004


ESTOY EN LA CERCA DE MADERA que rodea la pista de entrenamiento,   observando cómo Hazel, trota con gracia en círculos bajo el cálido sol de la tarde. Su pelaje castaño brilla con la luz, y el sonido de sus cascos contra la tierra es un ritmo constante que normalmente me calma.

Pero hoy no lo hace. Hoy, mi mente no está aquí, en el campo ni en los movimientos que debería estar perfeccionando para la próxima competición. Está en otra parte. 

Está con Carlos.

Suspiro, apoyando los codos en la madera áspera mientras intento apartar su imagen de mi cabeza. Pero no importa cuánto lo intente, siempre regresa. Sus ojos oscuros, la forma en que solía mirarme desde el otro lado de esta misma pista, como si yo fuera el centro de su universo. La voz grave con la que me alentaba cuando me sentía insegura. Todo eso está todavía aquí, atrapado entre las sombras de este lugar, aunque él ya no forme parte de mi vida.

—Alex, ¿estás bien? —La voz de Christian me saca de mis pensamientos. 

Me giro para verlo, de pie junto a la cerca, con las manos en los bolsillos de su chaqueta. Su mirada está cargada de preocupación, como si pudiera leerme con solo mirarme. 

—Sí, claro —respondo, demasiado rápido para ser convincente. 

Hazel relincha desde la pista, como si estuviera reclamando mi atención. Me enderezo, intentando ocultar mi inquietud. 

—Parece que no estás aquí del todo —dice Christian, acercándose más. Se apoya junto a mí en la cerca, su presencia sólida y reconfortante, como siempre lo ha sido. 

—Estoy bien —repito, con una sonrisa que no alcanza mis ojos. 

Christian no insiste, pero me mira con esa expresión suya que mezcla paciencia y preocupación. Sabe que algo está pasando, pero no me presiona. Siempre ha sido así, dándome el espacio que necesito. Lo aprecio más de lo que soy capaz de decirle, pero hay cosas que ni siquiera él puede entender. 

—Hazel está haciendo un buen trabajo —comenta, señalando a la yegua con un gesto de la cabeza. Su tono es ligero, como si intentara distraerme. 

—Sí, lo está haciendo bien —digo, aunque apenas he estado prestando atención a su desempeño. 

Christian se queda en silencio por un momento, mirando a Hazel mientras sigue trotando. Finalmente, habla. 

—¿Has pensado en lo que hablamos? —pregunta con cautela. 

Sé exactamente a qué se refiere. Nuestro futuro. Nuestro matrimonio. La vida que él está planeando con tanto cuidado, tan seguro de que esto es lo correcto para ambos. 

—Sí —miento. 

Porque la verdad es que no he podido pensar en nada de eso. No cuando el pasado sigue acechándome, interponiéndose entre lo que debería ser y lo que realmente siento. 

Carlos. 

Su nombre aparece en mi mente de nuevo, como una sombra imposible de ignorar. Él no debería estar aquí, en mis pensamientos, pero lo está. Siempre lo está. 

—Bueno, cuando quieras hablar de ello, aquí estoy —dice Christian, dándome un apretón suave en el hombro antes de apartarse. 

Lo observo mientras se aleja hacia el establo, su figura firme y confiada. Todo en él debería hacerme sentir segura, feliz. Pero mientras lo veo desaparecer, siento un vacío que no puedo explicar. 

Hazel se detiene en el centro de la pista, mirándome con esos ojos inteligentes que siempre parecen entender más de lo que deberían. Me levanto de la cerca y entro en la pista, tomando las riendas con suavidad. 

—Vamos, chica —le susurro, guiándola al trote. 

El movimiento debería ayudarme a despejar la mente, pero no lo hace. Porque cada vez que cierro los ojos, puedo ver a Carlos. Su sonrisa, su mirada intensa, su voz llena de determinación. La última vez que lo vi, su rostro estaba marcado por la mezcla de dolor y orgullo que siempre lleva consigo. 

Y lo peor de todo es que, a pesar de todo lo que pasó, una parte de mí desearía que él estuviera aquí.

Al acabar me siento en el banco del vestuario, las manos en las rodillas, mirando las botas de montar que tengo puestas. Me siento completamente agotada, pero también es como si mi mente nunca dejara de dar vueltas.

El sonido de la puerta al abrirse me hace levantar la cabeza, y ahí está Charlotte, entrando con una sonrisa que parece sacada de un libro de autoayuda.

