037.ᴀᴍᴀᴘᴏʟᴀꜱ ᴅᴇʟ ʟᴇᴛᴇ - ᴘᴀʀᴛᴇ 1
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ᴀᴍᴀᴘᴏʟᴀꜱ ᴅᴇʟ ʟᴇᴛᴇ - ᴘᴀʀᴛᴇ 1
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NO IMPORTABA CUÁNTAS VECES PROBARA SUS LABIOS, SUS BESOS SIEMPRE SE SENTÍAN COMO EL PRIMERO: LOCO, EMBRIAGANTE Y ADICTIVO.
Un minuto o una hora, no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado, solo sabía que un beso no se sentía suficiente.
Sus labios se movían con confianza sobre los míos, explorando cada rincón con una urgencia que me dejaba muy en claro lo mucho que me había extrañado. Mis manos se aferraban a su espalda, sintiendo la tensión de sus músculos bajo la tela de su chaqueta.
Se apartó con pesar, como si apenas encontrara motivos para hacerlo.
—Ahora, quítate la ropa.
—¡¿Qué?! —chillé dándole un golpe en el brazo.
Se rió a carcajadas, ignorando mi molestia.
—Tú eres la malpensada, yo me refería a eso —dijo señalando mi armadura ensangrentada.
—Ajá, sí —Puse los ojos en blanco—, seguro que era eso.
Me quité la armadura, quedando solo con ropa de diario manchada en sangre y algunas partes quemadas. La miré, haciendo un puchero.
—Me gustaba esta blusa.
Movió la mano y estaba como nueva.
—¿Te he dicho que te amo?
—Sí, pero no me molesta si quieres decirlo otra vez —dijo sonriendo.
Se agachó para dejar un pequeño beso en la comisura del labio. Se alejó un poquito y me tomó el rostro en sus manos, observándome con cuidado.
—¿Qué?
—Nada —Negó con la cabeza—. ¿Estás bien?
—Sí, sólo cansada.
—Darlene.
—Me duele todo como si me hubiera atropellado un camión.
—Deberías descansar.
Me tomó de la mano y me guió hacia un cómodo sofá, poco a poco, las lámparas de gas fueron encendiéndose a su paso, dejando un ambiente acogedor y cálido; me dejé caer en él con un suspiro de alivio. Aunque la adrenalina de la batalla aún pululaba en mi sistema, el cansancio se apoderaba de mí con cada minuto que pasaba. Apolo se sentó a mi lado, su mirada llena de preocupación mientras pasaba sus dedos por mi cabello.
—Estás hecha pedazos —murmuró—, deberías escucharme más a menudo. —Su tono estaba lleno de complicidad.
—Cállate.
Aún así, sonreí débilmente, sintiéndome agradecida por tenerlo a mi lado.
Pasó la mano cerca de mi cuerpo, un brillo intenso resplandeció en ella y el dolor desapareció en su mayoría.
—Gracias.
—No es nada, deberías ver lo que puede hacer Asclepio —comentó en voz baja, mientras trabaja en una contusión en el brazo. Lo miré enternecida al notar el tono orgulloso con el que lo dijo.
Recordé lo que me había contado de Asclepio el año pasado, se notaba que lo extrañaba muchísimo. No quise ahondar en ello, no cuando ambos estábamos tan felices ahora.
—Mi papá no se va a quedar tranquilo con lo que hiciste.
—Ese nunca está tranquilo con nada de lo que hago.
Me reí.
—Aún no puedo creer que hayas hecho eso.
—¿Por qué no? —preguntó, con una mirada traviesa en los ojos—. ¿Enojar a tu padre? Era una oportunidad estupenda.
Rodé los ojos, pero me mordí el labio para evitar sonreír y seguirle la tontería.
—¿Así que de eso se trata todo? ¿Joder a mi papá?
—Es mi razón de vivir —dijo bromeando—, y ahora que eres mi novia, es aún más divertido.
—¿Cómo que tu novia? —cuestioné enarcando una ceja—. ¿Desde cuándo?
—Desde que te besé.
—¿Y por qué yo no lo sabía?
—¿No lo somos?
—No.
—¿Y por qué no?
—Porque no me lo has pedido.
Me miró con sorpresa, como si no se esperara esa respuesta. Se quedó en silencio por un momento, evaluándome con una mezcla de diversión y desconcierto.
—¿En serio no lo somos?
—No.
—Que mal, porque ya se lo dije a todo el Olimpo. —Lo aparté bruscamente de mí y me crucé de brazos.
Se rascó la cabeza, como si estuviera considerando sus opciones. Finalmente, dejó escapar una risa suave y se inclinó hacia mí con una sonrisa traviesa en los labios.
