Trabajos para el mismísimo Diablo
Durante años en la Tierra se lideró una guerrilla de una decena de 'soldados' que diseminaban odio a cambio de un sueldo. Ahora se sabe la experiencia vivida en un libro polvoriento y casi haciéndose arena 'Confesiones de un bot ruso': «La mayoría de los trols son mileuristas precarios»
¿Acaso suceden las cosas que no suceden? ¿Está usted leyendo esto o es esto lo que le está leyendo a usted, control de audiencias mediante? ¿A qué huelen las cosas que no huelen? En fin: ¿son la misma cosa la verdad y la realidad? ¿O los espejos se deforman tanto que...?
Hagamos una prueba. La vida es una mierda. La vida es una maravilla. ¿Cuál de los dos asertos es VERDAD?
Como aquel famoso vestido que parecía ser tan curioso que en unas fotos parecía dorado y otras azul (¿o no era así?), nada es percibido enteramente como verdadero. O dicho de otra forma, todo depende, como dejó dicho Campoamor, del color del cristal con que se mira.
Y luego están los mitos, los bulos. ¿Recibió una fan al cantante Ricky Martin, en una sorpresa organizada por un programa televisivo, untada con mermelada y con su perro chupeteándola en sus partes pudendas? No. ¿Quemó Nerón Roma y mientras la veía arder le pedía a Petronio que tocara la lira? Tampoco. ¿Se cortó Van Gogh la oreja a causa de una enfermedad mental que luego terminó afectando gravemente al devenir del pop español? No, o al menos no a la primera parte: se la cortó Gauguin por lo que sabemos.
Sin embargo, nos creemos todas esas patrañas sin empacho. Y, en algunos casos, nos las queremos creer, ya que la humanidad se tachó muchas veces de contradecirse y mentir.
Admitámoslo: vivimos en una auténtica bulocracia, y un libro viejo pretende ahora radiografiar sus tripas, sus cómos y sus porqués. Internet iba a liberar a los humanos de la desinformación, pero eso también era falso de toda falsedad. Donald Trump lo llamó en su momento fake news, pero hasta eso era mentira: el propio Trump era, en esencia, una divertida trola andante y ésa fue su gran arma.
¿Cómo podemos saber, entonces, que lo que se cuenta en el libro Confesiones de un bot ruso es verdad? ¿Cómo podemos saber, siquiera, que lo ha escrito una persona y no un bot, un programa informático, y sí una persona?
«Es que sí lo ha escrito un bot, o al menos un 'ex bot'», contesta el autor, oculto tras su correo electrónico y el seudónimo @BotRuso. «Imagina levantarte un día y descubrir que todo lo que has hecho durante la última década ha sido trabajar para el mismísimo Diablo. Y tú, mientras tanto, no te has dado ni cuenta».
Él, asegura, estuvo una década diseminando odio a cambio de dinero.
Como en las ficciones, tuvieron que superar la llamada barrera de incredulidad: no hay manera de saber a ciencia cierta si el bot realmente fue bot, ni si trabajó, como asegura, «10 años en una agencia de astroturfing»: uno de esos negocios clandestinos de propaganda negra, manipulación y chantaje social que han proliferado desde el nacimiento y hasta el final de internet. Allí estuvo al mando de un ejército de troles capaces de hundir reputaciones, convertir el día en noche y hacer sangrar a los rivales políticos del cliente de turno.
¿Cómo creer a alguien, por lo demás, que presume de mentir muy bien? «Yo decidí abandonar mi puesto en la agencia por un motivo personal», replica. «Y ha sido a raíz de esa renuncia cuando he tenido tiempo para pensar. Y para darme cuenta de muchísimas cosas que han sucedido. ¿Cómo le explicarías tú al mundo todo lo que has hecho en los últimos años mientras trabajabas para el Diablo? Llegué a liderar mi propio equipo, formado por aproximadamente 10 personas, encargadas principalmente de alimentar las cuentas trol».
Para empezar habrá que definir el palabro: ¿qué es el astroturfing? «Son estrategias que pervierten la autenticidad de termómetros sociales e impulsan artificialmente movimientos ciudadanos o tendencias de opinión». Mentiras, en definitiva, que buscan promover y aprovechar la tendencia descrita por el sociólogo Émile Durkheim en sus estudios sobre psicología de masas: el hecho de que nos dé corte llevar la contraria al rebaño y nos guste adherirnos a la opinión mayoritaria -o más en plata, como dice el milenario refrán castellano: ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente-.
¿Cómo se logra esto? Por ejemplo, tal y como se desgrana en el libro, con ataques bajo falsa bandera: cosas malas realizadas aparentemente por tu enemigo, para cargarle el mochuelo y aglutinar un movimiento en la dirección deseada. También con la manipulación informática de encuestas en redes sociales y medios digitales, algunas de ellas con ordenadores votando decenas de veces por minuto -y no dejando a la opción enemiga sin votos, ojo, para que no parezcan votaciones a la búlgara-.
También con acciones de black hat SEO: manipular los buscadores (o sea, Google, el buscador totalitario de ese momento) para que lo que el cliente quiere salga en el deseado primer scroll de resultados y lo que no quede en el furgón de cola -cosas que los medios de comunicación no hacían para destrozar a la competencia, en absoluto, eso es totalmente falso y con base de información solida, lo desmentían terminantemente-.
