020.ᴀɴÉᴍᴏɴᴀ
😁Se viene capítulo super largo😉
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ᴀɴÉᴍᴏɴᴀ
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━━━18 de Junio
CUANDO UNA PIENSA QUE LAS COSAS NO PUEDEN SER MÁS COMPLICADAS, siempre está equivocada.
Es casi como una ley de Murphy, es decir, las probabilidades siendo un semidiós están siempre a favor del desastre pero, ¿tan malas tienen que ser las mías?
Voy a ser un poquito dramática, Annabeth invitó a salir a Percy y me pidió como consejo qué película deberían ir a ver. ¡¿Era realmente necesario que me preguntara?!
O peor, que de por sí ya estoy hecha un completo lío con el tema del casi beso con Michael, y pareciera que ahora me lo encuentro en cada esquina del campamento, pero ninguno de los dos hace algo por intentar hablar de lo que pasó.
¡¿Cuál es el mal que yo hice para que me persiga la desgracia?!
Y como si fuera poco, esa mañana Quirón me llamó a la Casa Grande para hablar de una de mis visiones en particular: el túnel oscuro.
No era para menos, sabía por qué les urgía hablar de ello.
¿Empiezo a tener visiones de que van a atacar el campamento y Clarisse aparece trayendo consigo a Chris en un estado de completa locura tras haber entrado en un laberinto de pasillos oscuros lleno de monstruos?
¿Uno como el que también vi en mis visiones?
Me preocupaba lo que pudiera salir de eso considerando lo que ahora sabía.
La tarde anterior, me había tocado llevarle la comida a Clarisse y había sido esclarecedor.
Crucé el pasillo, las tablas del suelo crujiendo a cada paso. Al llegar a la puerta de la escalera del sótano, vacilé. Era la primera vez que me tocaba traerle la comida a Clarisse y Chris desde que volví al campamento, y la verdad, por lo que sabía nadie bajaba allí.
Todos dejaban la bandeja en la mesa ahí mismo y luego medio le gritaban a Clarisse para avisarle que estaba aquí.
Pero algo me decía que debía bajar, aunque también sabía que de hacerlo, podría ganarme una paliza de parte de ella.
Escuché los sollozos, y decidí que valía la pena.
Bajé nerviosa, y dejé la bandeja en el suelo. antes de darme cuenta que en el rincón más alejado había dos figuras sentadas entre grandes pilas de caja de ambrosía y de fresas en conserva. Una era Clarisse, y el otro...
Solté un jadeo, sabía que Chris estaba mal, pero no pensé que tanto. Estaba vestido con pantalones de camuflaje andrajosos y una camiseta negra muy sucia, tenía el cabello revuelto y grasiento. Se abrazaba los hombros y sollozaba sin parar.
—Está bien —dijo Clarisse—. Toma un poco más de néctar.
—¡Eres un espejismo, Mary! —gritaba Chris retrocediendo hacia el rincón—. ¡Apártate!
—No me llamó Mary. —La voz de Clarisse era amable, aunque muy triste—. Me llamo Clarisse. Recuerda, por favor.
—¡Está oscuro! —chilló Chris—. ¡Demasiado oscuro!
—Ven fuera —dijo ella, tratando de persuadirlo—. La luz del sol te ayudará.
—Un... un millar de calaveras. La tierra lo cura una y otra vez.
—Chris —suplicó Clarisse, que parecía al borde de las lágrimas—. Tienes que recuperarte. Por favor. El señor D volverá pronto. Él es un experto en locura. Resiste.
Los ojos de Chris tenían la expresión desesperada y salvaje de una rata acorralada.
—No hay salida, Mary. No la hay —siguió sollozando mientras se colocaba en posición fetal y temblaba—. El laberinto es una trampa, nadie sale, los monstruos atacan.
Me rompió el corazón verlo así, y aún más la expresión atormentada de la chica a su lado.
Pero esa última frase, me había helado los huesos. Yo me había visto corriendo por el pasillo de monstruos.
—Clarisse —llamé en un murmullo tan bajo que apenas fue audible, pero bastó para tener su atención.
Se giró repentinamente, mirándome por encima del hombro con una expresión furiosa.
Se puso de pie y caminó a zancadas hacia mí, tomándome del brazo y arrastrándome con fuerza hacia arriba nuevamente. Cuando ambas estuvimos allí, me dio un empujón hacia la sala que casi me tira al suelo.