—¿Cómo va todo, campeona? —pregunta con su tono alegre, pero sé que está mirando más allá de mi sonrisa. Conoce perfectamente cuándo algo no va bien. 

Resoplo y bajo la mirada. 

—No sé cómo va, Charlotte. Todo está… raro. 

Ella cierra la puerta tras de sí y se sienta a mi lado, no diciendo nada más, solo esperando a que yo hable. Ya conoce mi silencio, el que significa que las cosas no están nada bien. 

—¿Carlos? —pregunta finalmente, suavemente. 

Me tenso un poco al escuchar su nombre, pero asiento. No hay forma de ocultarlo. Charlotte siempre ha sido la primera en darme ese empujón que necesito cuando las palabras no salen de mi boca. 

—No sé qué hacer, Char —digo finalmente, mi voz temblorosa. Me echo hacia atrás, apoyando la cabeza en el banco. No me atrevo a mirarla. 

—¿Te refieres a lo de siempre o algo más? —Charlotte sabe perfectamente lo que ocurrió, lo que pasó entre Carlos y yo. La ruptura. El dolor. Los meses que siguieron. 

—Es diferente esta vez. Siento que no puedo seguir adelante, pero tampoco puedo quedarme atascada en el pasado —respondo, tratando de poner en palabras lo que me está martilleando la cabeza desde hace días. 

Charlotte me observa en silencio, mordiéndose el labio inferior, como si estuviera sopesando cómo decir lo siguiente. 

—¿Y Christian? —pregunta, con suavidad. 

El nombre de Christian me hace un nudo en el estómago. Mi prometido. La persona con la que estoy construyendo una vida. 

—Christian… —comienzo, pero me quedo en silencio. No sé cómo seguir. No quiero lastimar a Charlotte ni a mí misma con lo que realmente siento. 

Charlotte no dice nada más, solo me abraza fuerte, como si de alguna manera me pudiera proteger de mí misma.

—Te entiendo, Alex. Y es normal sentirte así. Pero si tienes dudas, no las ignores. Porque no es solo tu vida la que está en juego, también está la de Christian. Y la de Carlos, aunque no lo quieras reconocer. 

Mi corazón da un vuelco al oír su nombre de nuevo. Carlos. La persona que más he amado y que más me ha destrozado. 

—Es tan difícil, Char. A veces siento que Carlos está esperando en las sombras, como si no pudiera avanzar sin él, pero luego veo a Christian y sé que él me quiere. Que me da todo lo que necesito. Y aún así… algo falta. Algo no está completo. 

Charlotte suspira, y por un momento, el silencio entre nosotras se convierte en una manta cómoda, casi reconfortante. 

—A veces, lo que más cuesta es mirar dentro de ti misma. Tienes que ser honesta contigo, y no con lo que los demás esperan de ti, sino con lo que tú realmente quieres. Porque si no, vas a estar atrapada en un limbo donde nadie, ni tú misma, va a estar feliz. 

Mis ojos se llenan de lágrimas, pero las contengo. No puedo permitirme perder el control, no ahora. 

—Lo sé, Char, pero no sé si estoy preparada para tomar esa decisión. Todo ha cambiado tan rápido. No quiero lastimar a nadie, no quiero perder lo que he construido con Christian. Pero, ¿y si me estoy perdiendo a mí misma en todo esto? 

Charlotte me mira fijamente, sus ojos llenos de comprensión. 

—Entonces tómate un tiempo. No tienes que tomar decisiones apresuradas. Haz lo que necesites hacer para encontrar tu paz. Porque si no lo haces, vas a seguir siendo una versión de ti misma que no te pertenece. 

Me tomo un momento para procesar sus palabras. Son duras, pero necesarias. Siempre lo han sido. 

—Gracias, Char. No sé qué haría sin ti. 

Ella sonríe, esa sonrisa cálida que siempre tiene para mí, y me da un abrazo más largo. 

—Eso es lo que hacen las amigas, ¿no? Ayudarse a encontrar el camino cuando todo parece borroso. Solo asegúrate de que el camino que elijas te lleve a ti misma. 

Asiento, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, una pequeña chispa de claridad comienza a iluminar la oscuridad de mi mente. Tal vez no tengo todas las respuestas, pero por primera vez, sé que debo buscar las mías. Solo mías.Nos quedamos en silencio por un momento. Charlotte no me dice nada, pero lo puedo ver en su rostro: está esperando que yo lo saque a la luz, que hable de lo que realmente está pasando. Yo también lo sé, no puedo seguir evadiéndolo. 

