ᴀ ʀᴀᴄʜᴇʟ ʟᴇ ꜱᴀʟᴇɴ ꜱᴇʀᴘɪᴇɴᴛᴇꜱ ᴘᴏʀ ʟᴀ ʙᴏᴄᴀ
(La misión de rescate que nadie quiere hacer)
PIPER
ME DESPERTÉ SINTIÉNDOME COMO SI UNA COMPAÑÍA DE BAILE IRLANDES ME HUBIERA PISOTEADO.
Me dolía el pecho y apenas podía respirar. Alargué el brazo y cerré la mano en torno a la empuñadura de la daga que me había dado Annabeth: Katoptris, el arma de Helena de Troya.
De modo que el Campamento Mestizo no había sido un sueño.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó alguien.
Intenté enfocar la vista. Estaba tumbada en una cama con una cortina blanca a un lado, como en una enfermería. La chica pelirroja, Rachel Dare, estaba sentada a mi lado. En la pared había un póster de una caricatura de un sátiro con un termómetro asomándole por la boca, que guardaba un inquietante parecido con el entrenador Hedge. El pie rezaba: "¡No dejes que la enfermedad afecte a tu cabra!".
—¿Dónde...? —Mi voz se apagó cuando vi al chico que estaba en la puerta.
Parecía el típico surfista californiano: era musculoso y bronceado, tenía el cabello rubio e iba vestido con pantalón corto y camiseta de manga corta. Pero tenía cientos de ojos azules por todo el cuerpo: en los brazos, en las piernas y por toda la cara. Incluso sus pies tenían ojos, que la miraban por entre las tiras de sus sandalias.
—Es Argos —dijo Rachel—, nuestro jefe de seguridad. Solo está echando un ojo... por así decirlo.
Argos asintió y guiñó el ojo de su barbilla.
—¿Dónde...? —intenté preguntar de nuevo, pero me sentí como si tuviera la boca llena de algodón.
—Estás en la Casa Grande —dijo Rachel—. Las oficinas del campamento. Te trajimos aquí cuando te desmayaste.
—Me agarraste —recordó Piper—. La voz de Hera...
—Lo siento mucho —se disculpó Rachel—. Créeme, no fue idea mía dejarme poseer. Quirón te curó con néctar...
—¿Néctar?
—La bebida de los dioses. En pequeñas cantidades, cura a los semidioses. Eso si no te..., ejem..., achicharra.
—Ah. Qué divertido.
Rachel se inclinó hacia delante.
—¿Te acuerdas de la visión que tuviste?
Me asusté por un momento, pensando que se refería al sueño del gigante.
Entonces me di cuenta de que Rachel estaba hablando de lo que había ocurrido en la cabaña de Hera.
—A la diosa le pasa algo. Me dijo que la liberara, como si estuviera atrapada. Dijo que la tierra nos iba a engullir y mencionó algo del fuego y algo sobre el solsticio.
En el rincón, Argos emitió un sonido cavernoso con el pecho. Todos sus ojos parpadeaban al mismo tiempo.
—Hera creó a Argos —explicó Rachel—. Es muy sensible en lo tocante a la seguridad de ella. Intentamos evitar que llore, porque la última vez que lo hizo provocó toda una inundación.
Argos se sorbió la nariz. Tomó un puñado de pañuelos de papel de la mesita de noche y empezó a secarse los ojos de todo el cuerpo.
—Entonces... —Procuré no mirar como Argos se enjugaba las lágrimas de los codos—, ¿qué le ha pasado a Hera?
—No estamos seguros —contestó Rachel—. Ah, Darlene, Annabeth y Jason han venido a verte. Jason no quería dejarte, pero a Annabeth se le ocurrió una idea: algo que podría devolverle los recuerdos.
—Eso es... es estupendo.
¿Había venido Jason a verme? Deseé haber estado consciente. Pero si él recuperaba los recuerdos, ¿sería algo bueno? Todavía albergaba la esperanza de que nos conociéramos realmente. No quería que nuestra relación fuera solo un embuste de la Niebla.
«Olvídate», pensé. Si iba a salvar a mi padre, daba igual si a Jason le gustaba o no. Acabaría odiándome Todo el mundo lo haría.
Miré la daga ceremonial que tenía sujeta al costado. Annabeth había dicho que era una señal de poder y estatus, pero que normalmente no se utilizaba en combate. Todo apariencia y nada de sustancia.
«Un fraude, igual que yo».
Se llamaba Katoptris, espejo. No me atrevía a volver a desenvainarla porque no soportaba ver su reflejo.
—No te preocupes —Rachel me apretó el brazo—. Jason parece un buen chico. Él también tuvo una visión, muy parecida a la tuya. No sé lo que le está pasando a Hera, pero creo que los dos están destinados a trabajar juntos.