—¡No vuelvas a bajar! —me gritó.
Me mordí el labio para evitar replicar, en su lugar, me acomodé mejor la ropa y la miré.
—Clarisse, yo...
Ella me volvió a sujetar del brazo y me dio una fuerte sacudida.
—¡¿Me has escuchado?! —gritó. No pude evitar ver las pequeñas lágrimas en la comisura de sus ojos—. ¡No vuelvas a bajar!
—Creo que iré al lugar al que fue Chris —dije de sopetón.
Clarisse se paralizó, y la expresión furiosa pasó a una temerosa. Casi sentí que me estaba viendo como si ya estuviera en un ataúd.
—No tienes idea de lo que hablas —espetó con la voz rota—. Sal de aquí.
—Pero...
—¡Que salgas!
Decidí obedecer, era lo mejor antes de que Clarisse me dejara un ojo morado.
Pero ahora Quirón me llamaba, y sabía que sería malo cuando la vi parada en el medio de la sala con los brazos cruzados.
—Esto es estúpido —gruñó—. Ella no necesita...
—Es necesario, Clarisse —interrumpió Quirón—. Ella ya lo ha visto.
Clarisse me miró con la misma expresión que la tarde anterior, y pensé que estaba lista para encerrarme en el desván con tal de no tener que lidiar con esto, pero al final, asintió resignada.
Ambos me explicaron lo que había pasado, sobre la misión de Clarisse al poco tiempo de haber vuelto del Mar de los Monstruos cuando lo encontró vagando por el desierto.
Y cuando me contaron sobre cómo Annabeth había estado viniendo al campamento algunos días desde entonces por su conocimiento en Dédalo, todo cobró sentido.
Recordé un sueño hace algunas semanas, cuando mis alas aparecieron y soñé estar en el taller de un artista, y uno de mis acompañantes mencionó al antiguo arquitecto del Laberinto de Creta.
—Podrías por favor, repetir las visiones que tuviste ahí —pidió Quirón.
Miré a Clarisse con duda.
—Yo no volveré a entrar a esa cosa, lo que sea que pase ahí, yo no estoy involucrada —dijo ella quizá entendiendo mi conflicto.
Asentí y repetí todas las visiones que había tenido: sobre haberme visto corriendo por los túneles oscuros de un lugar cambiante y repleto de monstruos, sobre el taller de Dédalo incendiándose, sobre el telekhine sosteniendo la guadaña de Cronos y el sarcofago del titán con un hombre joven dentro.
Quirón masculló algo y se pasó la mano por la cara con cansancio.
—Esto es malo.
—Es claro que es el laberinto —dijo Clarisse—. Habrá que organizar una misión para buscar al viejo loco.
—Creo que atacaran el campamento —murmuré. Ambos me miraron con tensión—. Eso es lo que los hombres de Luke deben haber estado buscando, una manera de entrar. Si el laberinto llega a todas partes, entonces alguna entrada debe haber aquí ¿no?
—Chase sabe más del tema —dijo Clarisse—, pero imagino que sí. En todo caso, debemos estar alertas a cualquier señal, no tenemos idea de qué tan avanzado están esos hijos de puta en su propia investigación.
»Chris dio a entender que habían sido varios los que entraron, pero solo él salió. Y dudo de que a Luke le importe cuantos tenga que sacrificar si con eso consigue su objetivo.
—Aún me cuesta trabajo creer que sobrevivió a esa caída —comenté—, pero incluso si él no está en condiciones de actuar, seguro Alessandra los comanda. Ella debe estar furiosa con todos nosotros después de que Thalia empujó a su amorcito desde un acantilado.
Quirón asintió.
—El dolor y enojo de un alma gemela es algo de temer, y si Cronos tiene a una hija de Nike de su lado, debemos tener mucho cuidado.
—Deja que venga, le arrancaré la cabeza —espetó Clarisse.
—¿Entonces es todo? —pregunté—. ¿Tenemos que prepararnos para una guerra inminente mientras un grupo baja al laberinto?
—No cualquiera —dijo Quirón—. Annabeth y tú seguro, ella sabe mejor que nadie todo sobre el laberinto....
—Solo desde la teoría —argumentó Clarisse.
—Y sabemos que tú tienes que bajar si o si —siguió Quirón ignorando a la hija de Ares—. Ya veremos cómo sigue todo cuando ella vuelva al campamento en dos días, tendrá que ver al Oráculo.