—Max… —comienzo, con un nudo en la garganta—, Max chocó con Carlos en la carrera. Y no fue un accidente, Charlotte. Fue intencional. 

Charlotte frunce el ceño, claramente sorprendida. No puede ser. No puede estar hablando en serio. 

—¿Max? ¿El Max que conocemos? ¿Hizo eso? —pregunta, incredulidad y preocupación reflejadas en su voz. 

Asiento, aún con el cuerpo rígido. Los recuerdos de lo que vi esa tarde siguen frescos en mi mente, como si fuera una película que no puedo dejar de reproducir. Max, mi amigo, el que siempre ha sido el más racional y calmado, ahora había cruzado una línea que yo no sabía si sería capaz de perdonar. 

—Sí, Max… lo hizo por mí. Dijo que lo hizo por mí. Pero no sé si debo sentirme agradecida o asustada. No sé si me protege o me está llevando a un lugar del que no puedo salir. 

Charlotte se cruza de brazos, observando cuidadosamente mi rostro. 

—¿Y qué te dijo? ¿Por qué lo hizo? —pregunta, dándome espacio para explicar todo lo que me ha estado rondando la cabeza. 

Respiro profundo antes de responder. El recuerdo de Max, con su mirada tan seria y su tono tan firme, aún me hace sentir una mezcla de rabia y vulnerabilidad. 

—Me dijo que Carlos no tiene derecho a tratarme como lo hizo. Que después de todo lo que pasó, no podía dejar que se saliera con la suya. Y… y algo dentro de mí, algo que no puedo controlar, me hizo pensar que tal vez tenía razón. Pero al mismo tiempo, me hizo sentir más perdida que nunca. 

Charlotte me mira con una mezcla de comprensión y preocupación. 

—Alex, no puedes permitir que nadie tome decisiones por ti, ni siquiera Max. Sí, lo hizo por lo que le hizo Carlos, pero ¿qué hay de ti? ¿Cómo te sientes tú en todo esto? 

Su pregunta me hace detenerme. ¿Cómo me siento? ¿Realmente estoy tan perdida que no puedo distinguir lo que quiero de lo que los demás creen que debo querer? 

—No sé. No estoy segura. Es como si todo esto me estuviera arrastrando, y yo no tuviera control. Pero… parte de mí, una parte pequeña, se siente aliviada de que Max haya hecho algo. Al menos alguien me ve. Alguien me está protegiendo. 

Charlotte suspira, mirándome con seriedad. 

—Alex, la protección está bien. Pero no puede ser la razón por la que sigues en algo. No puede ser por miedo o por culpa. Tienes que estar segura de lo que tú quieres, de lo que tú sientes. No es justo que pongas todo eso en Max. No es justo que pongas todo eso en Carlos. Ni siquiera en Christian, aunque él esté en tu vida ahora. 

Mi corazón se acelera al escuchar su nombre. Christian. Lo amo, eso lo sé, pero… ¿es suficiente? ¿Es suficiente para callar las dudas que tengo? 

—Y… ¿qué pasa con Max? ¿Qué pasa con él? —le pregunto, con la voz quebrada. Max está fuera de mi vida, pero en el fondo, sigue estando presente. No puedo dejar de pensar en él, en lo que hizo, en lo que aún significa para mí. 

Charlotte me mira directamente a los ojos, como si quisiera asegurarse de que mis palabras lleguen a lo más profundo de mi ser. 

—Max se comportó de manera impulsiva. Pero la pregunta aquí es si él hizo lo correcto. Y la otra, la más importante: ¿tú necesitas que alguien más pelee tus batallas por ti, o estás lista para hacerlo tú sola? 

Me quedo en silencio, con la cabeza llena de pensamientos que se mezclan como una tormenta. ¿Realmente necesito que alguien me proteja? O peor aún, ¿realmente quiero que Max siga decidiendo lo que debo hacer con mi vida? 

—Lo que Max hizo fue en defensa de lo que él cree que es lo correcto, pero tú eres la única que puede decidir lo que realmente necesitas, Alex. Solo tú. —Charlotte me toma la mano, apretándola suavemente—. Y si hay algo que he aprendido de ti es que, a veces, te dejas llevar por las expectativas de los demás. Pero ya basta de eso. Hazlo por ti. Por ti misma. 

