053.ʀᴏꜱᴀ ɴᴇɢʀᴀ - ᴘᴀʀᴛᴇ 1

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ʀᴏꜱᴀ ɴᴇɢʀᴀ - ᴘᴀʀᴛᴇ 1

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━━━1 de Junio

APOLO ME DEJÓ EN LA CARRETERA, CERCA DE LA ENTRADA DEL CAMPAMENTO. 

Apenas estaba comenzando a aclarar cuando el carro se detuvo, se giró hacia mi con una sonrisa suave y se inclinó para besarme. Inmediatamente me colgué de su cuello, deseando que el momento durara un poco más. Sus labios se movían con una dulzura que contrastaba con la firmeza de sus manos en mi cintura, me acariciaba con tanto amor, como si fuera el tacto de una pluma.

Me separé ligeramente para mirarlo a los ojos.

—No quiero irme —murmuré, mi voz apenas un susurro, como si al decirlo en voz alta, el hechizo pudiera romperse.

Su mano se deslizó hasta mi mejilla, acariciándola con el pulgar.

—Sinceramente yo tampoco tengo muchas ganas de dejarte ir. —Dio pequeños besos mariposa desde el borde de mis labios hasta el lóbulo de mi oído, una mano se arrastraba perezosamente sobre mi muslo, jugueteando demasiado cerca del borde de mis shorts—. Me encantaría mantenerte en mi templo para siempre —susurró. Succionó la piel detrás de mi oído haciéndome suspirar—. Solo para mí. 

—Así menos quiero irme —me quejé. 

Me abrazó con fuerza, arrastrándome sobre su regazo, me senté a horcajadas sobre él. 

—Pídelo —susurró contra mis labios—. Pídelo y te llevaré de regreso conmigo.

Su oferta era tan tentadora como peligrosa. Acaricié su rostro, notando la suavidad de su piel bajo mis dedos. Me incliné hacia él, rozando mis labios contra los suyos una vez más. 

—No debería —dije, mi voz apenas un susurro entre nosotros. 

Sobre todo porque acabábamos de hacer el viaje al Caribe, dos semanas completamente solos, pero era como si entre más tiempo pasáramos juntos, más difícil se hacía el tener que separarnos.

Sus manos acariciaron la piel de mi cintura, levantando levemente mi camiseta.

—Nadie te culparía —Me apretó contra él—. Me echarían la culpa a mí, de que te secuestro.

Me reí. 

—Me secuestras todo el tiempo.

—Pues por eso mismo. —Me besó sobre la clavícula, sus dientes mordisqueando sobre el bretel de la camiseta.

Cerré los ojos, apoyando la frente contra su hombro. Tomé una respiración profunda, intentando organizar mis pensamientos.

—Quiero quedarme contigo, pero tengo que ir. —Sus manos se cerraron sobre mis caderas y me presionó contra él, haciéndome suspirar—. Apolo…

—¿Mhu?

—Tengo que irme. —Me besó profundamente, me aparté sujetandole el rostro y mirándolo a los ojos—. Te amo, pero ya déjame ir.

Se rió y asistió. 

Con un último beso suave, me ayudó a salir de su regazo y acomodó mi camiseta. Sus manos se detuvieron en mi cintura por un momento más, como si intentara memorizar el tacto de mi piel.

Me bajé con mi bolso y me incliné en la ventanilla.

—Dale mis saludos a Artemisa y a la señora Leto.

—Se los daré, aunque Artemisa sigue molesta conmigo.

—No debiste lanzar la peste negra en su campamento.

Se encogió de hombros.

—Ellas se lo buscaron —dijo tomando un mechón y retorciéndolo en sus dedos—. Aunque te ves preciosa así también.

Ahora tenía el cabello medio rosa y me encantaba, pero eso no quita que haya llorado cuando me hicieron esa broma.

Me acerqué y le di un rápido beso antes de salir corriendo hacia el bosque. El sonido del motor a lo lejos se fue desvaneciendo.

Me acerqué a la entrada del campamento y la hermosa sensación de estar en casa me invadió. Respiré profundo, disfrutando del aroma a pino. 

