013.ꜰᴀʟʟɪɴɢ ᴀʟᴡᴀʏꜱ ʜᴜʀᴛꜱ

ᴄᴀᴇʀ ꜱɪᴇᴍᴘʀᴇ ᴅᴜᴇʟᴇ

(Que te digan tus verdades, también)

PIPER

NO ME RELAJÉ HASTA QUE LA LUZ DE LA CIUDAD DE QUEBEC SE APAGÓ DETRÁS DE NOSOTROS.

—Has estado increíble —dijo Jason a Darlene. 

El cumplido debería haberme puesto celosa, pero solo podía pensar en el problema que nos aguardaba.

—Se agitan cosas malvadas —nos había advertido Zetes.

Yo lo sabía de primera mano. Cuanto más nos acercábamos al solsticio, menos tiempo tenía para tomar la decisión.

—No fue nada —dijo ella bostezando.

—Me has salvado de acabar en la colección de héroes congelados de Quíone —insistió él—. Te debo una.

—Ese hubiera sido un problema menor. Me preocupa más lo del Olimpo cerrado, la manera en que Bóreas cambió de forma y sus razones de por qué nos dejó ir.

«Tiene algo que ver con el pasado de Jason y con los tatuajes que tenía en el brazo».

Dari tenía razón, eso era lo más preocupante.

Bóreas creía que Jason era romano, y los romanos no se mezclaban con los griegos. Seguí esperando a que Jason me diera una explicación, pero estaba claro que él no quería hablar del asunto.

Hasta ahora, me negaba a aceptar que el sitio de Jason no era en el Campamento Mestizo. Estaba claro que él era un semidiós. Por supuesto que su sitio estaba allí. 

Pero en ese momento… ¿y si era otra cosa? ¿Y si realmente era un enemigo? 

No soportaba la idea como tampoco soportaba a Quíone.

Leo nos pasó unos sándwiches de su mochila. Había estado callado desde que le habíamos contado lo que había pasado en la sala del trono.

—Sigo sin creerme lo de Quíone. Parecía muy agradable.

—Apolo también es agradable la mayoría del tiempo y sin embargo pasó los primeros dos años de conocerme tratando de matarme —dijo Darlene.

Los tres nos giramos para mirarla con preocupación. 

—¿Y ahora eres su novia? —preguntó Leo.

—La vida de los semidioses es rara. —Ella se encogió de hombros—. Lo que quiero decir, es que la nieve puede ser muy bonita, Leo, pero de cerca es fría y desagradable. 

—Te encontraremos una cita mejor para el baile de graduación —agregó Jason.

Sonreí, pero Leo no parecía satisfecho. No había dicho gran cosa de su estancia en el palacio, ni por qué los Boréadas lo habían separado porque olía a fuego.

Tenía la sensación de que estaba ocultando algo. Fuera lo que fuese, su estado de ánimo parecía estar afectando a Festo, que gruñía y expulsaba humo mientras intentaba mantenerse caliente en el frío aire canadiense. 

El Dragón Feliz no parecía tan feliz.

Nos comimos los sándwiches en pleno vuelo. No tenía ni idea de cómo Leo se había abastecido de provisiones, pero incluso se había acordado de llevar comida vegetariana para mí. El sándwich de queso y aguacate estaba buenísimo.

Nadie hablaba. No teníamos ni idea de lo que nos encontraríamos en Chicago, pero todos sabíamos que Bóreas nos había dejado marchar porque creía que estábamos en una misión suicida.

Nada nuevo según Darlene, ella parecía creer que si no había alto peligro de muerte, no era una verdadera misión. De nuevo, no dije nada porque ella tenía más experiencia en esto que nosotros.

La luna salió y las estrellas aparecieron en lo alto. Me empezaron a pesar los párpados. El encuentro con Bóreas y sus hijos me había asustado más de lo que estaba dispuesta a reconocer. Ya con el estómago lleno, la adrenalina estaba desapareciendo.

«¡Aguanta, niña! —me habría gritado entonces el entrenador Hedge—. ¡No seas boba!»

Había estado pensando en el entrenador desde que Bóreas había dicho  que seguía vivo. Nunca me había caído bien Hedge, pero había saltado por un  precipicio para salvar a Leo y se había sacrificado para protegernos en la  plataforma. 

Me daba cuenta entonces de que todas las veces que el entrenador me había presionado, todas las veces que me había gritado que corriera más deprisa o que hiciera más flexiones, o incluso cuando me había dado la espalda y había dejado que me defendiera sola de las chicas malas, el viejo hombre cabra había intentado ayudarme a su manera, por irritante que fuera: tratando de prepararme para la vida de semidiós.

En la plataforma, Dylan, el espíritu de la tormenta, también había dicho algo sobre el entrenador: que se había retirado a la Escuela del Monte porque se estaba haciendo demasiado mayor, como si fuera una especie de castigo. 

Me preguntaba qué significaba eso y si explicaba por qué el entrenador estaba siempre tan malhumorado. Fuera cual fuese la verdad, ahora que sabía que Hedge estaba vivo, sentía la imperiosa obligación de salvarlo.

«No te adelantes a los acontecimientos —me reprendí a mí misma—. Tienes problemas mayores. Este viaje no tendrá final feliz» .

