15. ¿Qué tanto odias a los zombis? (2)


—¡Y eso, es solo el comienzo! —anunció con entusiasmo, mientras alzaba los brazos, provocando una nueva ola de aplausos.

Mientras Maga seguía con su show, en la mesa central del bar, Zeta y Rex se mantenían en silencio, contemplando el ambiente con sus vasos ya vacíos. Cuando el espectáculo finalizó, ambos volvieron a su cruda realidad.

El lapso para pagar aquella deuda ya se les había pasado y ellos no habían logrado saldarla, por lo que ahora tenían que afrontar los intereses. Horribles y caros intereses.

En el transcurso de estas semanas, habían realizado varios trabajos por separado y en equipo, pero al parecer, capturar zombis vivos era una tarea más compleja de lo que parecía. Rex, por su lado, había optado por hacer tareas más sencillas, que no demandasen demasiada exposición al peligro.

Y aunque a Zeta le había ido bastante bien en sus trabajos, como cuando logró traer unos tres zombis atascados en las butacas de un autobús, se percató de que no pagaban mucho por los de clase «deambulantes», que eran aquellos que no poseían alguna cualidad especial que los hiciese diez veces más mortíferos.

Por si eso no fuese poco, había otros inconvenientes. Las municiones, las armas, los chalecos, y cualquier otro tipo de equipo, tenían que comprarse antes de cada trabajo, y por lo general, la inversión por ese gasto se agotaba en cada excursión y los números reales que llegaba a ganar resultaban muy bajos.

Eso le daba rabia, y el tamborileo constante de sus dedos contra la mesa lo corroboraba. Si tan solo pudiese tener un mejor equipo, como los centinelas, quizás podría conseguir peces más gordos y lograr una diferencia más amplia.

Por desgracia, no era el caso.

Rex, por su lado, todavía seguía preocupado por su pequeño-gran problemita para enfrentarse a los zombis. Si bien no era capaz de usar armas de fuego, cuando intentó ir a la armería para conseguir un arco y flecha, arma con la cual sí se sentía más cómodo, se llevó la amarga sorpresa de que no tenían ninguno. Los únicos disponibles los empleaba la división de arquería... en la nación Áurea.

Rex largó un suspiro cansino mientras removía el hielo derretido que había quedado en su vaso. Habían llegado a este rincón buscando un momento de descanso, pero tampoco podían permitirse muchos lujos. Apenas les había alcanzado para dos vasos de cerveza. Ahora se arrepentía de haber despilfarrado tanto los primeros días.

—Bueno... —comenzó a decir Renzo—. Ya no hay mucho que hacer aquí. Así que supongo que me voy a dormir.

Zeta asintió, todavía, con la mirada clavada a la mesa.

—Está bien. Ya veremos como salir de esta. Supongo que... —hizo una mueca torciendo el labio—. Poco a poco. ¿No?

—Sí.

Rex se marchó del establecimiento. Zeta, sin embargo, se quedó en la mesa un poco más. Todavía quería hablar con alguien antes de irse, pero desde que su show había finalizado, no la había vuelto a ver. Permaneció varios minutos más esperando. La noche empezó a arrastrar a algunos de los comensales a sus respectivos hogares y el tartajeo febril, que había hace unas horas, ahora estaba mucho más atenuado.

De pronto, Zeta levantó la mirada y la vio. Maga salió de una puerta que había detrás de la barra, rodeó la estancia, buscó a Zeta desde lejos y fue directo hacia su mesa. Llevaba un vaso de algún trago especial que Zeta no reconoció, pero por como se veía, parecía muy fresco y delicioso. Maga sonrió con ternura.

—Lo podemos compartir, si quieres.

—No, está bien. —En realidad tenía muchas ganas de probarlo. Era color rojo y tenía una frutilla partida a la mitad como decoración. Definitivamente quería probarlo—. Es todo tuyo. Te lo mereces.

—Como quieras —dijo ella, dándose un tiempo para beber.

—Entonces. ¿Pudiste averiguar algo?

—Sí, obvio. Mi relación con la gente de Áurea es muy buena. Hiciste muy bien en acudir a mí —respondió Maga con soltura, dejando reposar su mentón en su palma—. Hay alguien allá que se ofreció a ayudar a Rex. Es un psicólogo. Podría decirte que es muy bueno, pero la verdad es que es el único en toda la nación. Aunque tiene buenas reseñas en Intac.

