⚜ 3 ⚜

[ Minnie ]

Sin rastro de duda, y sin siquiera tener que pensarlo, había sido el orgasmo más alucinante de toda mi vida.

De alguna forma, eso de no poder hablar o siquiera gemir y tener que esperar a que él me diera permiso lo hizo todo mucho más intenso.

Luego, cuando salí del cuarto de juegos, recordé su ronco susurro:

«Córrete con fuerza para mí, bebé. Quiero oírte»

Casi me vuelvo a correr.

«Bebé» 

Me estremecí sólo de pensarlo.

[ ⚜ ]

Lo primero que vi cuando entré en mi habitación fue el cubo de hielo que había sobre la cómoda.

Por curioso que pueda parecer, lo cierto es que hasta que no vi la botella de agua dentro del cubo no me di cuenta de lo sediento que estaba.

Pero evidentemente, Yoongi sí había pensado en ello.

Él siempre pensaba en todo.

Me bebí la mitad de la botella antes de advertir un delicado camisón que había a los pies de la cama.

Sonreí.

Yoongi había estado muy ocupado preparándolo todo antes de entrar en el cuarto de juegos.

Dejé la botella de agua y recogí la prenda.

Era de un suave tono verde, ni demasiado sexy ni tampoco muy sugerente.

Cuando me lo pusiera me sentiría como todo un rey.

Como disponía de tiempo antes de tener que bajar a la biblioteca, me di una ducha rápida y dejé que el agua caliente se deslizara por mi piel todavía sensible.

Cuando me puse el camisón aún tuve una sorpresa más:

El frío satén resbaló por mi piel caliente intensificando el ligero hormigueo que nuestro encuentro sexual había dejado en mi piel.

Era como si pudiera seguir sintiendo las caricias de mi Amo incluso desde el otro extremo de la casa.

Me detuve en la puerta de la habitación.

«Mi Amo»

Era la primera vez que pensaba en él de ese modo en lugar de como «Yoongi»

No me recreé mucho en ese pensamiento.

Corrí escaleras abajo; estaba ansioso por volver a estar con él.

[ ⚜ ]

Yoongi me esperaba ya en la biblioteca, de pie junto a la mesa de los decantadores.

Cuando llegué a la puerta se me quedó mirando.

— Te queda muy bien ese camisón, Jimin —dijo.

«Jimin»

Entonces recordé que, aunque estuviéramos en mi biblioteca, seguía siendo fin de semana, yo seguía llevando su collar y tenía que actuar en consecuencia.

Él llevaba unos pantalones de un color tostado con cordón en la cintura y tampoco estaba nada mal.

Bajé la vista.

— Gracias, Señor.

— Mírame cuando estemos aquí —dijo.

Yo levanté la cabeza y lo miré a los ojos.

En ellos brillaba una palpable emoción.

— Recuerda que éste es tu espacio —añadió con suavidad.

— Sí, Señor —contesté.

La semana anterior me había dicho que podía llamarlo «Señor» cuando estuviera en la biblioteca o sentado a la mesa de la cocina.

Pero que esperaba que lo llamara «Amo» cuando estuviera en cualquier otro lugar de la casa, siempre que fuera durante el fin de semana.

— ¿Cómo te sientes? —preguntó y entonces se apresuró a añadir:

— Con el camisón, me refiero.

— Es divino.

Balanceé las caderas y el satén me volvió a rozar la espalda.

Él sonrió como si supiera exactamente lo que sentía. 

Probablemente lo supiera.

Todo lo que hacía estaba calculado.

— Pasa —me invitó, haciéndome un gesto en dirección al interior de la estancia.

Alzó una copa de vino.

— ¿Tinto?

— Sí, por favor.

Luego hizo un gesto hacia el suelo, delante de la chimenea vacía.

Había puesto montones de almohadones y esponjosas mantas, lo que creaba un espacio muy apetecible para sentarse.

Elegí un almohadón lo suficientemente grande y tomé asiento.

Él se unió a mí segundos después y me ofreció una copa de vino tinto.

Me di cuenta de que no se había servido ninguna para él.

A tenor de lo que me contó unos días atrás, no me sorprendió que no bebiera nada.

— Puede que pienses que lo que dije el día de la fiesta de JungKook y Tae Hyung era un poco melodramático —empezó a decir cuando nos sentamos en su sofá de piel el martes por la noche, después de cenar— Lo de que casi me muero cuando te marchaste.

— Pues sí —admití— No creía que tuvieras una faceta tan dramática.

— Estuve realmente mal cuando te marchaste —explicó— Empezó en cuanto volví aquí, después de seguirte hasta tu casa.

No estaba seguro de adónde quería llegar con todo aquello.

