ᴛᴇɴᴇʀ ᴜɴ ᴀᴍɪɢᴏ Qᴜᴇ ꜱᴀʙᴇ Qᴜᴇ ᴅᴇᴄɪʀ ᴘᴀʀᴀ ʜᴀᴄᴇʀᴛᴇ ꜱᴇɴᴛɪʀ ᴜɴᴀ ᴅɪᴠᴀ ᴘᴏᴅᴇʀᴏꜱᴀ
(Héctor, bombón asesino latino todo guapo, te voy a conseguir novia)
DARLENE
ÚLTIMAMENTE, LA CABAÑA SIETE RECIBÍA MUCHAS SERPIENTES DE UN NIDO QUE HABÍA APARECIDO EN EL BOSQUE Y LOS CHICOS LES TENÍAN TERROR.
Era una situación parecida a los de Atenea y las arañas, solo que esto tenía que ver con el conflicto de Apolo y Pitón. Al menos eso decía Quirón, pero no entendíamos por qué ahora, antes nunca habían tenido ese problema.
Y efectivamente la causa de los gritos fue una serpiente. Bueno, en realidad fueron tres y la culpa era de los de Ares.
—¡Y no quiero más bromas como estás! —le grité al chico de Ares mientras lo sujetaba contra el suelo y lo amenazaba con darle un puñetazo.
Me había tomado media hora encontrar las tres benditas serpientes y otra hora convencer a los chicos de que salieran de mi cabaña porque la suya ya estaba limpia.
—¿Estás segura de que no hay más? —me preguntó Kayla agarrada de mi brazo.
—No, ya no —respondí abriendo la puerta de su cabaña.
Los ocho chicos que estaban en el campamento ingresaron mirando desconfiados a todas partes. Will, Kayla y Austin eran los mayores, y ninguno pasaba de los quince años todavía; el más pequeño era Matthew que tenía nueve años.
Según Apolo, creía que él era el último de sus hijos que vendría al campamento. Yo no creía que fuera el último, aunque realmente intentaba interesarse en ellos, muchas veces se olvidaba de cuantos tenía reconocidos, ¿y se iba a acordar de los que no?
Yo me conformaba con que no llegaran sorpresas nacidas a partir de los últimos tres años.
—Gracias —murmuró Will.
—No me molesta —dije sonriéndole. Sus hermanos se adentraron a seguir con sus cosas, pero él permaneció en el marco de la puerta luciendo incómodo—. Will...
—Soy el capitán, debería encargarme de estas cosas y no...—dijo apretando los puños con frustración. Sabía cuánto había estado lidiando con su nuevo papel.
—Hey, está bien tener miedo. Annabeth también me hace sacarle las arañas que se le meten en la cama —respondí tomándole la mano—. No tienes que mostrarte fuerte todo el tiempo para ser un buen líder, Will. Solo sé tú mismo, nadie espera que cambies de la noche a la mañana, aún te estás acostumbrando, solo han pasado cuatro meses.
—Pero Michael...
—Sabes que él también tuvo un poco de dificultad al principio, pero tuvo un año entero para adaptarse, y Lee lo había estado preparando —dije sintiendo como veneno en mi boca. La muerte de ambos, sobre todo la de Michael, siempre sería una herida abierta en mi corazón—. Y a tí no te preparó porque pensó que tendría más tiempo. Además, él no lo hizo solo, yo lo estuve ayudando en el proceso, también te estaré ayudando y apoyando hasta que estés listo, y aún después de eso, seguiré estando para ti.
Will me miró con los ojos algo brillosos. Desde que terminó la guerra intentaba mostrarse fuerte frente a sus hermanos, solo Kayla, Austin y yo habíamos podido verlo roto por todo el peso que ahora llevaba.
—¿Sabes? Es hipócrita que me digas que no tengo que ser fuerte todo el tiempo —espetó con tono irritado.
—Will...
—¿Cuándo fue la última vez que dormiste una noche completa, Darlene? —cuestionó—. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste en brazos de alguien o te dejaste consolar?
—Yo...de verdad no es...
—Hace un mes ¿verdad? —siguió insistiendo—. Cuando dejaste de recibir señales de papá. Y luego fue Percy, ¿no?
Bajé la mirada, apenada porque era cierto. Solo con ellos y Annabeth me había permitido llorar. No es que no quisiera, pero los demás me necesitaban, habían intentado ayudarme, pero solo ellos me hacían sentir lo suficientemente segura para bajar todas las defensas.
