atravesaba la neblina de su mente. Pero fue solo un destello fugaz antes de que volviera a lanzarse hacia mí con la daga en mano.

—Por favor….

Pero sus ojos seguían perdidos, la oscuridad en ellos parecía consumirlo por completo. No había reconocimiento, sólo un vacío frío y aterrador.

Bajé la guardia un segundo, y me golpeó con una patada tan fuerte que me arrojó contra la pared. Me dejó sin aire y el dolor se apoderó de mí cuando sentí el filo de la daga penetrar en mi abdomen. 

Un grito ahogado escapó de mis labios mientras mis manos instintivamente se aferraban a la herida, intentando detener la sangre que brotaba sin cesar. 

Lentamente, levanté la mirada y vi a Michael, paralizado en su lugar, mirándome con incredulidad. El velo hipnótico se desvanecía de sus ojos finalmente. 

—¿Qué... qué estoy haciendo? —susurró, horrorizado.

—Darlene, para —decía una voz suave, pero con cierto tinte de preocupación—. Respira, tienes que calmarte.

Intenté controlar mi respiración, pero cada bocanada de aire parecía insuficiente. Las lágrimas seguían fluyendo sin control, empañando mi visión y empeorando mi estado de pánico. Me apreté el pecho, como si pudiera calmar el latido desbocado de mi corazón, pero solo logré aumentar la sensación de opresión.

—¡Tenemos que hacer algo!

—Dari… —sollozó mirándome. Sus manos temblaban—. Y-Yo…

Su expresión pasó del horror a la sorpresa, y luego al dolor. Una espada le atravesaba el pecho y poco a poco la herida se llenaba de sangre. 

Sus ojos se abrieron de par en par. Una mirada de incrédula confusión pasó por su rostro hasta convertirse en una mueca dolorida; echó una mirada fugaz al lugar donde una espada sobresalía grotescamente de su pecho. 

—¡Leo, no!

De repente, sentí un golpe fuerte. Todo se volvió borroso, como si estuviera mirando a través de un velo transparente. El dolor se mezcló con el caos en mi mente. 

La oscuridad se apoderó de mí, envolviéndome en su frío abrazo.

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JASON

Darlene estaba teniendo un ataque de pánico, no podía respirar, Piper estaba intentando usar su embrujohabla para calmarla, y estaba funcionando poco, así que Leo hizo lo que pensó que era la mejor solución: la golpeó con una llave mecánica.

—¿Me excedí? —preguntó dudando.

—¿Tú qué crees? —le dijo Piper negando con la cabeza—. Golpear a alguien con una llave mecánica no es precisamente la solución ideal, Leo.

Él bajó la mirada, sumido en un mar de dudas y remordimientos. 

—Lo siento, no supe cómo manejar la situación. Fue como si el pánico se apoderara de mí también —murmuró en voz baja. 

Me incliné hacia él y coloqué una mano reconfortante en su hombro.

—Vamos a acomodarla para que descanse mejor, le daremos un poco de néctar para esa herida.

Le apoyamos la cabeza en una de las mochilas y la tapamos con una mata. Le di néctar y la dejamos dormida hasta que pudiéramos seguir el viaje.

Piper suspira, dejando escapar la tensión acumulada en sus hombros. 

—Estaba aterrada. Verla luchar por respirar y no saber cómo ayudarla... Me sentí impotente —confesó con voz entrecortada. 

Compartía su sentimiento y asentí en acuerdo. 

—Lo sé, Piper. Pero estamos aquí para ella. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para asegurarnos de que esté bien.

—La guerra contra el Titán debió ser un horror —comentó Leo sentándose a su lado.

—Dicen que hubo muchas pérdidas en la guerra —susurró Piper, con la voz quebrada por la tristeza—. Tantas vidas que se extinguieron, dejando un vacío imposible de llenar. Darlene...perdió a su alma gemela.

—¿Creen que estaba recordando ese momento?

—No lo sé, Jason —murmuró Piper—, pero supongo que sí. No dejaba de repetir “no pude salvarlo”.