Rachel sonrió como si fuera una buena noticia, pero me desmoralizó todavía más. La misión, fuera cual fuese, afectaría a gente anónima. Y ahora Rachel me estaba diciendo básicamente: "¡Buenas noticias! ¡No solo un gigante caníbal exige un rescate por tu padre, sino que también vas a traicionar al chico que te gusta! ¿A que es alucinante?".
—Oye —dijo Rachel—. No llores. Ya lo solucionarás.
Me enjuagué las lágrimas, tratando de controlarme. Aquello era impropio de mí. Se suponía que era dura: una ladrona de coches curtida, el azote de los colegios privados de Los Ángeles. Y allí estaba, llorando como un bebé.
—¿Cómo sabes a lo que me enfrento?
Rachel se encogió de hombros.
—Sé que es una decisión difícil, y que no tienes muchas opciones. Como te dije, a veces tengo corazonadas. Pero te van a reconocer en la fogata. Estoy prácticamente segura. Cuando sepas quién es tu madre, puede que las cosas se vean más claras.
«Más claras» pensé «No necesariamente mejores».
Me incorporé en la cama. Me dolía la frente como si me hubieran clavado una punta entre los ojos.
—No hay forma de recuperar a tu madre —me dijo papá. Pero, al parecer, esa noche mi madre podría reconocerme. Por primera vez, no estaba segura de desearlo.
—Espero que sea Atenea.
Alcé la vista, con miedo a que Rachel se burlara de ella, pero el oráculo se limitó a sonreír.
—Lo entiendo perfectamente, Piper. ¿Quieres que te diga la verdad? Creo que Annabeth espera lo mismo. Se parecen mucho.
La comparación hizo que me sintiera todavía más culpable.
—¿Otra corazonada? No sabes nada de mí.
—Te sorprenderías.
—Solo lo dices porque eres un oráculo, ¿verdad? Se supone que tienes que parecer misteriosa.
Rachel se echó a reír.
—No reveles mis secretos, Piper. Y no te preocupes. Las cosas se solucionarán..., solo que tal vez no como tú crees.
—Eso no me hace sentir mejor.
En algún lugar a lo lejos sonó una caracola. Argos gruñó y abrió la puerta.
—¿La cena? —aventuró Piper.
—Has estado durmiendo mientras cenábamos —dijo Rachel—. Es la hora de la fogata. Vamos a averiguar quién eres.
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Me ponía los pelos de punta asistir a la fogata Me hacía pensar en la enorme hoguera morada de mis sueños y en mi padre atado a una estaca.
Lo que me encontré era casi más aterrador: gente cantando a coro.
Los escalones del anfiteatro estaban tallados en la ladera de una colina, de cara al foso bordeado de piedras. Cincuenta o sesenta chicos llenaban las filas, apiñados en grupos bajo varias banderas.
Vi a Jason en la parte de delante junto a Annabeth. Leo estaba cerca, sentado con un puñado de chicos de aspecto fornido debajo de una bandera gris metálico decorada con un martillo.
Darlene llegó junto a un chico alto con tatuajes. Me quedé observándolo embobada. Era guapísimo, con aire de chico malo con sonrisa sexy, pero mirada cálida. Él le dio un abrazo y se acercó a sentarse junto a Leo.
Ella en cambio, no fue a sentarse con las Barbies, sino que se sentó frente al fuego, entre media docena de campistas con guitarras y extrañas harpas anticuadas, supuse que eran liras; daban saltos, entonando una canción sobre las piezas de una armadura, algo relacionado con la vestimenta de su abuela para la guerra.
Todo el mundo cantaba con ellos e indicaba con gestos las piezas de la armadura y bromeaba. Muy posiblemente, era lo más raro que había visto en mi vida: una de esas canciones de fogata que habría resultado totalmente bochornosa de día; pero en la oscuridad, con la participación de todo el mundo, era bastante cursi y divertida.
A medida que la energía aumentaba, las llamas también aumentaron y pasaron del color rojo al naranja y el dorado.
Finalmente, la canción terminó con un montón de ruidosos aplausos. Un hombre montado a caballo se acercó trotando. Al menos, a la luz parpadeante de la fogata, pensé que era un hombre montado a caballo.
Entonces me di cuenta de que era un centauro.
—¡Muy bien! Un recibimiento especial para nuestros nuevos invitados. Soy Quirón, el director de actividades del campamento, me alegro de que todos hayan llegado vivos y con la mayoría de las extremidades intactas. Les prometo que dentro de un momento comeremos galletas con chocolate y malvavisco, pero antes…
—¿Qué pasa con el juego de captura la bandera? —chilló alguien.