Pronto estaba en mi cabaña, esquivando los objetos voladores de la nueva pelea por el baño. Silena se cepillaba el cabello entre risas mientras Valentina y Arantza discutían sobre quién era mejor opción: si Team Edward o Team Jacob.

No sé ustedes, pero… ¿Inmortal? ¿Guapísimo? ¿Rico? Yo soy Team Edward.

Me vestí para empezar el día y salí al exterior. Lo primero que hice fue ir a reportarme con mis niños.

—¡Llegó la diversión! —grité estirando los brazos mientras me acercaba al campo de tiro—. ¡Gracias, muchas gracias!

Inmediatamente Will, Kayla, los más pequeñitos, y para mi sorpresa, Austin, saltaron sobre mi. Me reí mientras caíamos al suelo en una maraña de brazos y piernas. Los chicos estaban eufóricos, y sentí un calor reconfortante en mi pecho. 

—¡Cuidado con mi cara que soy modelo! —advertí riendo, mientras intentaba levantarme entre empujones y abrazos. 

—¡Te extrañamos! —exclamó Kayla, aferrándose a mi cintura como si nunca más fuera a soltarme. Me dio una sonrisa enorme al verme mejor—. ¡Amo tu cabello! —grito emocionada—. ¡Lo quiero igual! Pero en verde, el rosa no me queda también como a tí. 

—Gracias, corazón, yo también los extrañé —respondí—. Podemos ver si los Stoll nos consiguen tintura y puedo ayudarte.

Saludé uno por uno, y al final, sentí como me empujaron hacia adelante y caí contra el pecho de alguien, que me sostuvo con manos cálidas.

Miré hacia arriba, encontrándome con la mirada suave de Michael. Sus manos firmes me sostuvieron por los brazos mientras recobraba el equilibrio. Sentí mis mejillas ruborizarse un poco.

—Hola.

—Hola.

Me perdí en sus ojos, siempre tan tranquilos en comparación al salvaje que era la mayor parte del tiempo. Me ayudó a ponerme de pie, su contacto cálido y seguro.  Me ardían un poco las mejillas, pero traté de disimularlo con una sonrisa.

—Gracias —le dije, intentando sonar casual.

—De nada.

Nos quedamos en silencio por un momento. Sonreí, aún sintiendo el calor de sus manos en mis brazos. 

—¿Cómo ha estado tu año? 

—Ha sido…bien —respondí, tratando de no dejarme llevar—. Uhm..en realidad, luego tengo que hablar contigo sobre la cucaracha. 

Michael frunció el ceño y apretó la nmandicula al darse cuenta de quién estaba hablando. Respiró profundo y asintió. 

—Me alegra que estés de vuelta —dijo en  su lugar—. Los niños te han extrañado mucho. —Dio un paso atrás, soltándome suavemente—. Y... yo también.

Mi corazón dio un pequeño brinco ante esa confesión.  

—Yo también te extrañé, Michael. —Le di una sonrisa sincera—. Es bueno estar en casa.

Mientras hablábamos, sentí una presencia familiar acercándose por detrás. Antes de que pudiera girarme, una voz alegre me sorprendió.

—¡Darlene! ¡Finalmente has regresado!

Me giré para encontrarme con la sonrisa radiante de Annabeth. 

—¡Annabeth! —exclamé, abrazándola con fuerza—. ¿Pensé que estarías en California? ¿Qué haces aquí?

—Ocupada como siempre —Se apartó ligeramente, observándome con curiosidad—. Me alegra ver que estás de vuelta y con un nuevo look. ¡Te queda genial, es muy tú!

—Gracias, fue idea de Thalia. Pero aún tengo que acostumbrarme a él.

—Bueno, es un cambio bonito. —Me habló en voz baja—. Hablando de Thalia…

—Sí, lo sé —murmuré. Me giré hacia la cabaña 7 y me despedí, dándole una última mirada a Michael. Nos marchamos por la senda principal—. Estaba con las cazadoras cuando pasó, dijo que se encontró con Nico y Percy.

—No puedo creer que Persefone haya creado un arma maestra en secreto —susurró. 

—¿No? Yo sí —dije molesta al recordar que esa señora había convertido a mi hermano en una plantita.

Annabeth suspiró.

