10.

Varios días habían transcurrido desde que Zonder y su nuevo amigo escaparon de la Ciudad de robs. El navegante no era un experto en bestias de metal pero se las arregló para ayudar a su compañero. 

Pensó que tal vez era mejor lanzarlo al vacío, pero eso era un gesto de desagradecimiento total, ya que ese lobo fue quien lo salvó después de la terrible batalla con Palacka. Lo arrastró hasta las cuevas donde fue llevado a su recuperación.

La bestia vigilaba desde la proa el curso del Kakapus mientras Zonder descansaba o meditaba en el camarote, cierto día hasta llegaron a jugar un poco. Notó que al arrojarle un objeto, el lobo corría desesperado a buscarlo para llevarlo de vuelta donde el joven.

«Tal vez no le diga que es una máquina» dijo.

Las áridas tierras del horizonte se dejaban ver por todas partes, el viento y el rugir de los cielos se desplomaban en el Kakapus que seguía su curso; no había manera de regresar a la Ciudad de robs y mucho menos dar vuelta para buscar a aquella ciudad iluminada ahora en tinieblas.

 Solo existía una misión y era encontrar de nuevo al Gran Oráculo. El navegante pensaba que era lo mejor; aceptar que el sabio tenía razón y que la humanidad necesitaba de alguien que los guiara en este devenir de la vida. Pero, esos pensamientos no eran los que esperaba aquel demonio que entre las nubes negras apareció para hacer temblar el alma de Zonder.

Palacka estaba allí de nuevo, en lo alto del mástil observando a su derrotado contrincante que solo pudo correr a proteger a su nuevo compañero. El lobo aullaba pero el muchacho le decía que callara. El demonio no hizo nada.

—Los inocentes no mueren —expresó.

—Vienes a terminar con mi vida —resopló el joven—. Ya es hora de que acabes con mi agonía, ciertamente te frustra que siga entre los vivos, ya que me has tratado de aniquilar desde que me viste. ¿Acaso he molestado al pasar por estas tierras desiertas?

El demonio en su gran envergadura descendió a cubierta y entre el susto enorme de Zonder y los aullidos de la bestia habló:

—Soy el dueño de todo lo que te rodea, ya que tú así lo has querido, porque he de existir por tu inmensa ignorancia y deseo de olvidar, me necesitas tanto como yo a ti. Puede decirse que formo parte de ti aquí en esta vida y en la otra.

—No entiendo a lo que te refieres, demonio —respondió Zonder con la voz quebrada—. Nunca he deseado la muerte ni he sabido de tu existencia, ¿por qué dices que formas parte de mí?

Palacka señaló al animal mecánico que seguía en guardia ante tal invasor en el Kakapus.

—¿Sabes por qué has traído a aquel ser contigo? ¿Sabes acaso por qué deseas tu nave más que nada en el mundo? He caminado contigo desde que partiste de las tinieblas y las sombras. Soy yo el que no te deja dormir y soy yo aquel que te atormenta en tus pensamientos, y por donde anden tus pies y tus ojos vean, será destruido hasta que tomes el rumbo que tengas que tomar, porque solo hay un camino para la verdad y no es esa que llevas. Si aprendes y buscas la verdad, yo ciertamente dejaré de existir.

—Juro que no entiendo.

—Y por eso existo.

Zonder se percató que Palacka no venía a matarlo y llevarlo al mundo de la oscuridad, al contrario, se presentó como un ser conversador y hasta cierto punto parecido a él. El temor seguía allí, pero a medida que pasaban los minutos, tanto el navegante como su amigo pudieron zafarse del terror que les invadía.

—Entonces, no puedes llevarme contigo —dijo Zonder.

—Ya estoy contigo —respondió el demonio—, soy parte de ti, como tú eres parte de un universo fuera de tu alcance, porque te has quedado ciego por arrastrarme contigo a este mundo desértico y sin vida, ve, mira a tu alrededor. Estás feliz porque un ser sin vida está a tu lado, ¿sabes por qué está aquí? ¿Lo sabes acaso? ¡Claro que no lo sabes!

El demonio alzó sus brazos y lanzó un haz de luz hacia los cielos, dejando que unas gotas de lluvia refrescara un terreno sediento. Prosiguió hablando con voz grave:

—Te diré lo que te atormenta: La culpa, la culpa es lo que arrastras contigo y ese pesar es lo que me lleva a ti, eres un ser humano y por ello eres imperfecto.

La lluvia comenzó a hacerse más fuerte, Zonder llevó al robs a su camarote, ya que era un ser mecánico pensó que no podía mojarse. El lobo agradeció el gesto quedándose donde su amigo lo había dejado.

—Tengo pocos años en este mundo y no creo haber cometido alguna falta tan grave como para dejarme llevar por una culpa; soy humano y soy imperfecto por naturaleza, pero está en mí discernir y cuestionar lo bueno de lo malo, a medida que voy por este arduo transitar de la vida, agarraré experiencia y seré mejor persona.

—¿Y en qué camino te encuentras? —preguntó el demonio.

—Voy hacia el Gran Oráculo, pediré perdón por no obedecer sus designios.

—Ya es muy tarde —resopló Palacka alejándose de la aeronave.

—¡Nunca es demasiado tarde! —Arremetió Zonder—. Si voy a hacer el bien, el tiempo es perfecto.

La lluvia cesó y el robs pudo salir del camarote, se dirigió donde su amigo y se quedó a su lado mientras Palacka se desaparecía de entre las piedras filosas del horizonte; en eso, el ave apareció y se posó en lo más alto del Kakapus.

—¡Otro viejo amigo que ha decidido acompañarnos!

La noche prosiguió su curso y el navegante yacía asumido en sus pensamientos, porque tenía mucho que meditar luego de su encuentro con Palacka.

 Luego de estar ensimismado decidió hacer algo fuera de lo normal, mientras observaba a su amigo se percató que este no poseía un nombre y pensó que todo ser debe ser llamado por algo, las rocas son llamadas de diferentes formas y su nave también tenía un nombre, Kakapus. Y así fue como aquel lobo mecánico fue llamado Monmock. 

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