7. Cruce de caminos (2)
—¡Bien! ¡Ustedes dos prepárense para la guerra! —espetó Urso. Samantha cumplió sin perder tiempo y abrió la rejilla lateral que contenía las armas más poderosas que habían traído—. ¡La chiquilla nos necesita!
*****
La situación se volvía cada vez más desesperada para Junior y Sheep, ambos atrapados entre dos fuerzas igual de peligrosas y feroces.
Desperdigados por todos los puntos cardinales, pero más concentrados en su retaguardia, una espesa y turbulenta horda de monstruos se retorcían en una sinfonía de rabia imparable. Su ira no presentaba un rumbo fijo, ni hacía distinciones. Se aglomeraban, pisándose los unos a los otros, golpeándose y atacándose sin compasión por nada ni nadie.
Por otro lado, la bestia que Sheep llamaba «Grandote», erguido cuál montaña aterradora de músculos, sangre y una rabia frenética, exteriorizaba sus frustraciones despedazando pieza por pieza la motocicleta de Sheep.
Sheep intentó encontrar una salida, pero las calles estaban bloqueadas y la multitud se acercaba cada vez con más euforia. Tenía que hacer algo para frenarlos. En las banquinas de la avenida, hileras interminables de vehículos abandonados hacían fila, merced del inminente deterioro temporal. Había visto caer su arco en algún punto cercano cuando aquella criatura lanzó la rueda trasera de su motocicleta al cielo.
Con el hacha temblando en su mano, se encaminó a abrirse paso para buscarla.
Junior se puso en guardia, pero su mano temblaba de manera incesante, haciendo que sostener el revólver fuera una tarea titánica. El arma parecía vibrar en su mano, como si tuviera vida propia, reflejando el miedo oculto en su interior que buscaba salir a la superficie.
Sus cejas se tensaron, curvándose en un arco que reflejó el más puro estado de terror cuando sus ojos y los de aquella criatura se encontraron de nuevo. La bestia cargó hacia él con una velocidad implacable, el sonido de los últimos fragmentos de la motocicleta resonaron en el aire cuando acometió.
Junior sintió el peso opresivo del temor comprimiendo su pecho; corrió y se lanzó sobre el capó de un vehículo y cayó del otro lado con mucha fuerza, llevándose un golpe seco y brutal en la espalda.
La criatura se lanzó hacia el otro lado de un salto descomunal. su aterrizaje hizo vibrar el asfalto y sacudió los vehículos cercanos. Junior giró su cuerpo y dio tantas patadas al suelo como pudo para levantarse con celeridad y correr hacia la calle de nuevo.
El monstruo le siguió el paso como si fuese su propia sombra; embistió dos vehículos, continuó su carrera, y terminó atrapando a Junior con una sencillez aterradora. De la misma manera que había asesinado a los zombis anteriormente, su descomunal mano envolvió el cráneo del muchacho, y con un feroz empujón, la llevó hacia el suelo.
Junior interpuso sus brazos, pero el golpe que recibió casi lo destierra al otro mundo. Sintió una punzada aguda de dolor en la cabeza y un pitido que resonó por todas las paredes de su cabeza dejándolo aturdido. Sus antebrazos se llevaron la peor parte; el dolor, el escozor, la sensación de la sangre escurriéndose, podía sentirlo todo. Apenas pudo recobrar el aliento con una bocanada de aire.
De nuevo, sintió que su cuerpo fue suspendido en el aire y echó un grito pavoroso de agonía. Colgaba como si fuese un simple trapo, las puntas de sus pies eran las únicas que hacían contacto con el suelo, y sus brazos pendían sin fuerzas.
Su cuerpo no toleraría otro golpe así...
Mientras tanto, Sheep se encontraba enfrentándose a decenas de monstruos que se le abalanzaban sin piedad. La palma de su mano apretaba con fuerza el mango del hacha, tanto que empezó a sentir un torrente de dolor punzante en cada nuevo ataque.
De repente, vio algo familiar escondido tras un neumático cercano. Con un movimiento rápido, se agachó y recuperó su arco, sintiendo el familiar peso del arma en sus manos.
Sabía que era su mejor oportunidad de salir de allí con vida.
Los zombis se le abalanzaron con ferocidad y rapidez. Sheep desplegó el arco con una maestría impresionante, llevaba el carcaj siempre consigo en su cinturón, extrajo una flecha y disparó con una precisión mortal. La misma impactó en la cabeza de uno de los monstruos, que se revolcó hacia atrás... pero volvió a levantarse unos instantes después.