El silencio se extendió entre nosotros mientras pensaba sobre las consecuencias devastadoras de la guerra. Pensé en todos aquellos valientes guerreros que dieron sus vidas, en las familias destrozadas y en los corazones rotos que quedaron en su estela.

Leo se pasó la mano por el cabello con frustración.

—Y ahora que los gigantes están despertando probablemente haya otra guerra.

Los tres nos sentíamos frustrados, impotentes y asustados. No sabíamos qué esperar de esta misión y de lo que vendría en el futuro. 

Al final, Leo se levantó y continuó haciendo la cena.

Piper estaba sentada a mi lado, a la luz del fuego, sus ojos parecían danzar. 

—Sé que esto debe de ser difícil para ti. No solo la misión. La forma en que aparecí en el autobús, que la Niebla jugara con tu mente y te hiciera creer que yo era... ya sabes.

Ella bajó la vista.

—Sí, bueno, ninguno de nosotros lo pidió. No es culpa tuya.

Me concentré en el fuego que crepitaba frente a nosotros. Leo estaba concentrado en la cena. Piper tiró de las pequeñas trenzas que tenía a los lados de la cabeza. Dari…ella seguía inconsciente. 

Y yo los miraba.

No eran solo compañeros de misión. Eran mis amigos. Eran personas que habían confiado en mí sin hacer demasiadas preguntas, incluso cuando ni yo sabía quién era en realidad. Piper, con su corazón valiente y su forma de mirar el mundo sin miedo. Leo, tan rápido con una broma como con una explosión. Darlene, silenciosa y dolorosamente leal.

Yo los tenía bajo mi cargo. Bajo mi protección. 

Y no estaba a la altura.

En la lumbre, Leo estaba removiendo pimientos y carne en una sartén.

Piper estaba sentada a mi lado, a la luz del fuego, sus ojos parecían danzar. Llevaba días examinándolos y seguía siendo incapaz de determinar de qué color eran.

—Sé que esto debe de ser díficil para ti. No solo la misión. La forma en que aparecí en el autobús, que la Niebla jugara con tu mente y te hiciera creer que yo era... ya sabes.

Ella bajó la vista.

—Sí, bueno, ninguno de nosotros lo pidió. No es culpa tuya.

Piper tiró de las pequeñas trenzas que tenía a los lados de la cabeza. Una vez más, pensé en lo mucho que me alegraba de que ella hubiera perdido la bendición de Afrodita. Con el maquillaje, el vestido y el peinado perfecto, parecía una chica de veinticinco años, glamurosa y totalmente inalcanzable.

Nunca había pensado en la belleza como una forma de poder, pero eso es lo que me había parecido Piper: poderosa.

Me concentré en el fuego que crepitaba frente a nosotros. Piper era poderosa, eso era indudable. Pero también era vulnerable y necesitaba apoyo. Como el lider de la misión, era mi deber estar allí para ella.

En la lumbre, Leo estaba removiendo pimientos y carne en una sartén.

—¡Sí, señor! Ya casi está —exclamó—. ¡Y bingo! 

Se acercó con tres platos apilados en los brazos como un camarero. No tenía ni idea de dónde había sacado toda la comida, ni de cómo la había preparado tan rápido, pero tenía un aspecto estupendo: tacos de carne de vaca y pimientos con patatas fritas y salsa.

—Leo —dijo Piper asombrada—. ¿Cómo has...?

—¡El Garaje de Tacos del chef Leo les ofrece un menú reparador! —dijo orgullosamente—. Y, por cierto, es tofu, reina de la belleza, no carne de vaca, así que no te asustes. Le he guardado dos a Darlene para cuando se despierte. Ahora sí, ¡a comer!

No estaba seguro con respecto al tofu, pero los tacos sabían igual de bien que olían. Mientras comíamos, Leo intentó relajar el ambiente y bromear un poco.

Cuando Piper acabó de comer, sin decir una palabra más, ella se acurrucó y colocó la cabeza en mi regazo. A los dos segundos estaba roncando.