Era una traidora, igual que Silena Beauregard. Solo era cuestión de tiempo que mis amigos lo descubrieran.

En algún momento del viaje me quedé dormida, y soñé que volvía a estar en la cima de la montaña. La fantasmal hoguera morada proyectaba sombras sobre los árboles. Me picaban los ojos del humo, y el suelo estaba tan caliente que tenía las suelas de las botas pegajosas.

—Olvidas tu deber —rugió una voz procedente de la oscuridad.

No podía verlo, pero sin duda era el gigante que menos gracia me hacía: el que se hacía llamar Encélado. 

Busqué algún rastro de mi padre, pero el poste al que había estado encadenado había desaparecido.

—¿Dónde está? ¿Qué has hecho con él?

La risa del gigante era como un torrente de lava cayendo por un volcán.

—Su cuerpo está a salvo, pero me temo que la mente del pobre no aguanta más mi compañía. Por algún motivo, le resulto desagradable. Debes darte prisa, muchacha, o me temo que quedará poco de él que se pueda salvar.

—¡Déjalo! Tómame a mí. ¡Él solo es un mortal!

—Pero debemos demostrar nuestro amor por nuestros padres, querida. Eso es lo que estoy haciendo. Demuéstrame que aprecias la vida de tu padre haciendo lo que te pido. ¿Quién es más importante: tu padre o una diosa tramposa que te ha utilizado, ha jugado con tus emociones y ha manipulado tus recuerdos? ¿Qué representa Hera para ti?

Me eché a temblar. En mi interior bullía tanta ira y tanto miedo que apenas podía hablar.

—Me estás pidiendo que traicione a mis amigos.

—Lamentablemente, querida, tus amigos están destinados a morir. Su misión es imposible. Y en el supuesto de que sobrevivan, ya has oído la profecía: desatar la ira de Hera supondría su destrucción. La única pregunta posible es: ¿Morirás con tus amigos o vivirás con tu padre?.

La hoguera crepitaba. Intenté retroceder, pero me pesaban los pies. Me di cuenta de que el suelo estaba tirando de mí, pegándose a mis botas como arena mojada. Cuando levanté la vista, una lluvia de chispas moradas había atravesado el cielo y el sol estaba saliendo por el este. Un mosaico de ciudades brillaba en el valle, y al oeste, a lo lejos, sobre una serie de colinas onduladas, vi un lugar familiar emergiendo de un mar de bruma.

—¿Por qué me enseñas esto? Me estás revelando dónde estás.

—Sí, conoces este sitio. Trae a tus amigos aquí en lugar de a su verdadero destino, y me ocuparé de ellos. O, aún mejor, prepararé sus muertes antes de que lleguen. Me da igual. Estén en la cima a mediodía en el solsticio, y podrás recoger a tu padre e irte tranquilamente.

—No puedo. No puedes pedirme...

—¿Que traiciones a Valdez, ese muchacho insensato que siempre te ha incordiado y que ahora te esconde secretos? ¿Que entregues a un novio que nunca has tenido? ¿Que le des la espalda a una chica que no conocías hace un día? ¿Es eso más importante que tu propio padre?

—Encontraré una forma de vencerte. Salvaré a mi padre y a mis amigos.

El gigante gruñó en las tinieblas.

—Yo también fui orgulloso en otro tiempo. Creía que los dioses no podrían derrotarme nunca. Entonces me lanzaron encima una montaña y me aplastaron contra el suelo, donde estuve luchando una eternidad, semi-inconsciente y dolorido. Eso me enseñó a tener paciencia, muchacha. Me enseñó a no actuar temerariamente. Ahora he regresado después de mucho esfuerzo con la ayuda de la tierra que está despertando. Solo soy el primero. Mis hermanos me seguirán. Nada va a impedir nuestra venganza; esta vez, no. Y tú, Piper McLean, necesitas una lección de humildad. Yo te enseñaré con qué facilidad se puede derribar tu espíritu rebelde.

El sueño se desvaneció. Me desperté gritando y cayendo por los aires.

Muy por debajo vi las luces de una ciudad brillando al romper el alba y, a varios cientos de metros, el cuerpo del dragón de bronce dando vueltas fuera de control, con las alas caídas y fuego parpadeando en su boca como una bombilla mal conectada.

Un cuerpo pasó como un rayo a mi lado: Leo, que gritaba y trataba de agarrar frenéticamente las nubes.

—¡No me gustaaaaaa!

Intenté llamarlo, pero ya estaba demasiado abajo.

—¡Piper, equilíbrate! ¡Abre los brazos y las piernas! —gritó Jason en algún lugar por encima de mí.

Resultaba difícil controlar el miedo, pero hice lo que él me dijo y recobré algo de equilibrio. Descendía con las extremidades totalmente extendidas como un paracaidista en caída libre, notando el viento por debajo como un bloque de hielo sólido. Entonces apareció Jason envolviéndome la cintura con los brazos.

«Por suerte» pensé. «Genial. Es la segunda vez que me abraza esta semana, y las dos veces porque me estoy cayendo» .

—¡Tenemos que atrapar a Leo! —grité.

