6.
Largas horas transcurrieron luego que Palacka se enfrentara al joven navegante. Kakapus deambulaba ya sin rumbo fijo al igual que su piloto.
Zonder estaba en cubierta, lanzado hacia la nada y la penumbra de sus pensamientos más tristes, estaba cabizbajo, destruido moral y físicamente, no quería probar bocado alguno y menos ver hacia rumbo norte. Se dejó llevar por la corriente, depuso que su aeronave decidiera su destino.
El cielo se hallaba nublado y la brisa seguía maniobrando a su antojo. A veces la corriente iba y venía azotando a la nave que sin dirección alguna se tambaleaba en el desierto. Al caer la noche, como todo sistema automatizado, la embarcación encendía sus luces con el pasar de las horas.
El navegante continuaba tirado en la madera. Cerró sus ojos y permitió que sus lágrimas fluyeran como señal de derrota e impotencia. Recordó los gritos de aquellos que intentaban escapar del fuego infernal que les propinaba el demonio que sin titubear destruyó una buena parte de aquella ciudad iluminada donde Zonder anhelaba pasar el resto de su vida.
No podía quitarse de su mente aquel rostro del pobre hombre que calcinado en sus brazos lanzó un último suspiro, el mismo que se hallaba tranquilo en la entrada custodiando las puertas de su ciudad.
El joven se sentía culpable de la desdicha que ocurrió en aquel lugar. Golpeó con fuerza la cubierta, se levantó sobre sus brazos y se recostó en el timón. Se tocó el rostro, su cara ya estaba rasposa por la barba, seguía con sus ojos a oscuras dejando que la brisa lo golpeara, pero un ruido lo hizo estremecer.
Era el ave, aquella que se encontraba con el Gran Oráculo, estaba allí en lo alto del mástil de la aeronave, aleteaba y picaba sus alas con el pico.
«¿Qué haces aquí?» Pensó «¿Acaso estás allí para ver mis últimas horas de vida, ah, condenado animal?».
El ave no se movía, el navegante intento espantarlo pero sus intentos eran infructuosos, así que desistió de aquella encomienda.
Luego de muchas horas, Zonder logró meditarlo bien y pensó que la mejor manera de encontrar su rumbo era yendo de nuevo al punto de origen, y así tomó de nuevo el timón y partió rumbo a Brón.
Sostuvo el mapa en sus manos y le echó varias ojeadas antes de fijar las coordenadas. El ave comenzó a aletear fuerte y a graznar con tanta fuerza que el navegante le volvió a lanzar algunas latas vacías que estaban tiradas en cubierta.
El hambre se había apoderado de él y gastó más insumos del que hubiese querido. Ningún "proyectil" fue a dar al cuerpo del volador.
Sin vacilación, la nave dio un giro y tomó su curso hacia nuevo destino. Ya había navegado varios kilómetros desde que salió de la muy destruida ciudad Brón y donde se encontró con el Gran Oráculo.
Buscó la manera de evitar que el magnetismo de las rocas lo llevaran de nuevo con aquella figura que, según para él no tenía nada que ofrecer. Ya lo tenía todo calculado y se dispuso a descansar de nuevo, tomó agua y destapó otra lata de alimentos.
Ya no miraba con malos ojos su ciudad de origen, ver tanto desierto y un demonio destructor de cúpulas era suficiente para querer estar de nuevo bajo las cobijas de su viejo hogar, quizá tener la compañía de alguna chica para complacer sus necesidades básicas y beber una que otra gota de licor y con algo de suerte apostar en una que otra lucha de animales robs por las noches.
Ya todo estaba fijado y planeado en su mente, su vista fue a parar donde el pájaro que en ese instante permaneció quieto y aposentado en el mástil de la aeronave. Las nubes se comenzaban a aglomerar en el cielo y unas pequeñas gotas descendían.
Zonder se cubrió, ya que rara vez llovía y si ocurría, aquella pequeña precipitación podía ser radiactiva, por culpa del daño que se le hizo a la atmósfera cuando ocurrió la Gran Devastación. Una guerra sin registros, solo un cuento que pasó de boca en boca por generaciones, el hecho era que sea como fuere, la Tierra había sido devastada y esa era la cruda realidad, una realidad que nuestro protagonista quería evitar a toda costa, pero derrotado y con la desilusión que la ciudad de la luz de sus visiones ya no existen, el navegante optó por regresar a su verdad, aquella que tanto quiso evitar.
Se dejó caer en la fría madera y dejó ver de nuevo su rostro cuando aquellas nubes grises que tanto anhelaba el desierto se hicieran precipitar no terminó desembocándose en una lluvia necesaria para todos. La sequía, el hambre y la soledad eran las únicas compañías para las almas que aún rondaban por el planeta.
Recordó por un instante su infancia, no sabía si era otra visión pero en ella aparecía algo peculiar, un animal. Un perro mestizo que jugueteaba con él en un campo verde y lleno de árboles. Totalmente diferente al destruido mundo en que vivía, ¿había vivido antes de la Gran Devastación? ¿En qué año estaba en realidad? Muchas cosas rondaban por su cabeza, a tal punto que no se percató que el ave ya no estaba con él y que una sombra le cubría la aeronave.
Zonder quería respuestas, respuestas que el Gran Oráculo no podía darle, ¿los Dos Pensantes? ¡Patrañas! Todo era una farsa, no eran más que robs construidos por personas inescrupulosas, pensó, y lo mejor sería regresar de nuevo y continuar con su vida y realidad.
En eso un haz de luz fue a parar directo a su pecho que lo dejó tendido en la cubierta de su aeronave, fue un golpe duro pero no lo dejó inconsciente, se levantó y trató de divisar a su atacante, y allí estaba, imponente como siempre...
—¡Palacka! —gritó asustado.
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