2. Bocados dulces

Viernes 14 de febrero de 2020.

—¿Soy yo o nos están mirando todos? —le susurró Daniel a Marc al entrar juntos en la cantina del instituto, intentando controlar su cara de pasmo.

Era la hora del almuerzo y aquel antro subterráneo estaba hasta los topes de alumnos comprándose bocadillos, profesores tomando café y un sinfín de cotillas que habían dejado de masticar para poder centrar sus indiscretos ojos en la parejita del momento.

—¡Hombre, no toda la gente había visto antes a un marciano verde tan horrible como tú! —le respondió Marc, con una sonrisa divertida que pretendía quitarle hierro al asunto, y le guiñó un ojo por detrás de sus gafas negras. Le enternecía que su Alien, como seguía llamándolo, fuera tan vergonzoso.

—Ja, ja y ja. —El más joven parodió una risa sarcástica a cámara lenta. Siempre había sido tímido, prefería pasar desapercibido, y no se acostumbraba a estar en el candelero, aunque había que reconocer que aquello tenía un inevitable puntito excitante—. Mira que cojo y me piro a «Marcianilandia»... ¡Si supieras cómo me sudan ahora mismo las manos!

—¡Déjame comprobarlo! —le pidió al acto, manteniendo su actitud divertida. Le cogió la mano, la elevó bien a la vista de aquel público tan entregado y entrelazó los dedos entre los de un Daniel que se dejaba hacer, mitad acobardado, mitad halagado. Hizo una graciosa mueca arrugando la nariz y concluyó—: ¡Anda! Pues era verdad, ¡parece que te haya lamido una vaca!

—Lo siento. Eso da mucho asco —se disculpó con un gesto compungido.

—Tú me gustas tanto que no podrías darme asco ni cubierto de mocos —le confesó en tono bajo y sugerente.

—No me lo creo, tío. Eso es repugnante. Ahí te has pasado, asúmelo.

—Bueno, tal vez he exagerado un poco, sí. —Se miraron a los ojos y dejaron ir sendas carcajadas que aliviaron tres cuartos de la tensión.

Mientras se acercaban a la barra para acomodarse en unos taburetes libres, bastantes ojos los seguían observando. Había que reconocer que la manera en la que su relación se había hecho pública había sido bien peliculera, sin contar que, por desgracia, todavía eran demasiado pocas las parejas gais que paseaban su amor sin tapujos por el Víctor Luna.

Daniel encarnaba al típico chaval, cercano a los diecinueve, que prefería permanecer en un confortable anonimato y no se metía nunca en follones. Aún después de quince años estudiando en el mismo centro, la mayoría de sus compañeros del módulo de formación profesional no habían ni reparado en su existencia, pero, de la noche a la mañana, había eclosionado. Su aspecto parecía otro, ya no se ocultaba bajo sudaderas andrajosas, sino que disfrutaba escogiendo sus looks. Con su nuevo aplomo, se veía hasta más alto y su cabello, antes de un color castaño claro común, ahora lucía mechas surferas solo por peinárselo con gracia. Había salido del armario, había revelado que era un músico más que talentoso y se había liado con el sexi ayudante del profesor Orgaz de veintitrés tacos. Era una bomba demasiado suculenta como para que no corriera de boca en boca.

Fuera como fuese, juntos eran tan felices que brillaban con luz propia, como si diminutas chispas de colores les recorrieran la piel. La parte positiva era que ya no tenían que esconderse ni temer hacerle daño a nadie con su relación. Era algo de dominio público desde la pasada Nochevieja y todo el mundo estaba encantado con la pareja tan preciosa que hacían. Bueno, quizá no todo el mundo, Diego seguro que no, pero ya nos ocuparemos de ese detalle más tarde.

Llevaban poco más de un mes flotando en su particular nube de algodón de azúcar y no se cansaban de disfrutar de los dulces bocados que esta les ofrecía. Aunque también había algo amargo que los dos coincidían en callar. Les había costado tanto llegar a este punto que no podían evitar sentir un latente temor de que algo malo pudiera robarles esa felicidad. Como si una sombra los acechara por los rincones, a la espera de atacar en el momento menos pensado.

