002.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ʜᴀʟꜰ-ʙʟᴏᴏᴅ ᴄᴀᴍᴘ ꜰᴏʀ ɢʀᴇᴇᴋ ᴅᴇᴍɪɢᴏᴅꜱ
ʙɪᴇɴᴠᴇɴɪᴅᴏꜱ ᴀʟ ᴄᴀᴍᴘᴀᴍᴇɴᴛᴏ ᴍᴇꜱᴛɪᴢᴏ ᴘᴀʀᴀ ꜱᴇᴍɪᴅɪᴏꜱᴇꜱ ɢʀɪᴇɢᴏꜱ
(Donde puedes tener una muerte segura)
PIPER
DESPUÉS DE LA MAÑANA QUE TUVE, NO ME QUEDA MÁS OPCIÓN QUE ACEPTAR QUE ME VOLVÍ LOCA.
¿Espíritus de tormenta, hombres cabras y novios voladores? Era suficiente para volver loco a cualquiera. Yo solo sentía miedo.
Estaba debajo del agua, tan desorientada que no sabía hacia dónde quedaba la superficie.
«Esta sería una estúpida forma de morir», fue lo único que atiné a pensar.
Entonces aparecieron unas caras en las tinieblas verdosas: unas chicas con el cabello moreno y largo, y unos brillantes ojos amarillos. Me sonrieron antes de tomarme por los hombros y me levantaron.
Me arrojaron a la orilla mientras boqueaba y temblaba. Butch estaba cerca, en el lago, cortando los arreos destrozados de los pegasos.
Jason, Leo y Annabeth ya estaban en la orilla, rodeados de chicos que les daban mantas y les hacían preguntas. Alguien me tomó por los brazos y me ayudó a levantarme.
Al parecer, a menudo caían chicos al lago, pues se acercaron corriendo con unos grandes artilugios de bronce que parecían sopladores de hojas y me lanzaron aire caliente a la cara; al cabo de un par de segundos, mi ropa estaba seca.
Había como mínimo cuarenta campistas arremolinados, el más pequeño, de unos nueve años y el mayor, con edad de estudiar en la universidad, veinte o veintiuno, y todos llevaban camisetas naranja como la de Annabeth.
Miré atrás en dirección al agua y vi a las extrañas chicas justo por debajo de la superficie, con el pelo flotando en la corriente. Me saludaron con la mano y desaparecieron en las profundidades del lago. Un segundo más tarde, los restos del carro fueron expulsados del agua y cayeron cerca con un crujido.
—¡Annabeth!
Una chica pelinegra con algunos mechones rosa flúor se abrió paso entre el gentío con una confianza natural propia de una modelo de pasarela. De algún modo lograba que los vaqueros y la camiseta naranja parecieran glamurosos, y al mismo tiempo, intimidantes. Usaba unos botines con tacón negro y un abrigo rosado hasta medio muslo.
Era preciosísima. El tipo de chica que todo lo que se pusiera, por más feo que fuera, siempre le quedaría bien. El tipo de chica que sabe como traer locos a los chicos si se lo propone. El tipo de chica que todos aman o todos odian.
No me decidía si ya me agradaba o ya la detestaba.
Venía seguida de cerca por un chico rubio con un carcaj en el hombro. Antes de que ella pudiera decir algo, él se le adelantó con una mueca exasperada.
—¡Annabeth, te dije que podías tomar prestado el carro, no destruirlo!
—Lo siento, Will —dijo Annabeth suspirando—. Lo arreglaré, te lo prometo.
Will contempló su carro roto con mala cara. La chica a su lado nos evaluó a Leo, a Jason y a mí con aire cuidadoso.
—¿Estos son los elegidos? —dijo tranquila, su voz era melodiosa y me di cuenta que ella brillaba con un aura dorada, como si los rayos del sol la siguieran en cada movimiento que hacía—. Pasan los trece años. ¿Por qué no los han reconocido ya?
—¿Reconocido? —preguntó Leo. Él se le quedó mirando, y luego sonrió enormemente, moviendo sus cejas en un supuesto gesto coqueto—. Hola, soy Leo.
