2
El cielo se teñía de azul marino. Estaba anocheciendo. Pequeños copos comenzaban a caer sobre los tejados parisinos. La felicidad inundaba las calles. La festividad favorita de muchos había llegado.
—¡Feliz Navidad!—Exclamó Marinette, mientras le daba un regalo a sus padres. Ellos sonrieron, agradecidos, y se lanzaron a abrirlo.
Todo era perfecto en esa casa. Pero no toda la ciudad era feliz. Aún quedaba los restos de una familia rota. Aún quedaban los recuerdos de la familia de los Agreste.
Adrien estaba en su sofá, pensativo. No podía sentir ni la más mínima gota de felicidad. ¿Cómo iba a hacerlo? Eso era misión imposible para él. No lo conseguiría... No si su madre no estaba a su lado.
Plagg dormía plácidamente en el borde de la cama de Adrien. El rubio miraba desde su asiento sus grandes ventanales. Un silencio profundo inundaba la sala.
¡Qué solitario era ser huérfano de madre!
Evitaba que lágrimas cayeran, mas sus ojos eran cristalinos, y se estaban tornando rojos. Apretó lo párpados con fuerza, y cerró sus puños para evitar hacer ruido.
¿Cuanto tiempo seguiría fingiendo?
Suspiró. Abrió sus ojos. Las pequeñas gotitas saladas le impedían ver con claridad. Solo distinguía luces rojas, verdes y amarillas desde su ventana.
Se dejó caer en el respaldo de su asiento. Sollozó. Plagg lo escuchó, pero no se atrevía a pronunciar palabra. Su torpeza podría causarle más daño. Era peligroso entrometerse en el tema de su madre.
El pequeño kwami suspiró, con sus grandes ojos medio cerrados, mientras sus orejitas perdía fuerza y caían sobre su cabeza.
—Maldita Navidad...—Suspiró Adrien. Frotó sus ojos, y por fin se fijó lo que había sobre su mesa. —¿U... Una nota?
Se acercó, y con débiles y suaves movimientos, alcanzó la pequeña hoja.
"París te necesita"
El chico se alarmó, respiró hondo.
—Plagg, creo que es hora de salir. —El pequeño kwami sintió una pequeña alegría en su pecho al notar el firme tono de voz que tenía su portador.
Adrien invocó su transformación. Saltó por los tejados nevados, a la vista de todos los parisinos. Él iba serio. Paró, y comenzó a contemplar la ciudad, buscando con la mirada alguna pista.
—¿Tú también has recibido la nota?—Preguntó una voz femenina detrás de él. El gato se sobresaltó un poco, pero se relajó al ver quién era.
—Ah, Ladybug. —Dijo sonriente. Verla sería lo mejor de esa Navidad. —Sí. Apareció en mi habitación como si nada.
—Me ha pasado exáctamente lo mismo. —Habló la dama de rojo.
—¿Qué se supone que tenemos que hacer? En el papel no pone nada más.
Una luz los cegó. Todo se volvió blanco. Sus alrededores brillaban.
—¿Pero qué...?—La voz de la fémina se apagó al contemplar dónde se encontraban.
—Es la casa de los Agreste. —Dijo Chat Noir, tragando en seco. —No, por favor.
—¿Te has fijado? Hay plumas de pavo real en el suelo.
—Sí...—Una parte de Adrien le decía que recordaba algo relacionado con ese animal en esa casa.
—Papá, mamá está tardando, ¿dónde está?—Chat se sobresaltó al oir su propia voz. Se asomó por la puerta para contemplar aquella escena, que se estaba desarrollando en el salón.
—¿Adrien...?—Se preguntó Ladybug, en un susurro.
—No...—Chat Noir recordaba perfectamente ese momento.
—Ella no va a venir. —Contestó Gabriel, mientras miraba por una ventana.
—Oh... ¿Se le va a hacer tarde para volver? —Gabriel respiró hondo.
—No, Adrien. Ella no volverá jamás. —Ladybug sintió como su compañero se entristecía por aquella escena. Él apretó fuertemente los ojos.
—Es una broma... ¿A que sí?
—No. No lo es. —Adrien miró con tristeza y confusión a su padre.
—P-Pero...
—Ella...—Su padre giró, para mirar de frente a su hijo.
—...
—Ella... Ella está muerta. —Dijo Chat Noir sin voz, a la vez que Gabriel se lo comunicaba a su hijo. Recordaba a la perfección aquel momento. Ladybug se llevó una mano a la boca, afectada por aquellas palabras. Escuchó la ligera y entrecortada respiración de Adrien, que daba dos pasos hacia atrás.