Brotaron gruñidos entre algunos chicos con armadura sentados bajo una bandera roja con el emblema de la cabeza de un jabalí.
—Sí —contestó el centauro—. Sé que los de la cabaña de Ares están deseando volver al bosque para jugar.
—¡Y matar a gente! —gritó uno de ellos.
—Sin embargo —dijo Quirón—, hasta que el dragón esté controlado, no será posible. Cabaña nueve, ¿algo de lo que informar al respecto?
El centauro se volvió hacia el grupo de Leo. Leo me guiñó el ojo e hizo como si le disparara con una pistola invisible. La chica que tenía al lado se levantó con nerviosismo. Llevaba una chaqueta militar muy parecida a la de Leo y el pelo cubierto con un pañuelo rojo.
—Estamos trabajando en ello.
Más gruñidos.
—¿Cómo, Nyssa? —preguntó un chico de la cabaña de Ares.
—Muy duro —contestó la chica.
Nyssa se sentó acompañada de abundantes gritos y quejas, que hicieron que el fuego chisporroteara de forma caótica. Quirón pateó las piedras del foso de la hoguera con sus cascos clac, clac, clac, y los campistas se quedaron callados.
—Tendremos que ser pacientes —dijo Quirón—. Mientras tanto, tenemos asuntos más urgentes que tratar.
—¿Y Percy? —preguntó alguien.
El fuego se atenuó todavía más, pero yo no necesitaba las llamas ambientales para percibir la inquietud de la gente.
Quirón señaló con la mano a Annabeth. La chica respiró hondo y se levantó.
—No he encontrado a Percy —anunció. Su voz se entrecortó un poco al decir su nombre—. No estaba en el Gran Cañón, como yo creía. Pero no vamos a rendirnos. Tenemos equipos por todas partes. Grover, Tyson, Nico, las Cazadoras de Artemisa: todo el mundo lo está buscando. Lo encontraremos. Quirón ha propuesto otra cosa. Una nueva misión.
—Es la Gran Profecía, ¿verdad? —gritó una chica.
Todo el mundo se volvió a la vez. La voz procedía de un grupo de chicos que se encontraban al fondo, sentados bajo una bandera de color rosa con el emblema de una paloma. Habían estado charlando entre ellos sin prestar demasiada atención hasta que su líder se levantó: Drew.
El resto de personas se quedaron sorprendidas. Al parecer, Drew no se dirigía a la multitud muy a menudo.
—¿Drew? —dijo Annabeth—. ¿A qué te refieres?
—Vamos —Drew extendió las manos como si la verdad fuera algo evidente—. El Olimpo está cerrado. Percy ha desaparecido. Hera te manda una visión y vuelves con tres semidioses nuevos en un solo día. Está pasando algo raro. La Gran Profecía ha empezado, ¿verdad?
—¿Qué es eso de la Gran Profecía? —susurré a Rachel.
Entonces me di cuenta de que el resto de los presentes también estaba mirando a Rachel.
—¿Y bien? —gritó Drew—. Tú eres el oráculo. ¿Ha empezado o no?
Los ojos de Rachel daban miedo a la luz del fuego. Temí que se pusiera rígida y la poseyera otra vez una extraña diosa de los pavos reales, pero dio un paso adelante con serenidad y se dirigió al campamento.
—Sí. La Gran Profecía ha empezado.
Se armó un tremendo jaleo.
Jasón intentaba llamar mi atención desde el otro lado de la fogata. Dijo con los labios: “¿Estás bien?”.
Asentí y entonces esbozó una sonrisa, pero a continuación apartó la vista. Resultaba demasiado doloroso verlo y no estar con él.
Cuando por fin cesaron las conversaciones, Rachel dio otro paso hacia el público, y más de cincuenta semidioses se apartaron de ella, como si una mortal pelirroja y flacucha fuera más intimidante que todos ellos juntos.
—Para los que no la hayan oído —dijo Rachel—, la Gran Profecía fue mi primera predicción. Llegó en agosto. Dice así:
Nueve mestizos responderán a la llamada.
Bajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer...
Jason se levantó de repente. Tenía una mirada de loco, como si le hubieran disparado con una pistola eléctrica.
Incluso Rachel pareció sorprendida.
—¿J... Jason? —dijo—. ¿Qué...?
—Ut cum spiritu postrema sacramentum dejuremus. Dens promissum in rivo originis —recitó—. Et hostes ornamenta addent ad ianuam necem.
Un silencio incómodo se instaló en el grupo. Noté, por sus caras, que varios estaban intentando traducir los versos. Sabía que estaban en latín, pero no estaba segura de por qué el que esperaba fuera mi futuro novio de repente estaba recitando como un sacerdote católico.