Luego de eso, nos despachó a ambas, y Clarisse salió a grandes zancadas de la Casa Grande. Decidí seguirla.
—¡Clarisse, para! —Ella se detuvo abruptamente, pero seguía tensa—. Lamento haber bajado ayer.
—No, no lo haces —dijo—. Eres bien chismosa.
—Algo me dijo que debía hacerlo —admití—. Pobre Chris —murmuré. Clarisse soltó un suspiro—. Él cuidó de mí mientras Luke me tuvo cautiva, me alimentó y trató de hacer mi encierro más ameno.
»Y casi le rompí la mandíbula de una patada.
Clarisse soltó un resoplido parecido a una risa, pero luego tragó saliva como si estuviera conteniendo un llanto que no quería que nadie viera.
—Sí, bueno, a veces las cosas salen mal. —Le temblaba la voz—. Los héroes quedan malheridos. Se... se mueren y los monstruos, en cambio, regresan una y otra vez.
Había llamado héroe a Chris, como si nunca se hubiera pasado al bando del titán. Me recordó el modo que a veces tenía Annabeth de hablar de Luke.
La ternura con la que cuidaba a Chris, el dolor en sus ojos y el temblor en sus manos cuando intentaba tocarlo para darle calma, la manera en que pronunciaba su nombre. Era tan obvio.
Ella se estaba enamorando de él, y verlo en ese estado la mataba.
No le diría nada, ella necesitaba darse cuenta por sí misma, y tampoco era el momento. No cuando él estaba temblando en un sótano, sin atreverse a salir, perdido y asustado, murmurando incoherencias sobre una tal Mary.
No. Lo importante era primero que Chris se recuperara.
Y si lo que había visto en mis visiones era lo más cercano posible a una ligera idea de lo que podía imaginar, no me sorprendía que Clarisse no quisiera volver al laberinto.
No era descabellado entender que había una infinidad de cosas allá abajo que podía ser la causante de la locura de Chris, y eso, era incluso solo la punta del iceberg.
—Chris era valiente —dije—. Espero que mejore.
—Hazme un favor —murmuró Clarisse.
—Sí, claro.
—Si encuentras a Dédalo, no te fíes de él. No le pidas ayuda. Mátalo, simplemente.
—Clarisse...
—Porque una persona capaz de construir una cosa como el laberinto... es la maldad en persona. La maldad sin más.
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Ahora estaba completamente segura de que no me había imaginado nada de lo que sentí cuando Michael casi me besa.
Entré a la arena a entrenar un poco con la espada y lo vi a él y a Lee practicando con las jabalinas. Habían varios campistas así que no podíamos realmente hablar de lo que pasó.
Pero en cuanto entré, sentí mis mejillas sonrojarse al darme cuenta de cómo me miró.
Era como si el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera, dejando solo espacio para su intensa mirada que parecía atravesar mi alma. Por un instante, me sentí como si fuera el centro de su mundo.
Cada paso que daba estaba cargado de un magnetismo especial. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, una mezcla de excitación y nerviosismo recorría mis venas.
¿Cómo era posible que una simple mirada pudiera hacerme sentir de aquella manera?
—Hola —saludé a los chicos de Atenea.
Me sonrieron y siguieron entrenando. Uno de ellos se acercó a mí con dos espadas.
—¿Quieres que practiquemos estocadas?
Asentí tomando una y comenzando el entrenamiento, con cada golpe podía sentir mis músculos tensos.
El sonido metálico resonaba en el aire mientras nuestras espadas chocaban una y otra vez. Me esforzaba por mantenerme concentrada en el entrenamiento, en perfeccionar mis movimientos y en anticipar los siguientes movimientos de mi compañero.
Sin embargo, mi mente y mirada seguían desviándose al otro lado de la arena. Se sentía como si la fuerza de esa mirada trascendiera la distancia física, envolviéndome en un halo de atención y deseo.
Varias veces me distraje mirando hacia él y todas las veces, su presencia me quitaba el aliento.
Aun a la distancia, en esos ojos castaños podía ver un brillo especial, una chispa de afecto que parecía encenderse cada vez que nuestros caminos se entrelazaban. Era como si en su mirada se reflejara la complicidad, el deseo y el anhelo más grande que jamás hubiera visto.