Alcé la vista hacia Leo, que estaba haciendo esfuerzos visibles por no reírse.

Permanecimos sentados en silencio unos minutos bebiendo la limonada que había preparado Leo con agua de la cantimplora y unos polvos.

—Está buena, ¿verdad?

Leo sonrió.

—Deberías montar un puesto de comida —dije con seguridad—. Te harías rico. —Pero mientras contemplaba las ascuas del fuego, algo empezó a preocuparme—. Leo...eso del fuego que puedes hacer...¿es verdad?

La sonrisa de Leo vaciló.

—Sí, bueno…

Abrió la mano. Una pequeña bola de fuego se encendió y empezó a danzar sobre su palma.

—Es alucinante ¿Por qué no has dicho nada?

Leo cerró la mano y el fuego se apagó.

—No quería parecer un bicho raro.

—Yo tengo poderes que me permiten lanzar rayos y controlar el viento —le recordé—. Piper puede volverse muy guapa y convencer a la gente para que le den un BMW. Dari puede ver el futuro, tiene alas y una habilidad para volver locos de deseo a los que están cerca suyo. No eres más bicho raro que nosotros. Eh, a lo mejor también puedes volar. Podrías saltar de un edificio y gritar: “¡Llamas a mí!”.

—No le des más ideas a Darlene, ya me ha llamado “Antorcha humana” —dijo resoplando—. Y si lo hiciera, verías despeñarse a un chico en llamas, y gritaría algo más fuerte que “¡Llamas a mí!”.  Créeme, en la cabaña de Hefesto no ven con tan buenos ojos los poderes del fuego. Nyssa me dijo que son muy raros. Cuando aparece un semidiós como yo, pasan cosas malas. Muy malas.

—A lo mejor es al revés —propuse—. A lo mejor la gente con dones especiales aparece cuando pasan cosas malas porque es cuando más se les necesita.

Leo retiró los platos.

—A lo mejor. Pero te lo aseguro: no siempre es un don.

Me quedé en silencio unos segundos, meditando sus palabras.

—Te refieres a tu madre, ¿verdad? A la noche en que murió. —Leo no contestó. No hacía falta. El hecho de que se quedara callado, sin bromear, fue bastante elocuente para mí—. Leo, tú no tuviste la culpa de su muerte. Pasara lo que pasase esa noche, no fue porque tú provocaras un incendio. Durante años, la Mujer de Tierra, sea quien sea, ha estado intentando arruinarte la vida, minar tu seguridad, quitarte todo lo que te importa. Ahora está intentando hacerte sentir un fracasado, pero no lo eres. Eres importante.

—Eso es lo que dijo —Leo alzó la vista, con los ojos rebosantes de dolor—. Dijo que yo estaba destinado a hacer algo importante: algo que haría realidad o impediría la Gran Profecía de los nueve semidioses. Eso es lo que me da miedo. No sé si estoy a la altura.

Quería decirle que todo iba a salir bien, pero habría sonado falso. No sabía lo que pasaría. 

Éramos semidioses, lo que significaba que a veces las cosas no terminaban bien. A veces uno acababa devorado por los cíclopes.

Si le preguntaras a la mayoría de los chicos: “¿Te gustaría dominar el fuego, los rayos, predecir el futuro o un maquillaje mágico?”, les parecería fantástico. 

Pero esos poderes tienen sus desventajas, como estar sentado en una cloaca en pleno invierno, huir de monstruos, perder la memoria, ver a tus amigos casi asados y tener sueños que te advierten de la muerte de sus amigos o la tuya propia.

Leo atizó los restos de la lumbre dando la vuelta a las ascuas candentes con la mano.

—¿Te has preguntado por los otros cinco semidioses? Es decir, si nosotros somos cuatro de los de la Gran Profecía, ¿quiénes son los otros? ¿Dónde están?

Desde luego que había pensado en ello, pero intentaba apartarlo de mi mente. Tenía la terrible sospecha de que se esperaba que yo guiara a los otros, y tenía miedo de fracasar.