—Bueno, preciosa, ¿serías mi novia?
Levanté una ceja, pretendiendo estar pensativa. Sabía que estaba jugando, pero era divertido seguirle el juego.
—Hmm, tengo que pensarlo. ¿Qué ofreces como novio?
Hizo una mueca de dramatismo, colocando una mano sobre su corazón.
—Ofrezco besos embriagantes, muchos abrazos y una compañía fascinante en todo momento.
—Ya das todo eso sin serlo, ¿qué beneficios hay si compro el paquete completo?
Se reclinó hacia atrás, abriendo los brazos y se señaló a sí mismo.
—Todo este bombón.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.
—Bueno, consideraré tu oferta. Pero aún no has respondido a mi pregunta sobre los beneficios adicionales.
Fingió pensarlo profundamente, tocándose el mentón de manera teatral.
—Hmm, además de mi encanto sin igual y lo que ya te he prometido anteriormente...
—Por supuesto que sí, no puedes retractarte de nada que ya hayas prometido.
Asintió, divertido.
—Además de eso —dijo reclinándose demasiado cerca de mí—. Clases privadas de conducción con el plus de acceso permanente al carro del sol siempre que quieras una vez que sepas manejarlo; serenatas completamente exclusivas, acceso VIP a cualquier concierto que quieras, una tarjeta American Express Centurion sin límite y un regalo sorpresa impresionante para tu cumpleaños; y —agregó remarcando la y—, me aseguraré de que taches cada punto de tu lista de clichés románticos antes de que cumplas dieciocho años.
Mis ojos se abrieron con sorpresa ante todo lo que Apolo acababa de enumerar.
—Me encanta dejarte sin palabras.
Estaba intentando asimilar la magnitud de lo que acababa de escuchar.
—¿Estás hablando en serio?
—Para ti, cariño, lo máximo, es poco.
Fruncí el ceño.
—No.
La expresión de Apolo pasó de la diversión a la incredulidad. Sus ojos, normalmente llenos de confianza y picardía, ahora reflejaban un rastro de vulnerabilidad que rara vez veía en él.
—¿No? —preguntó, su tono de voz ligeramente más bajo de lo habitual. Evidentemente desconcertado por mi cambio de actitud, buscando alguna señal de que estaba bromeando.
Me crucé de brazos, manteniendo una expresión seria.
—De todo lo que ofreciste, olvidaste lo más importante —espeté cruzandome de brazos.
Me miró con confusión, sus ojos entrecerrándose ligeramente mientras trataba de descifrar qué se me pasaba por la cabeza.
—¿Lo más importante? ¿Qué es lo que olvidé? —preguntó, su tono ahora más serio, aunque aún con un destello de incredulidad en sus ojos.
—¡Y ni siquiera te das cuenta! —Jadeé indignada—. En ningún momento mencionaste algo sobre la exclusividad.
Parpadeó, sus ojos brillando con una mezcla de incredulidad y comprensión a medida que procesaba mis palabras, luego sonrió.
—¿Darlene, me estás celando?
—¿Tendría qué? —cuestioné enarcando una ceja.
No, no estaba celosa. Pero creo que es algo mínimo a dejar en claro si voy a salir con el segundo dios más mujeriego de todo el Olimpo.
—No, para nada.
—Bien.
—Bien. —Me mordí la mejilla—. ¿Entonces?
—¿Entonces qué?
Claramente, le divertía mi frustración.
—Bien, cómo quieras —espeté poniéndome de pie, pero me detuvo, rodeando mi cintura con sus brazos y atrayéndome hacia él.
—Creía que te darías cuenta, mi amor —murmuró sobre mis labios—. Soy tuyo hace tiempo, no necesitas preocuparte por nada.
—¿Ah sí? —susurré cerrando los ojos.
—Sí. Solo tuyo. —Dejó pequeños besos—. No miro a nadie más, no pienso en nadie más, eres el único sol de mi existencia.
Su respuesta me dejó sin aliento. No importaba cuántas veces me dijera lo que sentía, siempre me dejaba como gelatina.
Pasé los brazos por su cuello, mientras él me atraía más cerca suyo. Me besó una, dos, tres...perdí la cuenta en algún punto, pero no me importaba.
—¿Y bien?
—¿Qué?
Soltó una suave risa.
—Presta atención —dijo con un suave tono burlesco—. ¿Compras el paquete completo?
Abrí los ojos, encontrándome con la intensidad de su mirada dorada. El resplandor en sus ojos revelaba una verdad que iba más allá de las bromas y los juegos. Podía sentir la sinceridad en cada gesto, en cada toque.