Las palabras de Charlotte son como un bálsamo en medio del caos en mi mente. Sí, es verdad. He estado dejando que las circunstancias y las personas me arrastren. Pero ahora, tengo que hacer algo por mí. No puedo seguir viviendo en un constante tira y afloja entre lo que los demás esperan de mí y lo que yo realmente quiero. 

—Gracias, Char —digo, sintiendo que mi voz se calma, aunque mis dudas aún estén ahí. No tengo todas las respuestas, pero algo dentro de mí sabe que lo que sea que decida, debe ser mi decisión. 

Charlotte asiente con una sonrisa suave, como si supiera que, aunque aún no lo vea con claridad, estoy en el camino correcto. 

—Haz lo que sientas que te hace libre, Alex. Esa es la única manera de encontrar la paz. 

Y en ese momento, mientras siento el peso de sus palabras, algo cambia en mi interior. Tal vez no tengo todas las respuestas, pero por fin sé que tengo el poder de encontrar mi propio camino.

El silencio entre mi padre y yo se ha asentado, pesado y lleno de cosas no dichas. Mi mirada sigue fija en la mesa, pero no puedo dejar de pensar en todo lo que ha pasado.

He intentado ignorarlo, he tratado de no pensar en lo que he hecho, pero no se puede evitar. Las cicatrices en mi piel son solo una parte del daño que llevo dentro, pero cada vez se me hace más difícil esconderlo.

Mi padre no es un hombre de muchos rodeos, así que cuando alza la vista y me observa, sé que ha notado algo. La preocupación en sus ojos es palpable, aunque lo disimule tras una mirada firme.

—¿Alex? —su voz es suave, pero tiene ese toque que me hace saber que está esperando algo más de mí. Algo que he estado evitando decir.

Dejo escapar un suspiro, sintiendo el nudo en mi garganta.

—No he podido dejarlo, papá —digo finalmente, sin mirarlo. Mis palabras salen torpes, pero es todo lo que puedo decir en ese momento—. He intentado dejar de hacerlo, pero no lo logro.

Mi padre se mantiene en silencio, sin juzgarme, pero sus ojos se suavizan de inmediato. Sé que, por dentro, está sufriendo al verme así. La idea de que su hija, alguien tan fuerte y tan capaz, se esté rompiendo por dentro es algo que no puedo ni imaginar lo que le causa.

—Alex, sabes que eso no es la solución. —Su voz es firme, pero el dolor que se esconde detrás de sus palabras me atraviesa. —Es solo una herida más que te haces, una que nunca vas a ver. Te mereces estar bien, hija. Mereces ser feliz sin tener que recurrir a hacerle daño a tu cuerpo.

Cierro los ojos, pero no para evitar mirarlo. Simplemente no puedo soportar que me vea de esa forma. Lo he decepcionado, y no sé cómo arreglarlo.

—Lo sé, papá —mi voz es apenas un susurro, pero la verdad es que no estoy tan segura de saberlo. He llegado a un punto en que lo que siento ya no tiene un nombre claro. Me siento vacía, atrapada en un círculo vicioso donde, por más que lo intente, no puedo encontrar una salida.

Mi padre suspira, pero de una manera que no se siente como un reproche. Es más una exhalación cansada, como si también estuviera agotado de ver todo lo que estoy pasando.

—Si necesitas hablar, siempre voy a estar aquí para ti —dice, levantándose un poco de la mesa. Sabe que, aunque no siempre esté dispuesta a hablar, mis silencios son tan fuertes como mis palabras. —Tú no estás sola en esto. A veces, parece que no hay forma de seguir adelante, pero hay caminos por los que podemos caminar juntos.

Mis ojos se llenan de lágrimas, pero las contengo, no quiero que él me vea así. Ya he hecho suficiente daño, y el pensar que podría romperlo a él también me aterra.

—He perdido a mucha gente, papá. —No lo puedo evitar. La mención de la distancia con los chicos me atraviesa el pecho como una lanza afilada. Charles, Lando, George… solían ser mis amigos. Ya no. Todo cambió después de lo de Carlos. Y ni siquiera me explicaron por qué se alejaron, ni siquiera me dejaron intentar arreglarlo. Fue como si todo lo que había compartido con ellos hubiera desaparecido de la noche a la mañana, por una foto mal tomada.

