024.ᴄɪꜱᴛᴜꜱ
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ᴄɪꜱᴛᴜꜱ
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CUANDO ALGUIEN TE DECEPCIONA, ALGO SE ROMPE DENTRO DE TÍ. Esa confianza única que por mucho que se recupere, nunca será igual. Apolo había roto mi fe en él, y no estaba segura de poder recuperarla.
La mañana siguiente a nuestra discusión, me quedé todo el día con Percy. Sally le había contado a mi madre que estaba ahí, no sé qué tanto le contó porque la pobre casi se infarta cuando me vio entrar a su casa en medio de un ataque de ansiedad y con la cara más hinchada que se me hubieran dado una paliza.
Percy y yo pasamos el día en su sillón, abrazados bajo las mantas y con nuestros pijamas de tiburón a juego. Se lo había regalado el año anterior por navidad y se lo ponía siempre que pasabamos el rato juntos.
—¿Quieres que veamos los MTV? —me preguntó con precaución después del desayuno.
Casi me echo a llorar. Se suponía que Apolo me tendría que haber llevado esa noche, se suponía que me presentaría a una de mis idolas y en su lugar solo nos habíamos peleado bien feo.
Asentí sin muchas ganas, y me llevé tremenda sorpresa al enterarme del desastre que fue la presentación de mi diosa toda preciosa Britney. Había gente criticándola por todos los canales.
Miré todo con la boca abierta, impactada por lo mal que le había ido. Su presentación con “Gimme More” estaba considerándose un total fracaso. Estuvo nerviosa, los labios no sincronizaban con la música y su baile no estaba coordinado.
Los programas de espectáculo estaban destrozándola.
Percy notó mi expresión de consternación y me apretó un poco más entre sus brazos, como si quisiera transmitirme un poco de consuelo.
—Todos tienen sus momentos difíciles, incluso las estrellas más grandes —dijo en tono reconfortante.
Dos días después, nada había cambiado. Excepto quizá, que sabía que Apolo estaba furioso y se estaba desquitando con los mortales.
Negué con la cabeza, frustrada viendo las noticias de incendios forestales en San Diego y Los Ángeles que estaban destruyendo miles de hogares y causando una evacuación masiva en California. En Australia también, en la zona de Nueva Gales del Sur y Victoria había tanto fuego que los daños materiales eran casi irrecuperables y tantas personas corrían peligro.
La gripe aviar estaba en su punto más alto, en varios países se había desatado una ola de mosquitos con dengue que casi era ridículo, y en África occidental había comenzado a circular un brote de ébola que empezaba a causar preocupación internacional por la alta tasa de mortalidad y velocidad con la que se propagaba.
—Estupido dios del sol y las pestes —mascullé entre dientes.
¿Así pensaba que se me iba a pasar el enojo? Ahora quería reventarle mi bate en la cabeza con más razón.
Mi punto de quiebre llegó cuando Percy me sugirió que fuéramos a comer al parque, y luego se despertó enfermo de gripe.
Subí al techo del edificio super enojada. Apolo había cruzado una línea que no pensaba tolerar. Podía destrozar a mi cantante favorita, podía hacer su berrinche en el mundo, pero no pensaba dejarle pasar que se metiera con mi mejor amigo.
—¡Apolo, maldita sea, ya basta! —grité mirando al cielo—. ¡Como no dejes de actuar como un imbécil berrinchudo te juro que me uno a la cacería de Artemisa! No tienes derecho a ser el que está enojado, todo esto es tu culpa.
Estaba segurísima que los vecinos y los transeúntes debían pensar que estaba loca al escucharme gritarle al sol tantos insultos que no eran nada aptos para todo público; pero no me importaba. Sabía que ese dolido insensible me estaba escuchando.
Me mordí el labio con frustración, tenía la respiración agitada y la garganta ya me dolía de forzarla.
—Esto es tú culpa, me decepcionaste y ¿ahora te ofendes? —espeté entre dientes. Cerré los ojos, sintiendo mi corazón sangrar—. Creí en tí, te di mi confianza y mi amor, y eso es lo que me duele, darme cuenta que yo misma te di el poder de lastimarme.
El silencio se cernió sobre mí mientras mis palabras se desvanecían en el aire, como si el mundo entero aguardaba una respuesta que sabía. no llegaría. Apolo era uno de los seres más orgullosos que pudiera existir.