—Acabas de pronunciar la profecía —dijo Rachel tartamudeando—. “…Un juramento que mantener con un último aliento. Una promesa rota sumergida en el río de su origen, Y los enemigos en armas ante las Puertas de la Muerte”. ¿Cómo has conseguido...?
—Conozco esos versos —Jason hizo una mueca y se llevó las manos a las sienes—. No sé cómo, pero conozco la profecía.
—En latín, nada menos —gritó Drew—. Guapo y listo.
Se oyeron risitas procedentes de la cabaña de Afrodita.
«Dios, qué grupo de idiotas», pensé.
Pero eso no ayudó a aliviar la tensión. La fogata emitía un tono verde nervioso y caótico.
Jason se sentó con cara de vergüenza, pero Annabeth le puso una mano en el hombro y le murmuró algo tranquilizador.
No pude evitar los celos. Debería ser yo la que estuviera a su lado, consolándolo.
Rachel Dare todavía parecía un poco afectada. Lanzó una mirada hacia atrás a Quirón en busca de asesoramiento, pero el centauro permaneció serio y callado.
—Bueno —dijo Rachel, tratando de recuperar la compostura—. Así que esa es la Gran Profecía. Esperaba que tardara años en cumplirse, pero me temo que está empezando. No puedo darles ninguna prueba. Solo es una impresión. Y como ha dicho Drew, está pasando algo raro. Los nueve semidioses, quienquiera que sean, todavía no se han reunido. Tengo la sensación de que algunos están presentes esta noche y de que otros no.
Los campistas empezaron a moverse y a murmurar, mirándose unos a otros con nerviosismo, hasta que una voz soñolienta gritó entre la multitud:
—¡Estoy aquí! Ah..., ¿estaban pasando lista?
—Vuelve a dormirte, Clovis —chilló alguien, y muchas personas se echaron a reír.
—En fin —prosiguió Rachel—, no sabemos lo que significa la Gran Profecía. No sabemos el desafío al que se enfrentarán los semidioses, pero, como la primera Gran Profecía predijo la guerra de los titanes, podemos suponer que la segunda predecirá algo como mínimo igual de malo.
—O peor —murmuró Quirón.
Tal vez no pretendía que todos le oyeran, pero eso es lo que pasó.
Inmediatamente la fogata adquirió un tono púrpura oscuro, el mismo color de mi sueño.
—Lo que sí sabemos es que la primera fase ha empezado —dijo Rachel—. Ha surgido un problema importante y necesitamos emprender una misión para solucionarlo. Hera, la reina de los dioses, ha sido capturada.
Silencio de estupefacción. Los cincuenta semidioses empezaron a hablar al unísono.
Quirón golpeó de nuevo con su casco, pero aun así Rachel tuvo que esperar para volver a captar la atención de los presentes.
Les habló del incidente de la plataforma del Gran Cañón: que Gleeson Hedge se había sacrificado cuando los espíritus de la tormenta habían atacado y que los espíritus habían advertido que solo era el principio. Al parecer servían a una gran señora que pretende destruir a todos los semidioses.
Les habló de mi desmayo en la cabaña de Hera. Traté de mantener una expresión serena cuando noté a Drew en la fila del fondo imitando un desvanecimiento y a sus amigas riendo tontamente.
«Que Darlene me perdone, pero sus antiguas compañeras son las mayores taradas que he visto en mi vida» pensé rodando los ojos.
Al final, Rachel les habló de la visión que había tenido Jason en la sala de estar de la Casa Grande. El mensaje que Hera le había transmitido era tan parecido que me recorrió un escalofrío. La única diferencia era que Hera me había advertido que no la traicionara:
—Si te doblegas a su voluntad, su rey se alzará y nos condenará a todos.
Hera estaba al corriente de la amenaza del gigante. Pero si eso era cierto, ¿por qué no había avisado a Jason y me había desenmascarado como agente enemiga?
—Jason, ejem...¿te acuerdas de tu apellido? —dijo Rachel. Él parecía cohibido, pero negó con la cabeza—. Entonces te llamaremos simplemente Jason. Está claro que Hera te ha encargado una misión.
La pelirroja hizo una pausa, como para dar a Jason la oportunidad de oponerse a su destino. Todas las miradas estaban posadas en él; la presión era tal que pensé que yo me habría venido abajo en su situación.
Sin embargo, él se mostró valiente y decidido. Apretó la mandíbula y asintió con la cabeza.
—Estoy de acuerdo.
—Deberás salvar a Hera para impedir un gran mal —prosiguió Rachel—. Que se alce algún tipo de rey. Por motivos que todavía no entendemos, deberá ocurrir en el solsticio de invierno, a solo cuatro días de hoy.