Una figura se deslizó por nuestro, descendiendo rápidamente hacia Leo. Cuando el destello de la luz del amanecer iluminó su silueta, supe de inmediato que era Darlene.

Desplegó sus alas, igual que cuando abres un paracaídas, extendió sus brazos y logró sujetar a Leo justo a tiempo, mientras él se le aferraba como un gato asustado.

Entonces, con la misma rapidez y destreza con la que había descendido, Darlene comenzó a ascender de nuevo hacia nosotros.

Empezamos a caer más despacio mientras Jason controlaba los vientos, pero seguían dando sacudidas arriba y abajo como si estos se negaran a colaborar.

—¡Mi dragón! —chillaba Leo—. ¡Tienen que salvar a Festo!

—¡Quédate quieto! —gritó Darlene tratando de que no se le cayera con los movimientos bruscos.

—¡Mi dragón!

No había modo de ayudar a un dragón metálico de cincuenta toneladas. Pero antes de que pudiera intentar razonar con Leo, oímos una explosión debajo de nosotros. Una bola de fuego subió al cielo desde detrás de un complejo de almacenes. 

—¡Festo! —dijo Leo sollozando.

Jason se puso colorado del esfuerzo mientras intentaba mantener un colchón de aire debajo de nosotros, pero lo máximo que podía conseguir eran desaceleraciones intermitentes. En lugar de descender en caída libre, parecía que caíamos rebotando por una gigantesca escalera, de treinta metros en treinta metros, lo cual no sentaba nada bien a mi estómago.

Mientras nos bamboleábamos e íbamos de un lado a otro, distinguí los detalles del complejo industrial que había abajo: almacenes, chimeneas, alambradas de alambre de espino y aparcamientos llenos de vehículos cubiertos de nieve.

Darlene permaneció volando alrededor nuestro, y casi a unos cuantos metros se acercó a un más.

—¡Sujétense de Leo! —gritó—. ¡Intentaré refrenar la caída desde aquí!

Nos aferramos a Leo, quién era sujetado por debajo de los brazos. El viento golpeaba con fuerza mi rostro, haciendo que los ojos se me llenaran de lágrimas. A cada sacudida, sentía cómo el miedo se apoderaba de mí, amenazando con paralizarme. 

Observé a Dari volando sobre nosotros, luchando por controlar la caída y mantenernos a salvo. El complejo industrial se acercaba cada vez más, ella luchaba contra la fuerza de la gravedad y el peso combinado de los tres. Sus alas batían frenéticamente, tratando de generar suficiente resistencia para ralentizar nuestra caída. Podía ver el esfuerzo en su rostro y el sudor perlado en su frente. 

Apenas podía soportar el peso de los tres. Sabía que no podría mantenernos así por mucho más tiempo. 

Sus alas se estiraron aún más, y su cuerpo se inclinó hacia adelante, luchando contra la gravedad. Jason intentaba controlar los vientos debajo nuestro, para hacer más leve el peso, aunque sin muchos resultados.

Seguíamos a suficiente altura para aplastarnos al llegar al suelo cuando Darlene dijo gimiendo:

—No puedo...

Y caímos como piedras.

Chocamos contra el tejado del almacén más grande y nos precipitamos en la oscuridad.

Por desgracia, intenté aterrizar de pie. A mis pies no les gustó. El dolor me ardió en el tobillo izquierdo al desplomarse contra una fría superficie de metal. Por unos segundos, únicamente fui consciente del dolor; un dolor tan terrible que me resonaron los oídos y se me tiñó la vista de rojo.

Acto seguido oí la voz de Jason en algún lugar cercano, resonando a través del edificio.

—¡Piper! ¿Dónde está Piper?

—¡Ay, hombre! —exclamó Leo gimiendo—. ¡Eso es mi espalda! ¡No soy un sofá! Piper, ¿dónde te has metido?

—Aquí —logré con voz gimoteante.

Oí ruidos de pies arrastrándose y gruñidos, y a continuación unos pisotones en unos escalones metálicos.

Se me comenzó a aclarar la vista. Estaba en una pasarela metálica que rodeaba el interior del almacén. Leo y Jason habían aterrizado al nivel del suelo y estaban subiendo la escalera en mi dirección. Me miré el pie, y me invadió una oleada de náuseas. 

«Se supone que los dedos de los pies no tenían que apuntar en esa dirección, ¿no? ¡Oh, dioses!» pensé. Me obligué a apartar la vista antes de vomitar. A concentrarme en otra cosa. Cualquier cosa.

El agujero que habíamos hecho en el techo formaba una estrella irregular seis metros más arriba. Habíamos sobrevivido por suerte gracias a Dari. 

Unas cuantas bombillas colgadas del techo parpadeaban tenuemente, pero no conseguían iluminar el enorme espacio. A mi lado, la pared de metal ondulado lucía el logotipo de la empresa, pero estaba prácticamente tapado del todo con grafitis de pintura en spray. En el oscuro almacén distinguí enormes máquinas, brazos robóticos y camiones medio acabados en una cadena de montaje. Parecía que el lugar llevaba años abandonado.

—¿Estás bien?... —preguntó Leo en cuanto llegó a mi lado, seguido de Jason. Entonces me vio el pie—. Oh, no estás bien.