—Se destruirán los unos a los otros —había asegurado Bóreas.

Había sido entrenado para no mostrar miedo nunca. Estaba seguro de ello después del sueño de los lobos. Se suponía que debía mostrarme seguro, aunque no me sintiera así. 

Pero Leo, Piper y Darlene dependían de mí, y me aterraba la idea de fallarles. Apreté los puños. La electricidad me latía en las venas, como si mi propio cuerpo supiera que algo estaba mal, que tenía que reaccionar. Una parte de mí quería gritar. Otra quería esconderse. Pero no podía darme ese lujo.

Esto no era un paseo para encontrar respuestas o recuperar mi memoria. Era el inicio de otra guerra. Otra más. Si tenía que liderar un grupo de nueve semidioses, nueve personas que tal vez no se llevaran bien, sería todavía peor.

—No lo sé —dije finalmente—. Supongo que los otros cinco aparecerán cuando llegue el momento oportuno. ¿Quién sabe? Tal vez ahora mismo estén en otra misión.

Leo gruñó.

—Apuesto a que su cloaca es mejor que la nuestra.

La corriente de aire se levantó, soplando hacia el extremo sur del túnel.

—Descansa, Leo . Yo haré la primera guardia.

No había espacio para la duda. No cuando los otros te siguen con la esperanza de que tú sí sepas qué hacer. Tenía que ser fuerte por ellos.

Tal vez todavía no recordaba quién era. Pero sí sabía en quién necesitaba convertirme. El líder que ellos merecían. Y no iba a fallarles.

━━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━━

Era difícil medir el tiempo, pero calculaba que mis amigos llevaban durmiendo unas cuatro horas. 

No me importaba. Estaba descansado y no sentía la necesidad de dormir. Había dormido bastante en el dragón. Además, necesitaba tiempo para pensar en la misión, en mi hermana Thalia, en las advertencias de Hera. En la chica de mis sueños. 

El fuego parpadeó, y entre las sombras, algo vibró en mi memoria. No fue un sueño. No fue una visión divina. Fue... otra cosa.

Un recuerdo crudo, distorsionado, como si estuviera atrapado en un vidrio empañado.

Un campo de entrenamiento. Arena suelta, marcada por huellas y cicatrices de armas. Había gritos de fondo, órdenes en latín, pasos marciales.

Dos figuras en el centro. Una de ellas era yo. La otra... 

Cabello oscuro trenzado de forma improvisada. Una armadura rayada, rota en el borde del hombro. Y esos ojos. Ojos como el mar justo antes de un naufragio.

Sostenía una lanza. El corazón me latía con furia.

Esquivé el golpe. 

Estábamos rodeados de legionarios que gritaban, animaban, apostaban. 

La lanza en mis manos ardía. No literalmente, pero podía sentir el cosquilleo eléctrico recorrerme los brazos. Ella cargaba con una espada corta, no parecía encajar en sus manos. Era débil. 

Cruzamos golpes. Yo tenía más técnica, pero ella tenía algo más peligroso: hambre. Orgullo. Una furia contenida que buscaba quebrarme, no vencerme.

Caí. O ella cayó. No sé cuál fue.

—¡Basta! —gritaron, pero ninguno obedeció.

Ella sangraba del labio.

Yo, de la ceja.

Y aun así, estábamos sonriendo. No de alegría. De furia.

Como si en ese momento, pelear contra el otro fuera más importante que ganar.

El fuego parpadeó.

Volví a estar en la cloaca, con el eco del agua y el calor de las ascuas. Mis amigos dormían. El mundo se seguía cayendo a pedazos.

No sabía qué acababa de recordar.

Me dolía el pecho.

Pero su mirada seguía conmigo.

Esos ojos.

Azules, indomables, salados como una herida abierta.

Y yo… yo todavía no sabía quién era.

Pero por algún motivo, recordarla a ella me hacía querer ser más fuerte.