—Tienes razón, no sé por qué me sorprendo. Son dioses, estan enfermos de poder.

—¡No todos! 

Ella me miró enarcando una ceja.

—Sí, ya sé que tu papá no, pero…

Me mordí el labio, miré a todos lados y respiré profundo. 

—No hablo de mi papá.

—¿Ah no?

—Yo…estoy saliendo con alguien.

Annabeth abrió los ojos.

—¡¿Estás saliendo con un dios?! —Asentí—. ¡¿Quién?!

Me reí nerviosa.

—Apolo —susurré.

Ella se echó atrás, impactada. 

—¿Apolo? ¿En serio? ¿De todos los dioses, justo él?

Me encogí de hombros, sonriendo.

—Estábamos destinados —dije medio en broma.

—¡Pero, Darlene, es un dios y es Apolo! —exclamó incrédula—. ¿Estás segura que…? —se detuvo, observándome mejor—. Estás enamorada —dijo con certeza. 

—Como jamás pensé en mi vida —respondió—. Y…él me ama. Sé que quizá sueno como todas las que se enamoran de los mujeriegos, pero es verdad, Annabeth. Me ama, no es algo pasajero, lo sé. 

Annabeth me sostuvo la mirada, probablemente pensando que estoy siendo tonta, ingenua y que acabaré con el corazón roto.

Al final soltó un suspiro resignada

—Si te hace feliz… —dijo tomándome de las manos—. Solo procura no salir lastimada. No quiero hacer enojar a Zeus por mandar a su hijo de una patada al Tartaro. Y sé que Nico y Percy me ayudarían. Y también Michael.

Hice una mueca.

—¿Él no lo sabe? —Negué con la cabeza.

—Es…difícil de explicar, y no quiero hacerle daño.

—Entre más tardes en decirle la verdad, peor será. 

—Lo sé. Es solo que no quiero provocar que se peleé con Apolo, es su padre y…

—Y él te ama mucho —terminó por mí—. Como hija del dios del amor, tu vida amorosa es un desastre. —Me reí sin humor—. ¿Qué dijo él?

—Estaba enojado, y creo que aún tiene esperanzas de que algún día le diga que rompí con él y que lo odio y todo el show de ex-novia despechada.

—Una telenovela usual.

—Exactamente.

Nos quedamos calladas y luego Annabeth enganchó su brazo en el mío. 

—Entonces cuéntame —dijo forzando una sonrisa—. ¿Qué tal esa relación?

Me reí.

—Sutil. —Ella se encogió de hombros.

El resto de la semana se trató de ir acomodándonos al inicio del verano con la llegada de todos los campistas. Nico, muy en contra de su voluntad, se quedó un par de días.

Traté de incluirlo en todas mis actividades, y buscaba sobre todo, ponerlo en equipo con Will, quien miraba a Nico como si fuera lo más bonito que hubiera visto jamás.

Y Nico no se daba cuenta de nada. Aunque ciertamente se sonrojó como nunca con los cumplidos que Will le daba cuando intentaba enseñarle a usar el arco. 

—Ya sé lo que estás haciendo —dijo Michael interceptándome a medio camino.

Se me cayó el alma a los pies.

¡¿Qué sabía?!

—¿Ah sí? —pregunté intentando hacerme la tonta, pero me temblaba todo el cuerpo.

—Sí, intentas meterle a mi hermanito por los ojos a ese hijo de Hades —respondió cruzándose de brazos.

Respiré aliviada.

Me paré sobre las puntas de los pies y sonreí.

—No sé de qué me hablas.

—Darlene.

—Michael. —Enarcó una ceja—. Tranquilízate, sí. Sé lo que hago. Will está  muy enamorado aunque intente fingir para verse cool, y él es todo lo que Nico necesita. Yo sé que si se dan la oportunidad, serían muy felices juntos. Además, solo hago que pasen tiempo juntos como cualquier campista, no les estoy imponiendo nada. Nada de trucos románticos ni magia de Eros. Solo quiero que se conozcan.

Michael me sostuvo la mirada y luego soltó un suspiro resignado.

—Solo no quiero que mi hermanito salga lastimado. Nico parece ni comprender que es normal si le gusta alguien de su mismo sexo.

