15.
Una mujer danzaba al viento con aires de libertad, la muchacha de cabello corto sonreía a medida que olía un verde campo a su alrededor, los árboles desprendían sus hojas de otoño y el sonido de los pájaros revoloteando los cielos la hacían desvariar de felicidad.
Zonder se hallaba sonriente y feliz al contemplar aquella visión una y otra vez por su mente, se volvía hacia la oficial y ciertamente era ella, ¡era ella! Gritaba, algo le quería decir El Gran Oráculo, el espíritu, Dios, cualquiera que sea. Meditaba, se asumía en su mente y divagaban situaciones para poder hablar con ella.
Bartos descansaba con la pequeña Shirin entre sus brazos, a pesar de insistir en la existencia de la Ciudad Azul, ciertamente la oficial tenía la razón, ya habían pasado los cinco días y no se encontraban rastros de civilización alguna.
Salvo una pequeña aldea que precedía la senda del navegante, pensó en dejarlos allí y continuar pero era una tarea difícil en convencer a semejante hombre terco y malhumorado como aquel muchacho.
Bartos en el poco tiempo que estaba en el Kakapus se veía como una persona obtusa si se trataba sobre la Ciudad Azul, no entendía de razonamientos y se molestaba con las dos mujeres a bordo en incontables situaciones.
Un día decidió abofetear a la chica en el camarote porque se resistió a bañarse; Zonder intervino y mantuvo a raya al muchacho. Allí conoció más a aquella joven, se llamaba Sahira y era inmigrante de la Ciudad Verde, al igual que Bartos, pensó que aquel lugar era el sitio idóneo para estar pero resultó ser peor, terminó por ser esclavizada y vendida a aquel mercader de mala muerte.
Muy pronto se acercó también a conocer a la oficial, ella le dijo su nombre: Rubí. Era una mujer bella y de rasgos suaves a pesar de su gran carácter, dentro de ella se escondía una joven frágil que había pasado por tantas penurias, al igual que Sahira; ella le pertenecía a un hombre, un político de la zona que le asignó aquel trabajo en el muelle cuando vio que no pudo someterla a su voluntad. No dejó que le pusiera un dedo encima.
Las mujeres esclavas estaban a merced de su amo y por ende, los encuentros sexuales, o mejor dicho las violaciones, eran el pan nuestro en la Ciudad Azul.
Pronto comenzó a sentir simpatía por ambas chicas, más por Rubí, ya que ella era la mujer que se le parecía a aquella en sus sueños y visiones, le daba pena y también algo de miedo averiguar más sobre ella, pero no tardaron en entablar conversaciones más extensas y así ambos supieron más el uno del otro.
Monmock hasta llegó a encariñarse con Rubí, no tanto con Sahira porque ella le guardaba recelo por ser un robs y más por ser tan enorme con esos colmillos de metal que parecían filosas navajas de sierra.
Rubí en cambio lo sabía tratar y hasta jugaba con él, parecía amar a los animales, a esos que ya estaban casi extintos en la tierra.
—Pareces conocer sobre ellos —comentó Zonder cierto día.
—Son simples seres que están y punto.
—No son seres —repuso Bartos enojado—. Son máquinas salvajes para asesinar y despedazar a otros robs. Deberían fundirlos y hacer más cúpulas en el planeta.
Rubí sonrió, al parecer sentía lástima por aquel muchacho que solo se limitaba a sentarse y cuidar de su hija Shirin.
—Ellos son seres, si no fuese así, no se llamarían: Reconocimiento Orgánico de Biomecanismo Sistematizado. En parte son creados con células de animales reales, o así escuché por allí.
—Si lo que dices es cierto —intervino Zonder, le despertó la curiosidad sobre los robs. Y al parecer Rubí entendía de ellos—, entonces si son seres vivos, en parte, claro...
—¡Por supuesto que lo son! Y tengo la mejor manera de demostrarlo.
Bartos enarcó una ceja, Sahira sonreía mientras devoraba un alimento y el capitán esperó la respuesta de la oficial.
—Noto que Bartos no me cree —Sonrió—. Debo suponer que has tenido malas experiencias con estos "animales".
El sujeto la ignoró, Zonder hizo una mueca y chasqueó su lengua observando a Bartos con detenimiento, Se quedó en silencio.
—¡Ya debemos estar cerca de la Ciudad Azul! —exclamó el hombre para cambiar el tema. El navegante se enojó al oír aquellas palabras.
—La Ciudad Azul no existe —intervino Rubí—. ¿Cuántas veces hay que repetir para que tu cerebro entienda? Salimos de aquella cúpula hace una semana, ninguna ciudad ya sea la azul o la verde funciona. El sistema que se maneja está corrompido por sus líderes, tanto hombres como mujeres luchan por un ideal que va más allá de todo raciocinio; se esfuerzan en destruir al otro sin saber que la unión es la mejor solución, bien desearía yo vivir en paz y en armonía en un lugar libre de ideologías absurdas y poco productivas.
—En la Ciudad Verde yo era respetada —masculló Sahira.
—A cambio de maltratar a los hombres —respondió Bartos.
—¡Ustedes solo quieren a las mujeres como esclavas! —le respondió.
—Porque si les soltamos las cadenas acabarían con nosotros.
—¡Ya vas a ver, desgraciado infeliz!
Sahira arremetió contra Bartos, este se defendió tomándola por el brazo y lanzándola por la cubierta. Monmock con un aullido frenó la confrontación. Rubí se limitó a decir:
—Allí el claro ejemplo del sistema.
Zonder rio y le secundó la oficial, ambos se echaron una mirada.
La noche había transcurrido con calma, el capitán se percató que estaba llegando a una aldea, una pequeña cúpula parecida a las enormes ciudades pero este albergaba unos cientos de habitantes; se los hizo saber a la tripulación, pero la única persona que dijo que desembarcaría fue Rubí.
El navegante lamentó la decisión de la oficial pero nada se podía hacer, era una mujer libre y ella eligió quedarse aquí para alejarse de la mala vida que estaba llevando.
—Quédate —le dijo a Zonder.
—No puedo, debo cumplir con algo. ¿Cómo sabes que los robs son seres vivos?
—No veremos pronto —Ella le dio un beso en la mejilla y se bajó del Kakapus. Al despegar la aeronave, Rubí con una sonrisa le dijo—: Pregúntale a Monmock si es real. Zonder sonrió con ternura.
El resto de la madrugada el muchacho no dijo ninguna palabra, se sentía triste y solo quería observar las nubes grises y el melancólico lugar. Pensó que tal vez dejó escapar una oportunidad con una buena mujer.
Rubí parecía ser la persona indicada para sacar de la profunda tristeza y desamparada vida al muchacho, se arrepintió de no hacerle caso a su corazón.
En sus visiones ella estaba, en sus pensamientos se arraigaba como un puñal dentro del pecho. Tal vez ir hacia Los Pensantes era una mala idea, pero una voz conocida le susurró al oído:
—La expiación comienza...
Palacka se dejó ver como un espejismo en el desierto, desapareció con la arena que se esparcía por el viento.
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