Mi padre me mira con comprensión, y aunque no dice nada de inmediato, sé que está pensando en lo que he vivido con ellos. Su relación con los chicos había sido siempre tan natural, tan sencilla. Pero eso, ahora, ya no existe.

—A veces las personas cambian, hija —dice finalmente, aunque sus palabras no me consuelan tanto como quisiera. —A veces, no entienden lo que pasa por nuestra cabeza. Y hay quienes no saben cómo manejar las situaciones, y se alejan porque es más fácil que enfrentarse a la incomodidad de ver que alguien que aman está sufriendo. Lo importante es que tú sabes quién eres, y lo que has pasado. No dejes que ellos decidan lo que vales.

Es lo que siempre dice, lo que me recuerda cada vez que las cosas se complican. Pero, por dentro, siento que nada de eso cambia lo que ha sucedido.

¿Por qué me alejaron? ¿Por qué no intentaron siquiera entender lo que pasaba?

Me pregunté muchas veces si mi error fue simplemente estar con Christian, si eso fue suficiente para perder a las personas que más me importaban en ese momento.

—Carlos no tiene derecho a hacer lo que hizo, pero eso no justifica lo que me hicieron a mí —digo finalmente, mi voz apenas un susurro. —Los chicos se fueron. Charles dejó de hablarme, Lando me evitó, y George… George ni siquiera me miraba cuando me cruzaba con él. Y me dolió, papá. Me dolió más de lo que pensé que podría.

Mi padre asiente lentamente, sabiendo que esas palabras vienen del corazón. Sabe cómo me afectaron esos cambios, esas rupturas, esas ausencias. Los chicos eran mi círculo, mi apoyo, mi refugio. Y ahora, me siento tan sola.

—Lo sé, hija —dice en voz baja, como si le pesara no poder hacer nada para arreglarlo. —Pero no puedes culparte por lo que otros deciden hacer. Cada uno tiene su manera de enfrentar las cosas, y aunque ahora parezca que te están abandonando, eso no es un reflejo de ti. Es un reflejo de ellos, de cómo manejan las cosas. Tal vez no han sido capaces de verte como eres. Tal vez temen enfrentarse a tus propios demonios, y por eso se alejan.

Esas palabras no alivian el dolor, pero me hacen pensar. En mi mente, lo que está claro es que yo no hice nada para merecer que me dejaran atrás, pero también sé que el hecho de haber sido tan vulnerable con ellos los hizo dudar de mí.

Quizá se sintieron incómodos, tal vez pensaron que no sabían cómo tratarme. No sé.

Mi padre se acerca y me coloca una mano sobre el hombro, dándome un toque de cariño. Es su manera de recordarme que siempre estará allí.

—Quiero que recuerdes algo, hija —su voz es firme, pero cálida. —No importa cuántas veces las personas se alejen, no importa cuántas veces el mundo te dé la espalda. Siempre habrá alguien que te vea, que te entienda y te quiera. Yo soy esa persona, y siempre lo seré.

Su presencia me da un poco de paz, aunque no suficiente para olvidar todo lo que ha pasado. Las heridas son profundas, pero sé que, por mucho que me cueste, puedo seguir adelante. Con o sin ellos.

—Te quiero, papá —digo finalmente, levantando la mirada hacia él. Aunque no lo diga en voz alta, sé que sus palabras y su apoyo son lo que necesito para seguir luchando.

Y, a pesar de todo el dolor que siento, me doy cuenta de que, al menos por ahora, tengo a alguien que no me va a abandonar.

Mi padre mantiene su mano sobre mi hombro, y por un momento, el mundo parece detenerse. Su apoyo es tan firme, tan constante, que me siento un poco más ligera, aunque las sombras siguen rondando en mi mente.

A veces, todo lo que necesitamos es saber que alguien está ahí para nosotros, que no estamos tan solos como creemos.

—Te quiero, papá —le digo de nuevo, esta vez con una sonrisa más pequeña pero más sincera. He intentado ser fuerte, he intentado mantenerme en pie, pero hoy, en este momento, siento que su presencia es lo que más necesito.

Él asiente, mirando mi rostro con una mezcla de ternura y preocupación. No le gusta verme así, lo sé, y aunque no lo diga en voz alta, me doy cuenta de que le duele tanto como a mí.

Pero, después de un segundo, la expresión de mi padre cambia. Hay algo en su rostro que parece esconder una chispa de complicidad, como si estuviera preparando algo.

