14.
La siguiente tarde no había paz en el Kakapus, tanto la oficial y la joven estaba gritando; cada una, improperios al capitán de la aeronave. Zonder estaba callado, meditaba para ver qué solución podía tener, hasta Bartos daba su opinión al respecto.
—Yo me quedo en la Ciudad Azul con Shirin, usted verá qué hace con ese par de mujeres desquiciadas.
—Tal vez debería dejarte a ti, aquí en el desierto...
Bartos sonreía y negaba con la cabeza a su capitán, el hombre cargaba a Shirin, no dejaba que las mujeres se le acercaran, no confiaba en ellas.
—¡Me quedo en la primera ciudad que aparezca en las sombras! —exclamó la oficial—. ¡Ni piense, usted que voy a ser de su propiedad!¡Soy una mujer libre!
Zonder ponía los ojos en blanco, se llevaba sus manos a la cara y suspiraba con profundidad. Hasta llegó a contar para calmar sus ansias de lanzarlos a todos por la borda. Total él tenía una misión que cumplir y todos los tripulantes (a excepción de Shirin y Monmock) le estorbaban.
—Ustedes no se atrevan a ponerle una mano encima a mi hija, porque les aseguro que no vivirán para contarlo —amenazó Bartos.
—¡Calla, poco hombre! —La oficial intentó arremeter contra él, pero el capitán sostuvo su mano en el aire.
—Mi nave, mis reglas...
Monmock se posó debajo de su nuevo dueño y comenzó a gruñir con fuerza, sabía que estaba en amenaza la integridad de su amo y fue a su auxilio.
—Voy a dejar a este hombre en la próxima ciudad que aparezca, y ustedes dos se bajarán con él, así mi amigo —Señaló al lobo—, iremos a nuestro destino, solos, ¿estamos de acuerdo?
La oficial a regaña dientes aceptó la oferta, la otra chica seguía devorando lo que encontraba en el almacén y Bartos aceptó después de protestar en demasía.
—¿A qué ciudad vas a llevar a este hombre? —preguntó la oficial.
Bartos se adelantó a Zonder y respondió con solemnidad y orgullo.
—Me dirijo la ciudad de los buenos hombres, la Ciudad Azul.
Aquello destornilló de risas a la oficial que seguía con unas carcajadas hasta brotar de sus ojos pequeñas gotas de lágrimas. De igual manera, la otra joven se detuvo para sonreír. El hombre se molestó de inmediato; enseguida las miró con desprecio, hasta se podría decir que con cierto asco; sobre todo a la oficial, que ante sus ojos lo veía como un poco cosa.
—Ustedes las mujeres se mofan de la Ciudad Azul porque saben en el fondo, muy en el fondo que el sistema se maneja mejor que aquella porquería de la Ciudad Verde, ¡saben que lo que digo es tan cierto como la existencia de esta nave!
La oficial escupió al abismo desértico debajo del Kakapus. Zonder se limitaba a escuchar y a no formar parte de la disputa que se entablaba en su nave. Monmock solo obedecía a su amo, y si este guardaba silencio, él también.
No así la oficial que seguía riéndose a carcajadas a costa de Bartos, esto sí hizo llenar de curiosidad al capitán que sin reparo preguntó:
—Y a todas estas, ¿cuál es el motivo que te hacer reír sin más del pobre hombre?
La mujer observó a su interrogador y comenzó a tener compostura, no lo conocía y no sabía qué intenciones pudiera tener si llegase a escasear la comida con tantos tripulantes en su nave. Decidió responder con cierta serenidad y así evitar reír (aunque las ganas no le faltaban)
—La decadente cúpula de donde escapaste y nos has llevado contigo es la tan anhelada Ciudad Azul que desea nuestro amigo —Señaló a Bartos—, aquí presente. Desde hace años está en decadencia y no ha traído más que soledad, desamparo y miseria, ¡así querían ellos gobernar! Solo son un montón de holgazanes que buscan su propio beneficio y satisfacción, a costa del sudor del pobre y la esclavitud de la mujer. Está muy claro que la mujer es más inteligente y el hombre solo sirve para ejercer fuerza bruta.
—¡¿Qué dices, mala mujer?! —gritó contrariado Bartos golpeando parte del Kakapus—. ¡Eso que vociferas son puras mentiras para que no vayamos a un buen destino! Cierto es que no deseas que un hombre pueda tener un porvenir mejor al tuyo.
Mientras ambos discutían y seguían en su batalla de egos, Zonder volvió a buscar en su mapa las ciudades mencionadas en cada insulto que se proliferaban Bartos y la oficial. Se percató que tal vez la joven mujer tuviera razón, ya que ninguna ciudad se hallaba cerca de donde estaban.
Luego que la discusión cesara, el navegante observaba el vasto horizonte nocturno del eterno desierto en donde se encontraba. Una visión vino a su mente, y era de nuevo la de la joven mujer que se le había aparecido días atrás; no había notado que aquella hermosa dama se parecía a la oficial.
Pensó que tal vez ella era parte fundamental de todo y ese era la razón del por qué la había sacado de aquella basura del muelle.
Todos sus pensamientos se desvanecieron cuando Palacka se le apareció en las sombras. Nadie parecía percatarse de aquella presencia maligna para los ojos del piloto, aunque todos dormían, el navegante podía advertir a aquel demonio.
—¿Cuál es tu dirección? —preguntó aquel ser.
—Voy rumbo a mi destino y mi verdad —susurró al viento.
—¿Y cuál es tu verdad?
—Encontrar a los pensantes...
Hubo un silencio, luego Palacka antes de desaparecer entre la niebla, dijo algunas palabras:
—Si sigues creyendo que este aire es el que respiras, morirás sin encontrar tu verdad.
Zonder abrió sus ojos y volvió a estar de frente a la soledad y la oscuridad del desierto. El viento cantaba su tonada melancólica y el navegante se asumió en un profundo sueño junto a su amigo Monmock.
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