No me gustaba hablar de ese episodio de nuestras vidas.

Y era evidente que a él tampoco.

Frunció el ceño.

— No estoy seguro de lo que llegué a beber ese día, pero cuando JungKook me encontró, estaba intentando quemar la biblioteca.

— ¿Qué? —exclamé.

Él cerró los ojos.

— No lo recuerdo muy bien. No me acuerdo de todo. Yo sólo... —se le apagó la voz por un momento— Sólo necesitaba decírtelo. Por algún motivo me parecía importante.

— Podrías haber muerto —susurré, al percatarme de la despreocupación con que hablaba de que había estado a punto de quemar su casa.

— No creo —dijo— Estaba demasiado borracho como para hacer nada. O, por lo menos, eso es lo que me digo. No es que quisiera morir. Sólo quería...

— Quemar tu casa —concluí.

— No.

Negó con la cabeza.

— Sólo la biblioteca.

— Eso no tiene sentido —le rebatí— No puedes quemar sólo la biblioteca. Se quemaría también el resto de la casa.

— Ya lo sé —dijo— Pero supongo que en ese momento me pareció que sí tenía sentido. Lo único que recuerdo es el dolor, el vacío y la desesperación.

Le tomé la mano y se la acaricié.

— No me sorprende.

Él me besó los nudillos.

— ¿Qué es lo que no te sorprende?

— No me sorprende que JungKook se sintiera como se sentía.

Dejó de besarme.

— ¿Te explicó algo? Juro que si te dijo algo le daré una patada en el culo.

Le hice callar posándole un dedo sobre los labios.

— No. Nunca me dijo nada. Pero Tae Hyung...

Me reí al recordar cómo estalló el día que llegó a casa con el anillo.

— Tae fue bastante duro conmigo. Ahora lo entiendo. Ya había oído hablar a JungKook de lo mucho que te había afectado que te dejara.

— Estuvo viniendo a casa cada día durante mucho tiempo —explicó él meditabundo— Preocupé mucho a toda la familia. Al final le dije a mi primo que yo tenía la culpa de que te hubieses marchado. Que no fue cosa tuya.

Le apoyé una mano en la rodilla y se la estreché con suavidad.

— Ése debió de ser el motivo de que me abrazara el día de la fiesta. Aquella noche advertí un cambio en él.

— Siento mucho que Koo te culpara de nuestra ruptura —suspiró con tristeza y pesar— Debería habértelo dicho.

— Y por eso vamos a hablar tanto a partir de ahora —repuse— Hablaremos mucho. Y de todo.

Hablar mucho de todo. 

Probablemente era eso lo que Yoongi pretendía que hiciéramos en la biblioteca.

Me ofreció un plato.

— Sé que has cenado muy temprano. ¿Tienes hambre?

Mi estómago rugió en respuesta y él sonrió.

¿Por qué no me había dado cuenta antes del hambre que tenía?

El plato contenía queso y galletas, almendras, uvas y pasas.

Lo dejó entre los dos y yo tomé un trozo de queso cheddar.

Cuando acabé de comérmelo, recogí un puñado de almendras y también me las comí.

Él picó unas cuantas uvas y un trozo de queso gruyer.

La situación era agradable y el picoteo muy apetecible, pero estaba seguro de que tenía otros motivos para haberme citado en la biblioteca.

Aquello mismo lo podríamos haber hecho en la cama y podría haberme dicho que comiera algo en la cocina.

¿Por qué querría que nos encontráramos allí?

«Podrías preguntárselo», me dije.

Pero a pesar de saber que estábamos en un espacio donde lo tenía permitido, me sentía raro dirigiéndome a él como lo haría cualquier otro día de la semana.

Estaba empezando a comprender a qué se refería con lo de hablar.

La última vez que me puso su collar no lo hicimos mucho.

Pero, ¿qué se suponía que debía decirle?

¿Gracias por el alucinante orgasmo?

Entonces Yoongi carraspeó.

— No voy a hacer esto cada vez, pero he pensado que sería una buena idea pasar un rato juntos y hablar de cómo ha ido la noche —me sonrió.

— Dado que ha sido nuestra primera noche y sólo tu segunda vez en el cuarto de juegos.

Yo reseguí con el dedo la cenefa dorada del plato.

— Necesito que esto pueda ser una conversación de doble dirección —añadió.

— Lo sé —dije por fin— Es sólo que... Es raro.

— Quizá te ayude hablar de esas rarezas.

Los dos alargamos el brazo para tomar la misma uva y nuestros dedos se tocaron.

Yo aparté la mano.

— ¿Lo ves? —preguntó, con voz cargada de emoción— ¿Por qué has hecho eso?

