6. Hambre de venganza (2)


—Yo manejo —dijo con seriedad—. Tú dispara.

*****

Samantha tomó aire y abrió sus ojos. Tenía la cara pegada al barro de una zona del baldío de la fábrica que presentaba un cráter atiborrado de un césped alto y tiznado por la oscuridad. Había elegido caer ahí cuando la bomba estalló a sus espaldas, pero hasta el momento, tras perder el conocimiento por un breve lapso de tiempo, no tenía idea de si había tenido éxito o no.

Enseguida notó un pitido molesto y agudo en la zona interna su oído que no le permitía escuchar nada más a su alrededor. Con las energías que le quedaban, empujó el suelo con las manos y tomo envión para levantarse torpemente.

Su mirada se dirigió a varios puntos. Primero contempló la cantidad desmesurada de infectados que revoloteaban incesantes a su alrededor; luego escrutó el obelisco, descansando a su retaguardia, desplomado en dos enormes fracciones junto a la fábrica; por último, echó un vistazo hacia la camioneta a la distancia que parecía moverse en círculos coordinados.

Avanzó por inercia, todavía con la cabeza aturdida y dándole vueltas. Con el pasar del tiempo, las imágenes fueron cobrando mayor nitidez en su periferia y el sonido ensordecido del retumbar de los disparos empezó a escucharse con mayor claridad. Cómo si se destapara una olla, de repente, el tumulto y alboroto de los zombis se alzó en el aire sintiéndose como una avalancha de terror y caos que amenazaba con arrasar con todo a su paso.

¡Sam! —Escuchó desde su reloj táctico—. ¡Sam!

—Franco, Urso... ¿Están bien? —preguntó la muchacha.

—¡Eso es lo que nosotros queremos saber, chica! —respondió Urso. Luego, hizo derrapar las ruedas para embestir a algunas de las bestias que le perseguían.

—¿Dónde estás? —preguntó Franco—. Te perdimos luego de la explosión. Pensaba que...

—Me encuentro bien, entera, al menos. Estoy a sus nueve. A sus diez, once, doce... ¡Aquí! —dijo y alzó sus brazos para ser vista, luego echó a correr en dirección a ellos.

Urso sonrió de perfil al ubicarla, encaró hacia ella y hundió el acelerador a tope. Era una Toyota Tundra: una nave de carrocería robusta, pintada con un tono azul brillante que llevaba unas pegatinas con motivo de relámpagos amarillos a los laterales. En la caja trasera, en la zona lateral, se había instalado una rejilla de carga que utilizaban para asegurar tanto las municiones y armas, como otro tipo de suministros.

Urso se había tomado mucho de su tiempo para hacerle las mejores modificaciones, entra las que se incluía barrotes interiores para asegurar a los pasajeros, como luces led en la parte delantera para mejorar la visibilidad nocturna. Aunque lo mejor, sin duda, era su parachoques de acero reforzado, para sacar volando a cualquier tipo de obstáculo que se cruzara en su camino.

Sus ruedas traicionaron en un derrape que hizo virar la carrocería, dejando la retaguardia de la Tundra enfrentada a Samantha. Ella, valiéndose de una grandiosa agilidad adquirida en su época como futbolista femenina de primera división, esquivó a todos y cada uno de los monstruos que se le abalanzaron cómo si estuviesen clavados al suelo y llegó a la camioneta.

Franco se hallaba agazapado en la caja y la ayudó a subir. Las ruedas chillaron y volvieron a moverse, pero la suerte empezó a dejarlos de lado cuando, de entre medio del tumulto de zombis, desplazándose a una velocidad impresionante, sin que ninguno de los supervivientes se hubiese percatado aún de su presencia, emergió una de las criaturas más despiadadas del nuevo mundo.

Lo que Junior conocía como Parca, en la nación y para el grupo de Franco, este tipo de zombis era conocido como: «El asechador inmortal». Un demonio que se inclinaba a moverse en cuatro patas para acelerar y duplicar su ritmo de aceleración y velocidad; su mirada parecía, en cada ocasión que se le encontraba, inyectada de agresividad, con extremidades largas y feroces garras, y tal como su nombre indicaba, era reacio a fallecer.

Nunca era bueno cruzarse a este tipo de zombis, y por lo mismo, era mucho peor no dar cuenta de su devastadora presencia.