—Estás mintiendo.
—Adrien, no.
—¡Estás mintiendo!
—Sé que es duro de asimilar. —Adrien sintió su corazón destruirse en ese mismo momento. Negó con la cabeza, a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas. La luz de la luna se reflejaba en su cara. Gabriel vio a la perfección como lloraba. Miró hacia el suelo. Apretó lo ojos, así como los puños. —Ha muerto en un accidente. Hace dos... Dos horas.
El pobre rubio no podía comprender todo aquello. Salió corriendo hacia su habitación, donde se quedaría toda la Navidad.
—¡A-Adrien!—Exclamó Ladybug, mientras trataba de acercarse a él, que corría por el largo pasillo. Chat le agarró la mano.
—Él no te oirá. Ahora mismo él no existe. Todo esto es un recuerdo.
—¿Cómo lo sabes?
—Simplemente lo sé... Es del año pasado. Día veinticinco. El veinticuatro fueron las últimas Navidades que pasó con su madre. Este año está pasando la primera sin ella.
Ladybug miró sorprendida a su compañero.
—Solo debemos encontrar la manera de salir de aquí. —Terminó, soltando la mano de la chica. Ella asintió, con tristeza dentro de sí. Notaba que algo no iba bien.
Comenzaron a recorrer los pasillos en busca de alguna señal.
Entonces encontraron a Nathalie en su escritorio. Ella lloraba en silencio. Chat Noir se entristeció. En ningún momento se preguntó como le pudo haber sentado la muerte de su madre. Recordaba que ellas dos habían sido grandes amigas.
Miró hacia el suelo, respiró, y siguió caminando. Ladybug, en cambio, estaba muy preocupada por su compañero, que estaba un poco distante.
El cielo se volvió morado.
—¡Eh! ¡Mira!—Todo se llenaba de tonos oscuros, pero la gente no se inmutaba por ello. —Esto es obra de un akumatizado. —Dedujo la heroína.
—¿Y por qué la gente no le da importancia?—Dijo, a la par que se asomaba por la ventana, y contemplaba la felicidad de los demás.
—Pase lo que nos pase a nosotros, esto sigue siendo un recuerdo, y nada ni nadie cambiará.
—Tiene que ser eso. —Las luces se apagaron. Todo se volvió oscuro. Los dos comenzaron a hacer girar sus armas, espalda con espalda, para protegerse.
—¡¿Quién anda ahí?!—Exclamó la muchacha, que miraba a todos los lugares posibles.
El escenario se desvaneció. Ahora los envolvía el color negro. Ya no estaban en la mansión Agreste.
—¿Qué acaba de pasar...?—Preguntó el rubio.
—Nada bueno, eso desde luego.
—¿Como lo sabes?—Rió una voz femenina .
—¡¿Quién eres?!—Exclamó de nuevo la chica.
—Eso no deberías tenerlo en cuenta. —Si en sí ya no se veía nada, ahora menos. Todo se llenó de humo. Una mujer apareció frente a ellos. Vestía un traje azul oscuro, largo. —Pero si insistes... Soy Le Paôn. —Dijo, sonriente.
Tanto Ladybug como Chat Noir se asombraron por el comportamiento de la akumatizada.
—Yo también estoy encantada de conoceros. —Dijo, sarcástica. —Ahora, ¡entregadme vuestros miraculous!—Dijo, mientras lanzaba dardos hacia ellos. Dardos en forma de pluma.
—¡Estos dardos son los que hemos visto en la mansión de los Agreste!—Exclamó el gato, mientras esquivaba los ataques de su oponente.
—No exactamente. —Habló la mujer. —Esos dardos son de este miraculous, efectivamente. Pero no los he dejado yo ahí.
—Entonces... ¿Quién ha sido?—Le Paôn sonrió.
—Puede que el pequeño gato recuerde a su madre.
Chat Noir tragó saliva. Se inmovilizó. Ladybug lo miró, asustada.
—Sí... La recuerdo. —Dijo. —Y supongo que tú también, ya que sabes tanto. —Completó, mientras se lanzaba hacia ella, con el bastón en alto.
—¡Chat, no!—Tarde. Un dardo había quedado clavado en el abdomen del muchacho.
—Todo por tu culpa. ¡Si no fuera por ti, ahora mismo ella estaría con nosotros!—Exclamó Le Paôn, mientras veía a Chat Noir en el suelo, envitando gritar del dolor. —Ella se fue por tu culpa, ¡para protegerte!