La chica lo miró, y estoy segura de que sería capaz de tumbarlo con un solo movimiento. Pero antes de que cualquier cosa pasara, Will se adelantó poniéndose delante de ella y cubriéndola de la vista de Leo.
Me daba la impresión que era más por el bien de Leo que de la misma chica.
—¿Alguna señal de Percy? —preguntó ella.
—No —admitió Annabeth.
Los campistas comenzaron a murmurar, pero fue la expresión de la chica la que hizo que me sintiera como si alguien me hubiera arrancado el corazón. Tenía una mirada seria, apática, pero sus ojos la delataban. Pestañeó varias veces intentando contener las lágrimas.
Will se apresuró a tomar su mano y ella le sonrió con tristeza.
No tenía ni idea de quién era el tal Percy, pero parecía que su desaparición era muy importante.
Otra chica dio un paso adelante: alta, asiática, con el cabello moreno ensortijado, llena de joyas y perfectamente maquillada. Lanzó una mirada a Leo, clavó la vista en Jason como si fuera digno de su atención y, a continuación, me miró haciendo una mueca de desprecio, como si fuera un burrito de hace una semana salido de un contenedor de la basura.
Había tratado con muchas como ella en la Escuela del Monte y el resto de estúpidos colegios a los que papá me había enviado.
«Supongo que seremos enemigas» pensé.
—Bueno, espero que merezcan las molestias.
—Ah, gracias —resopló Leo—. ¿Qué somos, tus nuevas mascotas?
—En serio —dijo Jason—. ¿Qué tal si nos dan unas respuestas antes de empezar a juzgarnos? Por ejemplo, ¿qué es este sitio, dónde estamos y cuánto tenemos que quedarnos?
Yo tenía las mismas dudas, pero algo me inquietaba más.
«¿Merezcan las molestias?»
Si supieran el sueño que había tenido... No tenían ni idea.
—Jason —dijo Annabeth—, te prometo que contestaremos a tus preguntas. Y Drew... —miró a la chica glamorosa con el entrecejo fruncido—, todos los semidioses merecen ser salvados. Pero reconozco que el viaje no ha dado de sí lo que yo esperaba.
—Oye —dije—, nosotros no hemos pedido que nos trajeran aquí.
Drew levantó el mentón.
—Aquí nadie los quiere, cariño. ¿Siempre llevas el pelo como si fuera un tejón muerto?
Di un paso adelante, dispuesta a darle una bofetada, pero Annabeth dijo:
—Quieta, Piper.
Decidí obedecer, Drew no me asustaba lo más mínimo, pero Annabeth no parecía alguien con quien conviniera enemistarse.
—Drew —llamó la chica de cabello negro. Drew la miró algo tensa, como si temiera lo que ella pudiera decir o hacer—. Ya hemos hablado sobre opinar de la apariencia de otros. Si no vas a decir algo lindo, cierra el pico.
«Ella es igual que Annabeth, mejor tenerlas de amigas» pensé notando como Drew tragó saliva, nerviosa por ser el centro de atención de la otra chica.
—Tenemos que hacer sentir bien recibidos a los recién llegados —dijo con tono tenso, pero mostrándonos una sonrisa cálida—. Les asignaremos un guía a cada uno y les enseñaremos el campamento. Con suerte, esta noche en la fogata los reconocerán.
—¿Alguien quiere hacer el favor de decirme qué significa "reconocer"? —pregunté.
De repente hubo un grito ahogado colectivo. Los campistas retrocedieron. Por un momento pensé que había hecho algo malo, pero luego me di cuenta de que sus caras estaban bañadas de una extraña luz roja, como si alguien hubiera encendido una antorcha detrás de mí.
Me volví y casi me quedo sin respiración.
Flotando sobre la cabeza de Leo había una deslumbrante imagen holográfica: un martillo en llamas.
—Eso —dijo la chica—, es reconocer.
—¿Qué he hecho? —Leo retrocedió en dirección al lago. Entonces alzó la vista y gritó—: ¿Me arde el pelo?