—Hmm, ¿y viene con garantía de por vida?
—Por supuesto. Garantía divina, no hay nada mejor.
—Esa no me da mucha seguridad —respondí riéndome.
—Darlene —se quejó, sacándome una carcajada.
—Está bien, está bien; pero tienes que agregar una dotación de por vida de hamburguesas y fresas. Incluso si es a las cuatro de la mañana.
—Trato hecho.
Lo tomé del borde de la chaqueta, acercándolo tan cerca que nuestras narices se rozaron y lo miré a los ojos.
—Si te atreves a mentirme, vas a arrepentirte —amenacé entre dientes.
Él sonrió de lado.
—¿Y no es porque estás celosa no?
—Ay por favor, Apolo, no estoy celosa —dije rodando los ojos—. Pero si voy a tener acceso a tu billetera, entonces seré solo yo. No voy a compartir mis nuevos millones con cualquier persona que encuentres atractiva por ahí.
—Con que tus millones, ¿eh?
—Ajá. Desde que soy una semidiosa a tiempo completo no he podido aumentar mis ahorros —expliqué aguantando las ganas de reírme de su expresión—, así que me parece bien una compensación económica por tal pérdida; y dado que serás mi novio, tiene sentido que tú pagues en nombre de los Olímpicos por los servicios prestados. Pero es todo mío o nada.
—Ah, entiendo —dijo divertido.
Me encogí de hombros.
—Mi mamá me enseñó a ganarme la vida, pero mis novelas me enseñaron que si conseguía un hombre rico, no tendría que hacerlo nunca más.
—Pero mirá nada más que pequeña descarada resultaste ser. —Deslizó los dedos un poco por mi cintura y los clavó en la piel.
Inmediatamente grité, traté de retorcerme y escapar de sus manos, pero él tenía demasiada fuerza que me hacía imposible lograrlo. Entre risas entrecortadas, intenté suplicarle que parara, pero cada intento solo provocaba más risas por parte de ambos.
—¡Ya, ya, ya! —chillé con lágrimas en los ojos.
Se detuvo, levantando las manos en una silenciosa amenaza.
—¿Solo quieres ser mi novia por "mi billetera"?
—Le voy a bordar mi nombre con hilo rosa.
Volvió a clavar los dedos en mis costados, sacándome más risas estridentes. Nos sacudimos a lo bruto, él burlándose de mí y yo suplicando que ya parara porque me dolía el estómago de la risa.
Entonces, se detuvo.
Respiré agitada, tenía parte del pelo en la cara y veía borroso por las lágrimas. Me apoyé en su hombro para intentar controlar mejor mi respiración y él me besó la mejilla.
—¿Estás bien?
—S-Sí —dije aún sintiendo los restos de la risa.
—Qué bueno. —Se quedó en silencio un segundo y luego con voz burlesca, agregó—. Hola, suegrito.
Mis ojos se abrieron con horror, me enderecé rápidamente y aún peor, me di cuenta que de alguna manera, había acabado sentada en las piernas de Apolo. Me aparté casi como si hubiera sido electrocutada.
—¡¿Papá?! —exclamé, tratando de sonar casual, pero mi voz temblaba. Eros estaba parado en la entrada con una mirada que combinaba incredulidad y furia—. Papá, no es lo que parece. —comencé a balbucear, buscando desesperadamente las palabras adecuadas que justificaran la situación.
Apolo, por su parte, estaba completamente relajado, como si no le importara en lo más mínimo la situación comprometedora en la que nos había descubierto. Se puso de pie con una sonrisa divertida.
—¿Qué...? —Papá se detuvo de lo que sea que estaba por preguntar, cerró los ojos e hizo una mueca como si no pudiera creer lo que veía—. No...no necesito saber.
—Yo creo que sí —dijo Apolo—, dijiste que no era mi novia y tenías razón, Dari también me lo dijo. Así que era algo que tenía que solucionar —Se puso de pie y le abrió los brazos, sin dejar de mirarlo con esa sonrisa petulante de "yo gané"— . ¡Ahora seremos familia!
«Que me trague la tierra».
Se me cayó la cara, no podía creer que así pretendiera contarle.
Eros me miró con ojos que parecían disparar rayos láser de desaprobación. Apolo claramente estaba disfrutando esto.
—¿Darlene? —dijo Eros, su tono de voz frío y calculado.
No le hacía falta decir nada más, quería una explicación, más bien quería que yo negara lo que Apolo acababa de decir. Él se acercó a mí, pasando su brazo por mis hombros, un gesto que parecía lo más natural del mundo.
