16. Llama escarlata (1)



La noche en la Nación Escarlata era una fuente de sombras y reflejos difusos. Samantha caminaba a paso seguro, guiando a Zeta a través de callejuelas vacías, donde las paredes de ladrillo roto y los restos de carteles antiguos eran los únicos testigos de su avance.

Sus pasos resonaban sobre el suelo de concreto, mientras los faroles parpadeantes de algunos locales cercanos arrojaban resplandores pasajeros sobre sus semblantes.

Zeta seguía a Samantha en silencio, su mente todavía repasaba aquella breve conversación que habían tenido. Parecía como que cada palabra que había salido de la boca de la ojiverde había tenido una intención oculta, pero que todavía no lograba descifrar con exactitud.

La ciudad, a esa hora, parecía un laberinto vacío y mudo. Luego de caminar por un buen rato, llegaron a un edificio modesto, casi indistinguible de los demás, con una fachada gris de ventanas opacas que parecían más bien grietas en una muralla.

Samantha subió los pocos escalones de la entrada y empujó la puerta, que cedió con un chirrido largo. Sin decir una palabra, lo condujo por un pasillo oscuro, apenas iluminado por una solitaria bombilla que titilaba desde el techo.

Descendieron por unas escaleras estrechas y crujientes, que parecían adentrarse en el vientre mismo de la tierra. Al llegar al fondo, Samantha se detuvo frente a una puerta metálica que, a simple vista, no parecía nada fuera de lo común. Con una firmeza que denotaba familiaridad, movió un pesado mueble de madera que estaba contra la pared, revelando una segunda puerta, mucho más pequeña y discreta.

—Por aquí —dijo, sin mirar atrás.

Zeta asintió, aunque ella no pudiera verlo, y la siguió a lo largo de esa segunda entrada. Las escaleras continuaron descendiendo, y notó cómo el aire se volvía más denso, cargado de humedad y el leve olor metálico de un equipo táctico inservible y abandonado que se encontraba allí. Cuando llegaron al final, atravesaron una última entrada que los conectó con una habitación subterránea.

La habitación era espaciosa, pero la oscuridad en los rincones hacía que pareciera más pequeña y claustrofóbica. En el centro, una mesa redonda dominaba el espacio, rodeada por varias sillas. En las paredes, estantes llenos de armas, municiones y equipo, esta vez en buen estado, estaban cuidadosamente organizados; en el suelo, descansaban cajas y contenedores apilados de forma ordenada, como esperando una misión inminente.

Zeta reconoció a dos de las personas que estaban distribuidas en aquella sala. Anna Ocampo, estaba apoyada en una columna cercana, parecía abstraída, jugueteando con su reloj Intac, mientras Urso, sentado en una silla junto a la mesa, se dedicaba a afilar su machete favorito.

Cuando Samantha se hizo notar, una persona que se encontraba de espaldas, revisando un mapa táctico en el centro de la mesa, se volteó a verla. Sus ojos viajaron de ella hasta Zeta y una poderosa incógnita se marcó en sus facciones.

—¿Y este? —preguntó con un deje de arrogancia—. Habíamos acordado que traerías a Blaze.

Tras esas palabras, el resto de las personas en la sala llevó su atención hacia Zeta. Urso echó una risotada divertida al verlo.

—¡Eso! ¿Cómo estás, colega?

Zeta no respondió, su mente no entendía nada de lo que estaba presenciando. Samantha se acercó hacia la mesa.

—Aiden fue mi primera opción, pero no me convenció al final —respondió la muchacha—. En la entrevista me dejo su objetivo muy claro. Ser parte de los Centinelas, ascender y trabajar algún día en la Casa Escarlata para servir al presidente. Era una buena opción, pero sus ideales de lealtad podrían chocar con los nuestros. Por eso no lo elegí.

Franco echó un resoplido molesto, y con una mirada de desconfianza, escrutó a Zeta de arriba a abajo.