—Oh sí. Aún tengo que trabajar en eso —respondí haciendo una mueca—. Pero no te preocupes, te prometo que saldrá bien. Nico no le haría daño, solo necesita descubrirse a sí mismo y Will tener un poco de paciencia.

Michael me dio una última mirada antes de suspirar y darme un leve asentimiento. Sabía que, aunque quería proteger a su hermano, también confiaba en mí. 

—No, así no.

Ambos nos giramos hacia las voces y vimos a Will intentando hacer que Nico agarrara bien un arco.

—¿Cuál es el sentido? —se quejaba Nico—. Soy bueno con la espada, no necesito aprender esto.

—El hecho de que no comprendas la utilidad de saber utilizar todas las armas disponibles, demuestra por qué necesitas aprender —replicó Will con las manos en la cintura.

Michael se rió y lo miré enarcando una ceja.

—Los Backer nos tienen muy mal a los hijos de Apolo. —Se me borró la sonrisa y él se dio cuenta—. Lo siento.

—No, no, es… —Negué con la cabeza—. Por favor, no te disculpes por sentir amor.

—Me disculpo por hacerte sentir incómoda. 

—Nada de lo que hagas me haría sentir incómoda. —Forcé una sonrisa, intentando disipar la tensión que se había formado entre nosotros. No era su culpa que sus palabras tocaran una fibra sensible—. Es solo que…

Frunció el ceño.

—¿Qué?

—Estoy saliendo con alguien.

Mis palabras quedaron suspendidas en el aire. Era como si el tiempo se detuviera, esperando a que él procesara lo que acababa de decir. 

—¿Qué? —preguntó en voz baja, casi como si no estuviera seguro de haber escuchado bien.

Me miró con esos ojos castaños, tan llenos del dolor que siempre intentaba esconder de mí. 

—Lo siento.

Tragó saliva y vi sus puños cerrarse tan fuertes que se volvieron blancos. Respiró profundo y sonrió.

—No, está bien. 

Mi corazón se rompió, porque nada estaba bien. El dolor que mis palabras le habían provocado, podía sentirlo en mi propia alma. Cómo intentaba esconderlo y fingir que lo entiende, que lo acepta y que está bien con eso cuando no es así.

Quería ver su verdadero sentimiento, entender lo que estaba pensando, lo que estaba sintiendo. Pero él no me dejaba entrar.

Quería que se enojara, que me gritara, que dijera lo mucho que me despreciaba por herirlo, por no amarlo. 

Pero no lo hizo.

—De verdad, está bien —repitió, su voz suave, pero temblorosa. Su mirada evitaba la mía, enfocándose en algún punto distante, como si no pudiera soportar la idea de mirarme directamente.

Intenté decir algo, cualquier cosa que pudiera aliviar ese dolor que sabía que le había causado, pero las palabras se atragantaron en mi garganta. ¿Qué podía decir? ¿Qué podía hacer para remediar el daño que ya estaba hecho?

«Y aún no sabe la peor parte» pensé mortificada.

¿Cómo haría ahora para decirle que es Apolo?

—Michael, yo… —comencé, pero mi voz se apagó en el silencio incómodo que se había formado entre nosotros.

Él levantó una mano, deteniéndome.

—No tienes que decir nada más, Darlene. —Era como si estuviera tratando de convencernos a ambos de que todo estaba bien cuando claramente no lo estaba—. Solo… Quiero que seas feliz, eso es lo que más importa para mí.

—No quería lastimarte —murmuré. Pero incluso para mis propios oídos, esas palabras sonaban huecas.

—Lo sé —dijo con un suspiro—. Solo dime una cosa. ¿Te hace feliz? —La voz se le rompió a medio camino, carraspeó para tratar de esconderlo.

Asentí, sintiendo que las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos. 

—Bien. —Asintió—. Espero que… sepa lo afortunado que es.

Antes de que pudiera decir algo más, él dio un paso atrás, creando una distancia que sentí como un abismo entre nosotros.

—Creo que voy a necesitar un tiempo —dijo mirando a cualquier lado menos a mí.

Y sin esperar una respuesta, se alejó.

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