Una parte de mí quería apartarlo porque se estaba comportando como un cabrón solo para seguir molestando a mi papá. La otra, la que más ganaba, me recordaba que no importaba cuando se lo dijera ni como, Eros reaccionaría igual.
La verdad era que nunca me había importado si él aprobaba o no mis relaciones, nunca lo tuve presente porque él desde el principio me había dicho que solo quería mi felicidad.
Y en este momento, Apolo era mi felicidad. No iba a empezar esta relación, negándolo.
Tragué saliva, intentando mantener la compostura.
—Apolo está diciendo la verdad —dije tratando de que mi voz sonara firme, aunque la verdad sonó aguda, casi temblorosa—. Si...estamos juntos.
Me mordí el labio, esperando en silencio el estallido, el fin de los tiempos, papá iba a matarlo y luego me encerraría en su templo, igualita a Rapunzel; nunca más vería el campamento, ni podría ir a McDonald's con Nico, ni podría preparar la boda de Percy y Annabeth. Estaría castigada hasta el próximo milenio.
Sí, entré en pánico, no me culpen.
Eros me lanzó una mirada de incredulidad antes de dirigir su atención a Apolo, que levantó las manos en un gesto tranquilo, pero su sonrisa no disminuyó ni un ápice.
—¿No vas a felicitarnos, suegrito?
Apolo tenía un talento natural para ser imbécil cuando de verdad se lo proponía, pero estaba cruzando los límites de Eros y no le importaba.
Mi padre apretó los puños. Algo me decía que estaba pensando seriamente en estamparlo en la cara de Apolo.
—Papá, yo... —comencé, pero él levantó una mano para silenciarme.
—Darlene, quiero que vuelvas al Santuario. Ahora.
El tono duro, frío y distante no dejaba lugar a réplica o negación. Sentí los dedos de Apolo clavarse en mi brazo, no lo suficiente para lastimar, sino para evitar que obedeciera.
—¿No crees que estás siendo inmaduro? —espetó. Su voz bajó de la burla a uno parecido al que había usado papá.
Mis sentidos se agudizaron al instante. El aire en la habitación se volvió denso, cargado con una energía que se podía palpar. Los ojos dorados de Apolo brillaban intensamente, y el rostro de mi padre estaba enrojecido por la furia contenida. La tensión en el ambiente se volvía casi tangible, como una tormenta a punto de desatarse.
El poder de dos dioses enojados resonaba en el espacio, creando una atmósfera opresiva. La luz de las lámparas parpadeaba, y pequeños objetos vibraban en su lugar. Pude sentir el temblor del suelo bajo mis pies mientras los dos seres divinos se enfrentaban, cada uno desafiante en su posición.
—Darlene —volvió a ordenar.
De repente, un estruendoso trueno resonó en mis oídos. Las lámparas de gas explotaron, la electricidad en el aire se intensificó, haciendo que los cabellos en mi piel se erizaran.
—¡Es suficiente! —grité parándome delante de Apolo. Esto no nos llevaría a nada.
Papá bajó la vista hacia mí, sus ojos rojos, tan parecidos a los míos me devolvieron una mirada furiosa.
—Darlene.
—No. —Me mantuve firme, con los puños apretados y sintiendo un enorme pozo en el estómago amenazando con hacerme vomitar en cualquier momento—. Hace años que sabes que esto podía pasar, y hace semanas que sabes cómo me siento. ¡Esto es ridículo, esta estupida enemistad ya duró demasiado!
—No entiendes...
—¡No, sí que entiendo! —espeté cortándolo—. Entiendo perfectamente, son dioses y tienen un orgullo de mierda. Entiendo que no se agraden, nadie los obliga a eso, pero ya es hora que dejen de convertir todo en una maldita tragedia griega. Lo que pasó, pasó hace más de tres mil años. ¿Apolo te dijo que no sabes usar un arco? Bu, que mal por tí, creo que ya le dejaste más que claro que si lo sabes usar, él tiene más motivos para estar enojado contigo y ya se le pasó.
—No, no es cierto —se quejó Apolo detrás de mí.
—Tú cállate, aún no empiezo contigo.
—Sí.
—Mira, no espero que lo entiendas o que estés contento —dije tratando de que mi voz sonara un poco más suave, manteniendo aún la firmeza—, pero no vas a interferir en esto, Apolo y yo estamos juntos, y lo amo. Así que si me quieres, papá, vas a tener que aceptarlo.
—Darlene, no sabes lo que estás pidiendo —murmuró intentando ser más calmado, pero sus ojos aún reflejaban la ira.
—Sé exactamente lo que estoy pidiendo, papá, y creo, que es bastante justo.
