007
Narrador omnisciente
El departamento de Carlos está envuelto en un silencio incómodo, un contraste extraño con los ecos de la ciudad que llegan amortiguados a través de las ventanas panorámicas.
El lugar, cuidadosamente decorado con muebles de diseño y obras de arte minimalistas, tiene el aspecto de una revista de interiores, perfecto en su superficie pero vacío en su esencia. Cada rincón parece estar diseñado para impresionar, no para ser vivido. La luz fría de las lámparas acentúa la perfección del espacio, pero no puede enmascarar lo evidente: Carlos está solo. Y lo sabe.
Sentado en el amplio sillón gris que domina la sala, con la cabeza inclinada hacia adelante y las manos entrelazadas, Carlos parece una sombra de sí mismo. Su postura, normalmente erguida y llena de confianza, está encorvada, casi derrotada.
Ha pasado horas ahí, en ese mismo lugar, sin encender la televisión, sin mirar su teléfono, sin hacer nada más que pensar. Los pensamientos lo consumen, oscuros y persistentes, y aunque intenta ahuyentarlos, regresan una y otra vez.
El silencio es roto por un suave chirrido: la puerta del dormitorio se abre y Rebecca aparece, envuelta en una bata de seda color marfil. Su figura es perfecta, como sacada de una pasarela, y su andar es calculado, elegante, casi hipnótico.
Rebecca siempre sabe cómo presentarse, cómo manejar las apariencias, cómo usar su belleza como una herramienta. Pero esta noche, Carlos apenas la nota.
Ella se detiene en el marco de la puerta, observándolo con curiosidad, sus brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? —pregunta, su tono más curioso que preocupado.
Carlos no levanta la mirada de inmediato. Siente el peso de sus ojos sobre él, pero no tiene energía para responder. Rebecca no es alguien que insista demasiado, y eso es algo que siempre ha facilitado su dinámica.
Ella sabe cuándo retroceder, cuándo no presionar. Tal vez eso es lo que hace que todo sea más complicado.
—Estoy pensando —responde finalmente, su voz ronca por el silencio.
Rebecca camina hacia él, con movimientos suaves, y se sienta en el brazo del sillón, cerca pero no demasiado. Su presencia debería ser tranquilizadora, pero para Carlos es un recordatorio incómodo de todo lo que está mal en su vida.
—¿En qué piensas tanto últimamente? —pregunta, con una leve sonrisa.
Carlos suelta un largo suspiro y se recuesta en el sillón, mirando el techo como si ahí pudiera encontrar respuestas.
—En todo. En nada. No lo sé.
Rebecca ladea la cabeza, estudiándolo. Siempre ha tenido la habilidad de leerlo mejor de lo que él quisiera admitir.
—¿Esto tiene que ver con la última entrevista? ¿Con la imagen? —pregunta, sin rodeos.
Carlos la mira brevemente, sorprendido por la pregunta. Pero no responde. Rebecca no necesita más.
—Carlos, no puedes seguir así —continúa, suavizando su tono. —Mira, entiendo que esto no sea… ideal. Pero lo que tenemos funciona, ¿no?
Carlos se ríe amargamente, un sonido breve que no contiene humor.
—¿Funciona? —repite, mirándola con incredulidad. —Rebecca, esto no es una relación. Es un acuerdo.
Rebecca no se inmuta. Siempre ha sido buena manejando las confrontaciones, manteniéndose serena incluso cuando la situación se torna incómoda.
—Exacto. Un acuerdo que nos beneficia a ambos.
Carlos se incorpora un poco, apoyando los codos en sus rodillas, y la mira directamente.
—¿Te beneficia a ti? Claro que sí. Te da visibilidad, te coloca en el centro de los focos. Pero ¿a mí? ¿Qué se supone que me da a mí, aparte de un vacío que no sé cómo llenar?
Rebecca cruza las piernas, dejando que la bata se deslice un poco para revelar su piel. Siempre ha sabido cómo usar su presencia para controlar la conversación, pero esta vez Carlos no se deja distraer.