Piper se removió igual que un gato adormilado cuando se despertó. Se sentó frotándose los ojos  y observó a su alrededor como tratando de recordar dónde estábamos.

Darlene también se despertó, algo adolorida por el golpe. Aunque vi en un momento cómo se limpió las lágrimas cuando le contamos lo que había pasado.

—Lo lamento mucho, Dari —dijo Leo—. No fue mi intención…

Ella levantó la mano deteniéndolo.

—Está bien, Leo. A la próxima deja que Piper termine su trabajo, o usa un objeto no tan drástico.

 Parecía agotada emocionalmente, pero se comió sus tacos y dijo que estaba lista.

Levantamos el campamento y enfilamos por el túnel.

El conducto serpenteaba, giraba y parecía no tener fin. No sabía qué esperar al final: una mazmorra, un laboratorio de un científico loco o tal vez un depósito donde acababan todos los residuos de retretes portátiles, formando una cara malvada lo bastante grande para engullir el mundo.

En lugar de ello, encontramos unas lustrosas puertas de ascensor metálicas, cada una con una M grabada en cursiva. Al lado del ascensor había un directorio, como en unos grandes almacenes.

—¿M de Macy ’s? —aventuró Piper—. Creo que hay uno en el centro de Chicago.

—¿O de Motores Monocle? —dijo Leo—. Lean el directorio, chicos. Está desordenado. 

—O M de Muerte Mortal —agregó Darlene viendo el directorio. 

Los tres la miramos, aún parecía algo apagada, pero estaba siendo demasiado pesimista para lo que había mostrado ser.

Aparcamiento, perrera          NIVEL DE
y entrada principal                ALCANTARILLA

Muebles y café M                                           1

Moda femenina y                                          2
artefactos mágicos 

Moda masculina y armas                          3

Cosméticos, pociones,                               4
venenos y artículos diversos

—¿Para qué una perrera? —dijo Piper—. ¿Y qué clase de grandes almacenes tienen la entrada en una alcantarilla?

—A ver, la dislexia es una mierda, ¿pero en serio no les hace ruido lo de artefactos mágicos, armas, venenos y posiciones? —cuestionó Dari.

—¿Qué significa “artículos diversos", hombre? —dijo Leo—.  ¿Ropa interior?

—Una cosa es segura —dijo Darlene—. Este lugar de seguro apesta a monstruo o ser inmortal que tratará de matarnos.

Respiré hondo.

—Ante la duda, empecemos por arriba.

Las puertas se abrieron en la cuarta planta, y en el ascensor entró una fragancia de perfume. Darlene y yo salimos primero con las espadas en ristre.

—Chicos —dijo ella—. Tienen que ver esto.

Piper se unió a nosotros y contuvo el aliento.

—Esto no es Macy ’s.

Los grandes almacenes parecían el interior de un caleidoscopio. Todo el techo era un mosaico de vidrios de colores con los signos del zodíaco alrededor de un gigantesco sol. La luz del día que entraba a través lo bañaba todo de mil colores distintos. Las plantas superiores formaban un círculo de terrazas alrededor de un enorme atrio central, de forma que se podía ver hasta la planta baja. Las barandillas de oro brillaban tanto que costaba mirarlas.

Aparte del techo de vidrio y del ascensor, no veía más ventanas ni puertas, había dos escaleras mecánicas que recorrían los distintos niveles. El alfombrado era un espectáculo de color y dibujos orientales, y los estantes de productos eran igual de estrafalarios. Había demasiadas cosas para asimilarlas a la vez, pero vio artículos normales, como perchas de camisas y hormas de zapatos mezclados con maniquíes acorazados, camas de pinchos y abrigos de pieles que parecían moverse.

Leo se dirigió a la barandilla y miró abajo.

—Echen un vistazo a esto.

En medio del atrio, una fuente rociaba agua a seis metros de altura y cambiaba del color rojo al amarillo y el azul. En el estanque relucían monedas de oro, y a cada lado de la fuente había una jaula dorada, como jaulas de canario de tamaño descomunal.

