Capítulo 36

ALEX

Mi mirada no se desvía del sepulcro de mi madre, ver su nombre tallado ahí me es irreal. Un gran vacío se adueña de mi pecho al ser consciente de que estoy solo y desamparado en este mundo.

Nunca fuimos muy unidos, la mayoría de mis recuerdos son de ella golpeándome e insultándome, pero eso había cambiado. La última vez que la vi se ha quedado en mi memoria, el abrazo, sus palabras, su disculpa. Pero como todo me sale mal, tuvo que morir y llevarse todo de mí.

Trato de no llorar más, juro que lo hago, pero este dolor en el pecho me consume y me lastima como si de un fuego abrasador de tratara. No sé qué voy a hacer ahora, tenía tantos planes que quería realizar para poder ver algo de orgullo en sus ojos. Quería que viera que podía lograr muchas cosas.

Decido levantarme del piso polvoriento y me sacudo las rodillas, retirando el sucio. A unos pasos de mí se encuentra Nathalia, mirándome con pesar y noto que está llorando. Corro hacia ella y la acorralo en un abrazo que tanto necesito. Lloro en su hombro como si fuera un niño, ella me acaricia la espalda y se encarga de decir palabras dulces en mi oído.

—Lo lamento mucho, Alex. —Se aleja un poco de mí y me limpia las mejillas con dulzura—. Estarás bien cariño.

No sé si dice esto último para mí o para ella.

—Perdóname, debí avisarte, pero no estaba en mis cinco sentidos.

Agacho la cabeza, apenado.

—No, amor, te entiendo, estoy aquí para ti. —Me abraza de nuevo y camina junto a mí a pasos lentos—. ¿Qué fue lo que sucedió?

Trago saliva y detengo mi andar, ella hace lo mismo y nos sentamos en una banqueta.

—Según me dijo la policía, estaba en el pequeño establo y este se quemó por culpa de un cigarro que dejó encendido.

Me encojo de hombros al repetir las palabras del oficial encargado de darme la noticia.

—Pensé que fue en la casa, Alex.

Niego con la cabeza.

—Fue en el establo que utilizábamos para criar algunos animales, aunque ella no tenía ninguno ahí ya.

Las lágrimas salen de mis ojos otra vez.

Me abraza sin decir nada, nos quedamos hasta ver la puesta del sol. Me separo un poco de ella, sus ojos lucen angustiados, están muy rojos por el llanto y no me sostiene la mirada. La acerco a mí y la beso despacio, ella me corresponde entregando tantas cosas en este acto.

Amo a esta chica y le agradezco que esté aquí conmigo. Nos separamos, juntamos nuestras frentes y titubea como si quiere decir algo.

—¿Qué sucede, Nathalia? Tengo la sensación de que deseas contarme algo y no te atreves.

Desvía la mirada y noto cómo sus manos tiemblan ligeramente. Resoplo con cansancio, llevo dos días aquí y no he dormido nada. Me levanto, entrelazo nuestras manos y nos dirigimos hacia la salida.

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Gael me abraza y me palmea la espalda, dice cuánto lo siente y que podría contar con él. Él trajo a Nathalia y, aunque no somos muy cercanos, agradezco que esté aquí. Mi novia pone la cena sobre la mesa del comedor en silencio, desde que llegamos no ha dicho nada y temo que esté así porque quiera acabar nuestra relación.

No, debo dejar de pensar en esas tonterías.

—Este lugar es grande, cuatro ojos.

Retiro la vista de Nathalia y la poso en Gael que come animado.

—Sí, fue una herencia de mi abuela.

—Discúlpame, Alex, no tengo control en esta boca.

Río sin ánimos y me encojo de hombros, restándole importancia. Nathalia no prueba su cena, solo se queda ahí sentada, sumergida en sus pensamientos.

Pide disculpas, entre dientes, para después retirarse deprisa. Gael me observa y me hace una señal para que vaya con ella. Deseo darle su espacio, puede que esto la esté afectando debido a los recuerdos de su madre.

No obstante, me levanto de la mesa y camino por donde ella se fue.

Entro a mi habitación, la diviso acostada, encogida en un lado de mi pequeña cama. Gael se quedará en el antiguo cuarto de mi madre.

La escucho llorar, me da tanta tristeza que esté así por mí, ella perdió a su madre también y sé que esto es un tema sensible.

—Nathalia, cariño.

La giro y veo cómo se deshace del llanto. Mi pecho se encoge, la abrazo y le pido perdón por esto.

—No es lo que crees, Alex. —Se sienta y limpia su nariz con una mano—. Tengo algo que decirte y no sé cómo. —Llora más fuerte ahora.

—Relájate, respira y cuando estés lista para hablar lo haces.

Asiente con una angustia que me da miedo. Si ella está así es porque debe ser muy grave.

—Y-Yo no sé cómo decirte esto —balbucea entre sollozos—. Primero, quiero que me perdones, no fue planeado y te juro que no lo puedo creer... —parlotea, confundiéndome más de lo que estaba.

—No te entiendo, Nathalia.

Ella suspira y me mira directo a los ojos.

—Estoy embarazada —susurra, pero logro escuchar.

Mi mente se queda en blanco, sus palabras se repiten en mi cabeza y soy consciente de lo que eso significa. Me levanto, camino de un lado a otro, esperando que la tierra se abra y me trague.

Las lágrimas caen por inercia, me retiro los lentes y luego los acomodo de nuevo debido al nerviosismo. Estoy acabado, no, esto debe ser una broma. Entonces me carcajeo como el idiota que soy y la señalo con molestia.