Papá levantó la mirada hacia Apolo, no me hacía falta verlo para saber que debía estar con su sonrisa de superioridad, solo para enojarlo.
A ver, tampoco soy estúpida. Sé que le estoy pidiendo demasiado, Eros no aceptará así como así de buenas a primeras, pero al menos podría evitar armar una escena cada vez que está en el mismo espacio que Apolo.
—Eres mi hija, Darlene. No quiero que sufras —dijo aún tenso, pero ahora con un dejo de resignación.
—Creo que eso es inevitable, papá —murmuré con una sonrisa triste—. Sea con Apolo o con quién sea, no podrás evitar que sufra, y lo sabes bien porque así es el amor.
Eros frunció el ceño, sus ojos aún reflejaban preocupación y desaprobación. Sabía que estaba luchando internamente, quería mi felicidad, solo que dudaba que mi felicidad estuviera con Apolo.
—No sé qué tan consciente seas de lo mala idea que es.
—Entonces será mi mala idea.
Eros suspiró, miró entre Apolo y yo, como si buscara respuestas en nosotros. La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por el suave crepitar de las lámparas de gas que aún funcionaban.
Al final, clavó sus ojos en él.
—Sigues sin agradarme.
—No es que quiera ser tu mejor amigo, solo me interesa ser tu yerno —respondió Apolo con tono burlesco. Soltó un quejido cuando le di un codazo en el estómago.
—Tú también compórtate.
Eros entonces sonrió de lado, me daba la impresión que algo en la expresión de Apolo le había causado gracia. Luego bajó la mirada hacía mí.
—Siempre seguiré pensando que mereces algo mucho mejor —murmuró Eros con una voz cargada de resignación—. Y no esperes que lo trate bien.
—Puedo vivir con eso.
Apolo se inclinó sobre mi hombro.
—Tampoco esperes que yo lo trate bien —agregó en mi oído.
—También puedo vivir con eso.
—Bien —espetaron al mismo tiempo.
Aunque ya no se sentía ese aire tenso, aún persistía cierta incomodidad. Ambos se miraban con el mismo desprecio de siempre. Suponía que era un avance.
—Supongo que es un comienzo —susurré, sintiendo el peso de la situación en los hombros.
—Awww esto es lindo —Nos giramos hacia la puerta, y Afrodita estaba apoyada en ella.
Fruncí el ceño. No la había visto en meses, no contaba hacía rato en la sala de trono, porque ahora sí la tenía directamente de frente.
—¿Qué quieres, Afrodita? —custionó Apolo, quizá notando mi malestar.
Ella se adentró, con una sonrisa tranquila, su andar suave y despampanante. Aunque estaba enojada con ella, no podía negar una verdad: la admiraba tanto.
—Creo que yo también tengo una conversación pendiente. —Me miró, y sabía que no venía con la intención de escuchar un no por respuesta—. Darlene...
—Ya debo volver al Santuario —dije entre dientes.
Eros me observó con una ceja enarcada.
—No espero que la perdones, pero al menos sí que la escuches. —Entrecerré los ojos, estaba usando mis métodos contra mi.
Apolo me abrazó desde atrás, sus labios rozaron mi oído.
—No tienes que hacerlo si no quieres, puedo llevarte ahora mismo.
Respiré profundo. Aunque no me gustaba la idea, había perdonado a Apolo, a papá y Michael por todo, no me gustaba, pero podía darle el beneficio de la duda.
—Supongo que sí —murmuré sin mucho ánimo.
—¡Genial! —chilló dando un aplauso, se giró hacia ambos y les hizo un gesto despectivo—. Ahora largo, será una conversación de chicas.
—Ese no era el trato.
—No pedí tu opinión, Apolo —dijo soltando un suspiro hastiado—. Ya tuviste tu conversación privada, ahora me toca a mí. Largo.
Él frunció el ceño y me miró, queriendo asegurarse que estaba bien con hablar a solas con Afrodita. Aunque no quería del todo, asentí.
Salió sin esperar más, y papá le siguió. Esperaba que no se aprovecharan de esto para empezar a atacarse en el pasillo.
Se detuvo antes de salir.
—Madre, ten cuidado con lo que haces —amenazó por encima del hombro.
—No necesitas preocuparte por lo que haga, cariño —dijo ella—, solo hablaremos.
Se giró hacia mí y me preocupé por la manera en que sonrió, tenía algo planeado y no estaba segura de que me fuera a gustar.
¡¡¡¡TENEMOS PAREJA CANON!!!!
En otro orden de cosas, me gustaría hacer un live, que preferirían más: por Tiktok o por instaurar.
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