—Es el día del consejo de los dioses —señaló Darlene—. Si ellos todavía no saben que Hera ha desaparecido, sin duda para entonces se percatarán de su ausencia. Probablemente empiecen a pelearse, acusándose unos a otros de haberla capturado. Es lo que suelen hacer.
—Pues ella debería tenerlo todo un poco más claro —murmuró por lo bajo Drew—, es la puta de un dios después de todo. Estaría bien que nos sirviera para darnos más información.
—¿Qué dijiste?
Disfruté como Drew se paralizó de miedo cuando notó la mirada de Darlene sobre ella. La hija de Eros tenía unos ojos rojos como la sangre que eran capaces de helar las venas a cualquiera. No me gustaría ser la receptora de esa mirada.
—Nada, nada.
—El solsticio de invierno —dijo Quirón, tratando de evitar una pelea— también es el momento de mayor oscuridad. Los dioses se reúnen ese día, como siempre han hecho los mortales, porque la unión hace la fuerza. El solsticio es un día en el que la magia perversa es muy fuerte. Magia antigua, más vieja que los dioses. Es un día en el que las cosas...se agitan.
Lo dijo como si agitar fuera algo totalmente siniestro: como si fuera un crimen en primer grado, no algo que se hacía con el jugo embotellado antes de beberlo.
—De acuerdo —dijo Darlene, fulminando con la mirada al centauro—. Gracias, capitán Animado. Sea lo que sea lo que esté pasando, estoy de acuerdo con Rachel. Jason ha sido elegido para dirigir esta misión, así que...
—¿Por qué no ha sido reconocido? —gritó alguien de la cabaña de Ares—. Si es tan importante...
—Ha sido llamado —anunció Quirón—. Hace mucho. Jason, hazles una demostración.
Al principio, Jason no pareció entenderle. Dio un paso adelante con nerviosismo.
«Se ve espectacular con su cabello rubio brillando a la luz del fuego y sus facciones regías como las de una estatua romana» no pude evitar pensar.
Me lanzó una mirada, y asentí de forma alentadora. Le hice un gesto como si lanzara una moneda al aire.
Jason se metió la mano en el bolsillo. La moneda lanzó destellos en el aire, y cuando la atrapó con la mano, estaba sujetando una lanza de oro de un metro ochenta de alto con una punta en un extremo.
Los otros semidioses se quedaron boquiabiertos. Rachel y Annabeth retrocedieron para evitar la punta, que parecía puntiaguda como un punzón de hielo.
—¿No era...? —Annabeth vaciló—. Creía que tenías una espada.
—Bueno..., creo que ha salido cara —dijo Jason—. La misma moneda, pero un arma de largo alcance.
—¡Hermano, yo quiero una! —gritó alguien de la cabaña de Ares.
—¡Es mejor que la lanza eléctrica de Clarisse, Lamer! —convino uno de sus hermanos.
—Eléctrica —murmuró Jason, como si fuera una buena idea—. Retirense.
Annabeth y Rachel captaron el mensaje. Jason levantó la jabalina, y un trueno hendió el cielo. Se me erizó todo el vello de los brazos. El relámpago descendió a través de la punta dorada de la lanza y alcanzó la fogata con la fuerza de un obús.
Cuando el humo se despejó y el zumbido disminuyó en mis oídos, vi que todo el campamento permanecía paralizado de asombro, medio ciego, cubierto de cenizas, mirando fijamente el lugar donde antes estaba la lumbre.
Llovían cenizas por todas partes. Un madero encendido se había ensartado a escasos centímetros de Clovis que ni se había movido pese a todo el desastre.
Jason bajó la lanza.
—Eh..., perdón.
Quirón se quitó unas ascuas encendidas de la barba. Hizo una mueca como si sus peores temores se hubieran confirmado.
—Tal vez te has pasado un poco de la raya, pero nos has convencido. Creo que sabemos quién es tu padre.
—Júpiter —dijo Jason—. Digo, Zeus. El señor del cielo.
—Oh mierda —alcancé a escuchar a Darlene murmurar.
Yo no le veía nada de malo. De hecho, me era perfectamente lógico. El dios más poderoso, el padre de todos los grandes héroes de los mitos antiguos: el padre de Jason no podía ser otro.
Me encontré sonriendo enamorada.
Pero al parecer, el resto del campamento no estaba tan seguro. Estalló el caos, con docenas de personas haciendo preguntas, hasta que Annabeth levantó los brazos.
—¡Un momento! —dijo—. ¿Cómo es posible que sea hijo de Zeus? Los Tres Grandes... Su pacto de no tener hijos mortales...
—Ay por favor, Annabeth —exclamé Darlene—. ¿Cuál es la parte que te sorprende de que Zeus rompiera su promesa de no tener más semidioses?
