051.ᴅᴀʟɪᴀ ᴠɪᴏʟᴇᴛᴀ
╔╦══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╦╗
ᴅᴀʟɪᴀ ᴠɪᴏʟᴇᴛᴀ
╚╩══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╩╝
━━━1 de Mayo
ME MUDÉ UNA TEMPORADA CON PAPÁ.
Contrario a lo mucho que quería usar mi nuevo dormitorio, ahora tenía un lugar más o menos permanente en el palacio del dios del amor.
Resulta y acontece, que papá y Apolo estuvieron de acuerdo en otra cosa más.
Aceptaron que yo fuera quien tomará venganza contra Klaus, con la condición de que recibiría un entrenamiento especial.
Damas y caballeros: un entrenamiento directo desde el Olimpo.
Ahora tenía un entrenador personal inmortal, mi propio novio. El “mejor atleta, el perfecto arquero y el guerrero más fuerte”, según él, que había disponible en todo el Monte Olimpo.
Hércules podría tener algo que decir al respecto sobre eso.
Se ofendió un poquito cuando se lo dije, y luego tuve que escuchar un discurso de dos horas sobre cómo Hércules jamás pudo vencerlo.
Me contó que una vez quiso robarle un banquito a su pitia en Delfos porque no le gustó la profecía que le dio. Apolo tuvo que aparecer para defenderla, y ambos estuvieron tironeándose el banquito por horas sin lograr nada, hasta que Zeus tuvo que intervenir porque sus dos hijos se andaban comportando como niños, y le ordenó a Hércules que le devolviera el banquito a su hermano.
—¿Ya ves? Ni el hombre más fuerte de la tierra pudo conmigo —me dijo luego de contar la historia, mientras flexionaba sus brazos para mostrar su fuerza.
No le dije que técnicamente él tampoco le ganó, porque estaba más entretenida viendo como los músculos se tensaban y relajaban.
Y si soy bien honesta, tampoco me iba a quejar de qué el me entrenara. Era muy buen guerrero, después de todo, le había ganado en velocidad a Hermes y en boxeo a Ares.
«Aunque a Ares cualquiera le gana».
Era inteligente, rápido, fuerte. Cada día me entrenaba en distintas técnicas de pelea, y apreciaba muchísimo que no me compadecía por ser su novia, mucho menos por ser mortal. Supongo, que si bien el hubiera preferido mantenerme en su templo, entre almohadones y plumas, se había dado cuenta que lo mejor que podía hacer por mí, era darme las armas para que nunca estuviera desprotegida.
Y había un plus que era el que más disfrutaba.
—Muy bien, ahora vamos a practicar con el arco —dijo poniéndose de pie, se pasó la mano por la frente, quitando el cabello que le caía sobre los ojos.
Asentí, admirando cada uno de sus movimientos.
No estaba segura si se había dado cuenta lo que me hacía al quedar con el torso desnudo cada día que pasábamos entrenando, pero no me iba a quejar.
La forma en que sus músculos se tensaban bajo la luz del sol, resaltando cada línea y contorno, era simplemente hipnotizante.
Me guió hacía la zona de dianas, y fui detrás suyo como un cachorro esperando afecto, perdida en lo impresionante que se veía su espalda. Me paré junto a él, y el calor que su cuerpo irradiaba era una distracción constante mientras intentaba concentrarme en la tarea del momento. Levantó dos arcos con una sola mano y en la otra el enorme carcaj repleto de flechas, era casi mi altura y se veía muy pesado, pero él lo levantó como si fuera una lapicera.
Viéndome de reojo, se lo colgó al hombro.
—Últimamente estás demasiado distraída —comentó, pasando la lengua por el labio superior. Mis ojos siguieron el movimiento.
—No sé de qué hablas.
Tareareó una respuesta baja, meneando la cabeza con burla. Sí, él sabía lo que estaba haciendo.
Me ofreció uno de los arcos, lo tomé, sin apartar los ojos de los suyos, adorando las mariposas en el estomago solo por rozar su mano.
«Dioses, no permitan nunca que deje de sentirme así de enamorada».
Inspiré profundamente, tratando de enfocarme en la tarea que tenía delante. El objetivo era claro: acertar en el centro de la diana a unos cincuenta metros de distancia.