Se agachó, pero la imagen lo siguió dando brincos y serpenteando de tal forma que parecía que estuviera intentando escribir algo en llamas con la cabeza.
—Esto no puede ser bueno... —murmuró Butch—. La maldición...
—Cállate, Butch —lo interrumpió Annabeth—. Leo, has sido reconocido...
—Por un dios —continuó Jason—. Es el símbolo de Vulcano, ¿verdad?
Todas las miradas se volvieron hacia él.
—Jason —dijo Annabeth con cautela—, ¿cómo lo has sabido?
—No estoy seguro.
—¿Vulcano? —preguntó Leo—. Ni siquiera me gusta Star Trek. ¿De qué están hablando?
—Vulcano es el nombre romano de Hefesto —dijo Annabeth—, el dios de los herreros y el fuego.
El martillo en llamas desapareció, pero Leo siguió dando manotazos al aire como si tuviera miedo de que le estuviera siguiendo.
—¿El dios de qué? ¿Quién?
—Will, cariño —llamó la chica—, ¿puedes llevarte a Leo y hacerle un recorrido por el campamento? Preséntale a sus compañeros de la cabaña nueve.
—Claro.
—¿Qué es la cabaña nueve? —preguntó Leo—. ¡Y yo no soy un vulcaniano!
—Vamos, señor Spock, te lo explicaré todo.
Will le puso una mano en el hombro y lo llevó hacia las cabañas.
Entonces centró su atención de nuevo en Jason. Normalmente no me gustaba que otras miraran a mi novio, pero a esta chica no parecía importarle que fuera un chico guapo.
—Extiende el brazo —ordenó con un tono más duro.
Vi lo que estaba mirando y abrí los ojos como platos.
Jason se había quitado el impermeable después de caer al lago y se había quedado con los brazos descubiertos. En la cara interior del antebrazo derecho tenía un tatuaje.
«¿Cómo es que no me había fijado antes en él?» pensé sorprendida.
Había mirado los brazos de Jason un millón de veces. El tatuaje no podía haber aparecido sin más, pero estaba grabado con tinta oscura, imposible de pasar por alto: una docena de líneas rectas como un código de barras, y encima, un águila con las letras SPQR.
—Nunca había visto unas marcas como esas... —murmuró la chica. Annabeth miraba a Jason como si fuera un plano complejo que necesitaba decifrar—. ¿Dónde te las hicieron?
Jason negó con la cabeza.
—Me estoy cansando de decirlo, pero no lo sé.
Los otros campistas avanzaron, intentando echar un vistazo al tatuaje de Jason. Las marcas parecieron molestarles mucho, como si fueran una declaración de guerra.
—Parecen quemadas en la piel —comentó Annabeth.
—Así me las hicieron —dijo Jason. A continuación hizo una mueca como si le doliera la cabeza—. Quiero decir... eso creo. No me acuerdo.
Annabeth y la otra chica se miraron, como si estuvieran teniendo una charla entre ellas.
Nadie dijo nada. Estaba claro que los campistas las consideraban sus líderes. Estaban esperando el veredicto de ambas.
—Tiene que ir a ver a Quirón —decidió la pelinegra, respiró profundo antes de mirar a Drew con molestia—. Drew, ¿quieres...?
—Por supuesto. —Entrelazó su brazo con el de Jason—. Por aquí, cariño. Te presentaré a nuestro director. Es un tipo... interesante.
Me lanzó una mirada de suficiencia y llevó a Jason a la gran casa azul de la colina.
La multitud empezó a dispersarse por el campamento hasta que me quedé sola con ambas chicas.
—¿Quién es Quirón? —pregunté—. ¿Se ha metido Jason en un lío?
Annabeth vaciló.
—Buena pregunta, Piper. Ven, te mostraremos el lugar. Tenemos que hablar.
—Bienvenida al Campamento Mestizo, por cierto —dijo la otra chica extendiéndome la mano—. Soy Darlene Backer.
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Annabeth no tenía muchos ánimos de mostrarme el campamento. Dejó que Darlene llevara todo el recorrido. Habló de todas las cosas increíbles que ofrecía el lugar: tiro con arco mágico, monta de pegasos, el muro de lava, pela con monstruos.
