13.

Zonder no dudó en sentarse y conversar con aquel hombre, tal vez tenía cosas importantes que decirle. Hacía buen clima y ya se había abastecido de insumos. Bartos de seguro se encontraba en el Kakapus y Monmock no dejaría ni un minuto sola a la pequeña Shirin.

—Si preguntas tienes, respuestas hallarás.

—Si tengo —resopló el muchacho.

El hombre sonrió y se acomodó los lentes, esta vez lo detalló con más claridad; era un sujeto de mediana edad, de barba tupida gris y de ojos claros. Su cabello ya tenía algunas canas y su frente presentaba ciertas arrugas características de la edad.

—Soy un simple espectador en este transitar de tu camino, Zonder —comentó—. Estoy interesado en tu trayecto y en los motivos por el cual te mueves en este mundo...

—¡Yo soy quién hará las preguntas! —Interrumpió el muchacho—. ¿Quién eres?

—Un mero ser que vaga en tu mente, estudio la psicología de las personas y me pareces una persona excepcional, Zonder. Has despertado mi curiosidad al enterarme sobre tus visiones de un mundo perfecto al que quieres ir.

—¿Te conté sobre aquello en la Ciudad de robs?

El hombre sonrió y bebió algo de su copa. Agarró unas cartas españolas y las lanzó sobre la mesa de madera; le hizo señas al joven que viera y actuara normal. Pero el navegante no quitaba la mirada sobre el rostro del barbado.

—Hablaste de muchas cosas —respondió—, ciertamente eres muy conversador cuando estás inconsciente; pero esa es la mejor parte de ti. Tu mente es magnífica, puedes crear tantas cosas y almacenar hasta dos informaciones distintas hasta el punto de convertirlas en realidad. Imagino que la Ciudad Iluminada sigue siendo un mar de escombros y sus habitantes han perecido.

—¿Quién eres? —volvió a preguntar el navegante, estaba ya inquieto por culpa del hombre que conversaba con él.

—No temas —Recogió las cartas y barajó de nuevo—, te diré mi nombre. Me llamo Urham y soy médico de por aquí, y como buen estudioso de la mente humana hago el papel de adivino en esta cúpula y ayudo a unos cuantos descarrilados dementes de por estos lares —Sonrió—. Tú no eres como ellos, tú eres la razón del por qué estas personas padecen y sufren, supongo que no lo entiendes, pero yo sí y quiero intentar ayudarte.

Zonder se levantó y sin decir palabra le dio la espalda a Urham para irse, el médico volvió a sonreír y dijo unas últimas palabras:

—Sabes que volveremos a conversar, porque me necesitas para salir de este infierno del que te metiste sin saber.

El navegante no volteó a mirar al sujeto, se limitó a pararse por un segundo y luego emprender su retorno al Kakapus, entre la multitud observó a una chica que le clavaba una mirada profunda e inquietante.

Se detuvo y compró una manzana a un vendedor harapiento, no se percató que aquel señor tenía una cadena que sujetaba a aquella chica por el cuello, se notaba rastros de sangre.

Zonder se percató que aquella mirada que le había dado la pobre joven era de auxilio y en un descuido del hombre, el muchacho lo tomó del brazo y se lo dobló a tal punto que no le quedó de otra que soltar la cadena.

La mujer echó a correr con toda sus fuerzas dejando al joven enfrentarse con aquel sujeto. Se formó una revuelta donde el navegante con un solo golpe dio por terminada la confrontación.

«Ojalá la pelea con Palacka fuera sido así de fácil» pensó.

Cuando se disponía a llegar a su aeronave, la mujer uniformada llegó hacia él, su rostro era serio y con cara de pocos amigos.

—Usted viene a este puerto a hacer lo que le venga en gana, ¿no?

—No sé a lo que se refiere...

—Pues, que no solo ha golpeado al viejo Brams, si no encima le ha quitado su esposa y se la va a llevar consigo.

Zonder no entendía nada de lo que le estaba diciendo aquella mujer que parecía la única oficial a cargo del puerto. Siguió su camino hasta llegar al Kakapus, enseguida se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.

La joven se había refugiado en el camarote de la aeronave y las personas se aglomeraban alrededor del muchacho. Bartos cargaba a Shirin y monmock solo estaba sentado mirando a su amo.

—Supongo que tú solo atacas a los robs iguales a ti, ¿verdad, amigo?

La oficial volvió a acercarse a Zonder y lo acompañó hasta donde se encontraba la mujer, esta se hallaba acurrucada en un rincón devorando algo de comida de la alacena.

—Deben irse, de inmediato. Brams puede ponerse violento y llamar a varios de sus amigos que tienen robs de batalla, no querrá que su pobre mascota termine en la chatarra.

—Llévese a la mujer, no quiero que esté aquí —masculló el navegante esto hizo reír a la oficial.

—¡Ya es suya! —dijo—. Usted la liberó, ahora le pertenece.

—¡Pero ella no es un objeto!

—¡Váyase!

La joven se aferró a los pies de Zonder cuando escuchó el alboroto que se estaba formando en las afueras del muelle. El navegante echó un ojo y se percató que dos sujetos cargaban cada uno unos lobos mecánicos. Estos hicieron que Monmock comenzara a gruñir con fuerza. De su espina dorsal salieron una especia de crestas y sus garras se pusieron filosas.

Bartos se escondió con su hija al otro lado del Kakapus, el piloto trató de calmar a su amigo pero este seguía aullando con fuerza. Enseguida encendió a su aeronave para emprender vuelo.

—¡Te vas con nosotros! —le dijo a la oficial.

—¡Yo me quedo! ¡Este es mi lugar!

—¡No hay tiempo!

El Kakapus ya comenzaba a tomar vuelo y a la uniformada no le quedó de otra que aferrarse en la cubierta.

Uno de los robs se abalanzó a la nave pero Monmock era más grande y con un zarpazo al cuello de su rival, anuló su ataque dejando a la pobre bestia desactivada. La lanzó al vacío.

La aeronave ya había salido de aquella ciudad decadente.

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