Me senté en el tejado del edificio, abrazando mis rodillas contra mi pecho, sintiendo un vacío en el alma. El viento susurraba a mi alrededor, y mis lágrimas se mezclaban con la rabia que aún ardía en mi interior. Había dicho lo que necesitaba decir, pero nada calmaba el dolor que me había dejado.
Un día después, me marché a buscar a Alessandra.
Tal como habíamos quedado, nos encontramos en Central Park. Me estaba esperando sentada en un banco tomando sol, lo que me hizo poner los ojos en blanco.
—Tienes un aspecto de mierda —dijo mirándome con una ceja arqueada—. ¿Qué pasó? ¿Tú novio te dejó?
—Más bien yo lo dejé a él —espeté acomodandome el bolso en el hombro.
Ella sonrió de lado.
—Vaya, así que los rumores si eran ciertos —dijo divertida—, si estabas saliendo con el solecito.
—No estábamos saliendo —dije en tono seco.
—No negaste que fuera tu novio, y acabas de decir que lo dejaste.
—Es un decir, no era mi novio. Solo…estabamos esperando a que cumpliera diecisiete.
Alessandra puso una expresión confundida.
—¿Desde cuándo los dioses son moralistas con la edad?
—Eso dije yo, pero ahora no importa porque le dije que si se me volvía a acercar, le partiría un bate en la cabeza.
Ella asintió, satisfecha.
—No sé qué hizo, pero por tu cara seguro lo merecía. Bien por tí.
—¿Le partiste algo a Luke en la cabeza?
—Más o menos, cuando me dijo que pensaba ser el recipiente de Cronos, casi lo apuñalé. Es una suerte que tenga buenos reflejos, el muy hijo de puta, o tendría una cicatriz en la cara para acompañar la otra.
Me reí. A Luke le venía bien un alma gemela como ella. Lo sabía poner en su sitio.
—Genial.
Se puso de pie, y noté la espada y el látigo colgando de su cinturón.
—Vamos, tenemos un largo camino hasta Alabama.
—¿Por qué Alabama? —pregunté siguiéndola.
Se encogió de hombros. Alessandra caminaba con tal soltura, sin preocupaciones pese a ser dos semidiosas juntas. Cuando Percy y yo salíamos a pasear, siempre íbamos en estado alerta, pero ella no.
—Digamos que ahí está una de las comunidades más grandes de mestizos adultos. La dirige Bruno Aguilera, un hijo de Hefestos, es argentino y tiene cuarenta años.
Me detuve abruptamente, la miré impactada. Era imposible.
—¿Cuarenta? —repetí incrédula.
—Ajá, incluso tiene hijos. Tengo entendido que se mudó cuando tenía quince años, al parecer estaba buscando el campamento, pero su sátiro murió antes de salir de México y luego deambuló solo una temporada. Nunca lo encontró, pero conoció a una hija de Hécate y un hijo de Hermes. Juntos crearon una fortaleza segura, él la parte física, y su esposa, Calia, las barreras mágicas.
—Vaya.
Todo me parecía demasiado increíble para ser cierto.
El viaje fue largo, pero nos dio tiempo para que ella me contara todo. Esa fortaleza era un enorme bosque rodeado por un muro de concreto repleto de armas y magia para protegerlos. Era casi como el nuestro, pero había crecido lo suficiente para ser una mini ciudad al aire libre.
Allí había muchos semidioses sin hogar, mestizos que nunca pudieron hallar el campamento o que no sabían de su existencia hasta que llegaban ahí, y ya no querían irse.
No solo eso, daban refugio a semidioses que antes habían pertenecido al campamento, pero que una vez vuelto adultos debían abandonar. Chicos que no habían sabido vivir en el mundo mortal por haber pasado años tras las barreras mágicas.
Lo llamaban “Santuario Mestizo”.
Enarqué una ceja cuando me dijo el nombre.
—Bruno sabía de la existencia del campamento, pero no cómo llegar —dijo divertida—, no lo culpes por intentar hacer uno parecido para sobrevivir.
—No lo hago, pero el nombre…
—Es genial para construir cosas, no para ponerles nombre —respondió encogiéndose de hombros y masticando una tira de regaliz—. A uno de sus hijos quería ponerle “Adalberto Baldomero”.
—¡¿Qué?!
—Sí, tengo entendido que Julián y Calia pusieron la misma cara, por suerte lo nombraron Héctor al final.