—Gracias por los ánimos —dije gimiendo—. ¿Y Dari?

—No lo sé —dijo Jason mirando a nuestro alrededor con preocupación, luego volvió a centrarse en mí—. Te pondrás bien. Leo, ¿tienes material de primeros auxilios?

—Sí... sí, claro.

—Bien, iré a buscar a Dari —dijo Jason comenzando a alejarse.

Leo se puso a hurgar en su cinturón portaherramientas y sacó una gasa y un rollo de cinta aislante; ambos parecían demasiado grandes para los bolsillos del cinturón Me había fijado en el cinturón el día anterior por la mañana, pero no se me había ocurrido preguntarle a Leo por él. 

No parecía especial: tan solo uno de esos mandiles de cuero con un montón de bolsillos, como el que podía llevar un herrero o un carpintero. Y parecía vacío.

—¿Cómo has...? —intenté incorporarme e hice una mueca—. ¿Cómo has sacado esas cosas de un cinturón vacío?

—Magia —dijo Leo—. Todavía no sé del todo cómo funciona, pero puedo sacar cualquier herramienta corriente de los bolsillos, además de otras cosas útiles —metió la mano en otro hueco y extrajo una cajita de lata—. ¿Un caramelo de menta?

—Es genial, Leo —Con el corazón aún acelerado por la caída y el dolor palpitante en mi tobillo, observé con alivio cómo Jason regresaba con Darlene en brazos. Sus alas se arrastraban por el suelo de forma desvalida—. ¿Ahora puedes curarlas?

La preocupación se reflejaba en los ojos de Jason mientras la depositaba cuidadosamente a mi lado.

—Soy un mecánico, hombre. Tal vez si fuera un coche... 

—Creo que se golpeó la cabeza, está sangrando un poco aquí —dijo señalando el costado de su cabeza.

Leo chasqueó los dedos.

—Espera, ¿cómo se llama esa cosa curativa de los dioses que dan de comer en el campamento: comida de Rambo?

—Ambrosía, tonto —dije apretando los dientes—. En mi mochila debería haber, si no se ha aplastado, y también debe haber néctar para ella.

Jason me quitó la mochila de los hombros con cuidado. Revolvió entre las provisiones que me habían preparado los hijos de Afrodita y encontró una bolsa de plástico con cierre hermético llena de cuadrados de pasta, como pastelitos de limón hechos pedazos. 

También encontró un termo mediano y se lo entregó a Leo.

Partió un trozo y me lo dio de comer. Su sabor no se parecía en nada a lo que esperaba. Me recordaba la sopa de frijoles que mi padre preparaba cuando era niña. Solía dármela de comer cuando me ponía enferma. El recuerdo me ayudó a relajarme, pero me entristeció. El dolor del tobillo disminuyó.

—Más.

Jason frunció el entrecejo.

—Piper, no deberíamos arriesgarnos. Dijeron que si tomas demasiado te puedes quemar. Me parece que debería intentar encajarte el pie.

Se me revolvió el estómago.

—¿Lo has hecho alguna vez?

—Sí...creo que sí.

Leo arrastró a Darlene hacia él, apoyando con cuidado su cabeza sobre sus piernas y trató de dejar caer un poco de néctar en su boca. 

Jason encontró un viejo trozo de madera y lo partió por la mitad para usarlo a modo de tablilla. A continuación preparó la gasa y la cinta aislante. Leo dejó a Dari acostada en el suelo con la cabeza apoyada en la mochila y se acercó a ayudar a Jason.

—Sujétale la pierna —le dijo Jason—. Esto te va a doler, Piper.

Cuando me encajó el pie, me estremeció tanto que le asesté un puñetazo a Leo en el brazo, y este gritó casi tanto como yo. Una vez que se me aclaró la vista y pude volver a respirar con normalidad, descubrí que el pie me apuntaba a la derecha y que tenía el tobillo entablillado con madera contrachapada, gasa y cinta aislante.

—¡Jo con la reina de la belleza! —Leo se frotó el brazo—. Me alegro de que no me hayas dado en la cara.

—Lo siento. Y no me llames “reina de la belleza” o te daré otro puñetazo.

—Lo han hecho muy bien los dos.

Jason encontró una cantimplora en mi mochila y me ayudó a beber agua. Al cabo de unos minutos, mi estómago empezó a calmarse. 

Dari se removió, comenzando a despertarse y los chicos se apresuraron a ver cómo estaba.

—¿Estás bien? —pregunté con voz temblorosa mientras me acercaba también con algo de dificultad.

Ella parpadeó varias veces, intentando enfocar su mirada en mí. Su rostro estaba pálido y tenía una pequeña herida en el costado de la cabeza, que aún sangraba. Parecía confundida y desorientada.

—¿Dónde estamos? —preguntó débilmente, su voz apenas un susurro.

—Hemos caído en un almacén abandonado —respondió Jason a su lado—. Pero estamos a salvo ahora. Te hemos dado néctar.

Ella asintió e intentó incorporarse, pero un gesto de dolor cruzó su rostro y se aferró al brazo de Leo, quien estaba a su lado.

—No te muevas, princesa —dijo Leo suavemente, la miraba de una manera que era casi como devoción—. Nos salvaste…a los tres. Si estamos vivos es por tí.