Pero ninguna de las dos mostraba mucho entusiasmo, como si tuvieran la cabeza en otra parte. Aunque al menos Darlene lo intentaba más que Annabeth.
Señaló el pabellón del comedor al aire libre con vistas al estrecho de Long Island. Explicó que el campamento era principalmente un campamento de verano, pero que algunos chicos se quedaban allí todo el año, y otros, los que estaban solos, se habían ido a vivir a un santuario de semidioses en Alabama donde estaba repleto de semidioses adultos con sus familias, y que gracias al acuerdo con los dioses, poco a poco iba tomando la forma de una ciudad basada en la antigua Atenas. Pensaban cambiarle el nombre pronto, pero aún no decían cómo.
Un millón de preguntas me bullían en la cabeza, pero dado el humor de ambas, decidí quedarme callada.
Mientras subíamos una colina situada en las afueras del campamento, me volví y contemplé la increíble vista del valle: la gran extensión de bosque hacia el noroeste, una playa preciosa, el arroyo, el lago con canoas, los exuberantes campos verdes y toda la distribución de las cabañas, una extraña colección de edificios dispuestos como la letra griega Omega, con una curva formada por cabañas alrededor de un prado central y dos alas que asomaban a cada lado en la parte inferior.
Conté treinta cabañas en total. Y todas eran sorprendentes, con decoraciones que no se repetían y cada una destacaba a su manera. En conjunto parecía un mundo distinto al de las colinas nevadas y los campos del exterior.
—El valle está protegido de los ojos de los mortales —explicó Darlene—. Como puedes ver, el clima también está controlado. Cada cabaña representa a un dios griego: un lugar para que vivan los hijos de cada dios.
Me miró como si estuviera intentando evaluar cómo asimilaba la noticia.
—¿Estás diciendo que mi madre era una diosa?
—Sí. Te lo estás tomando con mucha tranquilidad —comentó Darlene.
No quería decirles por qué. No quería reconocer que eso confirmaba las extrañas sensaciones que llevaba años experimentando, las discusiones que había mantenido con mi padre con respecto a la ausencia de fotos de mi madre en casa, y al motivo por el que se negaba a decirme cómo y por qué nos había abandonado.
Pero, por encima de todo, el sueño me había advertido de que se avecinaba ese momento.
—Dentro de poco te encontrarán, semidiosa —había dicho aquella voz cavernosa—. Cuando lo hagan, sigue nuestras instrucciones. Colabora, y tu padre vivirá.
—Supongo que, después de esta mañana, es un poco más fácil de creer —respondí respirando de forma temblorosa—. Entonces, ¿dónde está mi madre?
—Dentro de poco deberíamos saberlo —dijo Annabeth—. Tú tienes...¿cuántos? ¿Dieciséis? Se supone que los dioses te reconocen cuando tienes trece años. Ese era el trato.
—¿El trato?
—El verano pasado hicieron una promesa... Bueno, es una larga historia... —dijo Darlene—, pero prometieron que no seguirían desentendiéndose de sus hijos semidioses y que los reconocerían cuando cumplieran trece años. A veces tardan un poco más, pero ya has visto lo rápido que han llamado a Leo cuando ha llegado. A ti debería pasarte lo mismo dentro de poco. Esta noche, en la fogata, seguro que tendremos una señal.
«¿Me va a aparecer un gran martillo en llamas sobre la cabeza?» pensé. «O quizá con la suerte que tengo, será algo peor. Un marsupial en llamas».
No tenía idea de quién era mi madre, pero no tenía motivos para pensar que ella pudiera sentirse tan orgullosa de reconocer a una hija cleptómana con un montón de problemas.
—¿Por qué trece?
—Cuanto mayor te hagas, más se fijarán en ti los monstruos e intentarán matarte —dijo Annabeth—. Normalmente empieza alrededor de los trece. Por eso mandamos protectores a los colegios para que los encuentren y los traigan al campamento antes de que sea demasiado tarde.
—¿Como el entrenador Hedge?