El asechador se echó a la carrera, primero desde las sombras ocultas en las siluetas de sus camaradas infectados, hasta que poco a poco fue dejándose ver en su aproximación hacia la camioneta. Samantha fue la primera en percatarse de una sombra que pasó a gran velocidad en algún punto de la distancia, pero al volverse hacía ahí y apuntar su arma de fuego, no encontró nada más que el descontrol que causaban las bestias a su alrededor.

De pronto, Franco hizo que se olvidara de aquello preguntándole si se encontraba bien tras la caída. La chica se permitió desviar su mirada hacia el joven ex militar; sabía que junto con él y Urso al volante, podía permitirse bajar la guardia un poco.

Ella respondió de manera afirmativa. Aunque tenía el tobillo agonizando una punzada interna de dolor, y probablemente se le hincharía más tarde, sumado a heridas de rasgaduras en sus rodillas, codos y brazos, cuando aterrizó de manera forzosa en aquel tramo de césped, era capaz de tolerarlo.

Urso interrumpió la charla para echar un grito al aire: «¡Sujétense!», advirtió mientras hundía el pie en el acelerador y el motor de la Tundra azul rugía con fervor. Franco se sostuvo de un barrote lateral de la camioneta y echó un vistazo al frente. Ya habían llegado al límite del baldío y el próximo obstáculo era el portón de rejas por el que habían ingresado.

Tumbarlo no era una buena idea. Iban a dejar libres a todos aquellos monstruos que cercaba la fábrica, pero no podía hacer otra cosa más, ya que frenar de nuevo podría perjudicarles. Tanto él como Samantha se agazaparon y buscaron cobertura, abandonando la actividad de disparo...

Momento clave y exacto en el que el asechador decidió actuar.

Se movió con agilidad y aumentó la marcha. La bestia iba esquivando a sus compañeros con una habilidad sin precedentes, flanqueando la camioneta desde un punto ciego, aproximando sus zancadas en cada metro que se recortaba.

De repente, cuál depredador, eligió a su presa, a la más expuesta de los dos que se hallaban en la caja de la camioneta... y aumentó su velocidad de golpe. Ni Franco, ni Samantha pudieron verlo llegar. En tan solo un simple parpadeo, un simple instante en el que ambos se hallaban a solas y aguardando por el impacto, al momento siguiente, tenían a un asechador en el aire.

Todo sucedió extremadamente rápido.

La mandíbula pútrida, repleta de una hilera de dientes afilados que anunciaban su llegada, se expandió hasta el punto máximo; las garras, como letales prensas, se encerraron para obligar la inmovilidad de su presa, y por último, la estocada final, que fue efectuada con una precisión aterradora, acorraló a uno de los dos y le embistió para coronarse como el depredador zombi más peligroso del nuevo mundo.

Ninguno de los dos fue capaz de defenderse y la sangre se regó por toda la camioneta.

*****

La sangre se salpicaba en el guardabarros de la motocicleta, mientras que el eco de los disparos de la Beretta de Junior reverberaba esa madrugada por la ciudad, acompañado por el estruendo desesperado del motor de un vehículo que no descansaba.

Los giros bruscos del manubrio y las maniobras evasivas daban como resultado una danza vertiginosa de velocidad mezclada con habilidad, mientras que, al mismo tiempo, los cambios de marcha y los ascensos y descensos constantes de velocidad ofrecían una coreografía intensa y enérgica de destreza mecánica.

El olor acre de la pólvora y el caucho quemado de las llantas se mezcló en el aire, que transportaba a los dos supervivientes a una sensación de peligro inminente y sin fin.

Los primeros haces de la luz del sol rebotando contra las escuadras de los edificios empezaban a desvanecer la oscuridad, mostrando como resultado, un baño de sangre, huesos destrozados, cadáveres abandonados y una tétrica desolación que hasta el momento habían permanecido ocultos entre las sombras de la noche.

Era una sinfonía de caos y adrenalina en su estado más puro, una representación visceral de la lucha por la supervivencia en un mundo donde la violencia era la única moneda de pago, y la vida, un simple vuelto.

Por delante y aferrado al manubrio, ocupándose de transitar los caminos del infierno, se hallaba Sheep; por detrás, y de espaldas a su compañero, Junior era el juez y verdugo de aquellos monstruos que osaban acercarse a su periferia.

Por detrás, persiguiéndoles como si fuese su propia sombra, aquella bestia enorme, agresiva y espantosa no les perdía la pista ni por un solo segundo. Junior ya había intentado asestar algunos disparos desde su sitio, pero no sirvieron más que de catalizadores para aumentar su furia, y por ende, su velocidad.