Me puse en posición de disparar, y justo cuando estaba por hacerlo, Apolo se paró a mi lado, y de un solo empujón de cadera, me apartó de la línea.
—¡Oye! —La flecha rasgó el aire y se clavó en el centro de la diana—. ¡Esa era mi diana!
—Que mal para tí. —Me sonrió burlesco. Se movió a la siguiente, y volvió a disparar.
—¡Apolo! —me quejé yendo detrás suyo.
Pero él solo se reía, sin parar de ensartar cada flecha.
Solté un bufido. No le iba a dejar molestarme. Tomé aire, alineé mi disparo y solté. El sonido de la madera astillándose hizo que Apolo dejara de reír y se giró para ver cómo mi flecha partía la suya en dos, clavándose en el centro exacto de la diana.
Una sonrisa triunfante se dibujó en mis labios mientras él observaba incrédulo el resultado de mi tiro.
Sin darle tiempo para recuperarse, tomé otra flecha y repetí el proceso. De nuevo, mi flecha encontró su objetivo con una precisión impecable. El sonido de la madera rompiéndose se hizo eco una vez más, llenando el aire con una sensación de dulce victoria.
Una a una, todas sus flechas fueron atravesadas por las mías, y amé tanto verlo boquiabierto. Supongo que salvo su hermana, nadie estaba a su altura.
Finalmente, sacudió la cabeza y dejó escapar una carcajada.
—Supongo que me lo tenía merecido —admitió, todavía sonriendo—. Pero no creas que voy a ser tan indulgente la próxima vez.
—¿Indulgente? —le respondí, alzando una ceja, apoyando el arco en el suelo—. Te pateé el trasero en tu propio campo, cariño.
Él rodó los ojos, y se acercó tanto que levanté la cabeza para verlo a los ojos.
—Solo porque te deje continuar —susurró inclinándose sobre mí.
—Acéptalo, dios del tiro con arco —respondí en igual tono—. Perdiste.
Bajó la vista a mis labios, y sonrió.
—Yo nunca pierdo. —Me acomodó un mechón de cabello que se había soltado de mi coleta—. Hagámoslo más entretenido.
Enarqué una ceja. Apolo siempre sabía cómo mantenerme alerta y, aunque no lo admitiera en voz alta, adoraba esa parte de él.
—La última vez que hicimos un reto entre nosotros, hiciste trampa y yo te partí un jarrón en la cabeza.
Se apartó, su sonrisa ensanchándose. Chequeó los dedos, y las dianas desaparecieron. Señaló a lo lejos, en la parte más alta del estadio, como a unos 50 metros del suelo, apareció una.
—El que dé en el blanco, gana.
—¡Lo sabía! —me quejé—. ¡Siempre haces trampa!
—¿Yo? ¿Hacer trampa? Jamás. Solo soy naturalmente superior —respondió, pasando la mano por sus rizos dorados cual diva.
Solté un bufido.
—Naturalmente tramposo.
—Oh por favor, si estás tan segura de darme una paliza en mi propio campo, no deberías preocuparte por una insignificante diana al otro lado del estadio. —Se apoyó en el arco para inclinarse más cerca mío—. ¿Ah no ser que tengas miedo de perder, pequeño engendro?
Me resultaba curioso como hace poco más de un año, ese apodo era una manera de insultarme que me provocaba ganas de golpearlo; y ahora, me provocaba mariposas.
Sonreí de lado.
—Está bien, Sunshine, pero no quiero que después lloriquees.
—Primero las damas —respondió él con un guiño, apartándose para dejarme espacio.
Respiré hondo y levanté el arco, centrando mi vista en la diana. Estaba en una posición incómoda, alta y apenas visible, pero me concentré, bloqueando todo lo demás. Alineé la flecha, tensé la cuerda y, con un último suspiro, solté.
La flecha voló a través del estadio y alcanzó la diana, clavándose en una de las esferas medias. No era mi mejor tiro, pero considerando la distancia…
—Nada mal, ¿verdad? —le dije a Apolo, girándome para verlo.
—Para ser mortal —respondió con tono lastimero—. Apártate, preciosa, y mira cómo se hace.
Haciendo uso de su enorme ego, tensó el arco, me miró dándome un guiño y apuntó.
Sonreí. Él no era el único que podía jugar sucio.
