20.
Nuevamente el joven se encontraba acostado en una camilla, las luces le golpeaba su mirada y la intensa luz de una lámpara brillaba por todo el recinto. Se vio de nuevo sujetado por unos amarres desde sus brazos hasta las piernas, si apenas podía mover el cuello para inclinarse a ver quiénes estaban allí.
Oyó un murmullo, pensó que podía ser Los Pensantes que planeaban la forma de entrar en su mente, pensó en Monmock y la pobre fortuna que le había deparado; tal vez lo habrían convertido en chatarra para la cúpula, o quizá lo trajeron de vuelta a la Ciudad de Robs para cumplir con el propósito para el cual fue fabricado.
Múltiples escenas le pasaron por la cabeza al joven que seguía intentando zafarse de las correas que lo aprisionaban, pero en eso escuchó una voz familiar.
—Ya has despertado, dije que nos volveríamos a ver.
—¡Irham! —exclamó Zonder.
—No sé de dónde has sacado ese nombre, pero debo admitir que es... interesante, por así decirlo.
El navegante abría y cerraba los ojos para cuidarse de la luz que tenía en frente, giraba un poco la cabeza para poder evitar la luminosidad que destilaba en la habitación.
—Irham —repitió—, así me dijiste que te llamabas allá en el muelle de la Ciudad Azul.
—Uhm —farfulló el barbado—, parece que aún no estás del todo bien, pero es entendible. Has estado en un coma abducido por unas semanas, a medida que pasen los minutos irás recordado todo, señor Barto Gómez.
—¿Barto Gómez? —repitió intrigado el joven—. Bartos murió por mi culpa, lo empujé al vacío porque asesinó a una mujer...
—Uhm...
Zonder comenzó a agitarse, solo las expresiones de aquel hombre que lo observaba lo ponía nervioso, intentó desatar los amarres pero estos se hallaban muy fuertes sujetados por debajo de la camilla.
—Debo suponer que... Bartos asesinó a aquella mujer porque ella le había causado un gran dolor...
—Que alguien le quite la vida a una persona que amas es imperdonable, me arrepiento de haber cometido aquel acto, él tan solo le hacía justicia a su hija, ¿por eso estoy aquí? ¿Me van a condenar?
—¡Para nada, señor Gómez! —exclamó Irham con una sonrisa—. Me voy a presentar como es debido —Hizo una pausa—, soy el doctor, German Kutz, psicoanalista y especializado en el desarrollo del subconsciente, creo que es momento de contarle todo, señor.
—¿Dónde está Monmock? ¿Qué han hecho con él?
—¿Quién es Monmock? —preguntó el doctor Kutz—. ¿Su mascota?
Zonder, tosió, carraspeó y luego volvió a hablar.
—Es un robs, una bestia mecánica fabricada para peleas, el deleite de los asquerosos de las cúpulas.
—Usted está hablando de Momo, su perro, él está bien. Lo tenemos aquí, lo han alimentado y las enfermeras le han cogido aprecio.
El doctor Kutz se quitó los lentes, se sentó en el sillón que se encontraba al lado de la camilla, tomó una libreta que estaba en una mesa cerca de la misma y comenzó a ojear algunas notas que al parecer él había escrito.
—Señor, Gómez —dijo—, ¿ha oído hablar de los mecanismos de defensa del subconsciente? ¿No sabe? —Zonder negó con la cabeza—. No hay problema, se lo explicaré de la mejor manera posible —Kutz cruzó las piernas y se echó cómodamente en el sillón—. Como usted sabe, nosotros poseemos el cerebro más desarrollado que otra especie que habita en la Tierra, el cerebro dirige tanto nuestros procesos físicos como psicológicos, y la mayoría de ellos lo hace de manera totalmente automática como inconsciente. Lo que le quiero decir es que, usted ha sufrido uno de ellos, claro está con ayuda de nosotros, para que su inconsciente cree un universo donde sus proyecciones formen un individualismo independiente. Por lo que me ha parecido y observado, ya ve que las veces que estuvimos hablando y en donde usted me ha llamado Irham, se refiere a un par se sesiones que tuvimos aquí mismo, pero no era usted con quién conversaba, sino con su proyección —Kutz giró su vista hacia la libreta—, si, su proyección, Zonder, así lo llamó usted en su subconsciente. Un navegante, con una embarcación que flota en el aire, el Kakapus, de hecho — Sacó una hoja doblada de su gabán—. Usted lo dibujó y lo arrojó en la primera sesión, lo recogí y lo guardé. Por lo que he analizado, su mecanismo de defensa del "Yo" es narcisista, ¡no, espere! No se ría, así es que se le dice a ese tipo de defensas, tiene la proyección, la negación y la distorsión, propios de esa condición, ahora bien... le diré su verdad —Zonder sintió un frío recorrer su espalda, ya comenzaba a recordar—. Usted, señor Gómez fue arrestado por el homicidio de su amante, la señorita Sara Pellman, claro está que este acto se cometió porque ella había dejado ahogarse en la bañera a su pequeña hija de cinco años de nombre Sheila Gómez.
Las lágrimas brotaron de los ojos del muchacho y fueron a rodar hasta la almohada de la camilla. Kutz le dio una palmada en el brazo y continuó:
—Su pérdida fue irremediable y sus actos tuvieron consecuencias, intentó escapar, pero los guardias lograron dar con usted, pero al intentar saltar un edificio su cabeza golpeó con una valla y cayó desmayado, allí intervinimos nosotros, el Departamento de Psicoanálisis Criminal y decidimos implementar la Abducción del Yo, así le decimos, créame que todo lo que vivió en su proyección es real y solo usted puede recordarlo, nadie le podrá quitar eso, puede tomar una decisión aquí y ahora, lo podría ayudar para que vuelva al sueño profundo o se queda entre nosotros y acepte su destino, pero si me gustaría que me contara antes de que me dé una respuesta, todo lo que tuvo que pasar allá en su subconsciente. Estoy intrigado con algo que usted decía a cada rato... ¿quién era Rubí?
Barto suspiró, ya había vuelto en sí. Su voz había cambiado, ya no se le veía taciturno y perdido, al contrario, sus respuestas eran firmes y seguras.
—Tuve un amor hace tiempo, antes de conocer a Sara, se llamaba Rubí, la dejé ir por estar pendiente de las apuestas de peleas de perros, allí conocí a Momo y lo rescaté.
Barto ahora lo entendía, Zonder nunca tuvo visiones, lo que había presenciado eran pequeños pasajes de su vida, su verdadera vida, la Ciudad Iluminada era la perdición, el coma por la eternidad, por eso el Gran Oráculo y Palacka se lo impidieron, volvió a soltar una lágrima.
Porque había despertado, y era muy probable que pasaría el resto de sus días confinado a una prisión, pensó en Momo, pero sabía que el doctor Kutz cuidaría de él, de todo lo vivido solo le intrigaba por qué su subconsciente había creado una Tierra desierta y abandonada por Dios, pero eso ya es otra historia, la historia de la decisión de Barto Gómez.
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