—¿Pero cómo es posible que no hayamos sabido antes de él? —insistió la rubia.
Quirón no contestó, pero me dio la impresión de que lo sabía. Y de que la verdad no era una buena noticia.
—Lo importante es que Jason está ahora aquí —dijo Rachel—. Tiene que cumplir una misión, lo que significa que necesitará su propia profecía.
Cerró los ojos y se desvaneció. Dos campistas se adelantaron apresuradamente para sujetarla. Un tercero corrió a un lado del anfiteatro y tomó un taburete de bronce con tres patas, como si hubieran sido entrenados para esa función. Sentaron a Rachel con cuidado en el taburete delante de la fogata desbaratada.
Sin el fuego, la noche era oscura, pero una niebla verdosa empezó a arremolinarse alrededor de los pies de la chica. Cuando abrió los ojos, estaban brillantes. Un humo color esmeralda le brotó de la boca.
La voz que salió de ella era áspera y antigua: el sonido que emitiría una serpiente si pudiera hablar:
Hijo del rayo, de la tierra guárdate.
La venganza de los gigantes a los nueve verá nacer.
La fragua y la paloma romperán la celda.
La favorita del sol alumbra la senda por el camino incierto.
Y la muerte se desatará con la ira de Hera.
Al pronunciar la última palabra, Rachel se desplomó, pero sus ayudantes estaban esperando para cogerla. La apartaron de la fogata y la colocaron en el rincón para que descansara.
—¿Es normal? —pregunté. Y enseguida me di cuenta de que había roto el silencio y todo el mundo estaba mirándome—. Quiero decir..., ¿echa humo verde a menudo?
—¡Oh, dioses, mira que eres corta! —dijo Drew con desprecio—. Acaba de pronunciar una profecía: ¡la profecía de Jason para salvar a Hera! ¿Por qué no te...?
—Drew, estás colmando mi paciencia, así que cierra el pico —espetó Darlene mirándola con el ceño fruncido—. Piper es nueva, es normal que tenga dudas y lo normal es responderlas.
—Además, ha hecho una pregunta razonable —agregó Annabeth—. Hay algo en esa profecía que desde luego no es normal. Hay algo en esa profecía que desde luego no es normal.
—Por supuesto que no es normal —rebatió Dari—, para empezar es una quintilla. Eso nunca es una buena señal.
Rachel asintió a mi comentario, pero Annabeth siguió con su análisis.
—Es que si el hecho de romper la celda de Hera desata su ira y provoca muchas muertes..., ¿por qué íbamos a liberarla? Podría ser una trampa o... o tal vez Hera se vuelva contra los que vayan a rescatarla. Nunca se ha portado bien con los héroes.
Jason se levantó.
—No tengo muchas opciones. Hera me ha robado la memoria. Necesito recuperarla. Además, no podemos no ayudar a la reina de los cielos si está en apuros.
—Yo al menos me lo cuestionaría si ayudarla o no —murmuró Dari, y algunos de los chicos a su alrededor se rieron por lo bajo.
Una chica de la cabaña de Hefesto se levantó: Nyssa, la del pañuelo rojo.
—Tal vez. Pero deberías escuchar a Annabeth. Hera puede ser vengativa. Tiró a su propio hijo, nuestro padre, por una montaña solo porque era feo.
—Muy feo —añadió en tono de mofa alguien de la cabaña de Afrodita.
—¡Cállate! —gruñó Nyssa—. También tenemos que averiguar por qué hay que guardarse de la tierra. ¿Y qué es la venganza de los gigantes? ¿A qué nos estamos enfrentando que es tan poderoso para secuestrar a la reina de los cielos?
Nadie contestó, pero me fijé en que Darlene y Quirón intercambiaron palabras en silencio. Me pareció que decían algo como:
Dari: “La venganza de los gigantes... No, no puede ser”.
Quirón: “No hables de eso aquí. No los asustes”.
Dari: “¡Me estás tomando el pelo! No podemos tener tan mala suerte”.
Quirón: “Luego, niña. Si lo contaras todo, se aterrorizarían”.
Sabía que era una locura pensar que podía interpretar tan bien las expresiones de dos personas a las que apenas conocía. Pero estaba totalmente segura de que los entendía, y eso le daba un miedo atroz.
—Es la misión de Jason —anunció Annabeth—, así que la decisión es de él. Por supuesto, es el hijo del rayo. Según la tradición, puede elegir a dos compañeros.
Alguien de la cabaña de Hermes chilló:
—Pues que te elija a ti, Annabeth o a Darlene. Ustedes son las que tienen más experiencia.
