17. Jugar al héroe


Capítulo 17

Jugar al héroe

El sonido de una lluvia suave repiqueteaba contra el ventanal del pequeño apartamento.

Lara abrió los ojos con pereza. El amanecer apenas despuntaba. Se incorporó con un suspiro, pasando una mano por su largo cabello rubio, y se levantó de la cama.

El apartamento no era grande; un escritorio de madera desgastada estaba arrimado a una esquina, con algunos libros apilados y una lámpara con la pantalla rota. Las puertas del ventanal, que daban a un pequeño balcón, estaban medio abiertas, permitiendo que entrara el aire fresco de la mañana.

Lara se estiró, dejando escapar un bostezo, y abrió las puertas para salir al balcón. El aire húmedo la golpeó, despejando el sueño restante de su mente.

Desde el pequeño espacio elevado, observó el panorama: las calles desiertas, los edificios a medio derrumbar y los escombros que parecían parte del paisaje cotidiano. Todo lucía gris y sin vida. Ya había transcurrido poco más de tres semanas desde que los muertos se habían alzado.

Los primeros días ni siquiera había logrado dormir. El caos en las calles, el mundo en decadencia, los gritos, los disparos, las amenazas latentes en cada rincón de la ciudad. El tiempo continuaba su curso, pero la pesadilla parecía no vislumbrar un final cercano.

Sin embargo, aquí estaba, respirando un día más.

Se apartó del balcón y, con algo de esfuerzo, se vistió con una chaqueta blanca y pantalones resistentes, preparándose para lo que fuera que trajera el día. Salió del apartamento y cerró la puerta tras de sí. El pasillo del edificio estaba casi vacío, salvo por un par de vecinos que se movían de un lado a otro con sus quehaceres.

—¡Buenos días, Lara! —La saludó Marisa, una mujer de unos treinta años que vivía al final del pasillo. Llevaba un cubo lleno de agua y un paño viejo. Sus ojos lucían cansados, pero intentaba sonreír.

—Buenos días, Marisa. ¿Cómo va todo? —preguntó Lara, acercándose un poco mientras echaba un vistazo al cubo.

—Bueno, lo de siempre. Revisando las filtraciones en las ventanas del comedor. A este paso vamos a necesitar más paños para mantener el agua fuera —respondió Marisa con un encogimiento de hombros.

—Voy a ver si encuentro algunos más cuando salga —prometió Lara—. Estoy segura de que algo quedará por ahí.

Marisa le sonrió con agradecimiento y siguió su camino. Lara continuó avanzando por el pasillo, viendo a Tomás, que intentaba reparar una linterna con expresión frustrada.

—¿Necesitas ayuda con eso? —preguntó Lara.

—Ah, Lara. No te preocupes. Solo está dándome más problemas de los que debería. Pero gracias —respondió Tomás con una sonrisa forzada.

Lara le devolvió la sonrisa antes de girar hacia la sala común, donde un calendario colgaba de la pared. Las hojas estaban gastadas y algunas fechas habían sido tachadas con bolígrafo rojo. Lara se acercó y repasó las anotaciones, hasta que encontró la que le correspondía para ese día: Exploración.

Suspiró y se preparó mentalmente para la tarea. Salió del piso y comenzó a bajar las escaleras del edificio. Mientras descendía, se encontró con una chica joven y muy bonita, que subía los escalones con una mochila al hombro.

—¡Hey, Lara! ¡Justo a tiempo! —dijo la muchacha con una sonrisa amplia. Su cabello castaño corto, con reflejos amarillos en las puntas, estaba recogido de manera desordenada.

—¡Abby! ¿Estás lista? —respondió Lara, sonriendo de vuelta mientras ambas se detenían un momento en el rellano.

—Obvio. Como siempre. Me crucé con Roni antes, dice que ha visto poco movimiento por la zona. Es buena señal —comentó Abigaíl, encogiéndose de hombros.

—Sí, mi papá también lo mencionó. Tenemos suerte. Ojalá sea un día tranquilo.

—¿Tenías que decirlo en voz alta? ¡Ahora si sucede algo malo será tu culpa! —dijo Abby, dándole un ligero golpe en el brazo a Lara.