—¡No para de seguirnos! —espetó Junior. A la caja de balas que había traído, le quedaba el último puñado que empezó a recargar.

—¡Es un «grandote»! ¡No podrás asesinarlo con balas normales! —dijo Sheep. Al segundo siguiente, echó un volantazo para atravesar una pequeña conglomeración de zombis, luego otro más para salir a una avenida extensa y amplia por la cual transitar con comodidad.

—¿Ya has visto uno de estos?

—¿Qué? ¿Tú no?

—¡Por suerte! —dijo Junior. Volvió a colocar el cargador, a la Beretta no hacía falta prepararla, con tan solo desplazar la recámara hacia atrás, el martillo disparador se acomodaba en automático para empezar con la lluvia de disparos—. ¿Sabes cómo matarlo?

—No. Nunca encontramos su corazón —respondió Sheep al recordar el último encuentro que tuvo con un zombi de esta clase con su banda—. Tuvimos que huir y dejar el campamento.

—Mierda... entonces será a la cabeza.

Junior dejó de lado su Beretta por un momento y se equipó con la Ruger Redhawk. Un revolver de cañón extendido empleado para disparar unos letales y poderosos proyectiles Mágnum.

Apuntó hacia el frente y alineó la mira con la cabeza del monstruo y esperó el momento adecuado. Tomó aire, se preparó, y entonces, cuando el rostro de la criatura se cruzó en la línea de tiro, presionó el gatillo y el revolver rugió.

Sintió la diferencia de peso en la palma de su mano y la sujetó con firmeza con la otra. A través de la mira, mantuvo el cañón apuntando a un punto fijo, mientras observaba con su vista periférica la cabeza del monstruo bamboleándose de un lado a otro.

A pesar del miedo y la tensión del momento, Junior mantuvo la calma, respirando lenta y profundamente para enfocar su mente y su cuerpo en el objetivo. Fallar no era parte del plan, solo contaba con seis balas en el tambor que tenía que hacer valer si quería detener a esta mole inyectada de esteroides zombis.

Tenía que tener un punto letal en algún sitio.

Abdomen, boca del estómago, pectoral, cabeza... ¿Por cuál empezaría? No podía valerse de buscar las venas negras a esta distancia, así que tenía que ser echado a la suerte. Respiró y eligió comenzar con la cabeza.

Entonces, en el momento preciso en que el cráneo del monstruo se alineó perfectamente en su mira, sin perder un segundo de tiempo, Junior apretó el gatillo, sintiendo el retroceso del arma y escuchando el fuerte estampido del disparo.

Una llamarada de fuego salió del cañón del revólver, y la bala salió disparada hacia su objetivo con una fuerza implacable. Sus ojos persiguieron ese segundo de trayecto de la bala, y contemplaron con extremo asombro, como la criatura caía al suelo de espaldas y la sangre de su cabeza retapizaba el asfalto de la avenida.

La satisfacción y el asombro colmaron su semblante y echó una risita. No podía creer que lo había logrado. Festejó con un efusivo grito al aire seguido por alaridos de felicidad, por desgracia, todo lo que sube tiene que bajar... pasó con sus ánimos, y pasó con la velocidad de la motocicleta, que decreció hasta detenerse por completo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Junior, volteándose y obteniendo la respuesta inmediata: una espesa y abrumadora horda de infectados bloqueaba el paso.

Sheep encaró la motocicleta hacia el lado opuesto, tenía que salir de ahí cuanto antes, pero solo fue capaz de avanzar unos cuantos metros hasta ser rodeado por completo, por nada más y nada menos, que el monstruo gigante que les venía dando caza.

Apareció al instante, se cruzó en su camino y golpeó la motocicleta, embistiéndola sin remordimiento. Ambos salieron despedidos hacia direcciones opuestas y a pesar del descenso estrepitoso y las volteretas que dieron sus cuerpos en el firmamento del asfalto, sus corazones y la adrenalina les obligó a levantarse al instante.

Por desgracia, el panorama no era nada favorable para ninguno de los dos. En una esquina, la horda, cegada por una locura colectiva sin precedentes, marchaba con apremio hacia Sheep.

En la otra, una descomunal bestia que presentaba dos agujeros en la frente, uno sutilmente más grande que el otro, despedazó la motocicleta sin piedad, volviéndola un compuesto de fragmentos de chatarra y se perfiló hacia Junior con una mirada implacable y hambre de venganza.





Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top