16.
Los días transcurrieron muy de prisa, de vez en cuando Zonder daba descanso al Kakapus que necesitaba sentir el espesor de la tierra, el dulce sabor del azufre en sus entrañas y el silencio de sus velas.
Monmock lo secundaba haciendo exploraciones por las cuevas en las montañas de soledad.
Bartos y Shirin estiraban las piernas y Sahira salía a caminar cerca del navegante. Conversaban en ocasiones, pero el capitán evitaba a toda costa las difamaciones de ella hacia el resto de la tripulación.
—Ya no queda casi comida ni bebidas —repetía una y otra vez al oído del navegante. Sahira sabía sacar de quicio a más de uno. Bartos siempre la sacaba del camarote para que dejara de tomar alimentos sin restricciones.
Los días, semanas pasaban y nada que hallaban un pueblo o un rastro de civilización por el horizonte. Ciertamente el navegante se comenzó a preocupar, pero él estaba acostumbrado a pasar hambre, Monmock no necesitaba de alimentos, así que él, como capitán decidió racionar la comida a pequeñas porciones diarias.
Salvo Shirin que podía alimentarse tres veces al día; Bartos estaba encomendado a que se cumpliera sus órdenes y el lobo mecánico se aposentaba en el camarote para que ninguno intentara tomar más de lo que tenía.
Zonder era el único permitido a entrar sin ser cuestionado por la furia de la bestia.
Sahira seguía vociferando improperios en contra de Bartos, alegaba que «Él devoraba más comida que los demás, que aparte de darle de comer a Shirin también recibía una ración extra. Debían de compartir en vez de estar arrinconados devorando todo como egoístas y miserables muertos de hambre».
En cambio el muchacho respondía de igual manera. «Ella solo desea tener todo el alimento posible porque es una anarquista que pasó hambre por su propia culpa, debería lanzarse al vacío y así nos evitaría el mal de su presencia».
Zonder veía todo este circo como algo para entretenerse, Bartos sospechaba en ocasiones que Sahira buscaba a su capitán para forjar alianzas en contra de su hija y su persona.
No dormía pensando que Monmock bajo las estrictas órdenes de su amo devoraría con sus afilados colmillos el cuerpo de Shirin y luego el de él.
Montó guardia por varias noches e incontables días. Pero el devenir del tiempo hizo que todo se viniera abajo cuando ya no quedaba casi nada para abastecer el hambre atroz que azotaba la tripulación del Kakapus.
Una noche, bajo el manto plateado de una luna desolada, la espesa neblina trajo consigo una figura de granito a los oídos cansados del navegante. El sonido de un martillo golpeando las rocas se hizo sentir y despertó de un sueño triste a Zonder.
El Gran Oráculo estaba presente, allí contemplando el crudo paisaje de la melancolía y desesperanza. El navegante se arrodilló y cerró sus apesadumbrados ojos para poder conversar con aquel ser espiritual.
—Señor, te pido perdón porque ciertamente me he perdido, mi tripulación y yo vamos a perecer en este terrible lugar, solo mi amigo Monmock sobrevivirá y también se perderá en este desierto que es una tumba para los afligidos, no hay agua, ni comida, no sé qué hacer.
—Este es tu destino, tu camino para el entendimiento. La verdad está allí, la expiación debe cumplirse y así lograrás llegar al final del trayecto, porque la luz de la esperanza acompaña siempre a los grandes de corazón y tú en verdad soportas uno en tu pecho.
—Yo quiero entender tus palabras, Gran Oráculo —respondió el navegante con voz triste—. Pero no quiere tener una visión de mi muerte en este desierto, ¿quién cuidará de Monmock? ¿Cómo puedo cargar con el peso de la muerte de una niña tan joven y su padre? ¿Cómo dejar morir a una mujer que buscó refugio aquí para salvarse de la cruel mano de un hombre? Dime, señor, ¿cuál expiación debo hacer?
El silencio del viento comenzó a dejar en penumbras la noche, a lo lejos una estrella quiso ver hacia la nada. El Gran Oráculo dijo unas últimas palabras antes de marcharse.
—Todo lo que aquí ocurra dependerá tu destino, se justo y piensa con la razón y la verdad, no sientas culpa porque de eso se alimentan los demonios.
Y la noche no terminó allí, porque de un súbito movimiento Sahira había entrado al camarote, se deslizó al pequeño baño y comenzó a ducharse a altas horas, cuando el frío era inclemente y el desasosiego mayor, ella salió mostrando su delgado cuerpo para el deleite del capitán, que contrariado no dejó de observarla.
Y así ocurrió un encuentro no programado de dos almas que sin decir una palabra cayeron en la tentación del hambre y el deseo. Ambos sucumbieron al placer y deleite del fuego abrasador de dos cuerpos desnudos que se fundieron en uno.
Luego de aquel encuentro fortuito, la joven salió a cubierta dejando al navegante exhausto y satisfecho.
Entre dormido, Zonder logró escuchar una voz, muy parecida a la de Urham el barbado médico que se había topado un par de ocasiones. Aquellas palabras resoplaron en la mente del muchacho:
«Una mujer en la Tierra y otra en la mente». Zonder giró su cuerpo e intentó dormir, pero un grito desgarrador se hizo sentir en la aeronave. Era Bartos que con lágrimas de desolación mostró sus brazos desnudos, se dejó caer de rodillas en la cubierta.
Sahira estaba de pie observando el vacío del desierto y Monmock parecía inmutable ante aquel espectáculo que se estaba presenciando.
—¡¿Qué ocurre?! —preguntó exaltado el capitán.
—¡Shirin! ¡Shirin! —gritó con dolor Bartos—. ¡Mi hija!¡Mi hija!
Ya no había que preguntar más nada, Zonder lo había comprendido; Sahira había lanzado por la borda a la pequeña hija del joven padre.
El capitán cayó de rodillas. No podía imaginar el terrible dolor que comenzó a habitar en el corazón afligido de Bartos, ¿cómo era posible que alguien cometiera tan cruel acto? Observó el cielo, esta vez quería que Palacka apareciera para dar fin a todos en la nave, se sintió culpable de no poder hacer nada.
El hombre seguía llorando incontrolablemente, y Sahira solo dijo:
—Alguien debía sacrificarse, ella era solo una carga. Una niña no deseada por una mujer y obligada a crecer a merced de un hombre.
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