Yo inspiré hondo.

— Sólo intento mantener separados al Yoon... Quiero decir que intento separarlo de la persona que eres durante el fin de semana —miré el plato— Es más difícil de lo que pensaba.

Él me levantó la cara para mirarme a los ojos.

— ¿Por qué?

— No quiero fastidiarla —admití— No quiero extralimitarme.

— Creo que es muy improbable que hagas eso —se le escapó una carcajada.

— Quizá tengas dificultades en otros aspectos, pero no creo que suponga ningún problema para ti demostrar respeto en la biblioteca o en la mesa de la cocina.

— Lo dices porque esto —lo señalé primero a él, luego a mí y luego a él otra vez— es fácil para ti. Tú estás acostumbrado.

— Pero esto —señaló el espacio entre nosotros— es nuevo para mí.

Miró al techo y frunció el cejo.

— Pero pensándolo bien, creo que quizá tengas razón.

«Sé que tengo razón»

— Y, sin embargo, la verdad sigue siendo —prosiguió— que no podemos hablar con sinceridad sobre la escena si no te muestras abierto y relajado conmigo.

Yo suspiré con fuerza.

— Entonces, dime... —continuó, apartando el plato y tomando mi copa de vino para dejarla a un lado— ¿Qué vamos a hacer al respecto?

Se me aceleró el corazón.

— Me tortura no saber responder a esa pregunta.

Sonrió.

— Torturarte no era lo que tenía en mente.

Levanté la cabeza de golpe.

— ¿Señal? —pregunté, empleando mi antigua técnica para averiguar si estaba bromeando.

— Sí, señal —contestó— Era un chiste, pero no ha sido muy bueno. Sólo estoy intentando relajar un poco el ambiente.

Su voz se convirtió en un susurro y se le oscurecieron los ojos.

— Ven aquí.

Me acerqué un poco y él me tomó la cara entre las manos.

— ¿Cómo voy a conseguir que te relajes? —me dio un beso en la mejilla— Que hables abiertamente —me besó la otra mejilla— Y que me digas cómo te sientes.

Sus caricias eran la conexión que necesitaba, lo que ansiaba sin saberlo y sentí cómo me derretía entre sus manos.

Sus labios se desplazaron desde mi mejilla hasta mi oreja.

Yo volví la cara hacia él y nuestros labios se rozaron con suavidad.

Me acerqué inconscientemente y sus brazos me rodearon; me estrechó contra su pecho y luego nos reclinó hasta que estuvimos apoyados sobre los almohadones.

— ¿Mejor? —me preguntó en un susurro.

— Mucho mejor —respondí, cerrando los ojos— Gracias.

Me acarició el pelo durante un rato, mientras yo escuchaba los regulares latidos de su corazón.

— Está bien. Hagámoslo de esta manera —propuso— dime qué cosas te han gustado.

Habíamos pasado horas hablando sobre nuestras listas de preferencias.

Sobre lo que nos gustaba y lo que queríamos probar.

¿Por qué me violentaba tanto hablar sobre lo que habíamos hecho?

Me dije que era una tontería.

Yoongi ya lo había visto todo de mí.

Me había tocado por todas partes.

No había nada de lo que pudiera avergonzarme.

— Lo de no poder decir nada ha sido muy intenso —murmuré.

— ¿Y muy intenso significa: «Me ha encantado, hagámoslo otra vez»? —preguntó— ¿O muy intenso significa: «Lo he odiado, no quiero volver a hacerlo más»?

Inspiré hondo y percibí su intensa fragancia selvática.

Alguien se había duchado hacía poco.

— Hum. Me ha encantado, hagámoslo otra vez —respondí.

— Creo que puedes aguantar más —dijo él— La próxima vez comprobaremos si puedes.

La expectativa me produjo un hormigueo por todo el cuerpo. 

«Aguantar un poco más»

No podía imaginar a qué se refería.

Me alegraba que creyera que podía resistir más.

Para ser sincero, yo pensaba que había llegado al límite de mi control en ese sentido.

— Me ha gustado el látigo de piel de conejo —continué, con la intención de cambiar de tema— Ha sido muy distinto de lo que imaginaba.

Él me deslizó una mano por el costado.

— He decidido que este fin de semana sólo utilizaré ese látigo.

La presión de sus dedos se tornó más fuerte cuando alcanzó mi espalda.

— Pero hablaba en serio cuando he dicho lo de las pinzas. Las utilizaré mañana.

Se inclinó un poco y me susurró al oído:

— Y me alegro mucho de que hayas estado usando el tapón anal.

Asentí con la cabeza; de repente me sentía incapaz de hablar.

