Capítulo 4
ALEX
—¿Así que crees que la chica que te atropelló y la loca misteriosa son la misma persona? —Asiento y Evan niega divertido—. Amigo, creo que estás loco. Olvídate de eso ya.
—Es que no puedo, trato de no pensarla y me es imposible. —Me retiro los lentes y los limpio con mi camiseta.
—¿Sabes qué creo? —Niego con la cabeza y me los acomodo de nuevo—. Tu vida es tan aburrida que inconscientemente buscas algo que te haga sentir mejor. —Asiento pensativo.
Puede que lo que dice Evan sea cierto, no le encuentro otra lógica a mi obsesión por la chica misteriosa. Es decir, no me puede gustar alguien que solo haya visto por menos de una hora, quizás media.
—Puede que tengas razón, pero quiero hacer algo y debes ayudarme.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—Quiero que me lleves a la Zona B. —Sus ojos se abren, se queda paralizado por un segundo y luego estalla en carcajadas.
—Deja tus bromas.
—Estoy hablando en serio, si conocí a esa chica ahí puede que yendo de nuevo la encuentre.
—¿Estás demente? Si lo que quieres es hacer algo arriesgado, ¿por qué no haces un cambio de imagen, Alex? —Lo miro ofendido—. Esos lentes son horribles, mejor usa unos de contacto y hazte un buen corte de cabello. Ah, y ni hablar de la ropa.
Agacho la cabeza con tristeza, sé que mi amigo no habla para hacerme sentir mal, pero es inevitable no hacerlo. Soy un chico muy ordinario comparado con él que es alto, fuerte y con un físico que les gusta a las mujeres. En cambio yo no soy tan alto, mi cuerpo es muy delgado y los lentes que uso me restan. Mis ojos son marrones sin ningún atractivo, mi pelo castaño oscuro y siempre lo peino de lado.
Tuve muchos problemas con las chicas porque no les llamaba la atención y me rechazaban. Patty es la única novia formal que he tenido y puede que esa sea la razón de que aún me aferre a ella.
—Tienes novia, Alex, olvídate de esa tipa.
Levanto la cabeza y lo miro con intensidad. Puede que tenga razón, pero no me quedaré tranquilo hasta verla otra vez.
—Si no me llevas, iré por mi cuenta. —Me levanto dispuesto a cumplir con mi palabra.
—Espera. —Se me acerca deprisa—. Te llevo y me voy de una vez, me da miedo ese lugar. —Asiento y salimos juntos hacia su auto.
En el camino, Evan no ha parado de decirme lo loco y suicida que me he convertido desde el día que mi desgracia —según él— comenzó.
—Háblame de ese lugar —cambio de tema porque me tiene hastiado con lo mismo.
—No sé mucho de eso, Alex, solo que viven muy pocas personas ahí y pasan cosas raras. —Asiento ido, creo que quizás todos exageran.
—Tal vez sea mentira. —Niega con la cabeza varias veces.
—No lo sé, amigo, pero no quiero averiguarlo.
Llegamos al sitio y Evan se estaciona. De día no es menos aterrador, pues está cerrado con paredes alambradas y pinturas de vándalos por todos lados. No se ve ni un alma en las calles.
—Cualquier cosa me llamas. —No me deja responderle porque se va de prisa.
Trago saliva al encontrarme solo y desamparado aquí. Fue una mala idea, ¿qué hace un tipo como yo en un lugar como este? Ah, sí. Detrás de una chica que aún no tengo la certeza de que es real y que podría quedar muy mal parado.
Suspiro armado de valor, soy un hombre muy inteligente y eso debe servirme para estos momentos. Además, no debo creer en esos cuentos fantásticos que dicen por ahí.
Me adentro al lugar a pasos lentos, no hay casas normales, solo edificios abandonados sin puertas ni ningún tipo de seguridad. Los botes de basura están rebosantes y hay cajas por todos lados. Entro las manos en los bolsillos de mis pantalones en un intento de evitar que sigan sudando. Estoy nervioso y con cada paso que doy más me arrepiento de haber tomado la decisión de venir.
Me llama la atención un viejo demacrado que está sentado en plena calle con su mano extendida. Me río porque debe estar más loco que una cabra, ¿cómo pretende pedir en un lugar desierto?
—Una limosna. —Su voz es rasposa, tiene la ropa sucia y rota. Sus pies descalzos están en muy mal estado.
Me acerco, saco de mi pantalón una moneda y la deposito en la palma de su mano. Levanta la cabeza y casi me caigo al ver sus ojos verdosos desorbitados, una mirada bastante aterradora. Aprieta la moneda y sonríe dejando ver su dentadura chueca.
—G-Gracias, amigo —balbucea y me da escalofríos volver a escuchar su voz.
Asiento y me alejo deprisa de ahí.
Un tipo sale de una de las edificaciones y detiene su andar cuando me ve. Su cabeza está rapada por completo, está lleno de aretes y tatuajes. Su vestuario es negro y sonríe de forma maliciosa. Reacciono y corro en un intento de salir de este sitio.
Siento cómo me estampa en una pared y chillo al notarlo tan cerca de mí.
—Mira qué tenemos aquí. —Me recorre con una mirada psicópata y estoy seguro que he mojado mis pantalones—. Esto debe ser de gran valor. —Me toma la muñeca e inspecciona mi reloj.
—Es todo tuyo, amigo. —Me lo quito y se lo extiendo—. No hay por qué ser brusco.
Lo retira mientras sonríe con suficiencia y se lo acomoda. Trato de alejarme despacio, pero me toma del cuello y observa mi rostro.
—¿Qué hace un tipo como tú por estos lados?
Si no estuviera en la situación que me encuentro, le explicaría que me pregunto lo mismo y que quizás todo sea culpa de la nubecita negra que me persigue.
—Déjalo, Jona.
Me suelta con cautela y puedo observar de quién se trata. El corazón me golpetea con violencia el pecho al ver a la chica de negro que estaba buscando. Está vestida igual, la capucha de su abrigo cubre parte de su rostro, sus labios están pintados de un rojo intenso y logro ver cómo brilla su aro en la nariz.
—¿Lo conoces? —pregunta el tal Jona y la chica hace un sonido de asentimiento.
Él me mira, luego a ella para luego marcharse y dejarnos solos en medio de la nada. Mis ojos no se despegan de la hermosa chica que se ha robado mis sueños.
—¿Tú otra vez por aquí?
Su pregunta suena a reproche y parpadeo varias veces para poder componerme.
—Te estaba buscando —logro decir en un hilo de voz.
En un santiamén, un arma me está apuntando y esto hace que me eche hacia atrás exaltado.
—¿Para quién trabajas? —Se me acerca y retrocedo, esto hace que choque con la pared—. Habla, cuatro ojos, ¿por qué me persigues?
—N-No te estoy persiguiendo ni trabajo para nadie —balbuceo, temblando como una hoja—. ¿Eres Lía, cierto? —Quiero estar seguro.
—¡Habla! Para quién trabajas o te vuelo la cabeza. —Abro la boca para decirle lo equivocada que está, pero un chico rubio y fortachón se nos acerca exaltado.
—¡Nathalia, debemos salir de aquí!
No termina bien de hablar porque unos hombres semidesnudos y con caras de pocos amigos nos rodean.
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