—¡Déjale! ¡¿No tienes suficiente con haberle hecho daño?!—Gritó Ladybug.
—E-Estoy bien...—Habló el muchacho, levantándose del suelo.
—No... No estás bien. —Contestó preocupada la heroína.
—¡Ahora, yo dejaré de servirte, para que tú me sirvas a mí, Agreste!—La azabache abrió los ojos de par en par. Miró a su compañero.
—¿A-Adrien...?—Dijo con voz temblorosa.
—Terminaron mis días como asistente de esta estúpida familia... ¡Todo esto acaba aquí!—Gritó Le Paôn, alzando sus manos, en las que se hallaban una decena de dardos.
—¡¡NO!!—Exclamó la heroína, interponiéndose entre Chat Noir y su destino. Se escuchó un grito desgarrador, y el sonido seco de un cuerpo cayendo contra el suelo.
—He malgastado todos mis dardos en tí, ¡estúpida!
—¿...Ladybug...?—Preguntó débilmente el chico. Sacudió levemente a la heroína. —Pero... ¿Pero...?—Ya su herida no importaba. Tampoco importaba su corazón, hecho pedazos. Ahora solo importaba ella. —No... Tú también no...—No le salían las palabras.
—Un obstáculo menos. Podré quitaros vuestros miraculous. —Dijo sonriente Le Paôn. El muchacho acarició levemente el pelo de su amada, mientras se levantaba con dificultad.
—Atrévete, venga...
Una intensa batalla cuerpo a cuerpo comenzó a darse en la plena oscuridad. Aunque la visión nocturna del rubio facilitaba las cosas, no iba a ser tan sencillo. Ladybug seguía tendida en el suelo, luchando por su vida.
—¡¿Por qué haces esto?!
—¡¡Por venganza, Adrien!! ¡¡Por tu culpa tu madre se fue!!
—¡No sé de qué me hablas!—Dijo, chocando contra ella su bastón.
—Ella fue una portadora. Su identidad fue revelada, y huyó para que nadie fuera en su busca, y te atacaran por estar junto a ella. Por tu culpa ella se marchó y murió siendo agredida por uno de ellos... Si se hubiera quedado en la mansión, no habría muerto... ¡Pero no quería ponerte en peligro!—Susurró, llorando.
—¿Q-Qué...?
Una mano en traje rojo arrancó un broche. Un miraculous.
—¡Ladybug!—La muchacha rompió el objeto en dos, dejando salir de él una mariposa oscura. El akuma. Este fue atrapado por un yoyo, y liberado con un color blanco acendrado.
—C-Chat. Adrien...—El nombrado se acercó a la heroína, y la sostuvo, sentándose en el suelo, ya que ella no podía mantenerse de pie. —Así que eras tú...—Dijo con una débil sonrisa.
—Pues claro que soy yo, mi Lady.
—Te echaré de menos...—El corazón del gato se encogió en ese momento.
—No te irás. —Contestó, intentando evitar que las húmedas gotas que guardaba en sus ojos, corrieran por su rostro.
—Me iré, Chaton. Lo siento...
—¡¡NO!!—La heroína de rojo cerró sus ojos. Chat Noir acarició su cara. Le llegó una idea—¡¡Solo con un poco de suerte...!!—Alzó su mano al aire. El poder de la destrucción se encontraba en ella ahora. Colocó un solo dedo en la zona afectada por el veneno de los dardos. —Puede funcionar...—Y es que él puede controlar sus poderes. No pasaba nada si intentaba destruir únicamente el veneno...
¿Había funcionado? Una luz roja cegó al gato. La transformación de Ladybug había finalizado. Hizo esfuerzos sobrehumanos para no mirar su cara. Misión imposible. Abrió sus ojos con lentitud, quedando frente a frente con el rostro de su tímida compañera. Marinette.
—¿M-Marinette?—Intentó buscar con sus dedos el pulso de la joven. Nada...—Claro que no he tenido suerte... ¿Qué me puedo esperar de un gato negro...?—Dijo al aire, mientras agachaba su rostro, y lloraba en silencio.
—Creo que te equivocas, gatito...—El rubio abrió los ojos. Marinette le observaba sonriente. —No seas tan pesimista...
—¡¡MARINETTE!!—Exclamó, mientras la abrazaba con fuerza. —Pensé que te había perdido...—La azabache se sorprendió por aquel acto, pero correspondió al abrazo. La transformación de Adrien se acabó. —Tienes razón... Los gatos negros también tenemos suerte, al fin y al cabo...
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