El tiempo parecía detenerse en ese instante. El bullicio a nuestro alrededor se desvaneció en un segundo plano, eclipsado por la conexión inquebrantable que se estaba forjando entre nosotros. Era como si nuestras almas estuvieran entrelazadas en un baile invisible, sin necesidad de palabras ni gestos. Solo existíamos él y yo, envueltos en una burbuja de complicidad y atracción mutua.
Ambos éramos muy conscientes de lo que casi había pasado, pero sabía que ni siquiera Lee estaba al tanto. Era como si fuera un secreto nuestro y de nadie más.
Y justo cuando ambos nos miramos al mismo tiempo, me sonrió de una manera que me hizo sentir como mariposas en el estómago. Sentí cómo mi propia sonrisa se me dibujaba en los labios al mismo tiempo que me volvía a sonrojar.
Ser mirada por alguien que te ve como el centro de su mundo es un sentimiento abrumador. Te hace sentir especial, valiosa y llena de una energía imparable. Es como si todo cobrara un nuevo significado, como si las pequeñas cosas de la vida adquirieran una belleza intensificada por esa mirada amorosa y atenta.
Y he aquí por qué es tan importante prestar atención cuando estás practicando con espadas. El hijo de Atenea con el que estaba entrenando me dio una estocada que no alcancé a vislumbrar a tiempo y me cortó la palma de la mano.
El dolor punzante se extendió rápidamente por mi mano, una exclamación de sorpresa y dolor se me escapó de los labios, mientras dejaba caer mi arma al suelo. Sentí cómo el caliente líquido carmesí brotaba de la herida y me manchaba los dedos.
—¡Oh, por los dioses! ¡Estás sangrando! —exclamó el chico de Atenea, su voz llena de preocupación.
Traté de mantener la compostura mientras el dolor agudo seguía martillando mi mano, pero las lágrimas amenazaban con emerger. Me mordí el labio inferior con fuerza para evitar que escaparan y mostraran mi debilidad.
De repente, una sombra se interpuso entre el chico de Atenea y yo. Levanté la mirada y mis ojos se encontraron con los de Michael, quien empujó ligeramente al chico hacia atrás.
—¿No viste que no estaba concentrada? ¡No deberías haber continuado con el ataque si te diste cuenta de que ella no estaba lista! —recriminó Michael, su voz cargada de indignación.
El chico de Atenea se quedó boquiabierto ante la intervención de Michael y no pudo articular palabra. Pude ver la furia en los ojos de Michael mientras se inclinaba hacia mí y tomaba su camiseta para presionarla contra mi herida.
—Pero...de eso se trata el combate —murmuró el chico confundido—, de aprovechar la desventaja del oponente en tu favor.
—¡Pero era entrenamiento! —gritó Michael—. No hacía falta que hicieras una herida.
Me sujeté la mano con fuerza, me dolía demasiado como cientos de agujas atravesandome la piel, haciendo que cada latido de mi corazón resonara como un eco de agonía. Cerré los ojos con fuerza, tratando de contener el gemido que amenazaba con escapar de mi garganta. Las lágrimas, que hasta ahora había reprimido, comenzaron a brotar y rodar por mis mejillas.
—Vamos a la enfermería —murmuró Lee sujetándome la mano y manteniéndola en alto.
Me miró con preocupación, sin decir una palabra, sostuvo mi mano lastimada con delicadeza, evitando cualquier movimiento brusco que pudiera empeorar el dolor.
—Tranquila, estarás bien —susurró Michael, su voz suave y llena de compasión.
Asentí débilmente, incapaz de articular palabra debido al dolor que me embargaba. Inhalé profundamente, tratando de calmar mi agitada respiración y encontrar algo de serenidad en medio del caos que se había apoderado de mi mano.
Observé cómo Michael deslizaba cuidadosamente su otra mano en el bolsillo de su pantalón y sacaba un pañuelo limpio. Con movimientos delicados, comenzó a limpiar suavemente la sangre de mi palma, tratando de eliminar cualquier rastro de herida.
El contacto de su piel contra la mía me hizo olvidar el dolor por un momento, centrando mi atención en la bondad y el apoyo que me brindaba. Mi mente comenzó a desvanecerse en una neblina de sensaciones mezcladas: el dolor persistente, la ternura de Michael y el latido acelerado de mi propio corazón.
Me llevaron a la enfermería donde Lee me cosió la mano y la vendó, trató de darme un poco de néctar para el dolor, mientras Michael se sentó a mi lado sosteniendo la otra.
