Capítulo 3
NATHALIA
Mierda.
Me golpeo el pie al subir por el techo y abro la ventana previamente desbloqueada. Entro a la habitación y trato de no tropezar con algo en la oscuridad. Enciendo las luces y salto del susto al ver a Ruddy sentado en mi cama al lado de los almohadones y colchas que había colocado para simular que eran yo.
—¿Qué haces aquí? —chillo con el corazón en la boca por la sorpresa—. Casi me matas de un infarto. —Retiro el suéter negro y muevo la cabeza para dejar que el pelo queda caiga libre por los hombros.
—Solo venía a ver si seguías viva, Nathalia. —Se levanta y sus ojos recorren mi vestimenta despacio con curiosidad—. ¿Eso es un arete que tienes en la nariz? —Por acto reflejo toco la parte mencionada y retiro el pequeño aro dorado con cuidado.
—Sal de aquí, Ruddy. ¿Sabes si ya llegaron los invitados? —Me muevo deprisa para buscar algún vestido presentable para la cena que han preparado mis padres.
—En realidad no, pero mamá ha estado preguntado por ti. —Me giro y veo cómo se balancea de un lado a otro—. Le dije que estabas indispuesta porque el almuerzo te cayó mal y no habías podido salir del baño —finaliza con una sonrisita traviesa.
—¿Por qué hiciste eso? —Me alarmo y le aviento una almohada, él la esquiva mientras ríe como loco.
—Un gracias no estaría de más, Nathalia, otra vez te cuidé la espalda.
—Gracias —digo con sarcasmo—, pero preferiría que la próxima vez dejes mi dignidad intacta.
—¿Me vas a decir dónde estabas? —cambia de tema mirándome con sus grandes ojos azules.
Mi hermano tiene trece años. Es un chico muy lindo, dulce e inteligente. Las pecas en sus mejillas te pueden engañar porque luce como un adorable angelito.
Toco su rostro y lo acaricio con mi pulgar.
—Te contaré luego, ahora tengo que vestirme antes de que mamá sufra un colapso.
—Siempre dices eso. —Hace un puchero de lo más tierno—. Creo que no confías en mí. —Se aleja y camina hacia la puerta con ojitos tristes.
—No, no. Eres la única persona en quien confío. —Sonríe al escucharme—. Prometo que pronto sabrás todo. —Asiente y se retira satisfecho.
Suspiro aliviada, me dedico a arreglarme y prepararme mentalmente para el circo que han preparado mis padres.
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Me acerco al comedor a pasos lentos y vislumbro a mis padres hablando con sus invitados muy animados. Esto es muy común en ellos, mi papá es un farmacéutico muy reconocido con un gran laboratorio que ha prosperado gracias a los descubrimientos que ha hecho. Siempre trata de socializar con empresarios en busca de patrocinio y posibles compradores.
—Nathalia, al fin apareces. —Mi madre se me acerca y me toma del brazo para llevarme hacia donde se está desarrollando la tertulia—. ¿Estás mejor del estómago? —susurra en mi oído para que solo yo la escuche. Asiento avergonzada.
—Sí, mamá, estoy bien. —Disimulo mi desagrado con una sonrisa.
—Esta es mi hija mayor, Nathalia —me presenta papá muy contento.
Saludo a los dos hombres mayores llamados Samuel y Nestor Jones. Los hermanos son muy parecidos y están vestidos con unos trajes impecables hechos a la medida.
Mi madre sirve los alimentos y se enfrascan en una conversación muy amena.
Trato de escuchar lo que dicen mientras como despacio. Estoy detrás de unas sospechas que he tenido en cuanto a mi padre y lo que está creando en su laboratorio. Las visitas de tipos como estos han sido muy frecuentes en los últimos días al igual que las cosas raras que han estado pasando en la ciudad.
Los recuerdos inundan mi mente y toco la cicatriz que tengo en mi muslo derecho por instinto, esa que siempre trato de cubrir. Fue fruto de una pelea con un hombre que me atacó.
