3. Bocados amargos
Después de meterse entre pecho y espalda una pizza, un plato de provolone fundido, un tiramisú compartiendo cuchara y una botella de lambrusco, había llegado el momento de reposar la comida. Dieron un breve paseo por el barrio de la Esperanza de Ontuelos y pronto se encontraron subiendo las angostas escaleras que conducían al diminuto apartamento de Marc, con las mejillas acaloradas y los meñiques amarrados. Nada más entrar, los recibió el olor a bollería recién hecha, mantequilla, harina y chocolate derretido; las ventajas de vivir encima de un horno de pan. Se quitaron los abrigos y Daniel se fue directo a vaciar la vejiga.
Cuando salió del baño, Fantasma lo esperaba sentado en el centro de la cama, descalzo y revisando unas notas, guitarra en mano. Disfrutó de observarlo un momento en silencio y las traviesas mariposas hicieron acto de presencia en su pecho. Llevaba las gafas subidas a la cabeza, despejándose así el pelo de la frente, y mordisqueaba un lápiz entre sus hipnóticos labios rojos. Todavía no era capaz de creer que pudiera tener tanta suerte como para que Marc fuera su chico y, una vez más, aquella incómoda punzada de temor a que algo malo fuera a suceder apartó a las mariposas y le visitó la boca del estómago. Inspiró.
—¡Estabas ahí! —exclamó al oírlo suspirar—. Ven, quiero enseñarte algo que he compuesto. A ver qué te parece.
—Deléitame.
Daniel se quitó las zapatillas, se subió también a la cama y descansó la espalda contra la pared del cabecero. El otro comenzó a rasguear las cuerdas, creando una nueva melodía con suaves punteos, y, en el momento justo, añadió su voz. No tenía ninguna letra, eran solo susurros y tarareos que esbozaban la idea del tema.
El espectador apoyó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos para apreciarlo mejor. No podía sentirse más a gusto y relajado. Siempre era un placer para sus sentidos escucharlo. Había aprendido a disipar la latente nube de angustia cada vez con mayor rapidez, convenciéndose de que su dosis de emociones fuertes en la vida ya debía estar consumida. Se concentró en la melodía, el perfume de Marc, el ya conocido tacto de las sábanas y sus latidos comenzaron a aumentar la frecuencia.
Al poco, paró de tocar y, sin mirarlo, escuchó cómo dejaba reposar la guitarra en el suelo. El colchón se hundía cada vez más cerca de dónde él permanecía en aquella postura de relax absoluto. Entonces notó su respiración y el cálido aliento sobre su piel se convirtió en un beso en la frente, otro en la nariz, la mejilla, las comisuras y, al fin, en la boca. Cada terminación nerviosa se le activó al acto. Abrió los labios y lo dejó pasar. Su lengua suave contrastaba con el tacto áspero de su barbilla formando una combinación exquisita.
—¿Te ha gustado? —preguntó Marc, separándose solo los milímetros justos para poder hablar.
—¿El qué? ¿La canción o el beso? —respondió, con lentitud y sin despegar todavía los párpados.
—Las dos cosas.
—Pues no —aseguró tajante, antes de enfrentarse a su mirada de estupefacción.
—¡¿Cómo que no?! —exclamó, riendo, y le mordió el labio inferior a modo de delicioso castigo.
—¡Ay! ¡Me has mordido, cabrón! —Se rio, llevándose una sobreactuada mano a la zona de la mordedura, y explicó—: Han sido demasiado breves los dos.
—Bueno, en eso tienes razón —coincidió, apartándose lo justo para revelarle—: Es que tengo una sorpresa de San Valentín que me muero por contarte antes de que esto se nos vaya de las manos...
—¡¿En serio?! —Los iris color aceituna de Daniel brillaban de ilusión—: ¡Dispara!
—El fin de semana que viene tenemos un bolo en Esvarada y he pillado una casita rural... —Hizo una breve pausa dramática y añadió—: Para nosotros dos solitos. Ya he hablado con Teresa y con Johnny, ellos se volverán por su cuenta. ¿Te apetece pues escaparte conmigo al monte?
—¡Contigo me escaparía hasta el mismísimo infierno, Fantasmito mío! —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Qué guay! ¡Me apetece mogollón! —De pronto cambió a un gesto tímido y, con voz bajita, le dijo—: Ahora, al lado de lo tuyo, mi regalo es una auténtica basura.
—No tenías que haberme comprado nada. Habíamos quedado así —le riñó con dulzura y le acarició la mejilla con el dorso de la mano—, pero ya que lo has hecho... ¡Exijo verlo ahora mismo!
El más joven acudió solícito a su mochila en dos zancadas. Rebuscó hacia el fondo y extrajo una caja de un palmo de ancha, envuelta en papel de regalo rojo. Se sentó a su lado de nuevo y se la entregó, diciendo con modestia:
—Es una tontería.
—¡Tú sí que estás tonto! Seguro que me encanta.
Comenzó a desenvolverla y, al fin, la tapa se abrió. Dentro había tres objetos que Marc fue descubriendo en el orden que le recomendó Daniel.
El primero era una pequeña cartulina con un retrato de él mismo, dibujado a mano con tinta negra y colores de madera.
—Esto es de parte de mi hermana. Creo que la enana está igual o más enamorada de ti que yo mismo. —Sonrió y se encogió de hombros—. Me ha hecho prometerle que te lo iba a dar hoy.
—¡Mi Martita! —exclamó con profundo cariño—. La adoro. Luego te acompaño a tu casa y le doy un abrazo a mi chica.