Annabeth asintió.
—Él es... era un sátiro: mitad hombre, mitad cabra. Los sátiros trabajan para el campamento buscando semidioses, protegiéndolos y trayéndolos en el momento oportuno.
No me costó creer que el entrenador Hedge fuera mitad cabra. Le había visto comer. Nunca me había caído muy bien, pero no me hacía a la idea de que se hubiera sacrificado para salvarnos.
—¿Qué ha sido de él? Cuando subimos a las nubes... ¿desapareció para siempre?
—Es difícil de saber —Annabeth adoptó una expresión de dolor—. Los espíritus de la tormenta... son difíciles de combatir. Ni siquiera nuestras mejores armas, como el bronce celestial, los atraviesan a menos que los tomes por sorpresa.
—La espada de Jason los convirtió en polvo.
—Entonces tuvo suerte. Si aciertas a un monstruo de pleno, puedes destruirlo y mandarlo de vuelta al Tártaro.
—¿El Tártaro?
—Un enorme abismo que hay en el inframundo, de donde proceden los peores monstruos. Una especie de pozo insondable del mal —explicó Darlene—. De todas formas, una vez que un monstruo se destruye, normalmente tarda meses, incluso años, en poder regenerarse.
—Pero como ese espíritu de la tormenta, Dylan, ha escapado...no veo por qué debería mantener a Hedge con vida —siguió Annabeth. Me resultaba curioso cómo ambas se complementaban la una a la otra—. Sin embargo, Hedge era un protector. Conocía bien los riesgos. Los sátiros no tienen almas mortales. Se reencarnará en un árbol o en una flor, o en algo parecido.
Traté de imaginarme al entrenador Hedge como una mata de pensamientos muy furiosos. Eso hizo que se sintiera todavía peor.
Contemplé las cabañas, y me invadió una sensación de inquietud. Hedge había muerto para traerme aquí sana y salva. La cabaña de mi madre estaba allí abajo, en alguna parte, lo que significaba que tenía hermanos y hermanas, más personas a las que tendría que traicionar.
—Haz lo que te mandamos —había dicho la voz—. O las consecuencias serán dolorosas.
Metí las manos debajo de los brazos, tratando de impedir que me temblaran.
—Todo irá bien —prometió Darlene. Por alguna razón, algo en su presencia me hacía sentir tranquila y segura—. Aquí tendrás amigos. Todos hemos vivido muchas cosas raras. Sabemos lo que estás pasando.
«Lo dudo» pensé.
—En los últimos cinco años me han echado de cinco colegios distintos —dije—. Mi padre se está quedando sin escuelas.
—¿Solo cinco? —No parecía que Annabeth estuviera bromeando—. Piper, a todos nos han considerado chicos problemáticos. Yo me escapé de casa cuando tenía siete años.
—¿De verdad?
—Oh, sí. Darlene ya se rindió.
—Ya no le veo el sentido —murmuró Darlene—. Y a la mayoría de nosotros nos han diagnosticado trastorno hiperactivo por déficit de atención, o dislexia, o las dos cosas.
—Leo tiene déficit de atención.
—Así es —siguió Annabeth—. Eso es porque estamos condicionados para la batalla. Somos inquietos, impulsivos...no congeniamos con los chicos normales. Tendrías que oír todos los problemas que Percy... —El rostro de ambas se ensombreció—. En fin, los semidioses tienen mala reputación. ¿En qué líos te has metido?
Normalmente, cuando alguien me hacía esa pregunta, me ponía a discutir, o cambiaba de tema, o provocaba alguna distracción. Pero por algún motivo me sorprendí contando la verdad.
—Robo cosas —admití—. Bueno, en realidad no las robo...
—¿Tu familia lo necesitaba? —preguntó Darlene.
Me eché a reír con amargura.
—Ni siquiera eso. Lo hacía... no sé por qué, para llamar la atención, supongo. Mi padre solo tenía tiempo para mí cuando me metía en líos.
Ambas asintieron.
—Lo entiendo. Pero has dicho que en realidad no robabas. ¿A qué te refieres?