Después de que hablé con Michael, regresé al campamento lista para pedir disculpas a mis amigos por mi actitud y sobre todo, disculparme con la cabaña siete por haberlos alejado tanto. Y acabé descubriendo una cabaña entera rota que no estaba mejor que yo.
Will era el nuevo líder, pero no daba a basto con todos sus hermanos y sus propios sentimientos. Había sido tan egoísta al actuar como si yo fuera la única que estaba sufriendo por la muerte de Michael. Hasta había sido egoísta con Apolo, él había perdido a su hijo pero pasaba más tiempo consolándome a mí que yo a él.
Así que me hice cargo. Cuidé de los más pequeños, cuidé sus sueños y pesadillas, controlé sus comidas y ayudé a ordenar la enfermería. Además, tenía que hacerme cargo de la cabaña de Afrodita para evitar que Drew hiciera de las suyas.
Hice lo que pude por el mayor tiempo que pude. Apolo era mi salvavidas, Percy mi bote y Annabeth la brújula. Los tres me habían cuidado muchísimo, guiándome poco a poco para salir de la tristeza, pero luego Apolo dejó de aparecer y Percy continuó ahí. Y entonces también desapareció. Y Annabeth era quién me necesitaba.
Alguien tenía que asegurarse de que durmiera, que recordara comer. Y yo también quería buscar a Percy.
Porque no soportaba ver la tristeza de Sally cuando le dijimos que su hijo había desaparecido. Porque no soportaba ver a Annabeth llorar cada noche sin saber dónde estaba Percy. Y porque yo misma no soportaba saber dónde estaba.
Y me estaba matando por dentro no saber dónde estaba Apolo. Me dolía su ausencia, me aterraba pensar lo peor.
Ni siquiera papá me había enviado alguna señal. También había desaparecido.
Sentía que mi mundo se caía a pedazos justo cuando había estado dispuesta a salir adelante a pesar de haber perdido a Michael.
—También somos tu familia, Dari —susurró Will—. Déjanos sostenerte de la misma forma que nos sostienes a nosotros. No nos apartes de nuevo.
—Yo...—La caracola que llamaba a la cena me interrumpió, y fue un verdadero alivio porque no quería tener esta conversación—. Será mejor que vayamos a cenar.
—Dari.
—Los veo en el comedor.
Me marché sintiéndome una completa cobarde.
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Había estado sentada en la fogata mirando mis pies sintiéndome culpable y miserable. Al menos lo intentaba. La fogata del campamento siempre te hacía sentir como en casa. Eso lo había descubierto hacía un par de meses. Cuando quería sentir la misma sensación de calor y amor que tenía con mi familia, solo tenía que ir a allí y todo estaría bien.
Me ayudaba un poco a calmar mi ansiedad y ataques de pánico.
—¡Eh miren, una belleza!
Levanté la vista. Héctor se acercó a mí con una sonrisa. Sonrisa que se borró al ver mi expresión.
—¿Estás bien? —preguntó, deteniéndose frente a mí con el ceño ligeramente fruncido.
Quería responder con algo sarcástico, como siempre lo hacía, pero no encontré las fuerzas. Me encogí de hombros y desvié la mirada hacia la fogata, donde las llamas bailaban en un tenue tono de azul.
Héctor no dijo nada por unos segundos, pero sentí su presencia más cerca. Tomó asiento a mi lado, en completo silencio. Lo cual era raro, porque Héctor no era el tipo de persona que sabía quedarse callada por mucho tiempo. Siempre tenía algo que decir, pero esta vez no habló de inmediato. Solo estuvo ahí, sentado, acompañándome.
Por un momento, pensé que quizá ya se había cansado de esperar una respuesta mía. Pero entonces habló.
—Te ves cansada, Dari —murmuró después de un rato.
¿Cansada? Eso era quedarse corto. Estaba agotada, rota en tantos niveles que ya había perdido la cuenta.
—Todos estamos cansados —dije al fin, encogiéndome de hombros.
—Que todos estemos cansados, no significa que no tengas derecho a un momento para tí. Para priorizar tu dolor por una vez.
Respiré profundo.
—La última vez que prioricé mi dolor me convertí en un completo desastre. No puedo volver a eso —susurré con la mirada perdida en las llamas—. Se lo prometí a Michael, y se lo prometí a Apolo.
Apoyó su mano sobre la mía.
—Dudo que lo que ellos esperaban era que dejaras de sentir. Eres muy extrema, o no sientes o sientes demasiado. Contigo no parece haber puntos medios.
