𝟷𝟷
Roseanne ingresó al salón con la vista en alto, cayendo de inmediato hacia el puesto de Jennie. Ahí estaba la hermosa idiota conversando con un moreno alto. Parecían estar muy entretenidos y Roseanne supo por la forma en que Jennie acariciaba su cabello y pestañeaba lento que se estaban coqueteando. Su estómago se revolvió con agresividad cuando el tipo la acercó con sus brazos enormes en un medio abrazo, susurrándole algo al oído.
Su molestia no pasó desapercibida para la mayor, quien alzó la mirada y le sonrió con intenciones de irritarla.
Roseanne tenía las cejas fruncidas y su mueca de asco pintaba el desagrado en su rostro. Tenía ganas de ir hasta ellos y darle una paliza a ese moreno.
Jennie se separó dándole un último guiño al muchacho y se levantó de su asiento, caminando hacia un lado de la extranjera y frente al profesor.
—Por fin llegas, Park —habló seria—. Profesor, ¿podemos ir a hablar con la miss de deporte? La clase pasada nos quedó pendiente la entrega de una nota y Park hizo el trabajo conmigo.
El hombre asintió sonriente hacia la más baja, complaciente como lo era cada maldito profesor lame culos de ese lugar con Jennie.
—Por supuesto, señorita Jennie, me alegra que sea preocupada por sus notas —y miró hacia Roseanne también, aunque su sonrisa decayó—. Debería seguir su ejemplo, joven Park.
Roseanne evitó rodar los ojos y siguió a Jennie cuando esta salió por la puerta. Seguía fastidiada por la reciente escena, aunque la curiosidad se instaló en su rubia cabeza. Ellas no tenían ninguna nota pendiente, así que la rubia no tenía muy claro a dónde iría Jennie... aunque se hacía una vaga idea.
—Apresúrate —le dijo la castaña, abriendo la puerta de un cuarto que Roseanne reconoció como la bodega de los auxiliares.
Con cara larga pero sin reproches, entró al lugar y sintió como Jennie cerraba la puerta detrás de sí. Cuando iba a voltear para preguntarle qué hacían allí, y de paso comportarse como una idiota con ella en venganza de estar coqueteando con el moreno, la más baja ya estaba colgada a su cuello -como tanto le gustaba hacer-, besándole sin pudor.
Los rechonchos labios de esa neozelandesa se habían vuelto su cosa favorita.
A Park le tomó unos segundos corresponderle el beso por la impresión, y quiso luchar contra su instinto y no ceder a esa boca de ensueños, aunque no aguantó mucho más y momentos después ya tenía sus grandes manos en la pequeña cintura contraria, haciéndola caminar hasta hacerla chocar contra la pared. Jennie soltó un jadeo al sentir su cabeza contra la muralla, pero Park la calló con más besos rabiosos y pegajosos.
Pasaron varios minutos hasta que el aire les hizo falta.
—Estás desesperada, eh —se burló, moviendo el cabello de Jennie hacia un lado, pareciendo olvidar el asunto del moreno al apreciar ese cuello lleno de marcas que dejó el día de ayer.
—¿Y qué? —respondió de mala gana, aunque sin intenciones de separarse.
—No, nada, solo comento —rió, dejando un pico en sus labios para luego evolucionarlo a un húmedo beso.
No sabía qué estaba ocurriendo entre ellas, qué eran o qué buscaba Jennie de sí, pero es que ya no podían evitar ser tan obvias con las ganas que se traían.
Acabaron con los belfos hinchados y rojizos. Roseanne no se alejó de su cuerpo con el agarre firme en su cintura.
—¿Por qué estamos haciendo esto? —no pudo evitar preguntar Rosé, deseando respuestas claras de Jennie.
—¿Liarnos? —la otra asintió—. Porque podemos y queremos, ¿o no es así?
Roseanne le separó las piernas con las suyas propias, haciendo presión con su rodilla en la sensible entrada de Jennie.
Escuchó su gemido y las ganas de ser solo ella quien pudiera crear esas reacciones y ser la única testigo de sus gloriosos jadeos le hizo imposible no poder preguntar:
—¿Y solo será liarnos? —bajó el tono, susurrando sobre la piel de su cuello mientras estimulaba su centro.
—A-acaso... ¿acaso quieres algo más? —Jen quiso usar voz burlona, pero salió como un aullido lastimero.
Roseanne succionó su punto dulce antes de cerrar sus dientes con fuerza, dejándolos marcados en un lindo moretón. Jennie se retorció bajo suyo, gimiendo con satisfacción.
—No sé qué quiero, Kim, pero tengo claro que verte hacerte la linda con otros imbéciles me enferma —admitió, y Jennie sonrió con ganas.
—Entonces reclámame tuya, Rosie...
Cuatro palabras fueron suficientes para olvidar todos los valores que le enseñaron sus padres, cuatro palabras que para Roseanne fueron suficientes para desear todo de Jennie y rendirse ante ella. ¿El baile? A la mierda, bailaría tango, flamenco, o lo que Kim quisiera. Desde ese momento haría cada cosa por complacer a la castaña y le importaba una jodida nada que su dignidad se fuera rodando por la borda.
Se la iba a follar en ese maldito salón lleno de cosas de limpieza y anhelaba que Jennie gimiera tan alto que las pillaran y así el mundo se enterara que Kim Jennie era de ella.
Lo iba a hacer, pero la suerte no siempre estaba a su lado.
La puerta fue abierta y ahí estaba un pobre auxiliar observándolas con terror. Era obvio lo que estaban haciendo, y el hombre solo pudo bajar la mirada avergonzado.
Jennie se separó con las mejillas rojas, pareciendo volver a la realidad. Empujó sin mucha fuerza a Roseanne y se apresuró en disculparse con el trabajador.
Park se preguntó si Kim tenía a todo Oddatelier comprado o qué mierda, porque algo le susurró al tipo y este asintió, prometiendo no delatarlas.
Jennie la jaló del brazo y las sacó de allí, las dos con los latidos acelerados y sincronizados.
—Joder, eso fue arriesgado —suspiró la mayor, acomodando sus prendas.
Roseanne estaba a su lado mirándola sin saber qué decir. Se le había ido un poco la valentía que tuvo en ese cuarto, y ahora no sabía qué ocurriría con Jennie.
Aunque su preocupación no duró mucho, sintiendo la pequeña mano de Jennie ejercer fuerza sobre la suya y tirándola para quedar cerca.
—Vamos a mi casa en la tarde, ¿si? —Roseanne asintió hipnotizada, agachando un poco la cabeza con intensiones de darle un beso—. Eh, ¿qué haces?
—Voy a besarte, Kim, y no podrás escapar —murmuró, tomándola del mentón.
Roseanne la tiró más cerca y terminaron besándose con la adrenalina recorriéndolas. Si bien no había nadie en los pasillos pues estaban en clases, las posibilidades de que alguien fuese al baño o encontrarse a algún director no eran bajas.
—Idiota.
—Te gusta esta idiota —respondió Rosé, sonriendo con el corazón vuelto loco.
Jennie negó aunque tenía una gran sonrisa también, haciendo obvios sus sentimientos.
Su idea siempre fue sobornar a la menor, pero es que mentiría si dijera que ya no la quiere para ella, sin otros motivos por detrás.
Park Roseanne era suya, tanto como ella era de Roseanne.
—Vamos, el profesor comenzará a sospechar —Roseanne no le soltó la mano hasta que llegaron a la puerta del salón, entrando inocentes como si nada hubiese pasado.
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