—Bueno...nadie me cree nunca. La policía, los profesores...ni siquiera las personas a las que robo: se sienten tan incómodas que niegan lo que ha pasado. Pero la verdad es que no he robado nada. Solo pido cosas a la gente. Y ellos me las dan. Incluso un BMW descapotable. Simplemente lo pedí y el del concesionario me dijo: "Claro. Llévatelo." Supongo que luego se dio cuenta de lo que había hecho. Entonces la policía vino a buscarme.
Permanecí a la espera. Estaba acostumbrada a que la gente me llamara mentirosa, pero cuando alcé la vista, ambas me miraban con simpatía.
—¿Qué?
—Nada —dijo Annabeth—. Solo...no creas que alguien en este campamento va juzgarte por eso, muchos de aquí han robado cosas. Por ejemplo, Dari se robó una patrulla de policía.
Miré a Darlene que se encogió de hombros.
—Fue necesario.
Quería preguntar en qué situación y cómo había hecho eso, pero Annabeth siguió hablando.
—Y con respecto a lo que nos contaste, es interesante. Si el dios fuera tu padre, diría que eres hija de Hermes, el dios de los ladrones. Puede ser muy convincente. Pero tu padre es mortal...
—Muy mortal —confirmé.
Annabeth sacudió la cabeza, visiblemente desconcertada.
—Entonces no lo sé.
—Tengo algunas ideas —dijo Darlene pensativa. No compartió ninguna—. No importa, de todas maneras, con suerte, tu madre te reconocerá esta noche.
Albergaba la esperanza de que así fuera. Si mi madre era una diosa, ¿estaría al tanto de mi sueño? ¿Sabría lo que me habían pedido que hiciera? Me preguntaba si los dioses del Olimpo lanzaban rayos a sus hijos por ser malos o si los enterraban en el inframundo.
Annabeth estaba observándome. Decidí que tendría que tener cuidado con lo que decía en adelante. Estaba claro que era muy lista. Si alguien descubría mi secreto...
—Vamos —dijo Annabeth al final—. Tengo que comprobar una cosa.
Seguimos caminando un poco más hasta que llegamos a una cueva situada cerca de la cima de la colina. El suelo estaba sembrado de huesos y espadas viejas. La entrada estaba flanqueada por antorchas y cubierta con una cortina de terciopelo con bordados de serpientes.
Parecía el escenario de una macabra función de marionetas.
—¿Qué hay ahí dentro? —pregunté.
Darlene asomó la cabeza, acto seguido suspiró y descorrió las cortinas.
—Ahora mismo, nada. Es la casa de una amiga. Llevamos varios días esperándola, pero hasta ahora no he sabido nada de ella.
—¿Tu amiga vive en una cueva?
Annabeth casi logró esbozar una sonrisa.
—En realidad, su familia tiene un piso de lujo en Queens y ella va a un colegio privado para chicas en Connecticut, pero cuando está en el campamento vive en la cueva. Es nuestro oráculo: nos revela el futuro. Esperaba que pudiera ayudarnos a...
—Encontrar a Percy —me aventuré a decir.
Annabeth se quedó sin energía, como si hubiera estado aguantando lo máximo posible. Se sentó en una roca con una expresión de dolor sordo, Darlene se acercó a ella, abrazándola y tratando de darle aliento aún cuando se notaba que ella parecía estar peor.
Donde Annabeth parecía agotada, Darlene parecía fuerte, pero era falso. Podía verlo en sus ojos tristes, las ojeras pronunciadas, la piel y el cabello algo resecos; quizá lo que disimulaba todo eso, era el brillo resplandeciente sobre ella que la hacía lucir magnífica.
Me daba la impresión que Darlene actuaba como el pilar de Annabeth, llevando las cargas que podrían aliviar a la rubia con tal de hacerle más fácil todo. Pero Darlene estaba igual o más rota que Annabeth.
«¿Quién le alivia las cargas y la consuela?» pensé sintiéndome mal por ella.
Me obligué a apartar la vista hacia la cima de la colina, donde había un pino solitario que dominaba el horizonte. Algo relucía en la rama más baja, como una alfombra de baño dorada y rizosa.