Entonces varios de los chicos de Apolo comenzaron a quejarse, y los dos más pequeños, se aferraron a Darlene mirando mal a Travis por siquiera sugerirlo.
—No pienso ayudarla. Que vaya otro —espetó ella.
—Yo tampoco, Travis —dijo Annabeth—. En primer lugar, porque cada vez que lo he intentado, me ha engañado o ha vuelto para hacerme daño luego. Olvídalo. Ni hablar. En segundo lugar, me marcho a primera hora de la mañana a buscar a Percy.
—Está relacionado —dije, sin saber cómo me había armado de valor—. Sabes que es verdad, ¿no? Este asunto, la desaparición de tu novio... todo está relacionado.
—¿Cómo? —preguntó Drew—. Si tan lista eres, dime cómo.
Intenté darle una respuesta, pero fui incapaz.
Annabeth me salvó.
—Puede que tengas razón, Piper. Si está relacionado, lo averiguaré de la otra forma: buscando a Percy. Como he dicho, no pienso correr a rescatar a Hera, aunque su desaparición provoque otra vez peleas entre los olímpicos. Pero hay otro motivo por el que no puedo ir: la profecía dice otra cosa.
—Dice a quién debo elegir —convino Jason—. “La forja y la paloma romperán la celda”. La forja es el símbolo de Vul... Hefesto.
Nyssa dejó caer los hombros bajo la bandera de la cabaña nueve, como si le hubieran dado un pesado yunque para que cargara con él.
—Si tienes que guardarte de la tierra —dijo—, deberías evitar viajar por vía terrestre. Necesitarás transporte aéreo.
Yo iba a decir que Jason podía volar, pero lo pensé mejor. Le correspondía a Jason decirlo, y opté por no dar esa información. Tal vez pensaba que ya los había asustado bastante por una noche.
—El carro volador está roto —continuó Nyssa—, y estamos usando los pegasos para buscar a Percy. Pero a lo mejor desde la cabaña de Hefesto podemos idear otra cosa para ayudar.
Estaba por ponerse de pie, pero el chico de los tatuajes la detuvo.
—Yo iré.
—Pero, Héctor… —intentó decir Nyssa.
—Jake está incapacitado, y yo soy el campista mayor. Puedo ofrecerme voluntario para la misión.
Entonces Leo se levantó. Había estado tan callado que casi me había olvidado de que estaba allí, lo cual era totalmente impropio de Leo.
—Iré yo —dijo.
Sus compañeros de cabaña se movieron. Varios intentaron hacerle sentar de nuevo, pero Leo se resistió.
—No, iré yo. Sé que debo ir. Tengo una idea para el problema del transporte. Déjame intentarlo. ¡Puedo arreglarlo!
Jason lo observó por un momento y luego sonrió.
—Empezamos esto juntos, Leo. Me parece justo que vengas. Si consigues un medio de transporte, estás en el grupo.
—¡Sí! —Leo dio un puñetazo al aire.
—Será peligroso —le advirtió Héctor—. Dificultades, monstruos, terribles sufrimientos. Quizá ninguno de ustedes vuelva vivo.
—Ah —de repente Leo no parecía tan entusiasmado.
—Vaya manera de darles ánimo —comentó Dari, él se encogió de hombros.
Acto seguido, Leo se acordó de que todos lo estaban mirando.
—Quiero decir... ¡Ah, qué cool! ¿Sufrimiento?¡Me encanta sufrir! Vamos allá.
Annabeth asintió.
—Ahora con respecto a los demás miembros de la misión, sí creo que deberías ir Darlene —dijo haciendo una mueca.
—No —espetó ella—. Ni hablar, la paloma no es mi símbolo, el mío es el corazón flechado, no puedo…
—Pero, Darlene —dijo Rachel con expresión incómoda—, la profecía dice: “la favorita del sol alumbra la senda por el camino incierto”. Bueno…nadie es más la favorita de Apolo que tu.
—¡Eso! —gritaron varios campistas, y los niños de la siete se pusieron a discutir otra vez.
Darlene soltó un suspiro cansado.
—Rachel tiene razón, querida —dijo Quirón—. Tus visiones y experiencia podrían ser de ayuda precisamente para “guiar por el camino incierto”.
—Bien. —Se cruzó de brazo luego de meditarlo enfurruñada un rato, los chicos a su lado la miraron como no queriendo dejarla ir.
Annabeth miró a la cabaña diez.
—Eso nos deja con la paloma.
—¡Ah, por supuesto! —Drew estaba de pie sonriendo a Jason—. La paloma es Afrodita. Todo el mundo lo sabe. Soy toda tuya.
Apreté los puños. Di un paso adelante.
—No.
Drew puso los ojos en blanco.
—Vamos, vagabunda. Déjame en paz.