Ambas rieron y continuaron bajando hasta llegar al sótano. Allí, el aire era más frío y olía a humedad. En un rincón se encontraban los estantes con el armamento del refugio: cuchillos, algunas pistolas viejas y unas cuantas municiones cuidadosamente almacenadas.

Lara se colocó un cinturón con una funda para el cuchillo y se aseguró una pistola al costado, mientras que Abigaíl hacía lo mismo, revisando el cargador antes de guardarla.

—Siempre me da un poco de escalofríos bajar aquí —murmuró Abigaíl, mirando alrededor—. No sé, hay algo en este lugar que... prefiero evitar.

—Quizás habría que adornarlo un poco, es verdad, pero han sido semanas duras. Lo que menos pudimos hacer es enfocarnos en la estética, pero al menos tenemos aquí todo lo que necesitamos —respondió Lara, cargando la mochila sobre sus hombros—. ¿Quedaron cebos?

—No saldría ni a la puerta si no fuese así —bromeó Abigaíl, mientras tomaba dos paquetes de una caja pesada en la estantería. Cada paquete se encontraba envuelto en cinta adhesiva negra, pero desprendían un hedor a podredumbre de espanto. Los tomó con cuidado y una mueca de asco se dibujó en sus finos labios—. Ni siquiera quiero saber qué es lo que tiene adentro este.

—Sí, yo jamás me acostumbraré, pero no lo pienses mucho —dijo Lara, tomando el suyo y colocándolo entre las correas de su mochila—. Solo, haz de cuenta que es una herramienta más de supervivencia.

—Y lo es, lo sé. En fin. Subamos de una vez.

Una vez equipadas, ambas salieron del sótano y se dirigieron a la entrada principal del edificio. La lluvia había amainado un poco, pero el cielo seguía nublado y oscuro. Se miraron una vez más antes de abrir la puerta y salir al exterior.

Las calles estaban desiertas, y los charcos en el suelo reflejaban la luz tenue del amanecer. Lara y Abigaíl avanzaron con cautela, observando cada rincón en busca de cualquier movimiento.

—¿Crees que encontraremos algo hoy? —preguntó Abigaíl, rompiendo el silencio mientras caminaban junto a un edificio derrumbado.

—Espero que sí. Quizá podamos encontrar algún botín en las tiendas del centro comercial. Aunque no estoy segura de cuánto quede —dijo Lara, mirando hacia el horizonte—. Es difícil saber si alguien más ya se llevó todo.

—Bueno, al menos no tenemos que preocuparnos por esas cosas ahora. Tenemos lo suficiente en el hotel, solo me preocupa no toparme con nada peor que ratas gigantes —bromeó Abigaíl, intentando aligerar el ambiente.

Lara sonrió, aunque su atención seguía en el entorno. Avanzaron un poco más hasta que llegaron a un cruce de calles. Era momento de dividirse.

—Bueno, iré por aquí. Mario me comentó que escuchó gruñidos en el callejón del patio del complejo. ¿Puedes revisar la farmacia? —preguntó Lara—. Te prometo que te alcanzo pronto.

—¿Segura? ¿No quieres que vaya contigo?

—Estaré bien. Está en el patio trasero del edificio. Roni y mi padre se encargaron de despejar todo ayer. No habrá problema.

—Como quieras, pero si encuentras algo interesante... ¡Lo compartes! —respondió Abigaíl, sonriendo mientras se alejaba en dirección opuesta.

Lara soltó una risa ligera antes de retomar su camino. Avanzó por una calle estrecha, mirando a su alrededor con cautela. No había demasiado ruido, solo el sonido de sus pisadas y el ocasional crujido de alguna estructura que cedía con el viento.

Sus pasos la llevaron al patio trasero del edificio en el que se alzaba su refugio. Según Mario le había mencionado, debería de poder escuchar esos ruidos molestos en uno de los callejones, así que se dirigió hacia allí. Una alambrada con una puerta encadenada se erguía frente a ella, bloqueando el callejón. Para su fortuna, la esquina izquierda estaba floja, por lo que le bastó con moverla un poco para poder pasar al otro lado.

