5. El monedero de piel de serpiente
—Hola, Santi. —Alicia le dio dos besos falsos, de esos en los que las mejillas ni se rozan, mientras decía—: ¿Cómo te ha llamado esta mujer...? ¿«Marc»? No entiendo nada... Pero ¿cuál es tu nombre real, hijo?
Con este aluvión de preguntas y su habitual actitud altiva y ajetreada, la imponente pelirroja madurita hacía su aparición al otro lado de la puerta. Marc recordó cómo aquella mujer siempre daba la sensación de no estar en el lugar que querría estar, era como si tuviera prisa por acudir a la siguiente marca de la agenda del día.
—¿Qué tal Alicia? —la saludó él en un tono aséptico con tintes de recelo—. Sí, bueno, es una historia un poco larga —le explicó, forzando una sonrisa—. Mi nombre es Marc, aunque en la música uso el pseudónimo «Santi» desde hace tantos años que ya me he acostumbrado a que me llamen de las dos maneras.
—¡Qué raritos sois los artistas! —exclamó ella, atusándose el pelo hacia un lado de la cabeza, mientras escudriñaba con descaro hacia dentro del apartamento—. Cuéntame. ¿Cómo estás? ¿Todo bien?
—Muy bien, gracias. ¿Quieres pasar? —No tenía ni puñetera idea de qué hacía la madre de Diego plantada en su recibidor cuando en todo el año en el que habían sido pareja él y su hijo jamás había pisado su casa. Algo le olía mal.
—No, no es necesario. Veo que tienes compañía y yo tengo mucha prisa. —Sus ojos captaron la presencia de Daniel y su actitud se volvió todavía más altiva. Sacudió su melena brillante de color fuego, tomó aire e hinchó el pecho como un pavo real a punto de desplegar su cola. Acababa de comprender que aquel chaval que los observaba desde el fondo de la sala debía ser el sustituto de su hijo en la vida de Marc, y aquello le lanzó una estocada directa a su orgullo.
El joven, a su vez, se sentía empequeñecer en contraste con aquella mujer tan arrolladora. Le llamó la atención su total look en rojos, hasta las uñas de las manos lucían del mismo color y le sobrevino la idea de que parecía una diablesa, venida del infierno, dispuesta a llevarse el alma del primer incauto con el que se tropezase. Descalzo como iba, se quedó apoyado en la encimera de la cocina, haciendo como que miraba su móvil, pero sin perder detalle de la conversación.
—Bueno, como prefieras, pero por Daniel no te preocupes, él es... —trató de justificar Marc.
—Mejor vayamos al grano que no estoy para perder el tiempo —lo cortó ella, maquillando con prisas su impertinencia—. Desde que Diego y tú lo dejasteis no he visto a mi hijo. Me consta que en estos meses se ha pasado alguna vez por nuestra casa de Asoranza, pero ahora lleva más de tres semanas sin dar señales de vida y ya me estoy empezando a preocupar.
—Pero eso tampoco es tan raro en él ¿no?
—Bueno, no es que nosotros hablemos muy a menudo, pero somos informados por el servicio de por dónde anda. Lo que ocurre ahora es que nadie sabe nada de él y va a hacer ya casi un mes de su ausencia...
—No entiendo —intervino Marc desconcertado—. ¿Qué tengo que ver yo con todo esto ahora? Yo sí que no sé absolutamente nada de él desde diciembre.
—Si te soy sincera, cuando estabais juntos yo vivía más tranquila —siguió hablando ella a modo de reflexión en voz alta—, aunque a Armando nunca le acabó de gustar que fuerais pareja, es bien cierto que los dos estábamos más tranquilos. Le sabías mantener los pies en el suelo a Diego como nadie... y debo reconocer que eso es verdad.
—Vaya, gracias —respondió Marc, sorprendido por aquella inesperada confesión.
—No tienes nada que agradecerme, solo digo la verdad —justificó tajante antes de pasar a abrir por fin el melón—, y por eso vengo a pedirte ayuda. Tú lo conoces bien, sabes por dónde puede haberse movido, incluso tal vez se te ocurre con quién...
—En eso te equivocas —la interrumpió Marc en tono serio—. Dudo mucho que tu hijo esté con ningún amigo común...
—Solo te pido, que me ayudes a localizarlo. Tengo miedo de que se le haya ido «la fiesta» de las manos, ¿me explico? —Hizo una breve pausa que concluyó con un suspiro—. Y, con sinceridad, yo no sé ni por dónde empezar a buscarlo...
—Lo que pasa, Alicia, es que yo aquí tengo un trabajo, estudios y más compromisos que no puedo abandonar a la ligera. De hecho, justo el fin de semana que viene tenemos un bolo.
—Ya había pensado que igual el problema podría ser el dinero... —expuso ella abriendo el bolso que colgaba de su hombro por una fina cadena dorada.
—¿Cómo? —Marc alucinaba.
—Mira —continuó hablando mientras sacaba un fajo de billetes de su ostentoso monedero de piel de serpiente—, con esto quedaría pagado tu viaje hasta Asoranza y creo que el resto cubrirá de sobra los gastos que pueda ocasionarte la búsqueda...
—¡Esto es alucinante! ¡No todo se reduce al dinero! —se quejó él negando con las manos y dando un paso atrás—. Yo no tengo por qué detener mi vida ahora y correr a buscar a Diego, cuando él ya es lo suficientemente mayorcito...