Nosotros asentimos. Jason había intentando frenar la caída, pero había sido ella quien había logrado evitar que acabáramos como puré de papas.

Jason se arrodilló junto a ella y examinó su herida en la cabeza con cuidado. Sacó una pequeña botella de agua de mi mochila y utilizó parte de su contenido para limpiar la herida. Luego, envolvió su cabeza con una venda que había encontrado en el kit de primeros auxilios de Leo.

—Deberías descansar un poco —sugirió Jason—. Te has dado un fuerte golpe en la cabeza.

—Nada nuevo —dijo ella.

—¿Cómo es que te lo tomas tan a la ligera? —pregunté.

—Te acostumbrarás —respondió ignorándolo y poniéndose de pie—. Un golpe en la cabeza es el menor de los problemas en una misión. 

Nos quedamos un segundo en silencio, meditando sus palabras. 

Pude oír el viento que aullaba en el exterior. A través del agujero del tejado caían revoloteando copos de nieve, y después de nuestro encuentro con Quíone, lo último que quería ver era nieve.

—¿Qué le ha ocurrido al dragón? —pregunté.

Leo adoptó una expresión hosca.

—No sé qué le ha pasado a Festo. Se echó a un lado como si hubiera chocado contra un muro invisible y empezó a caer.

—Yo te enseñaré con qué facilidad se puede derribar tu espíritu rebelde.

Recordé la advertencia de Encélado. ¿Había conseguido hacerles caer desde tan lejos? Parecía imposible. Si era tan poderoso, ¿por qué necesitaba que yo traicionara a mis amigos cuando podía matarlos él mismo? ¿Y cómo podía vigilarme en medio de un temporal de nieve a cientos de kilómetros de distancia?

Leo señaló el logotipo de la pared.

—Hasta donde estamos...

Costaba ver a través del graffiti, pero distinguir un gran ojo rojo con las letras estarcidas MOTORES MONOCLE, PLANTA DE MONTAJE 1.

—Una planta de coches cerrada —dijo Leo—. Creo que hemos aterrizado en Detroit.

Había oído hablar de las plantas de coches cerradas de Detroit, de modo que tenía sentido, pero parecía un lugar muy deprimente para aterrizar.

—¿A cuánta distancia está de Chicago?

Jason le dio la cantimplora con néctar a Dari para que diera otro trago, evidentemente, ella tenía más control que yo con las cantidades.

—¿A unos tres cuartos del camino desde Quebec? El caso es que, sin el dragón, nos vemos obligados a viajar por tierra.

—Ni hablar —dijo Darlene—. No es seguro.

Me acordé de la forma en que la tierra había tirado de mis pies en el sueño y de que el rey Bóreas había dicho que la tierra todavía albergaba más horrores.

—Tienes razón. Además, no sé si puedo caminar —dije negando con la cabeza—. No es conveniente que vuelvas a volar con las alas después de esa caída. Somos cuatro personas y no puedes llevarnos volando a campo través tú solo, Jason.

—No —dijo Jason—. Leo, ¿estás seguro de que el dragón no ha funcionado mal? O sea, Festo es viejo y...

—¿Y puede que no lo haya reparado bien?

—Yo no he dicho eso —protestó Jason—. Solo que... a lo mejor podrías repararlo.

—No lo sé. —Leo parecía abatido. Sacó unos cuantos tornillos del bolsillo y empezó a toquetearlos—. Tendría que encontrar dónde ha caído, si es que está entero.

—Ha sido culpa mía —dije sin pensar.

Ya no lo soportaba más. El secreto de mi padre me quemaba tanto por dentro como si hubiera comido demasiada ambrosía. Si seguía mintiendo a mis amigos, sentía que quedaría reducida a cenizas.

—Piper —dijo Jason con delicadeza—, tú estabas dormida cuando Festo se averió. No pudo ser culpa tuya.

—Sí, solo estás conmocionada —intervino Leo. Ni siquiera intentó reírse a costa mía—. Te duele el pie. Descansa.

Quería contárselo todo, pero las palabras no le salían de la boca. Los tres se estaban portando muy bien conmigo. Sin embargo, si Encélado estaba vigilándome, decir algo incorrecto podía suponer la muerte de su padre.

Leo se levantó.

—Oye, Jason, ¿por qué no te quedas con ellas, hermano? Yo buscaré a Festo. Creo que cayó fuera del almacén. Si lo encuentro, tal vez pueda averiguar lo que le ha pasado y arreglarlo.

—Es demasiado peligroso —contestó Jason—. No deberías ir solo.

—Bah, tengo cinta aislante y caramelos de menta. No me pasará nada —dijo Leo, demasiado deprisa, y me di cuenta de que estaba mucho más conmocionado de lo que aparentaba—. Pero no se escapen sin mí.

Leo metió la mano en su cinturón mágico, sacó una linterna y bajó la escalera, dejándonos a los tres solos.

—Tienen mejor aspecto —comentó Jason.

No sabía si se refería al pie o al hecho de que ya no estaba embellecida por arte de magia. Tenía los vaqueros hechos jirones de la caída a través del tejado. Las botas estaban salpicadas de nieve sucia y derretida. No sabía qué pinta tenía mi cara, pero seguramente horrible.