Sheep se subió al capó del vehículo, buscó un punto estable y lanzó una nueva flecha, pero la horda no se detenía. Los cada vez eran más rápidos y ágiles, y de no haber podido recuperar su arco, tendría que haber salido a correr.
Pero no lo hizo, mantuvo la distancia; saltando de vehículo en vehículo, atacando con precisión, intentando detener un avance inminente y devastador. Hasta que, en cuestión de segundos, se quedó sin flechas para usar... y echó a correr.
Sin embargo, su resistencia empezó a fallarle. La fatiga comenzaba a hacer mella en su cuerpo y su mente. Los zombis se acumulaban cada vez más, y no parecían mostrar signos de agotamiento. Sheep sabía que necesitaba un plan si quería sobrevivir; sin embargo, no tenía ninguno...
Un zombi se le abalanzó en carrera y lo arrojó a la calle. Sus cuerpos se revolvieron en el asfalto, con la mala suerte de que fue él quien terminó por debajo de aquella criatura.
Contempló la mirada de la muerte sobre él, sonriéndole y susurrándole entre alaridos iracundos: «Llegó la hora». Sheep aguantó todo lo que pudo, pero sus brazos ya no le respondían. La horda empezó a rejuntarse a su alrededor. Podía sentir la vibración de sus pisadas y escuchar con fuerza el estrépito de sus alaridos.
Sheep cerro sus ojos y una lágrima escapó de ellos.
Junior inhaló aire y un feroz nudo de angustia se formó en su garganta.
Ambos sabían que el final estaba a un suspiro de distancia, que todo lo que habían vivido y experimentado llegaría al punto final de su trayectoria, pero, aun así, ninguno quería que se terminara. No todavía. No ahora.
Cómo si estuviesen sincronizados, ambos cerraron sus dedos y apretaron con fuerza sus dientes, intentando de manera inconsciente absorber y retener ese último momento. Los recuerdos de cada uno fueron transcurriendo dentro de sus mentes.
Junior recordó a su antiguo grupo. Aquel que le acogió y le enseñó todo lo que podía saber acerca de la supervivencia. Recordó a sus miembros. A cada uno de ellos. Las risas, las noches de cartas, las prácticas de tiro, las fiestas improvisadas...
Sheep se imaginó recibiendo la brisa en el rostro, conduciendo por rutas interminables y observando un paisaje sin igual junto con su banda. Rememoró sus aventuras en motocicleta, e incluso las noches de vigilia en que montaba guardia para cuidar a los demás...
Pero también, a sus mentes llegaron las tragedias y las pérdidas que habían sufrido. La muerte siempre había estado allí, presente en cada paso, despierta junto a ellos cada nuevo día que el sol salía, esperando el momento para reclamar sus nombres y arroparlos bajo el gélido manto del sueño eterno.
Junior sabía que había muchas cosas que aún deseaba, mucho por descubrir, por cumplir, por experimentar. Quería seguir viviendo y descubrir qué más tenía ese mundo por ofrecer. Y aunque sentía miedo y angustia, también sentía una determinación férrea por seguir adelante.
Aunque sabían que su fin estaba llegando, ninguno estaba dispuesto a rendirse sin luchar. Aunque eso significase aguantar los demoledores golpes de la violencia y el feroz peso de la muerte. Así fuese solo para respirar un segundo más...
De repente, un disparo resonó a la distancia. Junior cayó al suelo en un golpe seco, pero tolerable. El monstruo le había soltado y ahora gritaba, completamente enfurecido y su mano sostenía los restos destrozados de uno de sus ojos.
De nuevo, un estruendo ensordecedor inundó la avenida completa. Ya no era un solo disparo, lejano y contundente, sino que eran muchos... y muy cerca. La lluvia de balas despedazó al monstruo que retenía a Sheep y a todo el resto del montón que se le avecinaba.
Ambos permanecieron pegados al piso en posiciones diferentes, y sin poder hacer más que contemplar una lluvia de fogonazos y escuchar el alarido iracundo de decenas de monstruos.
El resto fue muy rápido y confuso.
Al primero que rescataron fue a Junior, tras enceguecer al zombi Titán con disparos lejanos y certeros. Después siguieron con Sheep, a quien tuvieron que defender de una horda que estaba a punto de alcanzarlo, barriendo con las ametralladoras más ostentosas casi toda la cuadra al completo.
Resultó intrigante como ambos permanecieron con los ojos abiertos en todo el proceso de rescate, y no fue hasta que sus nucas tocaron la chapa de la caja de la camioneta, y que sus mentes se asegurasen de que estaban realmente a salvo, que los dos cayeron en un instantáneo, automático y profundo sueño.
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