—¿Esta tarde trabajas en el horno? —preguntó Daniel antes de darle un bocado a la manzana roja que se había traído de casa.

—No, hoy no curro. Hoy soy todo tuyo. —Le apoyó la palma sobre el muslo, con toda la intención, y le pidió—: ¿Me das un bocado?

Sin esperar respuesta, Marc le arrebató la fruta de la mano y le robó un enorme mordisco. Aquel día estaba de un estupendo humor. No era dado a cursiladas, pero era su primer San Valentín como pareja y un inevitable gusanillo se le agitaba en la tripa.

—¿Comemos juntos? —sugirió Daniel, cuyo rubor comenzaba a ascender cuello arriba.

La perspectiva de una tarde a solas con su novio convertía el simple hecho de compartir aquella manzana en algo demasiado cercano a lo erótico. Rio para sus adentros al pensar en que, desde que exploraban los «límites gloriosos» del placer, o incluso antes, todo lo relacionado con Marc tenía para él tintes eróticos.

—¡Claro! ¿Adónde me vas a llevar?

Un bocado más y una gota traslúcida de jugo se le deslizó por el centro del labio inferior. En un rápido reflejo sacó la lengua y la relamió.

—Conozco un italiano en el centro que te va a encantar —sugirió, sin poder apartar la vista de la boca de Marc que rivalizaba en suculencia junto al carmín de la fruta del «pecado de Adán». «Estás enfermo, chaval», le flageló su voz interior.

—Me parece perfecto, así estaremos cerca de mi apartamento para hacer «la siesta» después —añadió, como remate final, y la estocada de la doble intención de sus palabras desató el sofoco absoluto en el pobre Daniel, que no sabía ya dónde meter su cara roja como un tomate.

—Hecho. —Fue lo único que pudo decir.

—A las dos acabo hoy con Orgaz. Procuraré inventariar rápido y te esperaré en el hall.

Entonces, el programa matinal del canal perenne que sintonizaba la televisión de la cantina del instituto robó la atención del ejército de insaciables curiosos que los seguían escudriñando, y la de ellos mismos. Hacía unas semanas que la palabra «pandemia» flotaba en el ambiente y cada vez lo hacía con mayor frecuencia. Imágenes de un remoto pueblo de China con gente enferma, militares y personal sanitario vestido de algo parecido a astronautas inundaban los medios.

—Todo esto parece muy «marciano», ¿no? —comentó, recuperando su manzana.

—¿Qué tramáis tú y los de tu especie? —bromeó Marc, mientras le daba otro bocado a la fruta, esta vez de manos de su dueño. Al ladear la cabeza para perpetrar el hurto, sus locos rizos oscuros acompañaron el movimiento y le regalaron su suavidad a la piel del antebrazo.

—No me seas «fantasmón». —Rio Daniel haciendo énfasis en su mote, encantado con las demostraciones de confianza que cada vez se regalaban más a menudo, y le respondió con un suave puñetazo en el hombro—. Fuera de coñas, la cosa pinta seria, tío.

—Sí, da cague, pero el Wuhan ese está muy lejos. No creo que el virus llegue hasta aquí.

—Eso espero.

¿Los echabais de menos? 

¿Os gusta cómo funcionan Marc y Daniel como pareja?

¿Alguien ha conocido a esta dulzura de personajes ahora mismo y no ha necesitado un chute de insulina?

Y ahora, cambiando de mood, ¿no os da miedito el tema de la pandemia?

Y ¿Qué me decís de esos miedos que le atacan a uno cuando es tan feliz que piensa que esa bendición no puede durarle para siempre?

¡QUÉ PREGUNTONA ESTOY HOY, POR FAVOOOR!


🎶Retomando las viejas y sanas costumbres... La canción que mejor ilustra este estado de nirvana en el que tenemos a nuestros Alien y Fantasma se titula Paraíso y es del grupo MONOGEM.

https://youtu.be/pxXBLeSuhvY


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