Capítulo 8

NATHALIA

Camino por el pasillo de la casa sin dejar de mirar a todos lados para asegurarme de que nadie venga. Me detengo frente al despacho de mi padre y trato de abrir la puerta, pero está asegurada. ¡Rayos!

—¿Buscas esto? —chillo por la sorpresa y Ruddy me observa con cara de disculpa—. Siento asustarte.

Me extiende una llave, la tomo deprisa para luego abrirla. Entro seguida por él y enciendo las luces.

—Gracias, Ro, ahora vete.

—Puedo ser tu ayudante. 

Sus ojitos de borrego herido me hacen aceptar.

—Bien, pero quédate en la puerta por si alguien viene. —Asiente satisfecho y me hace el saludo militar.

Busco por todas partes algo que me ayude a descubrir qué es lo que está negociando mi padre. En estos últimos días han sido más frecuentes las visitas de empresarios y gente adinerada.

Resoplo cansada de abrir cajones sin encontrar nada relevante.

—Viene papá...

Levanto la cabeza y mis ojos se cruzan con los orbes azules de mi progenitor, su cara muestra confusión y sorpresa.

—¿Qué haces aquí? —Se adentra y Ruddy sale corriendo, dejándome sola con el problema.

—Ah...

Trato de buscar las palabras adecuadas que puedan explicar el porqué estoy en su oficina con unos papeles en mano. Se acerca, toma la carpeta y la verifica.

—¿Por qué revisas mis cosas, Nathalia? —

Su rostro muestra enojo al momento de tirarlos en un cajón para luego cerrarlo bajo llave.

—Bueno, estaba buscando algo. —Asiente no muy convencido.

Me atrapa la cara con una mano, esto permite que lo vea directo a los ojos.

—¿En mi despacho? —Sonríe de una forma que no me agrada para luego liberarme de su agarre.

—Sí, papá, es que quería información de las cosas que haces para hablarlo en mi clase. 

—¿Encontraste lo que querías? —Asiento asustada por la calma con la que habla.

—Sí, les hablaré del porqué no pueden automedicarse ni jugar con fármacos.

—Me parece bien, pero otro día me pides permiso antes de irrumpir aquí. —Muevo la cabeza varias veces y me dirijo hacia la puerta—. Nathalia. —Paro en seco sin girarme a verlo—. Ten cuidado con la curiosidad, recuerda que mató al gato.

Sus palabras me causan escalofríos y una sensación incómoda en el estómago que no me permiten moverme por unos largos segundos, hasta que logro salir corriendo del lugar.

***

Observo desde donde estoy a varios hombres salir de camionetas negras para luego adentrarse a uno de los edificios con maletines en manos. Me acerco sigilosa, esperando descubrir qué es lo que harán. Tanteo el arma que llevo en la cadera y la empuño con la adrenalina a mil.

La oscuridad no me permite observar con claridad qué es lo que hacen. De repente, escucho gritos, la agonía de un hombre que me hace temblar. Me acerco más y veo cómo lo tienen en el suelo mientras el tipo se remueve desesperado. Un disparo me paraliza y los gritos cesan, quedando todo en un silencio vicioso.

Lágrimas de impotencia me nublan la vista al ser consciente de que acaban de matar a alguien en mis narices y no lo pude evitar. Me limpio el rostro y busco dónde cubrirme al ver cómo los hombres se dirigen hacia la salida.

Las manos me tiemblan por la anticipación mientras decido abandonar mi escondite y le disparo por la espalda a uno de ellos. Este cae al piso, el silencio provoca un ruido seco. Los demás, que son unos seis hombres, se giran y empiezan a tirotear. Me persiguen, pero corro sin dejar de cuidarme con algunos escombros.

Entro a un pequeño túnel con el corazón acelerado y lágrimas en los ojos porque es la primera vez que asesino a alguien. El pecho se me encoge ante el dolor que esta situación me provoca, no dejo de cuestionarme qué clase de persona soy.

—Búsquenlo, no debe estar muy lejos. —Una voz gruesa le ordena a los hombres.

Siento las pisadas de ellos sobre mí hasta que se desvanecen y solo percibo mi agitada respiración. ¿Cuándo mi vida llegó a estos términos?

—Lía. —Aparté la mirada de la revista de moda y observé a mi tío venir hacia donde me encontraba—. ¿Qué es esto? —cuestionó con cara neutra.