¿Qué más daba? Nunca me habían importado esas cosas. 

Ahora si lo decía por Darlene, ella tenía la ropa toda arrugada y llena de polvo por la caída. El cabello despeinado y manchado de sangre, incluso tenía manchas por todas partes del rostro. Las alas habían desaparecido, pero a pesar de todo eso, ella seguía teniendo un aspecto impresionante.

Me fijé bien. Sí, se lo decía a ella. No apartaba la mirada de ella. Jason no le quitaba los ojos de encima, como si necesitara asegurarse de que seguía respirando.

—Gracias, Bingley.

—¿Por qué me sigues diciendo así? —le preguntó confundido.

—No sé, me recuerdas al señor Bingley de Orgullo y Prejuicio —respondió Dari encogiéndose de hombros.

La verdad, ella tenía razón. Jason era demasiado dulce, agradable, educado y respetuoso; igual al señor Bingley. Le quedaba el apodo.

Pero había algo más en él ahora. Algo más contenido, más alerta.

Nos sonrió, pero esa curvita en su boca no le llegaba del todo a los ojos. Parecía más concentrado que otra cosa. Igual que en la azotea de la escuela, justo antes de besarme por primera vez. Tenía esa misma expresión: como si estuviera sopesando todo lo que podía salir mal antes de moverse un centímetro.

Y esa cicatriz del labio…

Mi pecho se apretó. Me reconfortó por un instante, hasta que recordé que ese beso nunca había sucedido en realidad.

—Iré a hacer una inspección de área —dijo poniéndose de pie—. Descansen un poco.

Ambas asentimos, y me giré a verlo marcharse cuando pasó por mi lado.

Mientras observaba a Jason alejarse, sentí un nudo en el estómago. El dolor de mi corazón era tan real como cualquier herida física. La tristeza inundó mi ser, recordándome una vez más que nuestra relación era pura ilusión. Deseaba con todas mis fuerzas que fuera real, que nuestros encuentros y momentos juntos no fueran solo invenciones de mi mente.

Cada vez que lo veía sonreír, sentía un escalofrío de emoción recorrer mi cuerpo. Pero al mismo tiempo, sabía que esa sonrisa no estaba destinada a mí, sino a un sueño fabricado. Me dolía aceptar la verdad, pero no podía escapar de ella. La realidad era implacable y cruel.

—No deberías torturarte así.

La voz de Darlene me sobresaltó, me había olvidado de ella. Estaba parada a unos metros, observando todo con ojos de halcón.

—No sé de qué hablas —espeté en seco.

Ella suspiró, se giró hacia mí y se acercó, poniéndose en cuclillas a mi lado.

—¿Sabes que puedo sentir tus emociones? —preguntó. Abrí la boca sin saber qué decir a eso—. Lo hago, y cada vez que mirás a Jason siento el amor que profesas, pero no es real, Piper. Pero no es que estás enamorada por la magia de Hera, estás enamorada de la idea de la relación que ella les implantó.

—Pero…el amor es magia —discutí—. Tu padre lo provoca, él es el que va por ahí decidiendo las parejas, les dispara. Las hace enamorarse con su magia.

—No es…es… —Dari gimió frustrada conmigo, se pasó las manos por la cara—. Mira, es difícil de explicar. Pero no funciona exactamente como piensas, lo que dicen los historiadores es una cosa y lo que de verdad pasa es otra. Sino, todos actuarían igual a Apolo cuando lo hizo enamorarse de Dafne.

—No comprendo.

—El amor es algo más que magia y química, Piper —dijo tras meditarlo un poco—. Papá no les dispara y ¡puff! Amor por toda la eternidad. Ciertamente no nos disparó a Apolo y a mí para que nos enamoremos, creeme, eso era lo último que quería. En todo caso, lo que hace es generar un enamoramiento cuando alguien te resulta atractivo, sus flechas son más para cumplir los encargos de Afrodita cuando ella o él quieren hacerle daño a alguien. Funcionan como un canalizador de su poder, lo ayudan a que sea más fuerte. Más…obsesivo.

—Supongo…que tiene sentido —murmuré frunciendo el ceño.

—¿Pero amor? Amor es…en algún punto, ese enamoramiento, esa magia inicial de mi papá se desvanece poco a poco, dejas de ver todo tan perfecto y es ahí cuando eliges seguir adelante. En mi opinión, eso es el verdadero amor. Es determinación, una decisión propia, y cuando eliges pasar tu vida con alguien, decides amarlo por siempre con sus defectos y virtudes, no te permites otra opción. 

Mis labios temblaron mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas. No quería admitirlo, pero Dari tenía razón. Cada vez que estaba con Jason, sentía una conexión intensa y apasionada, pero sabía en lo más profundo de mi ser que era una conexión basada en falsedades. La magia de Hera nos había unido en un vínculo irreal, y eso me atormentaba.

Aun así…

—Él en serio me gusta —sollocé.

—Entiendo que te aferres a la esperanza de que haya algo verdadero entre tú y Jason, pero no puedes construir una relación basada en ilusiones. Debes dejar que la magia se desvanezca por completo antes de poder evaluar tus sentimientos de manera genuina. No puedes tomar decisiones sobre el amor en medio de todo este caos.