Me acerqué a él con paso decidido, y me paré justo detrás suyo. Sabía que él me sentía y eso lo hacía más divertido. Me puse de puntillas.
—Encuentro particularmente atractivo el verte así de concentrado —murmuré apoyando un dedo en su brazo.
Sentí cómo sus músculos se tensaban aún más, pero no apartó la vista de la diana. En su lugar, soltó un resoplido, claramente intentando mantener la compostura.
—Nada de lo que hagas va a afectarme —dijo, pero noté un leve titubeo en su voz.
Deslicé mi mano suavemente por su brazo, recorriendo el camino hasta su hombro y subí por la nuca, jugueteando con sus rizos.
Vi cómo sus dedos temblaban ligeramente, pero aún no había soltado la cuerda. Era muy testarudo, pero yo también.
—Es una pena que no puedas concentrarte en dos cosas a la vez, ¿no crees?
Apolo soltó una risa baja y controlada, pero había una chispa de frustración a su alrededor. Me moví aún más cerca.
—¿Sabías que siempre he querido ver hasta dónde llega tu autocontrol? —murmuré, dejando que cada palabra fuera una caricia.
Dejé que parte de mi poder se extendiera hacia él, incrementando sus nervios bajo mi toque y compartiendo mi amor. Mi mano bajó por el hombro y se deslizó por la espalda, siguiendo la curva de su columna vertebral hasta llegar a la cintura.
En un sobresalto, soltó la flecha, pero la trayectoria era errática, ni siquiera rozó la diana y se perdió en el horizonte.
La incredulidad y la sorpresa en su rostro eran invaluables.
Me eché a reír, dando un paso atrás.
—¿Qué pasó? —pregunté con fingida inocencia—. Pensé que nunca perdías.
Apolo se giró hacia mí, le temblaba un poquito el párpado, pero sonrió.
—Tú, pequeña tramposa —dijo apuntándome con el dedo.
—¿Yo? ¿Hacer trampa? Jamás. Solo soy naturalmente superior —repetí imitándolo, acomodé mi cabello por encima de mi hombro.
—Eso fue una jugada sucia, y lo sabes.
Le di una sonrisa condescendiente.
—Últimamente estás demasiado distraído —comenté, pasando la lengua por el labio superior.
Y tal como me había pasado a mí, él clavó sus ojos en mis labios.
En un movimiento rápido, me sujetó del brazo. Los arcos cayeron al suelo. Me atrajo hacia él, envolviéndome en un fuerte abrazo.
—Eres demasiado peligrosa, mortal —murmuró, sus labios rozando los míos. Sus manos bajaron por mi espalda hasta la cintura—. Un peligro para todos, debería hacer un acto de caridad a la humanidad y mantenerte aquí para siempre.
—¿En el Olimpo o en tu templo?
—En mis brazos.
Me inclinó levemente hacia atrás, como en las películas románticas viejas. Me sentí Mia Termopolis a punto de tener su beso pop.
El calor de sus manos en mi cintura, el suave murmullo de su voz. Él era capaz de decirme, solo con sus ojos, todo lo que sentía. Su sonrisa burlesca se desvaneció lentamente.
Sus labios se posaron sobre los míos con una mezcla de firmeza y ternura, como si el mundo a nuestro alrededor dejara de existir. Su beso era cálido, envolvente, y sus manos se apretaron ligeramente en mi cintura, acercándome aún más a él, mientras mi corazón latía con fuerza desbocada.
—Vaya, vaya, ¿interrumpo? —dijo una figura alta y musculosa que se acercaba.
Me sentí como si me hubieran lanzado un balde de agua fría. Apolo suspiró y se separó ligeramente de mí, pero sin soltarme del todo.
—Siempre tan oportuno, Ares —dijo, claramente molesto por la interrupción—. Estamos en medio del entrenamiento.
—Sí, veo bien como la entrenas—Ares se paró firme, sin quitar la vista de Apolo, y con la mano apoyada en el mango de su espada—. Metiéndole mano, y la lengua en la garganta, si es posible —agregó irritado.
Apolo sonrió con burla, y supe que iba a responderle alguna cosa subida de tono, así que le tapé la boca con la mano.
—Supongo que ya es hora de irme —dije tratando de sonar casual mientras me liberaba suavemente de los brazos de Apolo.