No...no era una alfombra de baño. Era vellón de oveja.
«Ok» pensé. «Un campamento griego. Tienen una réplica del Vellocino de Oro».
Entonces me fijé en el pie del árbol. Al principio pensé que estaba envuelto en un montón de enormes cables morados, pero los cables tenían escamas de reptil, patas con garras y una cabeza de serpiente con los ojos amarillos y unos orificios nasales humeantes.
—Es...un dragón —dije tartamudeando—. ¿Es el auténtico Vellocino de Oro?
Annabeth asintió con la cabeza, pero en realidad no estaba escuchando. Dejó caer los hombros. Se frotó la cara y aspiró de forma temblorosa.
—Lo siento. Estoy un poco cansada.
—Ambas parecen al punto del colapso. ¿Cuánto tiempo hace que buscan a Percy?
—Tres días, seis horas y unos doce minutos —dijeron al mismo tiempo.
—¿Y no tienen ni idea de lo que ha sido de él?
Annabeth negó con la cabeza tristemente.
—Estábamos muy entusiasmados porque los dos empezábamos las vacaciones de invierno pronto. Nos reunimos en el campamento el martes y calculamos que teníamos tres semanas para estar juntos. Iba a ser genial. Entonces, después de la fogata, él... me dio un beso de buenas noches, volvió a su cabaña y por la mañana había desaparecido.
—Buscamos por todo el campamento. Hablamos con su madre. Intentamos ponernos en contacto con él de todas las formas que se nos ocurrieron. Annabeth y yo salimos a recorrer todo Nueva York los últimos dos días. Nada. Desapareció sin más —agregó Darlene—. Entonces, anoche recibí la visión que nos dijo que debíamos buscar en el cañón.
«Hace tres días» pensé. «La misma noche que tuve el sueño».
—¿Cuánto tiempo llevaban juntos?
—Desde agosto —contestó Annabeth—. El 18 de agosto.
—Casi cuando yo conocí a Jason —mencioné—. Pero nosotros solo hemos estado juntos unas cuantas semanas.
Darlene hizo una mueca.
—Piper...con respecto a eso...tal vez deberías sentarte.
Sabía lo que iba a pasar. Empezó a invadirme el pánico, como si mis pulmones se estuvieran llenando de agua.
—Oigan, ya sé que Jason cree... cree que ha aparecido hoy mismo en el colegio, pero no es verdad. Hace cuatro meses que lo conozco.
—Piper —dijo Annabeth con tristeza—, es la Niebla.
—¿Qué nieve?
—N-i-e-b-l-a. Una especie de velo que separa el mundo de los mortales del mundo mágico. Las mentes mortales no pueden procesar conceptos como los de los dioses o los monstruos, así que la Niebla altera la realidad. Hace que los mortales vean cosas de una forma que puedan entender: por ejemplo, sus ojos pasarían totalmente por alto este valle o mirarían ese dragón y verían un montón de cables.
—No —dije tragando saliva—. Tú misma dijiste que yo no soy una mortal normal y corriente. Que soy una semidiosa.
—Incluso los semidioses se pueden ver afectados. Lo he visto muchas veces. Los monstruos se infiltran en un sitio como un colegio, se hacen pasar por humanos, y todo el mundo cree acordarse de esa persona. Cree que siempre ha estado allí. La Niebla puede cambiar los recuerdos, incluso puede crear recuerdos de cosas que nunca han pasado...
—¡Pero Jason no es un monstruo! —insistí—. Es un humano, o un semidiós, o como quieran llamarlo. Mis recuerdos no son falsos. Son muy reales: el día que prendimos fuego a los pantalones del entrenador Hedge, el día que Jason y yo vimos una lluvia de meteoritos en el tejado de la residencia y por fin conseguí que el muy tonto me besara.
Me puse a divagar, contándoles a ambas sobre todo el semestre en la Escuela del monte. Me había gustado Jason desde la primera semana que nos conocimos. Era muy amable conmigo y muy paciente, e incluso aguantaba al hiperactivo de Leo y sus estúpidas bromas.