Me quedé mirando la mano de Héctor sobre la mía, preguntándome cómo alguien podía ser tan simple y, al mismo tiempo, tan certero en sus palabras.
—Es mi defecto fatídico —admití—. Amor desmedido.
Hace mucho tiempo, más de un año atrás, Apolo me había dicho que buscara en los libros del campamento sobre el amor desmedido. Ahora sabía que era lo que me podía condenar.
No sabía amar sin entregar todo mi corazón, sin límites, sin condiciones.
El silencio entre ambos se alargó, solo interrumpido por el crujir de las llamas. Su mano permanecía sobre la mía, firme, como un ancla en medio de la tormenta que me consumía. Era una de esas noches en las que las estrellas parecían más lejanas que nunca, y me sentía aún más pequeña bajo su luz.
—Amar desmedidamente no tiene por qué ser solo un defecto —dijo finalmente, su tono tranquilo, casi como si estuviera hablando consigo mismo—. También puede ser una fortaleza, si aprendes a manejarlo.
Lo miré de reojo, buscando sarcasmo o burla en sus palabras, pero no encontré nada de eso. Había algo en su expresión que me desarmó. Parecía entender, como si él también cargara con un peso invisible que pocos podían ver.
—Los de la cabaña siete están algo molestos porque los cuido, pero no los dejo cuidarme. No es que no quiera, pero...ellos ya perdieron varios hermanos, y dos de ellos capitanes. Will ha recibido mucha carga de golpe, solo quiero intentar ayudarles, y al mismo tiempo, ayudar a los demás evita que piense demasiado en las cosas que de verdad me preocupan, pero también eso hace que me sienta peor porque no estoy durmiendo bien y mi ansiedad está regresando —expliqué mostrándole mis uñas, que otra vez estaban pellizcadas, mordidas, sangrantes y temblorosas. Eso sin mencionar el dolor en el pecho que últimamente me acompañaba siempre.
Héctor apretó con suavidad mi mano, como si quisiera transmitirme algo más que consuelo, algo más profundo, más constante. Lo miré de reojo, preguntándome si tenía alguna respuesta mágica, alguna solución que me salvara de este espiral de culpa y agotamiento. No la tenía, claro, pero su calma me ofrecía algo que no podía ignorar: un respiro.
—¿Y qué tal, empezar a hablar de todo eso que te preocupa?
Sentí un nudo en la garganta. Me mordí el interior de la mejilla.
—No lo sé...no quiero preocupar a nadie, ya bastante mal se los hice pasar en agosto.
Héctor negó con la cabeza, como si estuviera frustrado conmigo, pero me sonrió.
—Sos cabeza dura che —dijo en español. Me había estado enseñando algunas palabras, apenas lo suficiente para entender algunas cositas—. Dale, flaca, contame.
Algo en su tono, en esa mezcla de humor y ternura, me hizo sentir un poco menos pesada. Pero el nudo en mi garganta no desapareció. Lo miré de reojo, viendo cómo sus ojos seguían fijos en los míos, esperando, pacientes. No había juicio en ellos, solo una especie de promesa silenciosa de que me escucharía, sin importar lo que tuviera que decir.
—No sé ni por dónde empezar.
—Por el principio.
—Ah que gracioso que estás.
—Soy re piola, viste.
Tragué saliva. No quería hablar, pero algo en mí cedió. Quizá era el cansancio, o quizá era que Héctor tenía esa extraña habilidad de hacerme sentir que podía mostrarle mis partes rotas sin miedo a que las usara en mi contra.
—Hay muchas cosas pero ahora... —tomé aire—, extraño muchísimo a Apolo. No pudimos estar juntos en nuestro primer aniversario, y pensé...no sé. Tenía expectativas sobre ese día, pero ni siquiera me envió una señal, algo. Y nunca habíamos pasado tanto tiempo separados desde que estamos juntos, o al menos a veces tenía su voz en mi cabeza diciéndome lo mucho que me amaba, pero ahora nada. Un mes completo de puro silencio y ausencia y me está volviendo loca porque tengo una conciencia de mierda que me dice cosas que me hacen sobrepensar las peores cosas, intento no escucharla, pero a veces es más fuerte que yo. Sé que no es real, que hay algo más grande que está ocurriendo porque ahora parecen demasiadas coincidencias: la profecía de los siete, la ausencia de los dioses, la desaparición de Percy, la llegada de Jason, al parecer Hera ha sido secuestrada, está prisionera y quiere que Jason y Piper la liberen. Claramente hay algo grande ocurriendo, pero no puedo controlar mis inseguridades que me dicen que quizá Apolo solo se está cansando de mí, porque por más que pase algo grande, él nunca dejaba de estar en contacto conmigo y no sé cómo enfrentar su ausencia.