Papá había aceptado, a regañadientes, que pasara varias horas en el palacio de Apolo entrenando, pero me había puesto un “toque de queda” para volver. Y había puesto a mi hermana y a todos los demás hombres de mi familia a venir a buscarme.
Hoy al parecer le tocaba a Ares.
—Así es, pulguita. Así que apresúrate, tengo una cita con mi chica —dijo mirando a Apolo con burla—. Y yo sí puedo meter mano a gusto.
Apolo bufó.
—Claro, y luego la regresas a casa con su esposo.
—Vete a la mierda, niño bonito. —Se alejó a grandes zancadas.
Me estiré para darle un beso de despedida.
—¿Nos vemos mañana? —pregunté luego de separarnos.
Pero él negó con la cabeza.
—Nos vemos esta noche —susurró con complicidad.
No estaba segura de qué pensaba hacer, porque Eros le dijo que no lo quería volver a ver por su templo después del show que armó hace tres noches.
━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━
Había algo particular en ser la única mortal en un palacio lleno de dioses y toda clase de criaturas místicas.
Para empezar, yo era la única que necesitaba exclusivamente comer, pero ahora, por orden de mi madrastra, ahora todas las noches cenábamos juntos.
Ella de verdad se preocupaba por hacerme sentir parte de su familia.
El salón era enorme, con columnas doradas y frescos muy bonitos en el techo. La mesa, larga y opulenta, estaba cargada de platillos tan lujosos que me hacían acordar a los que salen en los libros de romance de época.
Me senté en mi lugar habitual, entre mi hermana y mi padre. Esa noche me llevé la sorpresa de encontrarme a Afrodita sentada al otro lado de la mesa, y a su lado, Ares estaba machacando su carne como si fuera una persona a la que estuviera descuartizando.
La diosa me estaba observando con esa sonrisa que significaba que estaba tramando algo. Poco a poco íbamos llevándonos mejor, no habíamos llegado al mismo nivel que teníamos antes, dudo que llegáramos a ese punto de nuevo porque ahora siempre habría una tela de desconfianza de mi parte.
—Dari, cariño, te ves radiante esta noche —dijo, batiendo sus pestañas—. ¿Ha tenido algo que ver con tu entrenamiento especial?
—Ha sido un día largo.
Hímero soltó una carcajada.
—Sí, sí, ya sabemos cuánto te "entrenas" con Apolo —dijo, sirviéndose una copa de vino.
Ares clavó su cuchillo con más fuerza en la carne.
—Espero que ese neandertal se esté comportando —masculló papá.
—Lo hace —dije seria.
—Sí, imagino que sí —comentó Afrodita bebiendo su vino.
El aire se cargó de un calor abrazador. Me giré rápidamente hacia la entrada, conteniendo mi sonrisa.
Entró en la sala como si fuera su propio templo y se acercó a la mesa con su usual elegancia. Llevaba una túnica dorada que resplandecía bajo la luz de las antorchas, y su sonrisa era tan deslumbrante como siempre.
—Espero no llegar demasiado tarde. —Tomó mi mano, dándome un beso en los nudillos—. Amor de mi existencia, tan hermosa como un amanecer.
Me reí de su galantería innecesaria. Se giró hacia cada uno en la mesa, saludandolos con extrema cortesía. Hasta que solo quedó mi padre.
—Suegrito —exclamó con burla—. Que bueno verte. ¿Te alegra verme?
—¿Quién invitó a la sanguijuela?
—Papá —reprendí. Y él frunció el ceño. Apolo se sentó a mi lado y se empezó a servir vino.
—No, es en serio, Darlene —insistió—. ¿Quién lo dejó pasar? —cuestionó mirando a todos.
—Tu mami —respondió Apolo, levantando una copa hacia Afrodita.
—¡Madre!
—Ay Eros, por favor, Apolo será tu yerno, merece empezar a pasar veladas con nosotros —dijo ella con un movimiento de mano desdeñoso.
La atmósfera en el salón se tensó momentáneamente cuando papá frunció el ceño al escuchar a Afrodita. Por un segundo, pensé que iba a rechazar la idea de pleno, pero luego su expresión se suavizó, aunque apenas.
—Vamos, papá —dije, tratando de calmar el ambiente—. Dale una oportunidad. No muerde…
—Solo si ella me lo pide —murmuró contra la copa.