—Santi, no puedes decirme que no. —Alicia recortó el paso hacia Marc y le colocó una mano en el antebrazo reclamando su piedad—. Te confieso que estoy desesperada. El servicio de Asoranza me ha dicho que estaba en muy mal estado las últimas veces que pasó por la casa y estoy segura de que solo tú podrás hacerlo entrar en razón. Te lo pido por favor. Si necesitas más dinero, yo...
—¿¡Otra vez!? ¡Que yo no quiero tu dinero!
—Armando insiste en que lo dejemos en paz —dijo, haciendo caso omiso y añadiendo tres o cuatro billetes más al fajo que sostenía entre unos dedos plagados de anillos—, que estará aclarando sus ideas, pero yo tengo la corazonada de que lo está pasando mal. Sé que él es más sensible de lo que parece y me da la sensación de que la situación es más grave de lo que aparenta. Llámalo un sexto sentido de madre. Solo te pido unos días y así de paso ves a tu abuela... —Le enfrentó la mirada sin pestañear y a Marc se le heló el corazón al descubrir en ella los mismos ojos felinos de su exnovio—. Piensa que, si le pasara algo, estoy segura de que te sabría fatal...
—No, por favor —continuó negando él con la cabeza—. No intentes hacerme sentir culpable. Yo no soy responsable de sus desfases y aquí tengo demasiados compromisos...
La cabeza de Marc era un hervidero de contradicciones en aquel momento. Sabía que un Diego fuera de control podía ser más que peligroso para sí mismo, pero a la vez le repateaba la idea de tener que hacerle de niñero y, lo que era peor, alejarse de Daniel ahora que estaban en el punto más dulce de su relación. ¡Con lo que les había costado llegar hasta aquí!
Entonces, como si le hubiera leído la mente, el propio Daniel comenzó a hablar a pocos pasos detrás de él.
—Perdonad que interrumpa y me meta donde no me llaman, pero, Marc, creo que deberías hacer lo que ella te está pidiendo. —Se colocó a su altura y continuó exponiendo su opinión con serenidad—: Te conozco bien y sé que, si algo malo le pasara a Diego, te dolería demasiado.
—Pero, Dani, es que... —se quejó.
—No creo que tengas ningún problema con Cruz —comenzó a argumentar—, de hecho, yo mismo puedo cubrir alguno de tus turnos en el horno, incluso me ofrezco a echarle un cable a Orgaz...
—¿Y lo de Esvarada del fin de semana?
Daniel le lanzó una mirada cargada de comprensión, sabía que padecía por anular su escapada romántica en pro de ir a localizar a su exnovio, pero parecía un caso grave y le consoló diciendo:
—Encontraremos la manera de aplazarlo, no te preocupes. —Le dedicó una sonrisa cálida y remató diciendo—: Esto solo serán unos días y después tenemos todo el tiempo del mundo.
Marc sopesó las opciones por unos instantes y decidió hacerle caso a su chico. No podía creer en la suerte que tenía de que su novio fuera tan maduro y tolerante, a pesar de su corta edad. Por mucha rabia que le diera ir a buscar al irresponsable de Diego, ambos sabían que no se perdonaría jamás que le ocurriera algo peligroso que él pudiera haber evitado.
—Está bien —aceptó al fin, levantando la mirada del suelo—. Iré unos días, aunque no puedo prometer que vaya a solucionar nada.
—Sé que tú lo encontrarás. —Alicia volvió a acercarse a él y a colocarle ambas manos sobre los brazos—. Gracias, gracias y gracias. Eres un buen chico, Santi.
—Quizá ese es el problema, que soy demasiado imbécil... —no pudo evitar observar él en un susurro que ella ni escuchó.
—Yo me marcho ahora mismo con Armando a Portugal a la Feria internacional de comida y vino. Temas de negocios, ya sabes. —Y, como si de una de sus transacciones comerciales se tratara, le colocó una pequeña cartulina blanca en la mano y le dijo—: Toma mi tarjeta para que me llames en cuanto tengas alguna pista de él.
—Haré todo lo que esté en mi mano, pero recuerda que no puedo garantizarte nada.
—Si alguien es capaz de dar con él, ese eres tú. —Entonces retomó su habitual actitud ajetreada, se miró el reloj y exclamó—: ¡Madre mía, son las seis de la tarde! Me tengo que ir pitando. Aquí tienes el dinero y no voy a permitir que me lo rechaces.
—Alicia, no.
—Insisto, sí. No quiero que nada te impida que lo busques con todas tus fuerzas. —Colocó los billetes sobre el primer mueble que encontró y, en tono afectado, confesó—: Mira, yo sé que no soy una madre ejemplar, que estoy muy ausente, pero amo a mi hijo más que a nadie en este mundo y no soportaría que la falta de dinero supusiera algún obstáculo. Además, sé que te estoy causando molestias con mi petición... Así que, confío en que me comprendas e insisto de nuevo en que lo cojas, hazme el favor.
—Si te hace sentir mejor... —aceptó al fin Marc, quien conocía a la perfección que para aquella mujer era muy difícil evitar pensar que el dinero lo podía todo... o casi todo.
—Infórmame de cualquier avance, te lo ruego.
—Descuida, lo haré.
Poco más tengo que añadir que decir que esta señora me da muchísisisisiisisima rabia.
Bueno, sí, y que Daniel es taaaan bueno y comprensivo... Aish! 🤗
🎶 Hoy vengo con un tema que habla de los miedos de irse, el ansia por volver, la angustia de no estar y al final creo que eso es lo que resume las consecuencias de la petición de Alicia. Es la canción titulada Regresar del grupo Plano.
https://youtu.be/Qmpgf7-cRWU
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