Caminó a pasos cautelosos hasta que sus sospechas se confirmaron. Escuchó sonidos guturales cercanos. Llevó sus pasos con cautela hasta que giró por una esquina...

Y entonces, lo vio.

Su mirada se topó con un chico tumbado en el suelo, con una chaqueta bordó y el cabello desordenado, medio enterrado entre unos andamios caídos. Lara sintió que su corazón se aceleró.

No estaba solo. Un zombi estaba atrapado entre los barrotes, tratando con desesperación de alcanzarlo. Los gruñidos guturales del monstruo resonaban en el silencio, y el chico permanecía inconsciente, ajeno al peligro mortal que le rozaba las piernas.

Lara escrutó a su alrededor, asegurándose de que no hubiera más zombis cerca, y luego se acercó con cuidado. Sacó su cuchillo, y sin perder tiempo, se deslizó hacia el andamio.

Se acercó al monstruo. Su cráneo presentaba una de esas protuberancias negras espantosas que empezó a latir con más fuerza cuando se percató de la presencia de Lara. Ella no lo dudó y hundió el cuchillo en la protuberancia.

El zombi se desplomó, los gruñidos se silenciaron de golpe, y el cadáver quedó colgando sin vida.

Sin dejar de vigilar su entorno, Lara se arrodilló junto al chico. Su rostro estaba pálido, y podía ver manchas de sangre seca en su frente, pero lo más importante era que todavía respiraba. Lara pasó un brazo por debajo de sus hombros y tiró con todas sus fuerzas, arrastrándolo lejos de los restos de los andamios.

—Vamos, no me lo pongas tan difícil —murmuró ella con la respiración entrecortada.

El peso del joven era un desafío, y aunque Lara no era débil, la tensión del momento y el peligro constante la hacían sentir cada gramo. Logró incorporarse lo suficiente para alzarlo un poco y luego volvió a arrastrarlo hacia un pequeño hueco en la pared, buscando un lugar seguro donde refugiarse por un momento.

Cuando alcanzaron el escondite, Lara dejó al chico apoyado contra la pared y se dejó caer a su lado, jadeando por el esfuerzo. Su corazón latía con fuerza, y sus ojos no dejaban de escanear el entorno, siempre atenta a cualquier signo de peligro.

Inclinó su cabeza, dirigiendo la mirada hacia el joven.

—¿Quién eres tú?

*****

Jin se impulsó con fuerza, sus pies se despegaron del borde del edificio mientras el viento golpeaba su rostro. A su lado, su pareja, Eric, lo seguía con una habilidad y precisión milimétrica. La zona comercial bajo ellos se desplegaba como un laberinto de callejones angostos, estructuras semi derruidas y techos resbaladizos.

Jin aterrizó en el techo de una tienda, rodando para amortiguar el impacto y levantándose en un solo movimiento fluido. Eric aterrizó a su lado, apenas un segundo después. Cruzaron miradas, sabiendo que no había tiempo que perder.

De repente, un zombi emergió de una puerta rota y Jin reaccionó al instante y, con un giro rápido, tomó impulso y pateó al zombi en la cara, enviándolo de regreso al interior del edificio. El zombi se tambaleó y cayó por las escaleras.

—¡Por aquí! —gritó Eric, señalando una ventana abierta en el edificio adyacente.

Sin perder un segundo, Jin saltó al vacío, alcanzando la ventana con una mano y balanceándose hacia adentro. Eric lo siguió, pasando por el estrecho marco con la agilidad de un felino. Aterrizaron en un pasillo oscuro, el aire estaba cargado de polvo y el hedor a muerte impregnaba cada rincón.

Mientras avanzaban a toda velocidad, el crujido de la madera bajo sus pies resonaba a lo largo del corredor, atrayendo la atención de más zombis que se arrastraban desde las habitaciones contiguas.

Eric sacó su cuchillo y se lanzó hacia el primer zombi que se acercó, cortó su garganta y la criatura se desplomó con un gemido gutural, pero se levantó de inmediato. Jin le siguió, usó su propia navaja para cortar, con una estocada firme pero potente, el punto letal del monstruo en la zona de sus costillas.