La verdad es que Alessandra era genial. Viajar con ella me distrajo lo suficiente de todo el desastre de mi vida amorosa.
Para cuando llegamos a Alabama casi anochecía. Salimos de la terminal de autobuses y nos encontramos con una camioneta algo vieja y tres personas esperándonos.
Reconocí a dos de ellos, eran los dos mestizos que intentaron atacar a Will en Austin. Me puse tensa de inmediato, pero comprendí rápidamente que ellos estaban más alerta que yo. Me miraban con cautela y algo de miedo.
El tercero era alto, de cabello castaño y ojos azules. Tenía las manos en el bolsillo y estaba fumando.
«Que sexy» pensé boquiabierta cuando expulsó el humo por un lado de la boca.
—Darlene, estos son Ariel y Francis —dijo señalando a los dos primeros—, y este es Héctor.
El tipo dio unos pasos hacia nosotras, dándonos una sonrisa de lado, sosteniendo el cigarro entre sus dientes, y noté un piercing en sus labios.
—Alessandra, hermosa como siempre —dijo con un tono de voz que me puso los vellos de punta, luego se centró en mí, dándome una mirada arriba a abajo—. Darlene, un nombre bonito para una chica bonita.
«Mucho gusto, Héctor» dijo mi conciencia «Encantada de conocerte».
Quise darme una patada, pero la verdad si estaba encantada.
—Hola —murmuré sin poder dejar de verlo, y menos cuando me guiñó el ojo.
—Bueno, vamos andando que hay trecho largo —dijo tras dar un aplauso y se encaminó a la camioneta.
Lo seguí sin dudar.
—Alessandra, ¿estás segura de que es buena idea? —escuché a la chica preguntarle.
—Sí.
—Pero…
—¿Me estás cuestionando?
—No, no, pero…
—Entonces cállate y sube.
Antes de darle tiempo a los demás, me subí en el asiento de copiloto. Alessandra soltó una risita y los otros dos me miraron con el ceño fruncido, y estaban por protestar cuando los miré fijamente. Se subieron atrás sin decir nada.
Héctor, en cambio, me sonrió.
—¿Alguien quiere un mate?
—No —espetaron los tres de atrás.
—¿Qué es?
—Una bebida tradicional argentina —respondió—. Mi papá Bruno es argentino, así que es esencial en casa.
—Fui a Argentina en julio —me apresuré a decir—, visité Buenos Aires.
—¿Ah sí? —preguntaron Héctor y Alessandra al mismo tiempo, él con alegría y ella con incredulidad.
—Me gustaría poder conocerla, pero bueno… —dijo él con pesar—. ¿Qué te pareció?
—Me encantó, aprendí a bailar cumbia aunque no tengo idea de español.
Hector se rió, y encendió la camioneta.
—Te llevarás genial con mi padre.
Una hora duró el recorrido hacia "Muy muy Lejano", como había decidido llamarlo porque Santuario Mestizo me parecía la copia más ridícula que al tal Bruno se le pudo haber ocurrido.
Héctor había puesto rock, cantaba mientras manejaba con una mano y tenía el cigarro en la otra colgada de la ventanilla.
«Tiene tatuado el brazo» admiré fascinada las ligeras líneas negras que se alcanzaban a vislumbrar por el borde de la manga y que parecían llegar hasta el cuello.
La camioneta dobló por una calle abandonada, estábamos en medio de la nada y solo había bosque alrededor. Pero entre más nos adentramos, más me di cuenta que se parecía demasiado al bosque donde entrenábamos, cada vez más parecía que el camino se perdía hacia adentro, hasta que estuvo tan oscuro que no podía ver nada, ni siquiera mis manos.
Nos detuvimos unos momentos y fue cuando las luces del vehículo me permitieron darme cuenta de la Niebla desvaneciéndose lentamente frente a nosotros, dejando ver una enorme muralla cubierta de inscripciones rúnicas centelleantes que parecían moverse.
Héctor tocó la bocina y un halo de luz brilló con la forma de una línea horizontal. Un portón como de acero cromado con el dibujo de un enorme cistus en el centro, se abrió dejándonos pasar.
El interior del Santuario era un vasto valle, igualito al del campamento, pero quizá con una cantidad más grande de árboles. Todos con troncos gruesos y copas enormes que resplandecían con luces colgantes que iluminaban tenuemente todo el lugar.
