Capítulo 5
ALEX
Nathalia o Lía abre mucho los ojos al ver la situación, mientras que el chico rubio se posiciona detrás de ella como un cobarde.
—Lía, qué grata sorpresa encontrarte por aquí a estas horas.
Uno de los tipos se le acerca y ella sonríe maliciosa.
—¿Qué quieres, Jared? ¿Otra golpiza como la vez pasada? —Todos los hombres que están con él se ríen.
—Te advertí que no te metieras en lo que no te importa, pequeña zorra. —Saca un arma y le apunta—. ¿Y estos quiénes son? —se dirige al rubio y a mí.
—No es contra mí que debes pelear, Jared —alega y le golpea la mano armada—. Si tanto te interesa esta gente debes luchar con las personas correctas, sabes que estoy de tu lado.
Todos nos quedamos en silencio ante las miradas de muerte que se dan, es como si estuvieran en una batalla que ninguno quiere perder.
La determinación del tal Jared mengua un poco al desviar la cara y dejar caer los hombros.
—Ángel desapareció, Lía. —habla afligido y guarda su pistola—. Es mi hermano pequeño, necesito encontrarlo.
Lía se cubre la boca y da algunos pasos tambaleante. Su rostro se ha tornado pálido, es como si hubiese visto un fantasma o le han drenado el alma del cuerpo.
Me acerco y la tomo del brazo para darle soporte.
—¿Estás bien? —Niega con la cabeza para luego soltarse de mi agarre.
—¿Desde cuándo? —le pregunta a Jared, ignorándome por completo.
—Hace unos días. —Los ojos avellanas de él están a punto de derramar lágrimas.
—Lo encontraré, lo prometo.
—Ya no debe existir, Lía, pero sabes donde buscarme si consigues alguna pista.
Ella asiente y los cuatro tipos se marchan. Carraspeo incómodo sin saber qué diablos ha pasado.
—¿Qué haces aquí, imbécil?
De un movimiento rápido, agarra del cuello al Ken y lo estampa en la pared. Chillo como un bebé ante lo que ha hecho, ¿cómo puede tener tanta fuerza?
—Yo solo quería saber más de este lugar —balbucea asustado.
—Me llamaste por mi nombre, Gael, no eres más estúpido porque no se puede. —Lo suelta y resopla molesta.
Ken, que ahora sé que se llama Gael, se me acerca y me mira de arriba abajo.
—¿Y tú quién eres? —Lía se gira y da pasos firmes hacia donde estoy.
—¿Quién rayos eres tú y por qué me persigues? —Su rostro está a centímetros del mío, tanto que logro percibir su respiración y su rico olor a colonia.
—Y-Yo no te persigo —balbuceo nervioso por su cercanía y porque esos ojos me están mirando como si quisieran matarme—, solo son coincidencias.
Chilla frustrada y me toma del brazo, llevándome a rastras a algún lugar. El Ken nos sigue mientras me mira con recelo.
Nos adentramos a una edificación muy deteriorada y pasamos por varios escombros. Después de algunos minutos caminando, llegamos a una casa de madera donde entra y me empuja. Me tambaleo y arreglo mi ropa ofendido por cómo me trata.
—¿Podrías ser más amable?
—Disculpa, princesa, por no tratarte como te mereces —se burla y cruzo los brazos molesto. ¿Quién se cree que es?
Gael entra tras nosotros sin dejar de observarme.
—No te lleves de esa fachada de chica mala, ella usa pantis rosas y de gatitos —susurra y se ríe como un idiota.
Lía lo ignora y se quita el suéter revelando toda su hermosa cara. Me quedo embobado al verla, es tan hermosa y fuerte. Sonrío victorioso porque mis sospechas eran ciertas, Nathalia y Lía son la misma persona.
—Tomen asiento, inútiles —nos dice y el Ken obedece, acomodándose en el sofá como si de un perrito faldero se tratara.
—No soy un inútil —me quejo—. Mi intelecto es muy alto, no me conoces. —Ella se carcajea sin una pizca de gracia.
—Pues creo que eres el mayor imbécil que he conocido. —Se para frente a mí y me recorre entero de manera despectiva.
Es un poco más bajita que yo, pero eso no impide que me pierda en esos ojos que me observan con rabia. El corazón se me quiere salir del pecho, las piernas me tiemblan y creo que mi querido amiguito ha cobrado vida. Rayos, estoy tan necesitado que esta chica me hace excitar con tan solo una mirada.
—Lía, ¿eres tú? —Sale de un pasillo una señora como de unos cuarenta años. Se relaja cuando la ve y luego posa su mirada sobre nosotros.
—Disculpa si te asusté, Carmen, tuve un percance con estos dos.
—No te preocupes, cariño, esta es tu casa. —La señora tiene un pañuelo morado envuelto en la cabeza, piel morena y unos ojos verdes grandes—. Mucho gusto, soy Carmen —saluda, sin percatarse de la tensión que hay en el ambiente o quizás no le importa.
—Alexander, señora —hablo por cortesía.
Una niña pequeña corre hacia Lía muy emocionada. Aparenta de unos cuatro años, su pelo negro está peinado en dos trenzas muy largas y piel morena. Lía la levanta y la abraza, sonriendo enternecida.
—Eva, debemos irnos, pero pronto vendré a visitarte. —La niña nos mira con recelo y se baja de ella.
Se para a una distancia prudente y se queda embelesada mirando mis lentes.
—¿Puedes ver con eso? —pregunta inocente.
—¡Eva! —la reprende Carmen. Ella hace un pucherito y se cruza de brazos.
—De hecho, son para ver mejor. Sin ellos soy un pobre ciego. —Me río de mi desgracia porque no me queda de otra.
Asiente y vuelve corriendo a los brazos de Lía.
—Nos tenemos que marchar, debo darle una charla a estos ineptos. —Suelta a la pequeña y le da un beso en la mejilla a Carmen.
El Ken es el primero en salir y Lía me observa impaciente, pero no me puedo mover debido a los nervios.
No sé qué pasará ahora, tampoco estoy seguro de si quiero ir a algún lugar con ellos. Aun así, doy un largo suspiro y camino hacia la puerta dispuesto a enfrentarme a lo que sea que me tiene preparado el destino.
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