—Te da estabilidad, Carlos. Una imagen perfecta. La pareja ideal que todos admiran. ¿No es eso lo que querías?
Carlos sacude la cabeza, soltando un suspiro frustrado.
—No sé qué quería. Tal vez al principio pensé que esto sería suficiente. Pero no lo es. Rebecca, no lo es.
Ella lo observa por un largo momento, sus ojos buscando algo en los de él, alguna señal de que todavía puede salvar la conversación. Finalmente, habla con un tono más bajo, más sincero.
—Carlos, sabes tan bien como yo que esto nunca fue sobre amor. Nunca lo fue. Tú y yo… simplemente nos ayudamos a mantener las apariencias. Tú tenías tus razones, y yo las mías.
Carlos cierra los ojos, recordando cómo todo comenzó. Era un evento benéfico, uno de esos donde los flashes de las cámaras nunca se apagan y las sonrisas siempre parecen ensayadas.
Rebecca estaba ahí, rodeada de gente, pero parecía sola. Él también. La conversación fue breve, casi casual, pero ambos sabían lo que el otro buscaba. Una alianza. Algo mutuamente beneficioso.
—Al principio pensé que podría funcionar —dice Carlos, abriendo los ojos. —Pensé que podía acostumbrarme a esto. A fingir. Pero ahora…
—¿Ahora qué? —interrumpe Rebecca, arqueando una ceja. —¿Quieres salir y decirle al mundo que esto es una farsa? ¿Que nunca nos hemos amado realmente?
Carlos guarda silencio. Lo ha pensado muchas veces, pero nunca ha tenido el valor de hacerlo.
Rebecca suspira, cambiando de postura para mirarlo más de cerca.
—Mira, entiendo que estés cansado. Pero tú sabías en lo que te estabas metiendo. Lo sabías desde el principio.
—Eso no lo hace más fácil.
Rebecca se cruza de brazos, su expresión endureciéndose ligeramente.
—¿Esto tiene que ver con Alex?
El nombre golpea a Carlos como un puñetazo en el estómago. Su cuerpo se tensa, y por un momento no sabe cómo responder. Rebecca lo nota.
—Sabía que tarde o temprano llegaría a esto —dice, con un tono que mezcla resignación y algo de amargura. —Siempre supe que una parte de ti todavía estaba con ella.
Carlos la mira, sorprendido.
—¿Cómo lo sabes?
Rebecca se encoge de hombros, su expresión más suave ahora.
—No soy estúpida, Carlos. Puede que seamos una pareja falsa, pero te conozco. Y aunque nunca hables de ella, cada vez que alguien menciona su nombre, cada vez que sale en las noticias, puedo ver cómo te afecta.
Carlos baja la mirada, incapaz de negarlo.
—¿Por qué nunca dijiste nada?
Rebecca sonríe, aunque no hay alegría en su gesto.
—¿Qué iba a decir? ¿Que sé que estás enamorado de alguien más? ¿Que nuestra relación es un teatro? Eso no cambiaría nada, ¿verdad?
Carlos se lleva las manos al rostro, dejando escapar un suspiro tembloroso.
—No sé qué hacer, Rebecca.
Ella lo observa con algo de compasión, aunque su tono sigue siendo práctico.
—Tal vez deberías empezar por ser honesto contigo mismo. Porque, Carlos, esta farsa no te está ayudando. Y tampoco me ayuda a mí si tú estás hundiéndote.
El silencio se instala nuevamente entre ellos, pero esta vez hay algo diferente en el aire. Una verdad que ambos han evitado durante demasiado tiempo finalmente ha salido a la luz.
Finalmente, Rebecca se levanta, ajustándose la bata.
—Voy a dormir. Tú haz lo que necesites hacer, pero, por favor… decide pronto qué quieres. Porque yo no voy a quedarme atrapada en esto para siempre.
Y con eso, se marcha al dormitorio, dejando a Carlos solo con sus pensamientos. La ciudad sigue rugiendo al otro lado de las ventanas, pero dentro del departamento, todo parece más quieto que nunca.