—Deja tus bromas, Nathalia, no estoy para estos juegos.

Su mirada horrorizada me hace caer en cuenta de que ella habla en serio. Mi risa cesa, un dolor de cabeza me atraviesa y soy consciente de lo jodido que estoy.

—Perdóname, por favor.

Se me acerca y agarra mi cara mientras llora.

No sé por qué se disculpa, yo también participé y soy tan responsable de lo que está pasando como ella. Entonces, abro los ojos entendiendo todo al fin: bebé, más responsabilidades, dinero, metas destruidas. No tengo ni con qué sostenerme, mucho menos a una personita que demanda tanto. Más lágrimas se hacen presentes, siento que me asfixio y salgo del cuarto deprisa.

—¡Alex! —Escucho que me sigue, pero no detengo mi andar—. Espera, por favor.

Me agarrra de un brazo y me gira, quedando frente a mí.

—No puedo creer esto —le reclamo, aturdido por la sorpresa—. No puede ser verdad, soy un desastre, Nathalia, no sé qué voy a hacer.

Me halo el pelo con saña. Sus ojos lucen angustiados, trata de tocarme, pero retrocedo.

—Por favor, perdóname. Sé como te sientes, amor, pero podemos hablarlo cuando estés más calmado.

Me irrita cómo me habla, me hace parecer idiota y un inepto.

—¡No sabes cómo me siento! Nunca lo sabrás, mi vida ha sido muy diferente a la tuya, Nathalia. He pasado mucho trabajo, hambre y las cosas nunca me salen bien. En cambio, tú eres muy afortunada, tienes comodidades, te graduaste y trabajas lo que te gusta. —Cada palabra sale con veneno, mi juicio nublado por el miedo y la decepción—. ¿Qué voy a hacer ahora? —Me le acerco y ella se aleja mientras llora con desespero—. He arruinado mi vida, mis planes.

Me mira desilusionada, como si la hubiese abofeteado. No puedo más y camino lejos de ella, adentrándome al monte.

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—Me enteré de tu pérdida. —Me doy la vuelta y diviso a Evan salir de unos arbustos—. La última vez no quedamos bien, pero eres mi amigo y quiero decir que lo siento.

La luz de la luna no me permite ver bien su rostro, pero sus palabras no me suenan sinceras. De todas formas, asiento.

—Gracias, Evan.

Camina hacia mí, retrocedo porque no quiero que me abrace ni que me siga diciendo más mentiras.

—Quiero confesarte algo, Alex, así quizás puedas entender lo que viste en mi habitación ese día.

Quiero gritarle que no me importa ya, que tengo demasiadas cosas de las que preocuparme ahora.

—No es necesario, sé que te gusta Nathalia, ahora entiendo tu comportamiento cuando sabías que me veía con ella.

—Estás muy equivocado, amigo. —Se acerca y posa un brazo en mi hombro—. No se me da el incesto.

Arrugo la cara en confusión.

—¿Qué? —Es lo único que sale de mi boca.

—Ay, Alex, tú sabes que nunca conociste a mi padre, pues te diré un secreto. —Se acerca a mi oído—. Soy hijo de Jorge Benson.

Se aleja y sonríe con satisfacción por cómo me encuentro.

—No puede ser.

Asiente varias veces.

—Lo es, era un niño cuando lo descubrí por las llamadas que él le hacía a mi mamá. Ella era su amante, aún mucho después de yo haber nacido y que le dejó claro que no iba a dejar su matrimonio. —Me cubro la boca, estupefacto—. Cuando me hice mayorcito lo enfrenté varias veces, lo visitaba y él no me atendía. Enviaba a su secretaria con un sobre de dinero y me despachaba. Nunca me quiso, Alex, y no le importaba dejármelo saber. Las cosas se complicaron cuando contacté a su esposa y le conté todo, incluso le envié fotos de su perfecto esposo viéndose con mi mamá, su amante. Al otro día me buscó, me dejó claro lo despreciable que era para él y que nunca sería su hijo.

Aprieta los puños con rabia, sus ojos reflejan mucho odio e ira contenida. 

—¿Por qué no me dijiste? —pregunto en un hilo de voz.

Nunca pensé que Evan estuviera pasando por estas cosas.

—¿Para qué? Siempre eras la víctima, Alex, el tipo que todo lo malo le pasaba sin ver más allá de tus narices. Así que fingir que mi vida era color de rosa se me hizo más fácil, pero las cosas no se quedarán así. Voy a acabar con él y lo haré dándole donde más le duele.

El corazón me late con fuerza, mis manos temblorosas se hacen puños al entender lo que quiere decir.

—No te metas con Nathalia, ella no tiene nada que ver con eso.

—Esa perra ha gozado de todo lo que yo no, amigo. Tuve que vivir en este maldito lugar lleno de pobreza y precariedades. Ella y el otro gusano han vivido llenos de lujos, con dinero que también me pertenece a mí. ¡Soy un Benson, joder! Tengo su sangre, pero no su apellido.

Su mirada es perturbadora ahora, camina de un lado a otro como si fuera un psicópata.

—Si le pones un dedo encima a Nathalia no respondo.

Lo señalo, molesto sin una pizca de duda. Se carcajea sin gracia y luego se acerca a mí.

—Voy a acabar con el corazón de mi papá, Alex. Será un placer ver sufrir a la perra de mi hermana y luego a él por su pérdida.

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