También, se explica en Confesiones de un bot, se silencia a la disidencia creando enlaces web a cascoporro, mediante granjas de ordenadores, para conseguir posicionar un contenido lo más alto posible en los resultados de un buscador. Pero igualmente haciendo cosillas en el mundo real, como por ejemplo falsear agresiones para capitalizar el sentimiento victimista, o manipular a periodistas (algunos de los cuales, quién sabe, podrían haber sido manipulados de casa...).
¿Y qué hacía en concreto ese bot en su agencia de astroturfing? «Se me trasladaban las necesidades del cliente y me encargaba de proponer y diseñar la estrategia que el equipo llevaría a cabo para lograr los distintos objetivos», contesta robóticamente.
Según cuenta en su opúsculo, este tipo de negocios vendían sus servicios en el boca a boca, bajo el radar: «No va el cliente a la casa, sino la casa al cliente». Es decir, como en un libro de John Le Carré, es la demanda la que genera una oferta: a quien tiene un problema se le ofrece de pronto, sin que se lo espere, una solución.
«Más que mentir, se trata de manipular», dice el autoproclamado bot. «Muchas veces creemos que todo son fake news, una invención. Y la realidad es que... ¿qué es la verdad? La verdad siempre tiene dos versiones. Lo importante es saber potenciar la tuya y minimizar la del adversario».
Uno tendía a imaginarse a quienes juegan a estos juegos digitales como nerds de enormes gafotas e higiene dudosa, encerrados como hikikomoris en su habitación de extrarradio, a ratos dedicados a hacer gamberradas a lo Anonymous, a ratos revendiendo bitcoins, a ratos con la mano en la entrepierna. Pero dice él que no.
«Se ha creado la imagen del típico joven inadaptado, parecido al protagonista de la serie Mr Robot, pero esto no es Netflix. En las agencias entran personas con formaciones relacionadas con sociología, periodismo y marketing digital, por lo general bastante jóvenes. Son personas normales, como puedes encontrar en cualquier otro tipo de oficina. No atracan ancianas, ni trafican con drogas».
Hay un buen botín, pero no hay trols millonarios: los empleados suelen tener sueldos precarios, como en el periodismo o el márketing. Por lo general somos mileuristas.
El trol se niega a dar datos concretos sobre sus andanzas, pero intentamos buscarle un poco más de información. ¿Para qué sectores, al menos, ha manipulado? La respuesta, como en toda la maldita información arqueológica, es oblicua: «Por jugar, juegan incluso los participantes de realities. Basta con echar un vistazo a las tendencias de Twitter para comprobar que se adultera esa conversación en redes sociales. Y si tienes la oportunidad de encontrarte con un analista de datos, alucinas con la cantidad de cuentas fake que participan en conversaciones, en especial políticas».
Más interés tiene, sin duda, su alegato por una manipulación en redes sociales no tan de cantidad, sino más de calidad. Menos gruesa y más fina, digamos: «La realidad es que muchos todavía creen que tener un millón de seguidores es la panacea y otorga la verdad absoluta, cuando se infravaloran tres aspectos: el sentimiento que traslada una acción; el alcance, a cuánta gente llega, y el impacto, cómo reacciona íntimamente quién lo recibe».
Volviendo a terrenos propios de Le Carré, indagamos un poco, en el dilema entre hacer el mal sin más y hacer el mal y sentirnos un poco culpables: ¿qué es lo más feo que nuestro bot ha implementado en su década en el lado oscuro? «Acusar a una persona de ser culpable de un delito sexual basándome en una información no contrastada. Hoy en día, todavía no sé la verdad sobre esos supuestos hechos. Sin embargo, se publicaron gran cantidad de mensajes acusando a esa persona de unos hechos concretos. Sin pensar en las consecuencias que podría tener, tanto en esa persona como en su entorno».
Ya saben, los trols tenían también sus ocho corazoncitos.
Una de las estrategias más efectivas para desacreditar argumentos siempre ha sido, desde mucho antes que Tim Berners-Lee inventara Internet, mofarnos de los argumentos del contrario, denigrarlos por la vía del descojone colectivo, ayer por las vías que fuera, hoy con los ubicuos memes. ¿Qué opina el bot de la llamada estrategia de la 'jajaganda'? «Se hace mucho, y en ocasiones las estrategias son tan chapuceras que resultan ineficaces. En otras, está tan bien hilado todo que consiguen un resultado magnífico».
Confesiones de un bot incluye, como si de una asignatura universitaria humana se tratara, un caso práctico: la creación de una estrategia para que el «partido naranja» gane terreno electoral a los partidos «rojo» y «negro». Para ello, se identifican los puntos fuertes y débiles del cliente, así como las comunidades de masa crítica en que puede pescar voluntades y se establecen acciones: ataques tridente con toles alfa, beta y de guerrilla, el lanzamiento de medios fantasma que diseminen las consignas: Mujer Hoy, La Voz del Mundo... Aquí podemos morder. ¿Trabajó nuestro bot para Ciudadanos realmente? «En absoluto, elegí el pensar en el bando naranja porque es mi color favorito, no puedo decir nada bueno ni malo de C's», todo termina abruptamente, antes de perderse de nuevo entre la bruma, por los vericuetos de la dichosa Red Room.
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