El motorhome de Charles está en penumbra, iluminado solo por una lámpara tenue que proyecta sombras suaves en las paredes. Afuera, el paddock sigue vivo con su energía inagotable: mecánicos corriendo de un lado a otro, el zumbido de las herramientas eléctricas, los murmullos de las conversaciones nocturnas que acompañan el trabajo.
Sin embargo, todo eso parece un eco lejano aquí dentro, donde el silencio entre Carlos y Charles es tan pesado que resulta ensordecedor.
Están sentados en lados opuestos de la pequeña mesa del comedor, sus posturas reflejando el cansancio no solo físico, sino emocional.
Carlos tiene las manos cruzadas sobre la mesa, sus dedos jugueteando distraídamente con el borde de una botella de agua.
Charles está reclinado en su asiento, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada fija en un punto indeterminado, como si estuviera reuniendo fuerzas para hablar.
Finalmente, Charles rompe el silencio.
—¿Sabes? He estado pensando en muchas cosas últimamente… —comienza, pero su voz se apaga, como si las palabras se le atascaran en la garganta.
Carlos levanta la vista, intrigado, aunque no dice nada. Sabe que Charles no es de los que se abren fácilmente, y decide darle espacio para continuar.
—Lo mal que la manejé —admite Charles, dejando escapar un suspiro pesado. Baja la mirada, avergonzado, mientras sus dedos tamborilean nerviosamente sobre la mesa.
Carlos frunce el ceño. No hace falta que Charles lo diga; sabe exactamente de quién está hablando. Lo sabe porque Alex es un nombre que nunca se menciona, pero que siempre está presente entre ellos, como un fantasma al que ninguno ha tenido el valor de enfrentar.
—Le fallé, Carlos —continúa Charles, con un tono lleno de autocrítica. —Le prometí que estaría ahí, que si necesitaba apoyo después de todo lo que pasó, podía contar conmigo. Y luego… simplemente me alejé.
Carlos siente un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. No porque sean nuevas, sino porque podrían haber salido de su propia boca. Desvía la mirada, sintiendo el peso de su propia culpa presionando sobre sus hombros.
—No fuiste el único que le falló —murmura finalmente, su voz apenas audible.
Charles alza la vista, sorprendido por la confesión. Por meses, Carlos había evitado cualquier conversación que tuviera que ver con Alex.
Siempre desviaba el tema, se encerraba en sí mismo o cambiaba de humor cuando alguien la mencionaba. Pero ahora, esa barrera parece estar cediendo.
—¿Tú también lo sientes? —pregunta Charles, aunque la respuesta parece obvia.
Carlos asiente lentamente, con la mandíbula apretada.
—Sí. Fui un idiota, Charles. Lo sabes. No solo porque terminé con ella… sino porque lo arruiné todo incluso después de eso.
Charles ladea la cabeza, intrigado.
—¿Después? —repite, con el ceño fruncido.
Carlos toma un largo respiro, como si estuviera preparándose para sacar algo que ha estado enterrado durante mucho tiempo.
—Unos días después de que terminamos… no podía dejar de pensar en ella. En lo mal que lo manejé, en las cosas que le dije. Así que fui a buscarla.
La confesión sorprende a Charles, quien se inclina ligeramente hacia adelante, como si quisiera asegurarse de no perderse ni una palabra.
—¿Fuiste a buscarla? —pregunta, con incredulidad.
Carlos asiente, evitando la mirada de su amigo.
—Sabía que estaría en su entrenamiento. Pensé que… no sé qué pensé, realmente. Solo sabía que necesitaba verla, pedirle perdón, explicarle lo que estaba sintiendo. Pero cuando llegué…
Se detiene, su voz temblando ligeramente. Charles lo observa con paciencia, dándole espacio para continuar.
—La vi con Christian. Estaban hablando, riéndose. Parecía… feliz.
Charles parpadea, sorprendido por el giro de la historia.
—¿Y qué hiciste?
—Me fui. —Carlos suelta un suspiro cargado de frustración. —Pensé que era lo correcto, que ella ya estaba siguiendo adelante. No quería… no quería interrumpir eso.
Charles lo mira fijamente, evaluando sus palabras.