—¿Ok?
—Además Annabeth me necesita, la desaparición de Percy la está matando de preocupación, y es egoísta que la cargue con todos mis problemas e inseguridades como he estado haciendo estos meses, porque ahora ella está sola y quiero apoyarla como ella me ha apoyado a mí. Y quiero cuidar a la cabaña siete porque los amo y siento una gran responsabilidad hacia ellos, no solo porque son hijos de mi novio, sino porque sin Lee y Michael me siento responsable por ellos, porque sé que ellos querrían que no abandone a sus hermanos, y al mismo tiempo, no puedo dejar a mi cabaña en las garras de Drew porque esa perra hace pura mierda cuando agarra un poquito de valentía, y está mal influenciando a las demás chicas y haciéndoles la vida miserable, y quiero ayudarlos, pero el tiempo no me alcanza.
Héctor me miró como si me hubiera salido una segunda cabeza.
—Wow...eso es mucho para procesar, no me sorprende que estés estresada —comentó frunciendo el ceño—. Vamos por partes, ¿sí?
Asentí respirando agitada porque había soltado todo de golpe.
—Bien.
—A ver...te preocupa que haya algo peligroso despertando.
—Sí.
—Bueno, con eso no puedes hacer nada sola. Es algo que tendremos que enfrentar todos juntos, de nuevo. Así que dejemos eso de lado por un instante. —Volví a asentir—. Lo de la cabaña siete y diez, mmm...solo puedo ver que empieces a confiar en ellos y que sabrán hacer las cosas sin necesitarte hasta para respirar. Son bastante mayorcitos como para que los estés cuidando como si tuvieran cinco años. —Estaba por rebatir eso, pero Héctor me frenó—. Delega responsabilidades. En la siete, pon a Austin y Kayla a ayudar a Will, que los tres se hagan cargo y tú solo los supervisas. Pasa más tiempo con ellos haciendo actividades que disfrutes, no solo siendo mamá Darlene. Te gustaba practicar tiro con arco y hornear con ellos. Bueno, haz eso. Mereces tomarte un respiro de toda esta mierda. Lo mismo con la diez, ponle un calcetín en la boca a Drew y delega responsabilidades. Pon a los que tienen más carácter a cargo.
—Le tienen miedo a Drew porque la muy cabrona usa el embrujohabla como si fuera un método de tortura —me quejé.
—Amenázala con otro corte de cabello, como el que le hiciste la otra vez —dijo escondiéndose de hombros.
Medité en ellos. Podría funcionar.
—Puedo hacer eso —murmuré.
—Bien. Entonces, ¿qué más? Annabeth. Dari, solo...apoyándose la una a la otra. Ambas lo están pasando mal, no se trata de que una contenga a la otra, sino de que se contengan mutuamente. Dudo que Annabeth piense que estás siendo egoísta, porque Percy solo lleva desaparecido tres días y Apolo un mes. Además, aún estás de duelo. Quizá ella solo está esperando que le digas algo, pero cómo actúas como si de repente estuvieras bien, no sabe qué decirte.
Estaba callada, meditando lo que decía. Lo observé, cómo se inclinaba hacia adelante, sus codos apoyados en las rodillas mientras miraba el fuego con el mismo enfoque que yo solía poner en mis flechas. Parecía tan tranquilo, tan seguro, que no podía evitar preguntarme cómo lograba ser así, tan maduro y seguro.
No sé si es que era mayor que yo, o qué, pero cuando él lo decía, todo parecía tener sentido, y me daba la sensación que solo yo me ahogaba en un vaso de agua por culpa de mi personalidad dramática.
—La llegada de los nuevos. Bueno...no sé quiénes son Jason y Piper, pero conocí a Leo. Parece piola. Nuevo tío. Cool. —Asintió, sonriendo como si hubiera recordado algo—. Lo voy a volver fan del mate.
Me reí. Héctor se había propuesto una meta en cuanto pisó el campamento por primera vez. Que todos tomaran mate. No había logrado gran cosa, pero no se desanimaba y seguía intentando.
—Cuando vi que era hijo de Hefesto me imaginé que te agradaría.
—Aún es muy pronto para decir que me agrada, pero sí, más o menos. —Mordisqueó el piercing, pensativo—. Por ahora, solo veamos de instarlos, ya iremos viendo qué hacer con ellos y la diosa reina estando presa.