Sus palabras me cayeron como un balde de agua. Mis ojos se llenaron de lágrimas. El nudo en mi estómago se apretó aún más, y finalmente dejé escapar un sollozo contenido.

—Pero, ¿qué hago? —pregunté, sintiéndome perdida y desesperada—. No sé cómo lidiar con esto. No quiero perder a Jason.

Se pasó la lengua por los labios agrietados, sus ojos cansados parecían llenos de pesar y sufrimiento.

—Los juegos de los dioses son realmente crueles —masculló—. Hera te ha jugado una cruel trampa, Piper. Aunque no quieras dejarlo ir, debes hacerlo. Jason tiene una vida que no recuerda en alguna parte y no sabemos si tiene a alguien buscándolo. Quién sabe si tiene o no una pareja o algo así. Solo piensalo, mira a Annabeth buscando a Percy y que le haya hecho lo que le hizo a Jason contigo. No sé cómo se lo tomaría ella, cómo se lo tomaría él cuando se diera cuenta.

El pensamiento de que podría haber una novia, una amante o cualquier persona significativa en su vida me atormentaba.

Mis dedos se crisparon con fuerza alrededor del borde de mi chaqueta. Cerré los ojos e intenté controlar mi respiración agitada.

—No sé si pueda soportarlo…

—Tienes que hacerlo, Piper —murmuró—. Creo que lo mejor que puedes hacer es dejar que la magia se desvanezca, conocerlo y así sabrás si es el indicado. Si están destinados a estar juntos, se enamoraran de verdad; pero hasta que no dejen que la magia se vaya seguirán enfrascados en una relación falsa, anhelando algo que no es real.

Sollocé, no quería hacerlo. No quería dejar ir el amor que tenía por él, aunque sabía que no era real, para mí se sentía como tal. Cada pequeño momento que pasamos juntos, había sido real para mí y ahora debía renunciar a esos recuerdos porque nunca ocurrieron.

—¿Por qué los dioses son tan crueles? —dije entre hipidos.

Dari bajó la mirada, dejando escapar un suspiro resignado.

—Piper, ¿sabes cómo empezó mi relación con Apolo? —preguntó mirando una pulsera dorada en su muñeca, tenía solo dos dijes colgando en ella: una rosa negra y una flor de loto rosa.

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La historia de amor de Darlene era digna de una verdadera tragedia griega antigua. Pactada por una profecía, destinada a ser el amor eterno de un dios que juró venganza contra su padre.

Un dios que había sido padre de su alma gemela, un alma gemela que había muerto hacía unos meses atrás dando su vida para que ella pudiera vivir.

Y mi madre había estado implicada en muchos todos los eventos que habían llevado a que Darlene eligiera a Apolo por encima de Michael Yew, llegando tan lejos que incluso le quitó su vínculo de almas gemelas para que no sintiera la conexión con él en cuanto lo conoció.

Y yo que pensaba que Hera había sido una bruja con lo que nos había hecho a Jason y a mí.

—¿Cómo puedes seguir defenfiéndola? —pregunté negando con la cabeza. Me sentía cada vez más decepcionada de ser hija de Afrodita.

—Porque no fue solo su culpa, Piper —dijo acariciando con amor la rosa de la pulsera—. Todos la tuvimos, en mayor o menor medida, todos tuvimos culpa. Apolo, mi padre, Afrodita, yo…Michael fue el único que no se equivocó, me amó hasta su último aliento y es algo que nunca olvidaré. Llevaré su amor marcado en mi alma por siempre, y su ausencia es un dolor y vacío constante que Apolo nunca podrá llenar, pero aún así es el amor de mi vida —dijo sonriendo con tristeza mientras deslizaba sus dedos por el trébol—. Soy feliz con él, quizá no plenamente porque he perdido una parte de mi alma, pero sí muy feliz. Y no me arrepiento de elegirlo.

La miré sintiendo compasión. Ahora podía comprender por qué siempre parecía rota, porque parecía tan cansada y aun así seguía sonriendo. Estaba intentando valorar la vida que Michael Yew le había entregado.

—Es… —No sabía qué decir, cada minuto que pasaba con ella la admiraba más y más. Su fuerza, voluntad y corazón eran maravillosos.

—Solo quiero que entiendas, que el amor es una fuerza peligrosa, sobre todo cuando es real —dijo apoyando la mano en mi hombro—. Lo que sientes ahora es solo una pequeña parte. Pasará, dejarás de sentirte mal cada vez que veas a Jason por querer algo que pensaste que estaba ahí. Sé paciente, y la vida te dirá si lo que tuvieron aún puede ser, pero no lo presiones. Forzar el amor nunca resulta bien. 

Asentí, sabiendo que tenía razón, aunque no sería nada fácil.

—¿No te asusta?

—¿Qué cosa?

—El amor —-murmuré—. Pareces conocer todo sobre eso, conoces sus lados buenos y manos. ¿No te asusta?