—¿Creíste que estaba mejor sin ti? —pregunta, con un tono que mezcla incredulidad y resignación.
Carlos asiente lentamente, sin levantar la mirada.
—Eso pensé. Pero ahora no estoy tan seguro.
Charles se recuesta en su asiento, dejando caer los brazos sobre sus muslos.
—¿Por qué no le hablaste? —insiste, con un deje de reproche. —Podrías haber arreglado las cosas. Podrías haberle dicho cómo te sentías, haber intentado… algo.
Carlos lo mira finalmente, con los ojos llenos de culpa.
—No lo sé, Charles. Tal vez tuve miedo. Tal vez pensé que ya había hecho suficiente daño. Pero ahora, mirando hacia atrás… no puedo dejar de pensar que si hubiera dicho algo, todo sería diferente.
Charles guarda silencio por un momento, procesando lo que acaba de escuchar. Finalmente, asiente lentamente, como si estuviera llegando a una conclusión dolorosa.
—¿Y ahora qué? —pregunta, su voz cargada de emociones.
Carlos niega con la cabeza, soltando un suspiro frustrado.
—No lo sé. Tal vez sea demasiado tarde para hacer algo. Pero hay algo que no puedo ignorar… algo que Max me dijo hace un par de semanas.
Charles frunce el ceño, alarmado por el cambio en el tono de Carlos.
—¿Qué te dijo?
Carlos toma otro respiro profundo, como si estuviera reuniendo el coraje para hablar.
—Me dijo que Alex… volvió a las autolesiones.
El impacto de esas palabras golpea a Charles como un puñetazo. Su cuerpo se tensa, y sus ojos se abren con incredulidad.
—¿Qué? —susurra, su voz rota por la sorpresa.
—Max la vio hace poco. No quiso decirme mucho, pero fue suficiente. Y no puedo dejar de pensar que es mi culpa. Que si no hubiera terminado con ella, si no hubiera sido tan cobarde… tal vez esto no estaría pasando.
Charles se lleva las manos al rostro, dejando escapar un gemido frustrado.
—Dios… Carlos, no tenía idea.
—Ni yo, hasta que Max me lo dijo. Pero ahora no puedo sacarlo de mi cabeza. Ella confió en mí, Charles. Y la dejé sola cuando más me necesitaba.
Charles baja las manos y lo mira fijamente. Su expresión es un reflejo del dolor y la culpa que ambos sienten.
—No fuiste el único que la dejó sola. Yo también lo hice. Le prometí que estaría ahí, que podía contar conmigo, y luego desaparecí. No sé por qué lo hice. Tal vez porque era más fácil que enfrentar lo que estaba pasando. Pero ahora… ahora solo me siento como un completo imbécil.
Carlos lo observa en silencio, viendo en él un reflejo de su propia lucha interna.
—Nos hacemos llamar amigos, pero… —Charles sacude la cabeza, amargamente. —¿Qué clase de amigos somos, realmente? Hablamos de estar ahí el uno para el otro, pero cuando las cosas se ponen difíciles, desaparecemos.
Carlos asiente, sintiendo que esas palabras describen exactamente lo que lo ha estado atormentando.
—No puedo seguir ignorándolo —dice, con una firmeza nueva en su voz. —Tal vez sea demasiado tarde para arreglar las cosas, pero al menos quiero intentarlo.
Charles lo observa durante un largo momento, asimilando sus palabras. Finalmente, asiente con determinación.
—Tienes razón. No podemos seguir así.
El motorhome vuelve a quedar en silencio, pero esta vez es diferente. Ya no es el silencio del arrepentimiento, sino el de dos hombres que saben que deben enfrentar sus errores. Porque esta vez, no pueden permitirse fallar.
Quiero tomarme un momento para aclarar que esta historia no tiene nada en contra de Rebecca.
Personalmente me parece una persona maravillosa y un gran ejemplo a seguir, solamente la he escogido como "la villana" si se puede considera así, porque sentía que encajaba mejor con la trama de la historia que un personaje totalmente ficticio.
¡Gracias por leer!
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