Y justo cuando estaba por tomar el vaso, tuve otra visión.
Estaba en una arena de combate, bastante grande para estar bajo tierra, circular y espaciosa. En el centro se desarrollaba una pelea entre un gigante y un centauro, este último parecía muerto de pánico y galopaba alrededor de su enemigo con una espada y un escudo. El otro blandía una jabalina del tamaño de un poste de teléfono y la muchedumbre vitoreaba enloquecida.
La primera fila se hallaba a más de tres metros de altura. Las gradas de piedra daban la vuelta completa a la pista y todos los asientos estaban ocupados.
Había gigantes, dracaenae, semidioses, telekhines y criaturas todavía más extrañas: demonios con alas de murciélago y seres que parecían medio humanos y medio... lo que se te ocurra: pájaros, reptiles, insectos, mamíferos...
Pero lo más espeluznante eran las calaveras. La pista de tierra estaba llena de ellas. También se alineaban, una tras otra, por todo el borde de la valla, y había pilas de casi un metro decorando los escalones entre los asientos. Sonreían clavadas en picas desde lo alto de las gradas o colgadas del techo con cadenas, como lámparas espantosas. Algunas parecían muy antiguas: sólo quedaba el hueso blanqueado. Otras eran mucho más recientes.
Y en mitad de este panorama, orgullosamente desplegada en la valla, había una cosa que para mí no tenía ningún sentido: una pancarta verde con el tridente de Poseidón.
Por encima de la pancarta, en un asiento de honor, distinguí a dos viejos enemigos.
Luke y Alessandra.
—¿Darlene, estás bien? —preguntó Lee preocupado.
Me había quedado con la mirada perdida unos instantes. Me seguía sorprendiendo cómo algunas visiones lograban dejarme hecha un desastre y otras solo pasaban como si de un pestañeo se tratara.
—Backer —dijo Michael acariciando mi mano.
—Tengo que irme —murmuré apartándolos—. Necesito ir a la biblioteca.
—Pero...
—Sola —agregué al ver cómo ambos estaban listos para seguirme.
Inconformes, asintieron y me dejaron ir.
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Pasé todo el resto del día metida en la biblioteca del campamento, sentada en una mesa al fondo entre enormes libros antiguos. Buscaba algo que me indicara el mito del lugar que había visto, si iba a tener que entrar al laberinto, debía buscar todo lo que nos ayudara a atravesarlo, no podía dejarle todo el peso del trabajo a Annabeth.
Cuando me di cuenta ya era de noche, me había perdido la cena y la mano me dolía como la puta madre. Los ojos me ardían por el cansancio y las largas horas buscando información.
En algún momento me quedé dormida sobre la mesa de la biblioteca, y soñé que estaba en un prado enorme justo en el amanecer.
La suave brisa acariciaba mi rostro, trayendo consigo el aroma fresco de la hierba y las flores silvestres. Cerré los ojos por un instante, permitiendo que ese olor primaveral impregnara mis sentidos.
A medida que abrí los ojos, me encontré rodeada de una sinfonía de colores vibrantes. El prado se extendía hasta donde alcanzaba la vista, salpicado de flores de todos los tonos imaginables. El césped bajo mis pies era mullido y reconfortante.
Respiré profundamente disfrutando del momento, sobre todo la sensación cálida del sol tocando mi piel, quizá sabía lo que eso significaba, porque no me sorprendió cuando lo vi a mi lado.
—Hola, Sunshine —murmuré. Él me sonrió, pero sus ojos se desviaron a mi mano.
—Te cuesta mantenerte alejada de los problemas, ¿verdad? —dijo tomándola y pasando sus dedos sobre la herida con una delicadeza que me puso la piel de gallina.
—Si no lo hiciera, no sería una semidiosa ¿no? —bromeé. Permanecimos en silencio unos minutos, disfrutando del amanecer, pero luego lo miré con seriedad—. Tendré que entrar al laberinto.
—Sí —murmuró con tono inconforme—. Debes tener mucho cuidado allá abajo, los peligros acechan en cada rincón.
Asentí—. Habrá una batalla en el campamento, estoy segura.
—Trataremos de darles nuestra bendición —dijo frunciendo el ceño—, pero no es mucho lo que podemos hacer sin intervenir. Aún cuando están al borde de la muerte, Zeus no nos permite ayudar mucho.