—¡No te detengas! —dijo Eric mientras ambos avanzaban hacia el final del pasillo.

Llegaron a una puerta que daba a un patio interno. Jin la pateó con fuerza, abriéndola de par en par. El patio estaba lleno de escombros y maleza, con una pared rota al otro lado que ofrecía una salida. Sin embargo, varios zombis se congregaban allí, todos los ojos se asentaron en ambos con rabia.

—¡Sigue adelante! —gritó Jin, sabiendo que retroceder no era una opción.

Eric se lanzó primero, corriendo hacia la pared. Con un salto potente, plantó un pie en la superficie y se impulsó hacia arriba, alcanzando la cima en cuestión de segundos.

Jin le siguió, pero antes de llegar, un zombi lo agarró por la pierna. Sintiendo el frío de los dedos podridos, reaccionó rápidamente, liberándose y clavándole el cuchillo en la cabeza. La criatura cayó hacia atrás, y Jin completó el ascenso, aterrizando junto a Eric al otro lado de la pared.

Ambos empezaban a respirar con dificultad, pero no había tiempo para descansar. Del otro lado, se encontraron en una tienda de ropa, las perchas colgaban torcidas y las vitrinas estaban destrozadas. No había zombis a la vista, pero sus gruñidos se oían cerca y cada vez más fuertes.

—Tenemos que llegar a la azotea —dijo Eric.

Jin asintió, señalando una escalera en espiral al fondo de la tienda. Corrieron hacia ella, esquivando escombros y saltando sobre estantes caídos. Justo cuando alcanzaron la escalera, un grupo de zombis apareció en la entrada de la tienda, moviéndose con rapidez.

Eric comenzó a subir rápidamente, y Jin lo siguió, pero un zombi logró agarrarlo por el pie. Con una patada bien dirigida, Jin hizo que el zombi soltara su agarre, pero el desequilibrio lo hizo resbalar. Por un instante, perdió la estabilidad, pero Eric, desde arriba, extendió su mano y lo sostuvo justo a tiempo.

—¡Vamos! —dijo Eric con urgencia.

Jin recuperó el equilibrio y juntos subieron los últimos peldaños, llegando finalmente a la azotea. El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de un tono rojizo. Desde allí, podían ver la devastación que los rodeaba, pero también la relativa seguridad que les daba la altura.

—Estuvo cerca... —dijo Eric, esbozando una leve sonrisa.

Jin asintió, observando la ciudad en ruinas. La brisa en la azotea era fuerte, anunciando una tormenta proveniente del norte. Jin y Eric se mantuvieron en silencio por un momento, observando el paisaje urbano en ruinas que se extendía bajo ellos.

—Supongo que no podemos hacer más por hoy. Ya es muy tarde —declaró Jin contemplando su reloj Intac—. Debo volver a la nación. Franco va a matarme.

—¿Otra vez con Franco? —Eric resopló dibujando una mueca de desagrado—. ¿Pasarás la noche con ese grupo tuyo de nuevo?

Jin se encogió de hombros, restándole importancia.

—Sabes que lo mucho que le gustan las noches de juego.

—¿Y por qué no puedo ir yo también?

—Eric...

—Eric, nada. ¿Por qué?

—No seas tóxico.

—Entonces no seas evasivo. Si me dieras una razón para no...

—Tú dijiste que no te gustaban los juegos de rol... —Jin se frotó la cabeza—. Y puede que yo haya mencionado eso en el grupo y por eso no quieren que participes. Lo siento. Tú también tuviste parte de la culpa.

—¿Ah, es mi culpa? —Eric lanzó un manotazo al aire—. ¿Sabes qué? Déjalo. Iré igual, aunque no me quieran. Quiero escucharlo de ellos.

—Viejo, por favor...

De pronto, la conversación fue interrumpida por un grito agudo y desgarrador que rasgó el aire.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Jin.

—Si... —dijo Eric con recelo—. Qué malditamente oportuno para ti.

—Lo sé. Es genial, ¿no? —bromeó Jin, echando una sonrisita mientras se asomaba al borde de la azotea—. Tranquilo. Seguiremos la conversación en la nación.