Dentro de una de ellas, se arremolinaba un huracán y relampagueaban rayos. Alguien había encerrado a los espíritus de la tormenta, y la jaula vibraba como si intentaran salir. En la otra, inmóvil como una estatua, había un sátiro bajo y musculoso que sujetaba una porra hecha con una rama de árbol.

—¡El entrenador Hedge! —exclamó Piper—. Tenemos que bajar.

—¿Puedo ayudarles en algo? —dijo una voz.

Los cuatro dimos un salto atrás.

Una mujer acababa de aparecer delante nuestro. Llevaba un elegante vestido negro y joyas de diamantes, y parecía una modelo retirada: debía de tener unos cincuenta años, pero su edad me resultaba difícil de estimar. 

El largo cabello moreno le caía sobre un hombro, y tenía una cara hermosa al estilo surrealista de las supermodelos: delgada, altiva y fría, no del todo humana. Con sus largas uñas pintadas de rojo, sus dedos parecían más bien garras.

—Me alegro mucho de ver nuevos clientes. —Sonrió—. ¿En qué puedo ayudarlos?

Leo me lanzó una mirada como diciendo: “Toda tuya”.

—Esto... —comencé a decir—, ¿es suya la tienda?

La mujer asintió.

—La encontré abandonada, ¿sabes? Hoy en día hay muchas tiendas, así que decidí crear un sitio perfecto. Me encanta coleccionar objetos de buen gusto, ayudar a la gente y ofrecer artículos de calidad a un precio razonable. Así que me pareció una buena… ¿cómo decís?... una primera adquisición en este país.

Hablaba con un acento agradable, pero no acertaba a adivinar de dónde era. Sin embargo, estaba claro que no era hostil, así que empecé a relajarme. 

La mujer tenía una voz sonora y exótica. Tenía ganas de seguir escuchándola.

—¿Así que es usted nueva en Estados Unidos? —pregunté.

—Soy... nueva —convino la mujer—. Soy la princesa de Colchis. Mis amigos me llaman Su Alteza. ¿Qué están buscando?

No había oído hablar de los extranjeros ricos que compraban grandes almacenes en Estados Unidos. Por supuesto, en la mayoría de los casos, no vendían venenos, abrigos de pieles vivos, espíritus de la tormenta ni sátiros, pero aun así... con una voz tan bonita como aquella, la princesa de Cólquida no podía ser del todo mala.

Piper le dio un codazo en las costillas.

—Jason…

—Ejem, claro. En realidad, Su Alteza... —Señalé la jaula dorada de la primera planta—. Ese de ahí es nuestro amigo, Gleeson Hedge. El sátiro. ¿Nos lo puede... devolver, por favor?

—¡Por supuesto! —respondió la princesa inmediatamente—. Me encantaría enseñarles mi inventario. 

—No fue eso lo que le pidió —gruñó Darlene detrás de mí. Ella miraba a la mujer con ira contenida.

—Pero primero, ¿puedo saber sus nombres? 

Vacilé. No me parecía buena idea decir nuestros nombres, sobre todo si Darlene estaba considerando atravesarla con la espada.

Por otra parte, Su Alteza se disponía a colaborar con nosotros. Si conseguíamos lo que queríamos sin luchar, sería mejor. Además, aquella mujer no parecía una enemiga.

Piper comenzó a decir:

—Jason, yo no…

—Esta es Piper. Este es Leo y ella Darlene. Yo soy Jason.

La princesa clavó la vista en mí y, por un instante, su cara brilló de verdad, resplandeciendo con tanta ira que le vi el cráneo bajo la piel. Se me estaba nublando la mente, pero sabía que algo no encajaba. 

Luego el momento pasó, y Su Alteza volvió a parecer una mujer elegante normal, con una sonrisa cordial y una voz tranquilizadora.

—Jason. Qué nombre más interesante —dijo, con una mirada fría como el viento de Chicago—. Creo que tendré que hacerles un trato especial. Vengan, niños. Vamos de compras.

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