—No es que tengamos mucho tiempo, le dijo a Jason que tenía cuatro días para hacerlo.
—Bueno, pero se lo ha pedido a él. No a ti, así que por ahora no te estreses con algo que quizá no tenga que ver contigo. —Dio un aplauso que me sobresaltó—. Eso nos deja con un solo tema. —Me miró con molestia—. Apolo.
—Apolo —repetí.
—¿Qué fue lo que dijiste? ¿Que crees que se está cansando de ti? —Rodó los ojos—. En serio, Darlene, a veces eres un tanto ridícula.
Solté un gemido cansado, me llevé las manos a la cara.
—Lo sé. Soy ridícula.
—¿De dónde sacaste que Apolo quiere dejarte?
—¡No lo sé! Sé que no es así, sé que me ama y que quiere una eternidad conmigo, lo sé bien. No dudo de su amor, pero a veces, cuando estoy sola, no puedo evitar pensar en que es un dios con cuatro mil años de historias, que ha estado acostumbrado a tener cientos de amantes y yo soy solo una mortal adolescente y que mientras estamos separados, él quizá esté encerrado en el Olimpo rodeado de varias bellezas despampanantes y divinas y pues...es hijo de Zeus.
—¿Y?
—No quiero pensar en eso. Sé que me dijo que me será fiel, y hasta ahora lo ha sido, pero estoy estresada, cansada, me está por venir el período y lo extraño mucho, solo quiero que vuelva a mi lado, y estoy pasando demasiado tiempo sola en mi cabeza. No es bueno para mí. Me pongo a pensar en estupideces.
—Que bueno que al menos eres consciente de eso, porque en serio, suenas como una loca —espetó rodando los ojos.
—Pero...
—¡¿Querés dejar de ser una insegura de mierda, pelotuda?! Apolo te ama, no te está poniendo los cuernos ni va a dejarte. Dejá de hacerte tremenda película, boluda. Mirate, sos hermosa, divertida, con un corazón de oro, haces la segunda en todas, sos dulce, cariñosa, la mejor peleadora del campamento, sabes usar todas las armas que tomes, puedes volar, y sos capaz de poner ejércitos a tus pies. ¿De verdad piensas que Apolo te cambiaría por otra? Se pasa de tremendo hijo de puta inservible y hueco si te deja ir. Y no lo va a hacer porque te ama.
Lo miré con los ojos llenos de lágrimas.
—Gracias —sollocé de repente.
Me apoyé en su hombro, soltando de golpe todo lo que había estado conteniendo los últimos tres días.
Héctor me dio palmaditas en la espalda.
—Si que has estado guardando mucho. —Me dejó llorar sobre él hasta que mis sollozos se convirtieron en hipidos ahogados—. ¿Mejor?
Asentí.
—Te mojé toda la camiseta.
—No pasa nada. Es ropa.
Me apartó el cabello de la cara.
—Gracias.
—No es nada.
—No, en serio, gracias. Lo necesitaba.
—Entonces, me alegra haber ayudado.
Lo miré. Héctor era guapísimo. Todo en él gritaba magnetismo animal, traía locas a casi todas las chicas y algunos chicos del campamento, sobre todo desde que Percy ya no estaba soltero.
Era un coqueto de primera, sabía cómo hacerte sentir hermosa y no estaba mintiendo, él de verdad pensaba que todas las chicas eran hermosas a su manera. Y no solo chicas, lo había visto coquetear con chicos también, pero jamás algo serio.
Me había dicho que era porque no encontraba a nadie que lo hiciera sentirse enamorado por completo, así que mientras esperaba a que llegara su princesa, o príncipe, disfrutaba de su soltería.
—Creo que serías un novio estupendo —comenté de repente.
—Obvio, mi vieja crió un caballero y mis papás un campeón. ¿Sabes los mates y asaditos que le haría a mi pareja? Hasta le consigo Don Satur.
—¿Qué cosa?
—Gringa tenías que ser que no conoces Don Satur.
Fruncí el ceño.
—¡Eh que también eres gringo!
—Pero con sangre latina, reina. Yo soy tremendo bombón asesino.
Rodé los ojos, pero sonreí.
—Te voy a conseguir novia, o novio. Lo que quieras.
Héctor se pasó la mano por la frente, sonriendo divertido.
—Soluciona tu vida amorosa y después hablamos de la mía.
¿Con quién se imaginan a Héctor?
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