—Shhh —Golpeé su brazo. Lo último que necesitábamos era que se pusiera a hacer esos comentarios a Eros.
Él entrecerró los ojos, pero no dijo nada.
La cena continuó en relativa calma, tanto como se puede con dioses, Apolo sacaba cosas de mi plato mientras Psique les preguntaba a él y a Ares sobre Cronos. Ninguno de los dos estaba muy interesado en el tema. Ares estaba más entretenido en mirarle el escote de infarto a Afrodita y Apolo…él en molestar a mi papá.
Suspiré, viendo cómo papá fruncía el ceño aún más.
—Apolo, ya basta —susurré.
Él estaba apoyado casi encima mío, con un brazo sobre mis hombros.
—No estoy haciendo nada.
—Lo estás molestando a propósito —dije conteniéndome de reír.
—No sé de qué hablas —respondió sonriendo. Con el dedo me robó la crema de mi postre—. Sólo estoy mostrándote mi amor —dijo llevándose el dedo a la boca.
Tragué saliva.
Papá se puso de pie abruptamente con un ruido estruendoso que sacudió todo el palacio. En tres zancadas llegó a nuestro lado de la mesa y tomó a Apolo del brazo, lo levantó, apartándolo de mí.
—Es suficiente. Largo de mi casa.
—No —me quejé ya sin poder aguantar la risa.
Junto a eso, una risa baja y contenida de Afrodita, seguida por la carcajada resonante de Hímero.
—Vamos, Eros, no seas tan exagerado —dijo Afrodita, haciendo un gesto de la mano como si estuviera ahuyentando una mosca.
—Ya bastante estoy soportando que salga con ella, no voy a tolerar que le arruine su bonita inocencia.
Apolo se río.
—Ay por favor, Dari lee fanfics en Wattpad —dijo señalándome—. Ahí ya no hay mucha inocencia.
—¡Apolo! —chillé, la cara me ardía de vergüenza.
Pero él solo le dio una sonrisa desafiante a Eros.
—¡Eso, hijo! —gritó Ares entre carcajadas—. Sacalo a patadas.
—¡Ares!
Me paré y corrí detrás de ellos. No entendía porque Apolo se estaba dejando sacar así sin más.
—Papá, solo estábamos bromeando, no tienes que hacer esto —dije riéndome.
La imagen era hilarante. Eros lo tenía sujeto haciéndole una llave, mientras Apolo intentaba zafarse, pero parecía como si los pies se le resbalabaran en el suelo de losa.
—¡Quiero un abogado! —gritó Apolo agarrándose de una columna.
—¡Lárgate, payaso! —espetó papá, tratando de echarlo.
Apolo se soltó y ambos terminaron cayéndose al suelo.
No pude aguantar más y solté una carcajada que resonó en el salón.
—Oigan…¿los dejo solos? —pregunté con burla.
Apolo se levantó e intentó acercarse a mí, pero Eros lo agarró del pie y se cayó de cara. Papá no perdió el tiempo y lo arrastró así hasta la salida.
—¡Mi dulce amor, el horrible monstruo no nos separará!
Negué con la cabeza, divertida por sus payasadas.
Al final, papá le cerró la puerta en la cara antes de que pudiera volver a entrar.
━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━
Cerré la puerta de mi habitación y me dirigí al tocador para soltarme el cabello, cuando un sonido sordo captó mi atención.
Al principio, pensé que era mi imaginación, pero volví a escucharlo. Me giré hacia donde me parecía que venía, y sí, otro golpecito en la puerta del balcón.
Fruncí el ceño y me acerqué con cautela, la abrí y salí al exterior.
Allá abajo, el tonto de mi novio estaba parado en el jardín.
—¿Ahora qué haces?
No podía ver bien en la oscuridad, pero me pareció ver su brillante sonrisa. Carraspeó y dijo:
—Rapunzel, Rapunzel, de rizos sin par, dame tu beneplácito, te quiero adorar.
No pude evitar reírme ante su intento de poesía.
—Si hiciera eso, señor, mi castigo en la torre sería eterno.
—¿Eso es un sí, o no?
—¿No te parece que ya causaste bastante drama por aquí? —le pregunté, apoyándome en la barandilla.