El hormigueo aumentó de intensidad y se deslizó hacia abajo hasta quedarse entre mis muslos.

«Joder»

— ¿Y los ocho azotes? —preguntó.

— Me han dolido mucho —contesté.

— Ése era el propósito.

— Lo sé —dije— Eso lo comprendo perfectamente —levanté la cabeza— Pero no parecías sorprendido. ¿Ya sabías que metería la pata tan pronto?

— Pensaba que cabía la posibilidad. Me parecía normal. Pero no quería decir nada antes de que ocurriera.¿Cómo habría sonado?

Volví a apoyar la cabeza sobre su pecho.

— Probablemente no te habría creído.

— Probablemente no —convino él.

— Aunque lo que más me ha dolido ha sido ver que te había decepcionado —añadí.

— Eso ha sido lo que menos me ha gustado de la noche —admitió— Tener que castigarte. Pero has aprendido. No has vuelto a cometer el mismo error.

Yo no quería que siguiéramos hablando de mi fracaso.

— Te toca —propuse— ¿Qué es lo que te ha gustado más a ti?

— Mírame —me ordenó y yo ladeé la cabeza para mirarlo a los ojos— Lo que más me ha gustado has sido tú. La confianza que me demuestras. Tu obediencia. Lo mucho que disfrutas complaciéndome.

Yo negué con la cabeza.

— No me refería a eso. Yo me refería a...

— Chist —susurró— Aún no he acabado.

Apreté los labios.

— Eres exquisito en tu forma de complacerme —afirmó en voz baja— Y eso, precioso, ha sido mi parte preferida. Es mi parte preferida.

No pude contenerme:

Levanté la cabeza y le di un beso, rozándole muy suavemente los labios.

Quise decirle que lo quería, pero no estaba seguro de que estuviera permitido.

No sabía si sería una buena idea.

Quizá fuera mejor no decir según qué cosas durante el fin de semana.

O por lo menos de momento.

Disponíamos de muchos días para confesarnos nuestro amor.

Yoongi no me decía muy a menudo que me quería.

Quizá sólo lo hubiera hecho unas cuantas veces.

Pero no me preocupaba que no acostumbrara a verbalizar sus sentimientos, porque, por algún motivo, la parquedad de sus palabras las hacía más especiales.

No intentó profundizar en el beso, ni yo tampoco.

Era evidente que los dos estábamos de acuerdo en que, en ese momento, el mero roce de nuestros labios ya hablaba lo suficientemente alto.

Entonces, mientras yo volvía a concentrarme en los latidos de su corazón y disfrutaba de la seguridad de estar entre sus brazos, nos sumimos en un cómodo silencio.

— ¿Ha habido algo que no te haya gustado? —preguntó él de repente.

— No —respondí— No cambiaría nada.

Yo sabía que con el tiempo nos resultaría más fácil hablar del tema.

Me pregunté cómo iría la conversación cuando hiciera algo que no me gustara.

— ¿Y a ti?

— Nada.

No estoy seguro de cuánto tiempo estuvimos en la biblioteca.

Él no volvió a hablar hasta que el reloj que había sobre la repisa de la chimenea dio la medianoche.

— Si ya has acabado de comer, deberías irte a la cama.

— Lo sé —dije.

Cuando me alejé de sus brazos, sentí al instante la añoranza de sus caricias.

Yoongi se puso de pie y me tocó el hombro justo cuando yo me volvía para irme.

— Desayuno en la mesa del salón a las ocho. Después nos meteremos en el cuarto de juegos. No me importa si lo haces esta noche o mañana por la mañana, pero quiero que el cuarto de juegos esté limpio antes de desayunar.

Cuando lo oí darme órdenes de esa forma tan directa, una nueva oleada de deseo me recorrió el cuerpo.

— Sí, Amo.

Me besó con dulzura.

— Buenas noches, Jimin.

[ ⚜ ]

Estuve dando vueltas en la cama un buen rato sin comprender el motivo de mi inquietud.

Ya había dormido en aquella cama tan pequeña muchas veces.

A decir verdad, había dormido allí más noches que en su cama.

¿Por qué me costaba tanto conciliar el sueño?

Yoongi dormía en la otra punta del pasillo.

Habíamos decidido que los fines de semana dormiríamos separados.

Ése era el acuerdo que yo quería.

El que él quería.

El que queríamos los dos.

Me pregunté si a él también le estaría costando dormir.

Y justo cuando había decidido darme por vencido y bajar a la biblioteca a servirme un poco de brandy, lo oí:

Las suaves y evocadoras notas de un piano.

Una melodía tan sencilla que resultaba delicada y reconfortante.

Suspiré satisfecho y cerré los ojos.

Ya no di más vueltas en la cama.

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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