Jin divisó hacia abajo y vio un callejón oscuro. Allí, entre las sombras y escombros, se escuchaba la voz de una niña desesperada pidiendo ayuda.

—Parece una niña. Está abajo. Vamos. —Sin esperar respuesta, Jin saltó del borde de la azotea hacia una tubería oxidada que corría por el costado del edificio.

Sus manos se aferraron al metal, usando la tubería como apoyo mientras descendía con agilidad. Cada movimiento que ejecutaba era extremadamente calculado, pero lo hacía de tal forma que parecía algo natural en él. Sus pies encontraban apoyo en grietas y salientes de la pared, mientras descendía con audacia.

Eric no se quedó atrás, y lo siguió, deslizándose por una cornisa estrecha antes de saltar hacia una escalera de emergencia, que bajó en cuestión de segundos.

Los dos aterrizaron en el suelo del callejón en perfecta sincronía. La oscuridad envolvía el lugar, y el hedor de la putrefacción era insoportable. Avanzaron con cautela, escuchando con atención.

La fuente del grito se hizo evidente: un contenedor de basura volcado con la tapa cerrada, rodeado por varios zombis. Las criaturas golpeaban la tapa, tratando de abrirla. Jin y Eric intercambiaron una mirada, sabiendo que debían actuar rápido.

—Voy a distraerlos, tú ataca por los flancos —dijo Jin, sacando su cuchillo y cargando su pistola.

Eric asintió, ajustando su agarre en el cuchillo antes de moverse hacia la izquierda, usando los escombros para acercarse sin ser visto. Jin avanzó directamente hacia los zombis, atrayendo su atención con un disparo que resonó en el callejón.

El primer zombi giró hacia Jin. Jin apuntó y disparó, el zombi cayó con un golpe sordo. Eric emergió de las sombras, cortando la garganta de otro zombi para distraerlo antes de clavar su cuchillo en el torso, atravesando el corazón letal. La criatura soltó un gruñido y se fundió con el suelo.

—¡Jin, a tu derecha! —gritó Eric.

Jin esquivó justo a tiempo a un zombi que intentaba agarrarlo. Notó una protuberancia en el muslo del zombi, indicio del corazón negro. Se agachó y disparó con precisión, el zombi cayó sin vida.

El último zombi, más grande y con el corazón visible en el hombro, se lanzó hacia Eric. Él esquivó el ataque y corrió hacia la pared, impulsándose para girar en el aire. En pleno giro, clavó su cuchillo en el corazón del zombi, que soltó un último rugido antes de desplomarse.

Jin y Eric intercambiaron una mirada antes de acercarse al contenedor. Jin golpeó suavemente la tapa.

—Tranquila, ya puedes salir —dijo con voz calmada.

Hubo un momento de silencio, luego la tapa se abrió lentamente. De adentro salió una niña temblorosa, sus ojos llenos de lágrimas. Se lanzó a los brazos de Eric, sollozando de miedo y alivio.

—Todo está bien ahora —le dijo Eric, acariciando suavemente su cabello—. Estás a salvo.

Mientras Eric levantaba con cuidado a la niña, notó que ella temblaba incontrolablemente.

—Perdón... —dijo la niña, entre sollozos.

Eric frunció el ceño, algo en la forma en que lo dijo lo inquietó, pero antes de poder reaccionar, un golpe sordo resonó en el callejón.

Jin se desplomó sin emitir un sonido. Eric giró instintivamente hacia él y sus ojos se abrieron al ver a su pareja inerte en el suelo.

—¡Jin! —gritó, intentando acercarse, pero fue demasiado tarde.

Un segundo golpe lo alcanzó en la base del cráneo. Un destello de dolor cruzó su mente y el mundo se volvió borroso. La niña, la ciudad en ruinas, el eco de sus propios latidos; todo se disipó en un velo de oscuridad. Eric cayó junto a Jin, y con las últimas fuerzas, pudo divisar a la niña, quien dio un paso atrás.

Junto a ella, dos figuras misteriosas emergieron desde las sombras. Uno era un hombre alto y fornido, con una enorme espalda y un porte amenazador; mientras que la otra, en contraste, era una mujer delgada y de aspecto atlético. Ambos, terroríficos.