—El drama nunca es suficiente cuando se trata de amor —dijo con una exagerada reverencia.
Me incliné un poco más sobre la barandilla, observando cómo las luces del jardín jugaban con sus rizos dorados.
—¿Y ahora qué quieres? ¿Que deje caer mi cabello para que puedas subir? —bromeé.
—Oh, qué romántico sería eso, pero tu cabello no es tan largo —respondió, lanzando otra piedra que golpeó suavemente mi pie—. Pero, he venido a buscar lo que me pertenece.
—¿Ah sí? ¿Y qué sería eso?
—Tú, mi hermosa doncella —dijo, su voz tomando un tono más suave.
Me crucé de brazos, fingiendo un suspiro dramático.
—Oh, qué propuesta tan tentadora. —Le miré con una ceja levantada—. Pero me temo que no tengo una cuerda tan larga para lanzarte. ¿Tienes algún plan de respaldo, héroe?
Señaló una enredadera gruesa que trepaba por el muro del balcón.
—Claro que sí, siempre hay una alternativa. —Ambos sabíamos que no la necesitaba, podía aparecer así sin más aquí arriba, pero a los dos nos gustaba el drama—. ¿Me das tu permiso para subir?.
—Sube antes de que alguien te vea.
Vi cómo se preparaba, dejando las piedras a un lado. Con una gran demostración de su fuerza, comenzó a trepar sin ningún inconveniente. Me retiré un poco del borde, dándole espacio mientras se acercaba al balcón. En cuestión de minutos, sus manos se aferraron a la barandilla y, con un último impulso, se incorporó a mi lado.
—¿Soy impresionante o qué? —dijo sonriendo.
—Presumido.
Regresé adentro, mientras continuaba quitándome los broches del cabello. El sonido de la puerta cerrándose me hizo levantar la vista a través del espejo, se acercó a mí lentamente y me abrazó por detrás.
—Hoy nos interrumpieron —murmuró contra mi oído.
—Ya sé —respondí, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío—. Pero ahora estamos solos.
—Tengo un regalo para tí.
—¿Más? —Me reí viendo el jarrón de dalias moradas con el que me había despertado esa mañana, y a un lado, el enorme joyero que ya estaba medio repleto y que me había regalado unos meses antes.
—Siempre hay más —susurró contra mi piel, mientras me apartaba el cabello del cuello.
Se apartó un poco y escuché el suave roce de algo metálico. Levanté la vista al espejo y lo vi sosteniendo un delicado collar de oro con un corazón de rubí engarzado entre enredaderas. Me quedé quieta mientras él lo colocaba alrededor de mi cuello, sus dedos rozando ligeramente mi piel al abrocharlo.
—Es precioso —dije, admirando el colgante que descansaba sobre mi clavícula.
Me giré hacia él, mirándolo entre las pestañas, y me besó con suavidad.
Retrocedí un paso…dos pasos…y Apolo me siguió, besándome con más ferocidad. Sentí el borde de mi tocador, su brazo se cerró con fuerza alrededor de mi cintura y me levantó, sentándome en él. Se paró entre mis muslos, presionándose contra mí.
Mis piernas rodearon su cintura de forma instintiva, y me aferré a sus hombros, sintiendo la calidez y la firmeza de su cuerpo contra el mío.
Incliné la cabeza hacia atrás para profundizar el beso, y sus manos bajaron, recorriendo mis caderas y alrededor de los muslos, y las agarró, acercándome un poco más. Mordisqueó mi labio inferior, tirando ligeramente, antes de mover sus besos por mi mandíbula y descender.
Cerré los ojos, entregándome por completo a la deliciosa locura de su amor, a la intensidad de sus besos. La manera en que sus labios se movían sobre mi piel, dibujando senderos de deseo que dejaban una marca ardiente y profunda. Cada roce, cada caricia suya, me hacía sentir como masilla en sus manos.
A veces me preguntaba cómo era posible sentir tanto. Le había dado todo el poder de hacerme daño, y no me importaba.
¿Cómo podía? ¿Cómo podía importarme cuando me sostenía como si fuera lo más hermoso de su mundo? ¿Cómo podía importarme cuando él me amaba con la misma intensidad que yo?
Su amor era como un fuego que nunca se apagaba, una llama que ardía con una magnitud que a veces me dejaba sin aliento.