Soy muy buena con las artes marciales, armas blancas y de fuego. Esto es un secreto porque si mis padres se enteran, me encierran y botan la llave. Debo agradecer a mi tío Angus quien fue el que me enseñó todo lo que sé.
Lamentablemente murió de forma inexplicable, lo encontraron sin vida en una de las calles oscuras de la Zona B. Él estaba detrás de lo que estoy investigando y no pienso descansar hasta saber la verdad.
Mi padre y los señores Jones se excusan y se dirigen hacia su despacho, acortando así las posibilidades de poder escuchar algo relevante. Mi celular timbra avisándome que tengo un nuevo mensaje. Resoplo fastidiada al ver que se trata de Gael Lam.
[Estoy fuera, quiero verte].
Debato qué hacer, pero me decido a ir a su encuentro o estoy segura que se pasará la noche entera fastidiando. Salgo al jardín delantero y logro vislumbrar su alta figura.
—¿Qué quieres? —Se gira, sonríe y se acerca a mí. Me abraza efusivo, pero lo empujo—. Sabes que no me gusta que hagas eso. —Arregla su pelo coqueto y me guiña un ojo.
Gael es un chico musculoso y muy atractivo. A simple vista luce como el hombre de los sueños de cualquier mujer por sus ojos claros y una sonrisa encantadora. Todo muy bien hasta que abre la boca; es un estúpido a gran escala con aires de suficiencia, creído y arrogante.
Teníamos algo hace un tiempo, pero me di cuenta que su forma de ser me es asqueante. Cosa que no entiende porque sigue detrás de mí, no comprende que se acabó y que no volveré con él.
—Me encanta cómo tratas de aparentar que eres una chica ruda cuando yo sé que lloras por una película cursi. —Me cruzo de brazos ofendida.
—No es cierto, ese día se me entró algo en el ojo y creíste que lloraba.
—Sí, claro. —Sonríe con suficiencia.
—¿A qué viniste? —cuestiono una vez más deseosa de que se vaya.
—Bueno, ya que lo preguntas. —Oh, no, esa cara. Conozco a Gael y sé que trama algo—. Creo que descubrí tu secreto —susurra entretenido y abro los ojos en sorpresa.
—¿Cuál?, ¿que no te soporto? Eso no es un secreto para nadie.
—No te hagas la lista que te he visto salir por la ventana de tu habitación vestida como una callejera. —Mi pulso se acelera, pero trato de no mostrar lo nerviosa que estoy.
—No sé de que hablas, Gael, estás loco. —Le doy la espalda y cierro las manos en puños. No puede ser que este imbécil vaya a arruinar mis planes.
—No sé qué tramas, Nathalia, pero no me parece prudente que mantengas una relación con un tipo de la Zona B. —Me giro a encararlo y no puedo evitar estallar en carcajadas.
—¿De qué demonios hablas? No tengo nada con nadie.
—¿Ah, no? Te seguí hace un par de noches y te vi con un tipo. —Su voz sale como un reproche—. No sé ni siquiera por qué pisas ese lugar, te gusta buscar los problemas.
—Cállate, tonto. —Le cubro la boca con una mano—. Baja la voz. —Se aleja un poco de mí y sonríe victorioso.
—¡Lo sabía! Te estás metiendo con esa gente, son unos salvajes que se matan entre ellos. La policía no ha logrado controlar ni descubrir cómo pasan tantas cosas raras.
—No es lo que crees, Gael, ¿podrías dejarlo pasar?
—No, me ofende que me hayas dejado por un pobre diablo. —Se cruza de brazos molesto.
—Que no tengo nada con nadie, ¿es tan difícil de entender?
—Si es así, ¿qué hacías en ese lugar con ese tipo? —pregunta con reclamo. Trago saliva y resoplo con fastidio, tendré que contarle a este idiota o no me dejará en paz.
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