—Vale, si te empeñas... —bromeó con entonación de resignación forzada—. Pero ¡sigue! Ahora toca el paquete de papel de burbujas.
Marc arrancó el celo y apareció un sencillo marco de fotos de aluminio negro con una imagen que le llegó directa al alma. Era una fotografía del primer mensaje de amor que él le había dejado, escrito con típex, en la tapa del baúl donde guardaban su famosa grabadora de voz. Un fondo de color madera oscura hacía resaltar las letras rotuladas a mano en blanco que decían:
«Tu Fantasma está aquí».
—¡No sabía que guardabas una foto de esto! —La agarró con las dos manos. No podía dejar de mirarla y una lluvia de sensaciones le recorrió la médula—. Me vas a hacer llorar, canalla...
Daniel sabía que aquel detalle le iba a tocar la fibra. Una sola imagen resumía la magia que había dado pie a su relación. Ilustraba el antes y el después, que los viajes en el tiempo eran posibles y que el chalado destino les había regalado una segunda oportunidad que no pensaban desperdiciar de ninguna manera. Pero ¡ojo! También les había mostrado que todo era demasiado efímero y que nada estaba escrito. Se acercó a él, seguía perdido en la foto, le pasó el brazo por los hombros y le dio un beso en los rizos.
—Aún te falta un regalito más. ¡Venga ábrelo!
Marc le obedeció encantado y, mientras despegaba la cinta adhesiva que sellaba el último paquete, le confesó:
—¡Ves cómo estás tontaco! No hay escapada rural que supere todo esto que te has currado, colega... ¡Me encanta! —Lo miró con dulzura y añadió—: Me muero de curiosidad por ver qué leches es esto...
El envoltorio cedió y desveló un CD dentro de un estuche, en cuya portada ponía, escrito a mano con rotulador negro:
«Tema: Me pierdo en el tiempo.
Autor: Alien y Fantasma.
Fecha: 2014-2019»
—¡No jodas que esto es lo que yo me imagino que es!
—Ajá.
—¿En serio te quedaban más cosas?
—Todo lo que digitalicé de aquellas charlas, los ensayos, los samples y hasta alguna que otra tontada está aquí —explicó Daniel, imprimiendo un tono profundo—. Esto es la prueba de que no estamos locos, Fantasma. Nuestras conversaciones a través del tiempo fueron una puñetera chaladura, pero «fueron».
Y es que aquella «puñetera chaladura» implicaba que para Marc hubieran pasado cinco largos años desde que las conversaciones con su Alien habían tenido lugar, mientras que para el segundo habían ocurrido solo cinco meses atrás. Los cinco meses más intensos de su vida, eso sí: sus padres habían estado al borde del divorcio, había hecho un más-que-amigo que vivía en otra línea temporal, se había enamorado de dos tíos a la vez que habían resultado ser el mismo, había puesto una patita dentro de una depresión al creer muerto a su Fantasma del pasado y había vuelto a nacer al reencontrarse con él para descubrir que su loco amor era más que correspondido... en pleno concierto de Nochevieja y cantando delante de todo Cristo. ¿Alguien da más?
—Me apetece un montón escucharlo —confesó, entusiasmado, y se levantó de un salto—. ¿Te importa que lo ponga?
—¡Claro que no! Me muero porque lo oigamos juntos. —Comenzó a reírse y le anunció—: Te vas a partir con tu voz de crío.
—¿Sí? ¿Tanto me ha cambiado?
Marc echó mano del portátil que descansaba sobre la única mesa de la estancia y, justo cuando se estaban acomodando de nuevo en la cama, el timbre de la calle sonó en varios tonos tan irritantes como inoportunos.
—¿Quién narices será? No espero a nadie... —refunfuñó el moreno, acercándose al telefonillo.
—Perdona, Marc, soy Cruz. —La voz de la jefa, y a la vez casera, del chico sonaba clara, más allá del altavoz—. Aquí hay una mujer que pregunta por ti. Se llama Alicia y dice que es urgente.
—Esto... —Dudó unos segundos y concedió—: Vale, dile que suba, por favor, Cruz. Gracias.
Colgó el interfono en su sitio y se quedó petrificado con la mano sobre él y la cabeza gacha, de espaldas a Daniel.
—¿Quién es esa tía? —le preguntó, poniéndose en pie preocupado por la actitud del otro.
—Es la madre de Diego.
—¡La hostia! —exclamó, metiéndose nervioso los dedos entre el pelo de la frente—. ¿Quieres que me vaya y os deje solos? A mí no me importa, igual es mejor que...
—¡Ni de coña! —lo cortó tajante—. Lo que haya venido a decirme, o lo hace delante de ti o ya puede pirarse por esa puerta.
—Como tú prefieras.
—Lo que prefiero es que estés conmigo —le confesó en voz baja, pues ya se escuchaban los tacones golpeando los escalones y, en un susurro, añadió—: Esa mujer me da yuyu.
¡Madre del amor hermoso! ¡¿Qué narices querrá ahora la madre de Diego?!
Con lo a gustito que estaba ellos y ha tenido que aparecer esta señora y sus tacones... ¡Aish!
Por cierto, ¿os han gustado los regalitos?
¡Gracias por seguir aquí conmigo! ❤️
🎶Esta vez nos acompaña Daniel Sabater con el tema Calor que me flipa y bien podría ser el tema que Marc le canta precisamente a Daniel 😉
https://youtu.be/Kr9GW-l-wpM
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