De pronto, Eric sintió dos feroces pisotones, el primero fue en la nuca, que le hizo comprobar la dureza del asfalto con su mandíbula, y el segundo, con una contundencia bestial, le hizo perder el conocimiento al instante.

*****

—¿Qué está pasando? —preguntó Zeta, dirigiendo su mirada hacia Franco, quien no ocultaba sus nervios.

Franco levantó la cabeza y lanzó un suspiro. Su mirada mostraba un destello de rabia contenida.

—Jin no está respondiendo. No hemos sabido nada de él en horas —dijo escupiendo las palabras—. Le dije que no aceptara ningún encargo hoy. ¡Ese idiota!

—¿Y si solo se retrasó? Quizás había mucho tráfico...

Franco golpeó la mesa con la palma abierta, interrumpiendo a Zeta bruscamente. El sonido resonó en la sala, dejando un eco incómodo que pareció enfatizar la gravedad de la situación.

—¡No es el momento para chistes de mierda! ¿No entiendes? Esta era la noche. ¡Todo estaba planeado al detalle! —Franco se volvió hacia Boris—. ¿Y bien...? ¿Dónde mierda está?

Boris, sentado frente a una consola de aspecto rudimentario, pero funcional, se frotó la sien, claramente estresado. Su piel ahora estaba más sudorosa de lo habitual.

—No hay señal de cobertura. Lo he intentado todo, pero si está fuera del alcance, no podemos hacer nada. —Bajó la mirada, apretando los labios en una mueca de frustración.

Franco cerró los ojos por un momento, inhalando profundamente antes de dejar escapar un suspiro de exasperación. Maldijo en voz baja, pero lo suficiente como para que todos lo escucharan.

Zeta hizo contacto visual con todos los demás en la habitación. Si bien Franco era el único con los pelos de punta por la ansiedad y los nervios, todos permanecían con la misma mirada expectante por recibir nuevas noticias sobre Jin, y era evidente que por cada segundo que pasaba, la sensación colectiva de incertidumbre y tensión no hacía más que aumentar.

Samantha se adelantó un paso, para intentar contener el retumbar de nervios que era Franco.

—Podemos esperar un poco más. Quizás llegará en unos minutos.

—¿Y si no viene? —preguntó Franco con la rabia bullendo en su interior—. Hoy era el momento perfecto para actuar. La tormenta iba a darnos la ventaja que necesitábamos. La lluvia iba a ayudarnos a redirigir la electricidad y ejecutar el plan. ¡Pero sin Jin, todo esto se va al carajo!

El ambiente en la sala se volvió aún más opresivo. Samantha se apoyó en la mesa y cruzó los brazos, mientras que Urso jugueteaba con una moneda entre sus dedos, claramente preocupado. Anna permanecía sentada con la pierna cruzada y haciendo rebotar su dedo sobre su mentón, rítmicamente.

Zeta se hartó.

—¿Y si lo hacemos sin él? Yo puedo guiar a los zombis por mi cuenta. No necesito a Jin.

Franco se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más.

—Escucha. No sé si lo que tienes es una sobrehumana valentía... o estupidez, pero estos bichos infernales son extremadamente impredecibles. Si fuesen los imbéciles que arrastran los pies lo consideraría, pero no sabemos con qué mutación de mierda puedes encontrarte ahí afuera.

Urso lanzó la moneda al cielo y la atrapó.

—¿Y si yo voy con él? Según el plan, necesitamos a un buen conductor y un buen tirador para poder arrastrar a los monstruos por el puente y llevarlos a la trampa. Yo soy buen conductor, puedo hacerlo.

—Te perderemos como refuerzo de tiro —respondió Franco, tajante—. Tu posición es clave para cuando él logre atravesar el puente. En espacio reducido, no habrá complicaciones, pero en zona abierta los más rápidos los alcanzarán en cuestión de segundos. No llegarán a tiempo.

—¿Nadie más puede ocupar ese puesto de conductor? —preguntó Boris.

—Bueno. Rex podría... —comenzó a decir Zeta.

—Ni hablar. —Lo cortó Franco—. No podemos agregar a nadie ajeno en estas instancias.