—Bien, confío en tu juicio. ¿Quién es?

—Su nombre es Zeta.

—¿Zeta? Okey, es su apodo. ¿Pero cómo se llama?

—Se llama Zeta, Franco —repitió Samantha—. No recuerda su nombre.

—¿Me estás jodiendo? —preguntó mirándola con el ceño fruncido—. ¿En serio era la mejor opción?

—¡Hey, Brandon! —dijo Urso—. Yo lo conozco. Sabe defenderse. Anna lo puede corroborar. ¿No?

Anna se encogió de hombros, desentendiéndose de la plática.

—Lo siento... —intervino Zeta—. ¿Alguien me puede decir que es esto? ¿Por qué me trajiste aquí?

Samantha sonrió.

—Claro. Disculpa. Verás, este es... un pequeño y selecto equipo —comenzó a decir la chica—. Algo como una división secreta. Nadie sabe lo que hacemos, salvo los que estamos aquí presentes.

—¿Y qué se supone que hacen? —preguntó Zeta.

—Matar zombis... —explicó Urso con una simpleza absurda.

—Un poco más que eso —continuó Samantha—. Como sabrás, la Nación Escarlata sigue las órdenes de Syna. Nuestro objetivo como nación es capturar zombis con vida, almacenarlos en bodegas, y esperar a que Syna establezca contacto para llevárselos y... hacer lo que sea que hagan con ellos. Investigación o experimentos. Nadie lo sabe a ciencia cierta.

—Ajá... ¿Okey? —Zeta seguía sin entender ni media palabra.

—Bien. Lo que nosotros hacemos aquí, es un poco distinto. No nos atrae la idea de tener zombis con vida dentro de los predios de la nación. Así que formamos este equipo para seguir con un objetivo propio. —Samantha se acercó a un tablero de corcho que había en un muro, desenganchó unas cuantas fotografías que había ahí y las depositó en la mesa para que Zeta pudiese verlas—. Imagino que alguna vez has visto alguno de estos brotes.

Zeta observó las imágenes con una mezcla de fascinación y horror. Eran fotografías de enormes brotes oscuros, tan negros como el vacío del espacio, emergiendo desde las profundidades de la tierra. Estas formaciones se erguían varios metros hacia el cielo y tenían una apariencia inquietante y perturbadora.

Algunos brotes se retorcían en espirales grotescas, y sus superficies eran rugosas y repleta de protuberancias, como si fueran la piel de una criatura desconocida. Otros se alzaban en columnas irregulares, deformes, extendiéndose en ángulos imposibles.

Cada brote parecía pulsar con una energía maligna, como si estuviera vivo y consciente, un vestigio oscuro de un poder que la humanidad apenas podía comprender. Zeta recordaba haber visto algo similar antes. Su antiguo grupo siempre le había dicho que jamás se acercara a uno de ellos, después de todo, eran estos siniestros pilares de oscuridad los responsables del comienzo del apocalipsis.

—Sí, las conozco. Estos brotes lo empezaron todo. ¿No?

—Exacto. Estas formaciones surgieron en la Noche Roja, fueron las que diseminaron esporas de virus a través de unos capullos que le rodeaban, pero luego de ese día, ninguno de estos brotes ha vuelto a crecer y se volvieron prácticamente un decorado horripilante.

Franco se acercó a la mesa, colocó sus manos, grandes y curtidas, sobre la superficie de madera, y se inclinó ligeramente hacia el frente.

—Nuestro objetivo principal es terminar el apocalipsis. —Sus ojos, oscuros y determinados, no parpadearon al hablar—. Tenemos una hipótesis y creemos que, así como esas malditas ramas emergieron del suelo para dar inicio a esta infección, podrían ser la clave para terminarlo.

Zeta sintió un escalofrío al escuchar aquellas palabras. Las imágenes de los brotes oscuros aún estaban frescas en su mente, tan amenazantes como si pudieran salir de las fotografías en cualquier momento.

