3.
En las sombras de la nada, un sonido estruendoso se hizo sentir dentro de las rocas, el viento había cesado y la aeronave dejó de tambalearse por todos lados.
Zonder seguía de rodillas ocultándose de lo extraño, de lo nunca visto. Estaba asustado, exaltado y agitado, había escuchado algo.
Por un momento pensó que aquello era un producto de su imaginación y que tal vez su aeronave se dejó llevar por el magnetismo de las rocas y que el recio viento hizo una cruel jugada para su destino, pero de nuevo se volvió a escuchar un golpe. La nave tembló y el ave que aguardaba en lo alto del mástil aleteó sus verdes alas y se desapareció en la oscuridad de la proa.
—¡No tengas miedo!
Esta vez la voz se notó con más fuerza y seguridad. ¡No estaba loco! Era cierto, alguien habitaba ciertamente aquella cueva del olvido.
Zonder encendió una luz eléctrica, más segura para las naves con bastante material volátil. Acercó el tubo luminoso y lo colocó al frente y allí estaba la figura enigmática e inmortalizada de un hombre de granito.
Tenía una base de escombros, sin unas piernas formadas, pero desde el torso emergía como saliendo de entre las rocas, con su brazo derecho empuñando un martillo desde lo más alto y en su mano izquierda cargando un cincel listo para ser impactado. Su mirada apuntaba hacia un punto en específico, su cabellera rizada, abundante barba, flotaba como una aeronave con viento a favor. Ascendía y descendía con elegancia.
«¿Qué es esto?» Se preguntó el navegante, observaba cada recodo de la cueva, debajo de aquella figura flotante, había un pozo de agua, quizá producto de unas gotas que caían desde lo más alto de la caverna, vio de nuevo a la escultura y notó encima del martillo a la hermosa ave que reposaba como si fuera llegado de un largo viaje.
Aquella escena calmó el alma del muchacho, de alguna manera, no podía dejar de ver lo que estaba ante sus ojos. Trató de acercarse un poco más, pero su nave no avanzaba, estaba encallado y no había viento para comenzar el empuje, decidió sentarse en la proa y comenzó a meditar sobre su situación.
«¿Dónde estoy y cómo podré salir de aquí?», se preguntó con cierta calma, era costumbre de los navegantes permanecer pacientes ante las situaciones que le pudieron suceder.
Cerró los ojos por un momento y comenzó a meditar un poco. «Una mente despejada encuentra soluciones», pensó, se dejó caer en la madera de la aeronave. De pronto volvió a escuchar el crujir de las rocas, no cabía la menor duda era el sonido de un cincel siendo golpeado con tanta fuerza, algunos escombros fueron a parar a la aeronave, pero cuando Zonder abrió los ojos, de nuevo observó la figura esbelta de aquel hombre y su ave reposando en el martillo.
No parecía haberse movido por ningún lado. El hombre se colocó de rodillas y volvió a cerrar su cansada vista, y dejó que sus oídos escucharan todo aquel ruido estruendoso que retumbaba el martilleo de granito.
—¿Qué eres? —preguntó de rodillas—. ¿Acaso es un dios el que estoy escuchando? ¿Eres tú el que me ha arrastrado hasta aquí?
Silencio...
—Yo no te he traído hasta aquí —respondió un eco fuerte. Zonder se estremeció y apretó sus puños con fuerza. Sabía quién había respondido—. Me estuviste buscando, y me has encontrado.
—¡Eres el Gran Oráculo! ¡Eres un dios mismo!
Zonder alzó sus brazos y los dejó caer hasta el piso como señal de sumisión ante un ser divino. No obtuvo respuesta, solo el constante rechinar de las piedras. Siguió con sus ojos cerrados.
—No soy un dios, ni mucho menos alguien divino —dijo la figura—. Soy la esencia pura del hombre que apareció por la necesidad de saber y conocer. Yo guardo sus secretos desde que nace y solo si se consigue el camino de la verdad y la razón, la muerte no será el tramo final de su existencia.
Zonder se incorporó, se vendó los ojos, sabía que, si los abría, el Gran Oráculo solo sería una simple estatua de un hombre tratando de emerger de entre las piedras, acompañado de un ave sin dirección alguna. No quería caer en la tentación de observar, perdería toda la espiritualidad del momento.
—Ya que me has dicho que no eres un dios, ni mucho menos un ser divino, ¿acaso eres un robs? ¿Estás programado por alguien para que emitas respuestas de acuerdo a una pregunta formulada?
—Cierto es que pertenezco al hombre y si aquel muere yo dejaré de existir, pero no soy un robs. Soy una especie de guía para aquellos navegantes que han perdido el rumbo, y los conduzco de nuevo por el camino, aquel que lleva hacia la verdad y la razón, y esas dos cosas junto a mí, forman algo más que un ser tangible. Puedes tomar el martillo y destruirme y me seguirás escuchando porque yo formo parte del ser y el ser no tiene cuerpo ni forma, solo soy y listo.
De nuevo hubo un silencio. Zonder intentaba razonar sobre las respuestas del Gran Oráculo, sabía que sus palabras tenían otro significado, pero su mente no abarcaba para más y así siguió preguntando para indagar, pero la escultura se propuso a preguntar primero.
—Has venido hasta aquí, ¿sabes qué necesitas?
Zonder no tardó en responder.
—He tenido una visión de un lugar que es mucho mejor que esta soledad en los confines de la nada, allá todo es verde, blanco y lleno de abundancia. Del cielo cae una luz que he vislumbrado en el horizonte y digo que allá es el lugar que debo ir, porque así lo presiento y así es que tú, ¡oh, Gran Oráculo! Me vas a dirigir.
—Hermosas son tus palabras, pero estás equivocado. Eso es lo que anhelas de todo corazón, pero ciertamente no es lo que necesitas. Si has acudido hacia mí, es porque te encuentras perdido y yo llevo a los navegantes a un camino de expiación que va más allá de la luz que ves en el horizonte lejano. Debes ir hacia los Pensantes, ellos te dirán con exactitud lo que en realidad necesitas.
Zonder arrugo la frente, no podía entender que un ser divino le dijera que debía ir con otros dos seres para encontrar una respuesta que no quería. Se tocó la cara y respiró profundo.
—Si no eres dios, y dices que naces del hombre y de su necesidad, entonces puedes estar equivocado. No fuiste tú quién me ha puesto esta visión de una ciudad iluminada. No tienes el poder para negarme el derecho de ir hacia donde yo quiera.
—El hombre es libre de elegir su destino, pero, cada acción que tome, atrae consecuencias que debe asumir. De verdad te digo que necesitas ir hacia los Dos Pensantes y hacer tu camino de expiación, pero está en ti decidir.
Las rocas comenzaron a abrirse de nuevo y la aeronave emprendió vuelo hacia la salida. Zonder se quitó las vendas y notó que el Gran Oráculo ya no estaba, que el martillo y el cincel estaban tirados en el pozo, el ave se había ido y que todo se hallaba en completa soledad.
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