—Entonces tienes dos opciones —dijo Zeta, cruzándose de brazos—. O me dejas hacerlo solo, o cancelas la misión.

—¿Sigues con eso? Esto no es un juego...

—Lo sé. Sé lo que implica, pero no podemos dejar que esta oportunidad se nos escape. —Zeta mantuvo su mirada fija en Franco, sin titubear—. Confía en mí. Puedo hacerlo.

—Zeta, me encanta tu proactividad, pero no —intervino Samantha—. La idea de usar a dos personas como cebo ya era peligrosa, siendo tú solo no es más que un suicidio. La tormenta será brutal y los zombis, apenas te vean, no descansarán ni un segundo hasta atraparte. Allí no tendrás ningún sitio para ocultarte. Estarás completamente solo.

Zeta se volvió hacia ella.

—Tú lo dijiste, esos monstruos no van a descansar. ¿Por qué nosotros sí? Esta es nuestra mejor oportunidad. Jin no está aquí, pero eso no significa que debamos dejarlo todo. Si no actuamos ahora, podríamos perder una valiosa ventaja. A saber cuando habrá otra tormenta que nos ayude.

—Chico, admiro el valor. No la estupidez. —La voz de Urso sonó con gravedad—. ¡Y estás siendo un estúpido ahora! No puedes hacerlo. Punto. Samantha tiene razón, no podemos arriesgarlo todo porque quieras jugar al héroe.

—No se trata de ser un héroe —replicó Zeta—. Se trata de hacer lo que tenemos que hacer.

Boris, que seguía trabajando en su consola, alzó la vista y se unió a la conversación, su tono más pensativo.

—Zeta, incluso si logras llegar hasta el punto de encuentro sin Jin, la probabilidad de éxito disminuye drásticamente. Además, no eres el único que se expone. Si tú fallas, fallamos todos. Este plan requiere de coordinación en equipo y... —Hizo una pausa, mirando a Franco antes de continuar—. Jin era parte integral de esto. Quizás Samantha te haya incluido en el equipo, y Urso y Anna te hayan dado el visto bueno, pero no sabemos a ciencia cierta cómo te desenvuelves ahí afuera.

Zeta respiró hondo, consciente de que todos tenían razón en sus propios términos, pero había algo en él que no podía simplemente dejar pasar esta oportunidad.

—Lo entiendo, pero también sé que, en este mundo, ya no podemos darnos el lujo de esperar a que todo sea perfecto. Tenemos que actuar, con lo que tengamos, cuando se nos ofrezca la oportunidad. Jin es un claro ejemplo de que nadie sabe qué carajo pasará el día de mañana. Hoy tenemos una chance de avanzar un paso. ¿Por qué la dejaríamos pasar?

Franco, que había estado escuchando a todos con el ceño fruncido, finalmente se enderezó, y tras meditarlo durante unos minutos, respondió:

—Está bien. Lo apoyo. Hagámoslo sin Jin.

Samantha apenas podía concebir lo que acababa de escuchar.

—No, Franco...

Anna se arrimó hasta Zeta y le dio unas pequeñas palmaditas en el hombro. Luego, con lengua de señas, dijo: «Yo le cubro la espalda».

—No, olvídalo... —Se negó Samantha—. Es una locura.

—También me opongo —dijo Urso—. Y Boris está con nosotros, así que es un empate.

Franco se cruzó de brazos y dirigió su mirada a Boris. No era una mirada severa, ni con ninguna intención de por medio, pero eso fue suficiente.

—Estoy con Franco.

—¡Boris!

—¡Perdón!

—Agradezco su preocupación, pero confíen en mí —continuó Zeta—. Esta noche vamos a despejar ese acceso, cueste lo que cueste.

—Okey. Yo lo vaticiné, hoy este la palma... —dijo Urso.

Samantha mantuvo una expresión infestada de tensión. Se acercó a Franco, clavando en él una mirada que lo fulminó con una suave pero contundente reprimenda.

—Si algo sale mal, el responsable no será él. Serás tú.

El rostro de Franco se movió en una afirmación.

—Lo sé —dijo, echando un vistazo de reojo a Zeta—. Por eso yo iré con él.

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