—¿Sabes qué? —dice, cambiando de tono y sonriendo de manera traviesa. —Tal vez todo esto se deba a que no has probado la receta secreta que tengo guardada en la nevera. Un par de empanadas, y tus problemas desaparecerán.

Levanto una ceja, claramente confundida.

—¿Empanadas? —pregunto, entre risas nerviosas. —¿Es en serio, papá?

Él asiente con una expresión exageradamente seria, levantando un dedo en señal de advertencia.

—Claro, es una receta secreta que no le he revelado a nadie. Ni a Christian ni a esos chicos que, por cierto, creo que no se merecen ni un bocado. —Hace una pausa, como si estuviera considerando algo. —A lo mejor me debería quedar para siempre con esas empanadas, no vaya a ser que termine compartiéndolas con alguien que no las aprecie.

Su tono bromista me hace reír a pesar de todo el dolor que llevo dentro. Es tan típico de él, tratar de aligerar el ambiente con humor, sobre todo cuando sabe que estoy pasando por un momento difícil. Aunque intento mantenerme seria, no puedo evitar reírme.

—¿Empanadas secretas? —repito, mientras me seco las lágrimas que no había notado que se habían acumulado en mis ojos.
—¿Cómo puede algo tan simple ser tan mágico?

Él hace una pequeña reverencia, como si hubiera revelado la clave de un misterio.

—Las empanadas son magia, hija. Eso lo sabes muy bien —dice, riendo también—. Y si te hacen falta, te las traigo en bandeja de plata. Aunque, por ser tú, creo que me haría un favor si me las devolvieras. Nadie sabe lo que me costó perfeccionar esa receta.

Me echo hacia atrás en la silla y respiro profundamente, sintiéndome un poco más ligera. El amor y el apoyo de mi padre nunca han sido lo que esperaba, pero siempre me dan lo que necesito, aunque no lo reconozca en el momento.

—Te apuesto a que si me das esas empanadas, me olvidaré de todo —bromeo, aún sonriendo mientras miro su expresión traviesa. —A lo mejor hasta me olvido de lo que me hizo Carlos, de los chicos… y hasta de mis propios errores.

Él sonríe abiertamente, su risa siendo lo único que suena en la habitación. Y por un momento, parece que todo lo que me atormenta se aleja un poco.

—Eso sería un verdadero milagro, Alex —responde, dándome un codazo con afecto. —Pero, si te sirve de consuelo, esas empanadas no tienen fecha de caducidad, así que cuando estés lista para enfrentarlo todo, ya sabes dónde encontrarlas.

Su humor me recuerda algo importante: puedo tomarme un respiro, puedo seguir luchando, y está bien que no todo sea perfecto. A veces, las respuestas no son tan claras, y a veces, todo lo que necesitamos es un poco de risa, un poco de cariño, y alguien que nos recuerde que no estamos solos.

—Gracias, papá —le digo, sonriendo genuinamente. —Y, aunque te quejes de las empanadas, en realidad son lo que más necesito ahora mismo.

Mi padre se ríe, dándome una mirada llena de ternura, y se levanta de la mesa, como si hubiera cumplido con su misión.

—Voy a hacerte un trato —dice, guiñándome un ojo. —Te traigo las empanadas, pero solo si me prometes que la próxima vez que te quemes con el mechero, vas a usarlo para encender las velas de tu pastel de cumpleaños. ¡Nada de hacerle daño a tu piel, joven!

Mi risa estalla, y por un momento, me siento más ligera que en horas.

—Lo prometo, papá —digo entre risas, sintiéndome más conectada con él que en todo el día. —Y si las empanadas están tan buenas como dices, entonces las puedo usar como recompensa por ser una hija responsable, ¿no?

—Exactamente —responde, con una sonrisa satisfecha. —Esa es la actitud que quiero ver. ¡Y a partir de ahora, te exijo que uses el mechero solo para cosas útiles!

Lo miro mientras se aleja, y por primera vez en mucho tiempo, me siento agradecida. No por las empanadas, no solo por la broma, sino por el hecho de que mi padre me entiende más de lo que creía.

A veces, solo necesitamos que alguien nos haga reír para recordarnos que, aunque las cosas sean complicadas, siempre hay algo por lo que vale la pena seguir adelante.

Y en ese momento, aunque el dolor sigue presente, al menos sé que tengo a alguien que no me dejará caer.

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