—Zeus me cae muy mal —espeté.
Apolo se rió—. A la mayoría de las personas les cae mal Zeus.
—Bueno, no hace mucho para ser querido.
—No me gusta justificarlo, pero pienso que a veces, ser el más poderoso te debe volver muy paranoico. Le pasó a Urano, le pasó a Cronos y ahora a él —comentó—. Es como una maldición del rey, es imposible que tu hijo no te traicione.
—¿Por eso no te perdonó que lo intentaras? —pregunté pensando en aquel relato de él uniéndose a otros dioses para destronar a Zeus.
—No quería usurpar su trono —respondió—, solo quería que fuera mejor rey y mejor padre. No salió como esperaba.
—Creo que nunca se puede esperar que algo salga como se espera cuando se trata de Zeus —comenté. Apolo asintió—. ¿Y ahora? Debe estar muy enojado con todo lo de Luke.
—Sabe que las cosas serán complicadas, pero no quiere admitirlo del todo. No quiere aceptar la posibilidad de que hay dioses que nos están traicionando.
—¿Los mismos dioses? —pregunté atónita.
—Dioses menores —especificó—, pero sí; lo están haciendo. Algunos al parecer...se sintieron un poquito alagados de que la lucha de Luke sea también por reconocer sus derechos divinos a tener un lugar en el Consejo Olímpico.
»Nos enviará a...tener algunos intercambios de palabras con la mayoría —agregó—. Incluso Dionisio tendrá que ayudar un poco, Zeus lo envió a visitar a unos viejos amigos para asegurarse de que se mantienen del lado correcto. Todos tendremos que alejarnos un tiempo.
Torcí los labios preocupada. Que Dioniso se hubiera ido debería ser la mejor noticia de todas, el tipo se había encargado de convertir su castigo en un tormento para todos los que lo rodeaban. No tenerlo en el campamento convertía el verano en el más dulce de todos.
Aún así, era difícil disfrutar de su ausencia cuando esta era movida por la inminente guerra que pronto estallaría en el campamento.
Y sin embargo, lo único que se quedó de todo lo que dijo fue su marcha.
—¿Eso significa que ya no te veré tan seguido?
—No te preocupes —murmuró acercándose demasiado—, no me extrañarás mucho. Casi ni notarás que me fui.
Sonreí divertida—. Eso si es difícil creer. Has sido tan invasivo de mi espacio y tiempo, que me cuesta pensar en que no estarás.
—Yo sí lo notaré —dijo acariciando mi mejilla—. Eres muy fácil de tomarte cariño.
—¿Ah, entonces sí te agrado?
—¿Agradarme? —murmuró—. No tienes idea, Darlene Backer.
La manera en que dijo mi nombre me provocó una sensación de electricidad en todo el cuerpo, como si mi nombre fuera una caricia en sus labios.
—¿Cuándo te irás?
—Pronto, pero quería despedirme antes de eso. Aún así, intentaré estar pendiente de tus pensamientos por si me necesitas —dijo tomando entre sus dedos el collar que me regaló el día que me salvó de la lamia—. Recuerda, solo necesitas tocarlo.
—Lo haré.
—Y por favor, cuídate mucho allá abajo —pidió con dolor en sus ojos—. Ese lugar es una trampa mortal. —Asentí.
»Pronto amanecerá en el mundo real, debo irme. Nos veremos pronto.
—Adiós, Sunshine. —Apolo me miró fijamente unos segundos, antes de inclinarse hacia mí, dejando un suave beso en mi mejilla.
Me desperté sobre los libros que había estado leyendo. Ya no me dolía la mano, de hecho, ni siquiera tenía la herida o alguna cicatriz.
Y había algo más.
A mi lado había una maceta con una flor de apariencia delicada y llamativa. De pétalos blancos simples, sueltos y esponjosos parecidos a las plumas.
Tenían una nota atada a uno de los tallos.
Apenas te he despedido y ya extraño tu irritante personalidad. Supongo que te has adeñuado de un lugar en mi mente. Cuídate, si algo te pasa, me enojaré.
No tienes permitido morir.
Me reí. A veces podía ser el dios más bipolar que existía.
Adivinen.
.
.
.
¡TERMINAMOS EL ARCO!
Solo queda un extra y volvemos al otro libro.
¿Adivinaron la anémona?
Meme time:
Dari en este capítulo:
Y acá algunos dados por una de mis hermosas lectoras:
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