—Suena... un poco rebuscado. ¿Están seguros de que funciona así? —Zeta intentó ocultar la incertidumbre en su voz, pero no lo logró del todo.

Franco lo miró directo a los ojos.

—No. Ya te lo dije, es una hipótesis.

Samantha, que había estado escuchando en silencio, se inclinó hacia adelante, con los ojos entrecerrados en una expresión pensativa.

—Pero tenemos un indicio de que podríamos estar avanzando por buen camino —comentó con suavidad—. ¿Recuerdas la noche que nos encontramos? Te dije que no fueras hacia la salida norte de la ciudad, justamente porque estábamos preparando un asalto a uno de esos brotes.

Zeta asintió lentamente, recordando la advertencia. En ese momento, no había comprendido del todo la gravedad de la situación, pero ahora las piezas comenzaban a encajar.

—Imagino también, que recuerdas lo que sucedió con todos los zombis de la ciudad esa noche. ¿Verdad? —La voz de Samantha era calmada, pero tenía un filo de expectación, como si ya supiera la respuesta.

Zeta se tomó un momento para pensar, pero lo recordaba con una claridad aterradora. La ciudad entera había caído en un caos absoluto. Los zombis, usualmente lentos y torpes, se habían vuelto rabiosos, atacando todo a su paso con una furia ciega.

—Se volvieron locos de repente. Todos gritaban y se llevaban por delante todo a su paso. Jamás los había visto actuar así. Era como si... —Zeta buscaba las palabras adecuadas para describir lo que había presenciado.

—Como si les doliera algo, ¿no? —intervino Samantha, esbozando una pequeña sonrisa astuta. Apuntó con firmeza a una de las fotografías—. ¿Y sabes por qué se volvieron locos?

—No lo sé, pero recuerdo que unos momentos antes escuché una explosión.

—Fuimos nosotros —contestó Urso.

—Si —continuó Samantha—. Nosotros hicimos volar uno de esos brotes. Fue en ese momento que todos los zombis se descontrolaron.

Zeta sintió que su estómago se hundía al escuchar la revelación. Su rostro quedó estupefacto.

—¿Ustedes lo provocaron? —preguntó, apenas creyendo lo que oía.

—Así es —confirmó Samantha con una inclinación de cabeza—. Lo que nos confirma que, de alguna manera, los brotes están conectados a estos monstruos. Así que podríamos estar en lo correcto al pensar que si eliminamos todos... —Giró ligeramente la cabeza, y fijo su mirada en Zeta—. Los eliminamos a ellos.

Zeta quedó en silencio.

La idea de que los brotes estuvieran directamente conectados con los zombis era tan aterradora como intrigante. Si lo que decía Samantha era cierto, si esos brotes eran el núcleo de la infección, entonces destruirlos podría ser la clave para acabar con todo. Pero, ¿cuánto tiempo les tomaría? ¿Cuántos brotes más habría que eliminar? Y más importante aún, ¿qué sacrificios estarían dispuestos a hacer para lograrlo?

Franco rompió el silencio.

—Bien, esa es toda la introducción. Ahora conoces nuestro propósito. Samantha te trajo aquí porque supuso que podría confiar en ti, así que ahora la única pregunta que nos queda por hacerte es la siguiente. ¿Estás dentro o no?

Zeta bajó la mirada a la mesa, evaluando las palabras de Franco. Había llegado a la Nación Escarlata con la intención de cumplir una promesa, de recuperar sus recuerdos y encontrar respuestas sobre su pasado. Pero aquí estaba, envuelto, en algo mucho más grande de lo que había anticipado.

Las promesas, las dudas, todo se mezclaba en su mente, pero una cosa estaba clara: no podía dejar pasar esta oportunidad. Si esto podía realmente poner fin a la plaga de zombis, entonces debía intentarlo.

—Sí —dijo finalmente, levantando la vista con determinación—. Pueden contar conmigo.

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