Acaricié su cabello, enredando mis dedos en sus rizos dorados, y me encontré preguntándome cómo había tenido tanta suerte de encontrarlo. Apolo no era perfecto, tenía sus defectos y sus manías, pero cada parte de él parecía encajar con cada parte de mí, pese a no ser almas gemelas. Las Destinos sabían bien lo que hacían cuando unieron nuestros hilos.
—Espera —dije presionando mis manos sobre su pecho para apartarlo. Él me miró con curiosidad, sus ojos tenían las pupilas dilatadas—. Yo también te tengo un regalo.
Me deslicé de su abrazo y fui hacia la cómoda, abriendo el primer cajón con cuidado. Se me hacía muy difícil pensar en qué regalarle a un dios, así que casi todos mis regalos para él eran cartas de amor o pastelería. Apolo me decía que le encantaban, pero yo seguía queriendo encontrar algo que fuera perfecto.
La señora Psique me había ayudado esta vez.
Saqué una pequeña caja de terciopelo azul y me giré hacia él, que me observaba con una sonrisa enigmática.
—¿Qué es? —preguntó, acercándose un poco, pero sin romper la distancia entre nosotros.
—Un pequeño símbolo de mi amor —respondí, abriendo la caja para revelar una pluma de escribir. Estaba hecha de oro, con grabados de enredaderas y rosas.
Apolo la tomó, girándola suavemente entre sus dedos, observando los intrincados detalles grabados en el metal. La sonrisa que adornó sus labios me indicó que encontró la escritura. Grabado en la parte superior, estaba escrito “por siempre tuya”.
—Es hermosa —dijo, su voz cargada de emoción. Sus ojos se alzaron hacia los míos—. Me encanta, mi amor.
—Escribe —dije dándole un papel.
Me retiré un poco, observándolo en el espejo mientras él se inclinaba hacia el tocador. La lámpara de la mesita proyectaba una suave luz dorada, iluminando su perfil.
El primer trazo fue un flujo suave y constante de tinta dorada, la pluma deslizándose sin esfuerzo. Se ajustaba perfectamente a su mano.
Entonces a los costados de la hoja se llenaron de corazones delicados y frases amorosas que brotaban como flores de la tinta dorada. "Te amo", "Por siempre juntos", "Mi corazón es tuyo" aparecían en una caligrafía elegante, acompañadas por dibujos de enredaderas y rosas que parecían cobrar vida, enredándose y floreciendo a lo largo de los márgenes.
Apolo levantó la mirada un momento, su expresión era una mezcla de asombro y felicidad. Me miró con una sonrisa radiante antes de volver al papel, moviendo la pluma con renovada inspiración. Las palabras fluyeron como un río de oro.
Luego de unos minutos, se volvió hacia mí con la sonrisa de un niño en Navidad.
—Es el mejor regalo que he recibido —dijo finalmente, su voz cargada de sinceridad—. Gracias, mi amor.
Sin decir nada más, me atrajo hacia él y me besó con una ternura que me hizo sentir como si fuéramos las únicas personas en el mundo. Sus labios se movían sobre los míos con una suavidad y un cuidado que me hicieron olvidar todo lo demás.
Nos quedamos así, abrazados y besándonos, perdiéndonos en el momento. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío, su amor envolviéndome como una manta cálida y protectora. Era en momentos como este cuando me daba cuenta de lo afortunada que era de tenerlo en mi vida.
Finalmente, se apartó un poco y me miró, sus ojos brillando con un amor que me hizo sentir como si pudiera conquistar cualquier cosa.
—Felices cinco meses, hermosa.
—Felices cinco meses, Sunshine.
Como sabrán algunas que están en mi canal de difusión, esta semana que paso estuve enferma, aun no me recupero del todo, pero me sirvió para pensar algunas ideas.
Como vieron, hubo un salto de meses, en pocos capítulos (quiza 4) terminamos este libro.
Y quería mostrarles el manip que me hizo -sabricult.
Cada vez que veo este edit, me imagino que son Rudy e India como actores de la serie, y se sacan fotitos juntos y la gente anda shippeandolos como sus personajes.
Déjenme en mi momento delulu.
Acá el collar de Apolo
Y la pluma de Dari
Meme time
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top