Me incliné hacia adelante, dándome cuenta que los árboles estaban repletos de cabañas y plataformas elevadas como puentes colgantes. También había una cantidad impresionante de tiendas de campaña por toda partes.
—Bienvenida al Santuario Mestizo —masculló Héctor a mi lado. Casi podía imaginar la sonrisa ladina.
Estacionó la camioneta en un sector apartado. Nos bajamos y me guiaron hacia la zona más concurrida del lugar.
No podía dejar de ver todo con la boca abierta. La música resonaba en el aire, mezclándose con risas. En el centro del bosque, vi un gran lago de aguas cristalinas con una cascada que caía desde lo alto de los árboles. Era un paraíso escondido en medio de la naturaleza.
Ese lugar vibraba con una energía que nunca había visto. Mucho más organizado que el Campamento, se notaba la mano de adultos.
No es que Quirón hiciera un mal trabajo, pero el pobre estaba solo cuidando a una panda de campistas adolescentes, porque el Señor D no era de mucha ayuda. En cambio aquí, eran todos adultos trabajando como tal para protegerse entre sí, y los pocos niños que había, eran eso: niños.
No soldados, no piezas de ajedrez, no objeto de tome y descarte cuando deje de usarse.
Bueno…en realidad sí había algo extraño. Algunas personas emitían sentimientos contradictorios a la felicidad en sus rostros, algo como tristeza, enojo y miedo.
«Gracioso, pero no gracioso de risa».
Héctor nos guió hacia la tienda más grande en el centro del bosque, donde había un círculo de piedras y una fogata ardiendo. Un grupo de semidioses se reunió alrededor, y uno de ellos, un hombre de cabello castaño que comenzaba a teñirse de gris y una sonrisa pícara, estaba sentado en el centro tocando una guitarra.
—Ah mirá que bonita la hora a la que venir apareciendo, pibe —dijo mirando a Héctor, supongo que en español.
—Dale, pa, fui al centro a buscar a Lessa y la chica nueva —respondió señalándonos.
—¿Ir a la estación de autobuses tardaba diez horas?
Héctor se rió de lo que el tipo le dijo y luego murmuró otra cosa que hizo que el hombre soltara una carcajada estridente.
Se puso de pie, dejando la guitarra a un lado, se sacudió los pantalones y se acercó a nosotras. Me dio la impresión de que la edad ya le pesaba un poquito en la pierna derecha, se había apoyado más en ella y cojeaba, aunque no se notaba casi nada.
—Lessa —saludó con una inclinación de cabeza.
—Darlene, este es Bruno Aguilera, el fundador del santuario.
El hombre se paró frente a mí, con las manos en los bolsillos, una postura similar a la que tenía su hijo.
—Mucho gusto, señor.
—Hemos tenido varias hijas de Afrodita, y ni hablar de los de Ares —dijo riendo—, pero nunca una de Eros.
—Me lo dicen muy seguido.
—Imagino que sí —Asintió mirando a su alrededor—. Lessa porque no la llevas a la carpa de las chicas a que se instale, seguro que fue un largo recorrido hasta aquí. Mi hijo puede llevarles algo de comer.
—¿Que yo puedo qué?
—Jodete, pendejo, eso te pasa por andar callejeando todo el día por ahí.
—Vamos —susurró Lessa tomándome del hombro y guiándome por entre las carpas.
Fue cuando me di cuenta que los dos que nos habían acompañado, nos seguían de cerca. También de la cantidad de semidioses que no encajaban como tal en la atmósfera alegre y que parecían más guardias de seguridad que adolescentes.
La mayoría parecía bajar la cabeza al pasar a su lado, y los muy asquerosos se llevaban las manos a las espadas y reían burlándose de eso.
No me hizo falta mucho para comprender la verdad.
Lessa me había traído a un campamento que estaba secuestrado por el ejército de Luke.
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La carpa de las chicas era enorme.
El suelo estaba decorado con baldosas viejas y desgastadas que no coincidían entre sí, formando un mosaico irregular y descolorido. Algunas estaban rotas, revelando la tierra desnuda debajo, mientras que otras estaban cubiertas de musgo y pequeñas plantas que habían encontrado un refugio en el descuido del lugar. En el centro había un gran brasero con leña crepitando que mantenía cálido el lugar. A su alrededor, había sillones y sofás destartalados, cubiertos por mantas tejidas y almohadones bordados.