—Oh, sí. De hecho me aterra, pero al mismo tiempo, es lo más grande que me ha podido pasar. Por eso te dije que es una elección constante, eliges ese amor a pesar del miedo. Yo elegí amar a Apolo, elegí estar a su lado aún cuando sé que el matrimonio con un dios no será un cuento de hadas. Mierda, ni siquiera siendo novios es un cuento de hadas. No será fácil, va a haber felicidad y dolor, quizá más dolor que felicidad; y bueno, la vida de los dioses es solitaria por todo el tema de sus egos y delirios de percusión. Yo sabía eso, y lo elegí porque después de todo lo que pasó en los últimos meses, Apolo es lo único que me mantiene cuerda, y perderlo, dejarlo ir… —Sus ojos estaban llenos de lágrimas—. No creo soportar seguir adelante sin él. 

«Vaya. Y yo creía estar enamorada».

—Se nota que lo amas —murmuré.

Ella sonrió con tristeza.

—Él hace que me sienta como una protagonista de fanfic sin personalidad.

—¿Eh?

—Lo amo tanto, Piper, pero no quiero depender de él. No quiero que mi vida giré a su alrededor, porque sé que si me hace daño…bueno, no podré soportarlo. La idea de dejarlo se siente… —Respiró profundo—. Se siente como si fueran a arrancarme el corazón. Pero me estoy arriesgando, estoy arriesgando la posibilidad de acabar destruida por él, porque sé que me ama y aún cuando todos digan lo contrario, quiero elegir confiar en él.

—¿Incluso con los hijos?

Frunció el ceño.

—¿Qué?

—Bueno…ya sabes… —balbuceé, de golpe parecía molesta—. Los dioses y sus…aventuras. 

—Ah, eso.

—Sí. Eso.

Ella lo meditó.

—Es…complicado. —Fue lo único que dijo, al parecer era un tema muy íntimo entre ellos dos. Así que no insistí.

Miré el logotipo de la pared: MOTORES MONOCLE y el ojo rojo. Aquel logotipo tenía algo que la inquietaba.

Tal vez era la idea de que Encélado estuviera vigilándome, reteniendo a mi padre para hacer presión. Tenía que salvarlo, pero ¿cómo podía traicionar a mis amigos? 

—Darlene…hablando de sincerarnos, tengo que decirte algo... algo sobre mi padre...

No tuve ocasión. En algún lugar situado debajo, se oyó un ruido de metal entrechocando, como si una puerta se hubiera cerrado de un portazo. El sonido resonó por el almacén.

Dari se paró, sacó de su cabello la horquilla y dejó que se convirtiera en su espada. Se asomó por encima de la barandilla.

—¿Leo? —gritó—. ¿Jason?

No hubo respuesta. Se agachó junto a mí.

—Esto no me gusta.

—No puedo dejarte sola.

—No me pasará nada —estaba aterrada, pero no pensaba reconocerlo. Desenvainé mi daga Katoptris e intenté parecer segura—. Si se acerca alguien, lo atravesaré.

Ella vaciló.

—Te dejaré la mochila. Si no he vuelto en cinco minutos...

—¿Me dejo llevar por el pánico?

Dari esbozó una sonrisa.

—El pánico a veces es bueno, te mantiene viva.

A continuación se dirigió a la escalera y desapareció en la oscuridad.

Conté las veces que respiraba, intentando calcular cuánto tiempo había pasado. Perdí el hilo en torno al cuarenta y tres. Entonces algo estalló en el almacén.

El eco cesó. Se me aceleró el corazón, pero no grité. Mi instinto me decía que podía no ser buena idea.

Me miré el tobillo entablillado. 

«No es que pueda correr». 

Acerqué mi mano a la mochila y saqué los cuadrados de ambrosía. Una cantidad excesiva me quemaría, pero ¿un poco más me curaría el tobillo?

«Bum».

Esta vez el sonido venía de más cerca, justo encima de mí. Saqué un cuadrado entero de ambrosía y me lo metí en la boca. El corazón me empezó a latir a toda velocidad. Notaba un calor febril en la piel.

Flexioné el tobillo con indecisión contra la tablilla. Ni dolor ni la más mínima rigidez. Corté la cinta aislante con la daga y escuché unas pisadas fuertes en la escalera, como de botas metálicas.

¿Habían pasado cinco minutos? ¿Más tiempo? Las pisadas no eran de Darlene, ella tenía tacones, me daría cuenta si era ella, tampoco podría ser Jason, a menos que estuviera cargando a Leo. Al final no pude soportarlo.

—¿Jason? —grité, agarrando la daga.

—Sí —dijo él desde la oscuridad—. Estoy subiendo.

Sin duda, era la voz de Jason. Entonces, ¿por qué el instinto me decía que huyera?

Me levanté haciendo un esfuerzo. Las pisadas se acercaban.

—Tranquila.

En lo alto de la escalera, una cara surgió de la oscuridad: una espantosa sonrisa negra, una nariz aplastada y un solo ojo inyectado en sangre en medio de la frente.

—No te preocupes —dijo el Cíclope, imitando a la perfección la voz de Jason—. Llegas justo a tiempo para la cena.

🫦En el próximo capítulo de viene nuestro Sunshine y sus celos🫦

Para quienes no están en el canal, estoy subiendo de a un fanfic a la vez. Ya terminamos el primer arco en Burn Me y ahora le toca a Anhelos. Será hasta el final de este arco el único que estaré subiendo.

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