19.
La Ciudad Iluminada de nuevo estaba en pie y eso era una esperanza de salida para el navegante, que sin dudarlo siquiera dirigió al Kakapus a buen puerto.
Las velas se hallaban fuertes y el viento marchaba a favor de la pala. Ciertamente allí era donde quería estar Zonder. ¡Al carajo el Gran Oráculo! ¡Qué desaparezca Palacka! Sus palabras sin sentido no era lo que necesitaba su espíritu.
Era sin lugar a dudas un refugio, un sitio donde estar feliz y tranquilo, un recinto, en donde instalarse, y tal vez de un tiempo, salir a buscar a Rubí, porque ella seguía allí, en su mente y en su corazón.
La luz de neón descendía desde el cielo cayendo directamente a la torre más alta de la Ciudad, las puertas se abrían de par en par, como si estuvieran aguardando a su hijo más ilustre, el capitán pudo ver que el hombre a quien vio ser presa de las llamas estaba allí, extendiendo sus manos saludando al navegante.
Zonder pensó que todo lo que había visto antes era parte de una ilusión, y que al revelarse ante los pensantes su verdad fue aclarada. ¡Este era su verdad! Su realidad, la que anhelaba y que nunca dudó por un instante.
Pero no todo era color de rosa, no para Palacka que se dejó caer en frente del Kakapus y extendió de nuevo sus brazos. El navegante no retrocedió, al contrario, se enfrentó a aquel ser que tanto daño le había infringido hace tiempo.
—¡Tú no eres nadie! —exclamó a los cuatro vientos—. No existes, y no puedes hacerme daño, ¡ven y quema esta nave! ¡Lanza tus fuertes brasas contra esta ciudad! No puedes, porque lo que no existe, no hace daño.
Palacka permanecía en silencio. El navegante pensó que había dado justo en el clavo y prosiguió hablando improperios en contra del demonio que como cual estatua seguía inerte con sus grandes manos abiertas señalando al navegante.
—Tal vez tema aun de ti, pero ahora sé que yo no siento culpa de nada, porque en mi trayecto más bien ayudé a un ser vivo, si, este robs es un ser vivo. Le di cobijo a un hombre con su hija y ayudé a salir de la miseria a dos mujeres, no tuve nada que ver con los actos de ellos, de lo que si estoy arrepentido es de no haberme quedado con Rubí en la aldea, pero si lo fuera hecho, no me hubiesen revelado la verdad y la farsa en que son ustedes dos.
El Kakapus se estremeció cuando el primer rayo cayó directo hacia el mástil. Dejando este casi al borde de desquebrajarse.
Monmock aulló y saltó hacia el vació, sus patas eran fuertes y no le ocurrió nada. Zonder se sujetó fuerte del timón e intentó maniobrar de nuevo hacia la Ciudad Iluminada.
—¡¿Acaso no entiendes, demonio?¡ —gritó—. No puedes hacer nada, para que yo siga hacia mi destino, es mi verdad, mi realidad.
Palacka echó a reír, su carcajada demencial retumbó los cielos y estremeció las rocas. Las puertas de la cúpula se cerraban y los guardianes del portal salieron despavoridos hacia dentro. El navegante ya comenzaba a perder el semblante de victoria y para su asombro quien lanzó el primer ataque haca la ciudad fue la enorme estatua de granito.
El propio Gran Oráculo emergía entre las nubes grises del paisaje. También expedía una llamarada incesante desde sus manos que ya no cargaban el cincel ni el martillo.
—No podemos dejarte ir a la Ciudad Iluminada —dijo.
—Ya es hora de que los tres nos unamos y nos convirtamos en el Uno —replicó Palacka—. Porque el ser humano merece la imperfección y por ello la Razón y la Culpa deben vivir en el hombre, porque es su destino, vivir atormentado por un demonio, aquel que le perseguirá y le carcomerá el alma hasta que decida tomar el camino de la verdad y la razón.
—¡No deseo ser parte de Uno! —repudió el muchacho—. He estado bien sin ustedes, he vivido con dignidad y no necesito de la razón, ni mucho menos de una culpa de la cual no soy participe.
—La Razón merece estar en el hombre —intervino el Gran Oráculo—. El hombre es un ser pensante que debe manifestar sus deseos e ilusiones a través de un ideología única y racional, el hombre debe conocer que forma parte de un universo intangible, que no tiene porqué arrastrarse como una serpiente ni nadar como un pez en el vacío de la mente, de la conciencia. El hombre nos necesita y por ende debemos unirnos.
—¡Si quieren formar parte de mí, mejor será que yo deje de existir, así ustedes también irán hacia la nada y la oscuridad de una muerte sin retorno, sin esperanzas, el descubrimiento de que no existe más nada al final de nuestras vidas!
Zonder maniobró con fuerza y el Kakapus dio su ultimo aleteo para girar en contra de Los Pensantes.
Monmock seguía el paso de su amo desde el desierto árido, aullaba con fuerza pero ni Palacka ni el Gran Oráculo le hacían daño alguno, lo dejaron andar en compañía del capitán.
—Ustedes no son más que la debilidad de los hombres, sin la razón, ni la culpa, viviéramos mucho mejor, seríamos siempre inocentes y volaríamos hacia una vida digna sin remordimientos ni pensamientos demoníacos, ¡déjenme en paz!
Un destello de luz cegó la mirada del navegante, cayó al suelo de su aeronave que comenzó a incendiarse, el mástil estalló en pedazos y las velas cayeron calcinadas. Un grito desgarrador hizo temblar los restos de una aeronave que comenzaba a descender para caer y nunca más levantarse. Luego de eso, todo se volvió oscuridad.
La nada había aparecido, y el otrora navegante seguía consciente de aquello. Abrió sus ojos pero no lograba divisar cosa alguna, solo el vacío, oscuridad y temor reinaban en el corazón del muchacho.
Un destello...
Luego silencio.
Otro destello más fuerte.
El miedo embargó las entrañas de Zonder.
Se despertó...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top