8.
El navegante al fin pudo abrir sus ojos, tenía vendado u costado y una pierna. Intentó incorporarse, en su mente solo estaba Kakapus y en breves momentos la terrible imagen de Palacka. Gritó con todas sus fuerzas pero un brazo mecánico lo sostuvo y una voz aguda, femenina y algo lejana se dejó oír.
—Aún no puede incorporarse, por favor, debe mantener reposo.
Zonder lo observó con su mirada perdida y nublada. ¿Cuántos días llevaba inconsciente? Pensó. Cuando su vista pudo despejarse, notó que estaba acostado en una cama y un robs de enfermería lo estaba atendiendo.
«¿Dónde estoy?» Se dijo, «¿Dónde está mi nave?».
El robs desapareció alejándose al deslizar la puerta del cuarto. El navegante echó una ojeada al lugar; sus paredes eran blancas y el piso bien limpio de un tono azul celeste, a su lado tenía una máquina tomando sus pulsaciones. ¿Qué era todo esto? Se preguntó.
La puerta de nuevo se deslizó y de allí emergió otra figura. Un robs más alto y de color gris apareció en todo su esplendor a la vista de Zonder, llegó a la consola y verificó que todo estuviese en orden. El muchacho lo tomó del brazo, sintió un metal frío y sin vida al hacerlo.
—¿Dónde estoy? —preguntó.
El robs inexpresivo respondió:
—Está en cuidados medios, señor. Pronto podrá salir, mientras su sistema se mantenga como sigue.
—¿Cuidados medios? ¿Quién eres? ¿Qué ciudad es esta?
—Está en la Ciudad de Robs, señor.
Silencio por un rato, luego el ser metalizado desapareció como el primero. El navegante seguía contrariado por demás.
«¿Ciudad de Robs?» «¿Cómo vine a parar aquí?»
Zonder tuvo la impresión de que no era la primera vez que pisaba ese lugar. En sus múltiples visiones había visto una habitación como en la que estaba actualmente y personas, o robs yendo y viniendo, una luz blanca en el centro del cielo raso y una consola como la que tenía a su lado.
¿Por qué no lograba recordar más? ¿Qué lo hacía perder aquellas imágenes que se le venían a la mente? ¿Era acaso una visión o una vivencia de años anteriores? Pensó que tal vez eran des variaciones de persona convaleciente y se echó de nuevo a la suave almohada de la cama, era cómoda y relajante, luego meditó por un rato, quería averiguar si él era el único humano allí. Luego se afirmó que no debía de serlo. Si no, no hubiese un hospital en esa ciudad. Inspeccionó la habitación y la cama, se percató que a su lado derecho había un botón azul y sin pensarlo lo pulsó.
Esperó...
Se durmió.
De nuevo vino a su mente la figura de un hombre, vestido de manera irreconocible, algo antiguo quizá. Lucía una barba tupida y consigo tenía una libreta donde apuntaba datos.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Zonder...
—¿De dónde eres, Zonder?
—De Brón.
El sujeto lo observó un rato y luego se levantó de su sillón. Se paró en frente de una ventana amplia a mirar a su alrededor. El muchacho no lograba alcanzar lo que veía aquel extraño. Preguntó:
—¿Dónde está mi nave?
—¿Tu nave?
—¡Sí! —Se exasperó y gritó con fuerza—. ¡Quiero ver a Kakapus!
El hombre lo tomó del brazo, notó que estaba amarrado a la cama, intentó soltarse pero las correas lo sujetaban con mucha fuerza.
—Debes descansar, y esto no es por mal, muchacho. Es por tu seguridad.
—¡Quiero salir! ¡Déjenme ir!
Luego la oscuridad y una espesa neblina cubrieron los ojos de Zonder, no supo más nada.
Al despertar de nuevo, observó a la robs de enfermería que seguía allí monitoreando la consola de pulsaciones. Sus amarres ya se los habían quitado, suspiró.
—¿Dónde está el hombre que me estaba interrogando?
La robs lo miró fijamente, sus ojos rojizos permanecieron allí, al muchacho le irritaba que aquellos droides fueran inexpresivos. No sabía por qué fueron construidos y con qué fin. La humanidad ya había sufrido demasiado y ellos podían revelarse ante sus creadores.
—Ha estado inconsciente unas ocho horas, quizá esté delirando, señor. Pronto vendrá un médico a revisarlo, por favor, mantenga la calma.
—¿Mi nave?
—Está en el centro de reparaciones.
Zonder cerró los ojos y volvió a desmayarse.
El navegante tuvo un sueño, la imagen de una hermosa mujer de cabello corto y ojos claros se presentó ante él. La sonrisa de la joven era especial y risueña.
Zonder nunca la había visto y aquella figura que emergía de entre sus sueños lo tomó como una visión, una epifanía que alguien quiso que observara.
¿Era acaso alguien que lo esperaba en la Ciudad iluminada? ¿Aquella ciudad que Palacka destruyó? Su cabeza daba vueltas a medida que articulaba palabras incomprensibles. Se despertó y se vio de nuevo amarrado a la cama, la consola estaba allí y el sujeto de antes se hallaba sentado a su lado.
—¿Has tenido una pesadilla?
—¿Usted es el médico que vino a verme?
—Ciertamente estudio su caso.
El joven intentó incorporarse, el hombre se levantó y dejó que sus amarres se aflojaran lo suficiente para que este pudiera moverse con mayor libertad. El navegante se sentó en la cama, sus ojos estaban nublados y por ende no podía observar con mayor claridad todo a su alrededor.
—¿Dónde está el centro de reparaciones? —preguntó.
El barbado respiró profundamente y anotó algo en su libreta, no respondió.
—Una robs me dijo que alguien vendría a revisarme, ¿es usted? Por favor, tiene que decirme. ¡Tienen que llevarme al Kakapus! Ustedes corren un grave peligro, si Palacka se entera de que estoy aquí... Él destruirá esta ciudad como lo hizo con la otra, deben sacarme de aquí.
—Usted debe descansar, una enfermera le dará un medicamento para que pueda dormir con calma, mañana podremos hablar sobre Palacka.
Zonder intentó zafarse de los amarres, el hombre corrió y tocó un botón en la pared, enseguida el joven no se encontraba solo, varias figuras que no alcanzaba a ver se aglomeraron para sujetarlo y acostarlo de nuevo.
Volvió a quedar inconsciente.
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