Me había aceptado por mí misma y nunca me juzgó por las estupideces que hice. Pasamos horas hablando, contemplando las estrellas y, con el tiempo, por fin nos habíamos tomado de la mano.
Annabeth frunció los labios.
—Sus recuerdos son mucho más nítidos que los de la mayoría —comentó hacia Darlene—. Tu eres la experta en esto ¿Qué opinas?
Miré a la otra chica, dándome cuenta que estaba bajo una mirada analítica. Me sentí expuesta de una manera que jamás había sentido.
—Su vínculo es falso —sentenció después de unos minutos—, está hecho de magia provocada por los recuerdos. Estás enamorada de lo que piensas que pasaste con Jason, pero no estás enamorada de él.
—¿Qué...? —Me sentí tan enojada, quién se creía ella para decir cómo me sentía.
—Si tan bien lo conoces...
—¡Por supuesto que lo hago!
—Entonces, ¿de dónde es?
Sentí como si me hubieran dado un golpe entre ceja y ceja.
—Debe de habérmelo contado, pero...
—¿Te habías fijado alguna vez en su tatuaje antes de hoy? ¿Te ha hablado alguna vez de sus padres, o de sus amigos, o del último colegio al que ha ido?
—No... no lo sé, pero...
—Piper, ¿cuál es su apellido?
Me quedé con la mente en blanco. No sabía el apellido de Jason. ¿Cuál era?
—Darlene sabe de lo que habla, Piper —dijo Annabeth—. Ella mejor que nadie puede decirlo. —Luego se giró hacia la otra chica—. ¿Crees que tu papá...?
—No, no parece ser magia de mi papá —dijo contrariada—. Ni siquiera es magia de amor. Es otra cosa.
—¿Tu papá?
—Eros, el dios del amor —respondió.
Fue entonces que me eché a llorar. Me sentía como una perfecta idiota. Annabeth tenía razón, Darlene sabía de lo que hablaba.
Quién mejor que la hija del dios del amor para reconocer cuando un amor es verdadero o hecho a base de magia. Literalmente ese era el trabajo de su padre.
Me senté en la roca al lado de Annabeth y me desmoroné. Aquello era demasiado.
¿Tenían que quitarme todo lo bueno que había en mi estúpida y deprimente vida?
—Sí —había dicho el sueño—. A menos que hagas exactamente lo que te decimos.
—Oye —dijo Annabeth—. Lo resolveremos. Ahora Jason está aquí. ¿Quién sabe? A lo mejor lo suyo funciona de verdad ¿no es así, Dari?
—¡Por supuesto que sí! Déjamelo a mí, puedo hacer que ambos estén en el mismo punto de sus memorias sin problema, y esta vez será todo de verdad.
«Lo dudo» pensé. «No cuando el sueño me contó la verdad».
Pero no podía decirlo.
Me sequé una lágrima de la mejilla.
—Me han traído aquí arriba para que nadie me vea lloriqueando, ¿verdad?
Annabeth se encogió de hombros.
—Imaginé que sería duro. Sé lo que es perder a tu novio.
Algo cruzó por la expresión de Darlene. Algo infinitamente doloroso, y tuve la sensación de que ella había perdido algo más grande que un novio.
—Pero sigo sin poder creer... Sé que teníamos algo —murmuré—. Y ahora ha desaparecido, como si él ni siquiera me reconociera. Si de verdad ha aparecido hoy por primera vez, entonces, ¿por qué? ¿Cómo ha acabado así? ¿Por qué no se acuerda de nada?
—Buenas preguntas —dijo Annabeth—. Con suerte, Quirón podrá resolverlo. Pero de momento tenemos que instalarte. ¿Estás lista para bajar?
Contemplé la disparatada colección de cabañas del valle. Mi nuevo hogar, una familia que supuestamente me entendía, pero que al cabo de poco sería otro grupo de personas a las que decepcionaría, otro sitio del que me echarían.
—Los traicionarás por nosotros —le había advertido la voz—. O lo perderás todo.
No tenía alternativa.
—Sí —mentí—. Estoy lista.
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