Las literas estaban acomodadas una al lado de la otra, aunque sensillas, también las habían decorado con más mantas tejidas. Se notaba que se habían esmerado muchisimo en hacer todo muy acogedor.
Dejé mi bolso sobre una litera al fondo que Alessandra me indicó.
—Déjennos solas —ordenó.
Esos dos, Ariel y Francis, parecían perros guardianes siguiendola. Ambos se miraron, dudando, pero al final asintieron y salieron de la carpa.
—¿Qué está pasando? —cuestioné en voz baja. Hice un gesto con la cabeza señalando hacia afuera.
Lessa se sentó en la cama frente a mí.
—Este lugar acoge semidioses, la mayoría elige quedarse porque es realmente seguro, quizá no tanto como el campamento, pero lo es. La señora Hécate, la madre de una de las fundadores, ayudó un poco a poner las barreras. Han habido varios hijos de ella aquí. Es un buen lugar para vivir.
—Lessa.
—Son cautivos —dijo confirmando lo que pensaba—. Hace unos meses Klaus, un hijo de Hipnos, se unió al ejercito de Crónos. Luke estaba encantado con él, era un buen guerrero, sádico y tenía esta técnica de control mental que Morfeo le había enseñado. Él nos habló de este lugar y Luke pensó que era buena idea, envió un batallón con monstruos y con el poder de Klaus logró reducirlo.
—Pero esto parece muy bien custodiado, ¿cómo logró entrar?
—Te dije que la señora Hécate ayudó a Calia a crear la barrera que lo protege, bueno…Hécate se unió al bando de Cronos, y Klaus era un antiguo residente, no pensaron que era malo dejarlo pasar hasta que fue deamasiado tarde. Varios de sus secuaces se instalaron aquí; Bruno, Julián y Calia no tuvieron otra opción que aceptar sus condiciones siempre y cuando no lastimaran a nadie.
—Pero Klaus empezó a usar sus poderes con algunos —mascullé comprendiendo lo que nos había contado en el campamento. Ella asintió nada a gusto.
—Algunos sí, otros terminaron aceptando porque se identificaron con la causa —respondió—. No es que pueda culparlos, nuestros padres son una mierda, pero matar inocentes no es la forma. Me costó muchisimo que me creyeran que estaba de su lado, aún dudan, pero soy su única oportunidad de ayudarlos.
Bajé la vista a mis manos, pensativa en todo lo que ahora sabía. Luke iba a obligar a esta gente a ir contra nosotros.
—Y me trajiste para ayudarte.
—Quería que vieras por tí misma a esta gente, que comprendieras que no son el enemigo si los ves en el campo de batalla. Ellos también son victimas igual que el campamento.
—Y porque si vamos a ir a la guerra contra Cronos, si tenemos una posibilidad de ganar, quizá los dioses los castiguen por ser de su bando —murmuré dandome cuenta que Zeus sería capaz de argumentar que eligieron rendirse antes que la muerte para defender a los dioses.
—Así es.
Me mordí el labio. Esto era demasiado complicado, ahora no solo tenía que pensar en mantener el campamento a salvo sino también a esta gente. Iba a ser un verdadero dolor de cabeza.
—¿Y qué onda con tus esbirros?
Ella puso los ojos en blanco.
—Son mi guardia, pero también mis carceleros —dijo reclinándose en la cama—. Después de que te dejé ir en el laberinto, Cronos dejó de confiar en mí, Luke lo hace, pero el titán siente que puedo traicionarlo en cualquier momento así que puso a esos dos chismosos a controlarme.
—Pero te temen —declaré con seguridad.
—Sí, pero no dudarán en decirle a Cronos si hago algo raro.
Asentí, entendiendo la importancia de nuestra misión.
Miré a Lessa a los ojos, dándole una sonrisa, que intenté que fuera lo más parecida posible a las de Ares. Quiero creer que tuve éxito porque la vi estremecerse.
—Entonces habrá que deshacerse de ellos si nos estorban.
Sé que el capítulo anterior dolió, pero piensen en la reconciliación que se viene. Estos llevan acumulando emociones y tensión por más de un año, y ya quedó claro que son bien intensos.
Pensar en esa reconciliación me evitó caer en una crisis emocional mientras escribía.
El Cistus simboliza Resistencia, de ahí que sea el emblema del Santuario.
MEME TIME...
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