—Es una revista de ropa, tío.

Asintió comprensivo. La tomó de mis manos y la hojeó en silencio.

¿Esto es lo que te interesa, Lía?

Susurré un "sí" no muy convencida. Él resopló y me tomó de las manos. Vi algo de preocupación y algo más en sus ojos que no pude descifrar.

Eso es maravilloso, eres una niña adorable. —Sonreí satisfecha por el cumplido—. Pero nunca está de más aprender y tener habilidades para otras cosas.

Tenía doce años cuando me empezó a entrenar en secreto en su apartamento, el que ahora uso cuando quiero estar sola.

Me acuesto en posición fetal, esperando que los tipos se terminen de ir. Al escuchar los vehículos encender, salgo despacio de mi escondite sin dejar de mirar para todos lados con cautela. Guardo el arma mientras me alejo tambaleante de la edificación.

Los sucesos de hace un rato no se me salen de la cabeza. Detengo mi andar y me giro para adentrándome de nuevo al viejo edificio. A pesar de la oscuridad, puedo vislumbrar el cuerpo que yace en el suelo.

Los nervios me atacan ante lo que estoy pensando, el poco raciocinio que me queda me grita que no lo haga. Aun así, me acerco y saco el celular para encender la linterna.

El cuerpo sin vida está en un charco de sangre con rasgaduras en la piel como si fueran quemaduras internas. Su ropa está rota y observo con detenimiento su rostro desfigurado. ¿Cómo es posible que puedan hacer algo así?

Un grito ahogado sale de mi garganta al reconocer al amor de mi vida, Ángel. Me acerco y tomo su cabeza con cuidado, reconociendo la cicatriz que tiene en el cuello. Le paso las manos por su pelo lacio con pesar mientras me deshago en lágrimas al caer en cuenta que no hice nada para evitar su muerte.

Ángel y yo nos conocimos cuando empecé a frecuentar este lugar, luego de la muerte de mi tío. Peleamos y  nos hicimos amigos, hasta el día que se me declaró. Era un hombre fuerte, muy alto, pero dulce cuando quería.

Luego de cortar con Gael, pensaba que no me iba a ver envuelta en otra relación. Eso cambió cuando lo conocí y en sus brazos fui la mujer más feliz del mundo.

Suelto su cabeza con cuidado y salgo corriendo con la vista borrosa de tanto llorar. ¿Por qué él? Jared va a volverse loco cuando se entere. Sollozo aún más porque no pude cumplir mi promesa.

Mis pasos son errantes y choco con alguien que me sostiene con cuidado. No me importa quién sea, me abrazo a su pecho sin dejar de llorar. Me relaja la tela de su camisa y el olor a suavizante que emana de ella.

—Nathalia —susurra—. L-Lía, lo siento —balbucea y levanto la cabeza para mirarlo.

Alex me observa con una lástima que puedo notar sin problemas a través de los cristales de los lentes que usa debido a la poca iluminación de unos faroles. Esto hace que llore más fuerte y él me sostiene contra su pecho. Me siento débil, una parte de mí ha muerto.

Nos dirige por las calles desiertas sin dejar de agarrarme de un brazo con suavidad. Me dejo llevar y descanso la cabeza en su hombro hasta que se detiene de golpe.

—Ah, yo tomé un autobús, así que no sé cómo regresar ahora.

Lo miro boquiabierta, quiero decirle lo estúpido que es por haber venido cuando fui muy clara en que debía estar alejado de todo esto. En cambio, le paso la llave de mi vehículo y le señalo el lugar donde lo escondo.

Él me ayuda a sentarme con cuidado en el copiloto, luego rodea el auto y se sube para conducir. Me recargo en la ventanilla sin poder dejar de llorar la muerte del amor de mi vida.

—¿Hacia dónde? —pregunta en un hilo de voz.

—Mi apartamento. —Asiente y conduce en silencio—. ¿Por qué viniste, Alex? Creí que fui clara con ustedes.

—Y-Yo no lo sé, Nathalia. —Me mira y luego a la carretera—. Solo quería verte.

Niego con la cabeza mientras me encojo en el asiento para darme un poco de calor.

—No debiste —le digo, pero en realidad agradezco que lo haya hecho.


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