—Yo tuve la visión de Hera, no tú. Tengo que hacerlo.
—Todo el mundo puede tener una visión —dijo Drew—. Solo estabas en el sitio adecuado en el momento adecuado —se volvió hacia Jason—. Oye, luchar está bien. Y sí, Darlene es una buena combinación de belleza y fuerza bruta que sirve bastante. Y la gente que construye cosas... —Miró a Leo despectivamente—. Bueno, supongo que alguien tiene que mancharse las manos. Pero necesitas encanto a tu lado. Yo puedo ser muy persuasiva. Podría serte de gran ayuda.
Los campistas empezaron a murmurar sobre lo persuasiva que podía ser Drew. De hecho, ella realmente los estaba convenciendo, incluso Quirón estaba rascándose la barba, como si la participación de Drew de repente le pareciera lógica.
También noté que Darlene era la única que no parecía nada convencida, de hecho, la miraba con evidente molestia.
—Bueno... —dijo Annabeth—. De acuerdo con la redacción de la profecía...
—No —Mi voz sonó extraña incluso a mí misma: más insistente y con un tono más sonoro—. Tengo que ir yo.
Entonces ocurrió algo de lo más raro. Todo el mundo empezó a asentir, murmurando que también tenía razón. Drew miró a su alrededor con incredulidad. Incluso algunos de sus compañeros de cabaña estaban asintiendo.
—¡Ni hablar! —espetó Drew a la multitud—. ¿Qué puede hacer Piper?
—Drew, es suficiente —soltó Darlene, poniéndose de pie. Su tono de voz cambió. Persuasivo, pero más intimidante.
Drew retrocedió un paso, tensa. Dari me miró, dándome una sonrisa para que me defendiera.
Pero no podía, mi seguridad empezó a disminuir. ¿Qué podía ofrecer? No sabía luchar, ni hacer planes, ni arreglar cosas. Mucho menos experiencia al nivel de una guerra. No tenía talento para nada salvo para meterme en líos y convencer de vez en cuando a la gente para que hiciera cosas ridículas.
Además, era una mentirosa. Necesitaba participar en la misión por motivos que iban más allá de Jason, y, si participaba, acabaría traicionándolos a todos.
Oí la voz del sueño:
—Cumplirás nuestras órdenes y podrás salir con vida.
¿Cómo podía elegir entre ayudar a su padre y ayudar a Jason?
Drew sonrió al que no dije nada, me sonrió aunque sus hombros seguían tensos.
—Bueno —murmuró con aire de suficiencia—, supongo que ya está decidido.
De repente hubo un grito ahogado colectivo. Todo el mundo el mundo ahogó un grito mirándome como si acabara de explotar.
Me preguntaba qué había hecho mal.
Entonces me di cuenta de que tenía una luz rojiza a mi alrededor.
—¿Qué?
—¡Lo sabía! —exclamó Dari, sonriendo.
Miré encima de mí, pero no tenía ningún símbolo ardiente como el que había aparecido sobre Leo. A continuación miré hacia abajo y lancé un grito.
Mi ropa... ¿Qué demonios llevaba puesto? Odiaba los vestidos. No tenía ninguno. Pero ahora estaba engalanada con un precioso traje sin mangas blanco que me llegaba a los tobillos, con un escote en pico tan bajo que resultaba de lo más bochornoso. Unos delicados brazaletes de oro rodeaban sus bíceps. Un intrincado collar de ámbar, coral y flores de oro relucía en su pecho, y su cabello...
—Dios mío. ¿Qué ha pasado?
Annabeth, pasmada, señaló mi daga, que ahora se hallaba engrasada y reluciente, colgando de mi costado en un cordón dorado. No quería sacarla. Tenía miedo de lo que vería, pero la curiosidad me pudo. Desenvainé a Katoptris y contemplé mi reflejo en la bruñida hoja de metal. Mi cabello estaba perfecto: exuberante, largo y de color chocolate, trenzado con cintas doradas a un lado de forma que me caía sobre el hombro. Incluso iba maquillada, mejor de lo que jamás sabría arreglarme: sutiles toques que teñían mis labios de color rojo cereza y resaltaban los distintos tonos de mis ojos.
Todo el mundo me estaba mirando fijamente como si fuera un bicho raro. La cara de Drew rebosaba horror y repugnancia.
—¡No! —gritó—. ¡No es posible!
—Esta no soy yo —protesté al borde del llanto—. No... lo entiendo.
Quirón flexionó las patas delanteras y se inclinó ante mí, y todos los campistas siguieron su ejemplo.
—Salve, Piper McLean —anunció con gravedad, como si estuviera hablando en su funeral—. Hija de Afrodita, señora de las palomas, diosa del amor.
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