—¿Hay reseñas en estos relojes?

Maga hizo un gesto de sorpresa mezclada con un tinte de ofensa.

—¿Me estás diciendo que cada vez que te pedí una reseña por mis shows, no me la diste?

—Pensé que lo decías en broma.

—¡No! —Maga echó un suspiro—. Bueno no importa. Como sea, sí... conseguí a alguien que permitirá a Rex atenderse con él. Tuve que rogar mucho. Estamos en un apocalipsis, querido. Hay más gente loca que cuerda, así que el haberle conseguido un turno ya es mucho.

—Gracias, Evelyn. De verdad... —dijo Zeta, sonriendo—. ¿Y... cobra mucho?

—Accedió a cobrarles más barato a ustedes. ¡Gracias a moi! —dijo apuntándose con los dedos, con actitud triunfante—. Pero si hay una letra pequeña. Hasta que no puedan saldar la deuda que tienen, Rex no va a poder pasar hacia Áurea. ¿Cómo van con eso?

—Pésimo, Maga... —contestó, dejando caer su cabeza hacia abajo—. Se nos hace muy difícil llegar a ese precio, incluso siendo dos personas. Aun así, agradezco que hayas conseguido que alguien pueda verlo.

Maga le dio otro sorbo a su trago.

—No te preocupes, Zet. Me alegra ayudar. —Un repentino y profundo bostezo nació de la boca de la chica—. Bueno. Estoy, literalmente... muerta. —Deslizó el vaso hacia el joven y se colocó de pie—. Me voy a dormir. Dale un saludo a Rexi. ¡Se fue sin despedirse!

—Lo haré, y gracias de nuevo.

—¡Bye! —saludó ella, marchándose a pasos pesados y lentos—. ¡Y más te vale que vea esa reseña!

Zeta permaneció el tiempo que le demoró zamparse aquel trago, y tal como sospechaba, estaba excelente. Sin embargo, su cuerpo ya le pedía escaparse del ambiente del bar y las luces parpadeantes.

Se levantó de la mesa, sintiendo la necesidad de un respiro de aire fresco, y salió empujando la puerta. En cuanto viró de dirección, se encontró cara a cara con Aiden. Ambos se saludaron con un gesto de cabeza. Aiden parecía haber salido de un callejón que había junto a la fachada del bar, y por mera curiosidad, Zeta llevó la mirada hacia allá.

El callejón era estrecho, flanqueado por paredes de ladrillo descolorido y oscurecido por el tiempo. Unas cuantas luces tenues colgaban de postes retorcidos, proyectando sombras angulosas en el suelo adoquinado. Fue entonces cuando la vio.

Había una persona apoyada contra la pared, con un cigarrillo encendido entre sus dedos, y la brasa parpadeando con cada suave inhalación. Su postura era relajada, casi casual, pero había algo en su mirada, en la forma en que sus ojos lo observaron, que lo hizo detenerse. Ella esbozó una media sonrisa y, con un gesto casi imperceptible, lo invitó a acercarse.

Zeta lo hizo, y fue cuando la claridad de un foco iluminó el rostro de aquella chica, y sus ojos, dos perlas verdes que parecían escrutar hasta el fondo del alma, que la reconoció.

—Hola, chico desconfiado. ¿Todavía me recuerdas? —inició ella la conversación, divertida.

—Sí —respondió él—. Gracias a ti estoy aquí. Nunca pude agradecerte. Habías dicho que nos encontraríamos en el bar Plumas del Fénix, pero estuve aquí recurrentemente y nunca te vi. Llegué a pensar que ni siquiera existías.

Ella mostró una breve sonrisita.

—Sí. Estuve un poco ocupada. —Le dio una calada al cigarro—. Lo siento, creo que nunca nos presentamos. Yo soy Samantha Da Silva.

—Soy Zeta, solo llámame así.

—Un placer. Me alegra que hayas podido sobrevivir. Aunque pensaba que querías ir a Áurea. ¿Qué paso?

Zeta se apoyó en la pared opuesta, manteniendo una distancia respetuosa, aunque sus ojos no dejaban de escudriñarla.

—Oh, claro. Había olvidado que me habías dado esa tarjeta. —Zeta movió la mano, como restándole importancia—. Hubo un... cambio de planes.

—Cuando estuve en tu caravana, vi tu mapa y venías rastreando esta nación por mucho tiempo. ¿Puedo preguntar qué fue lo que cambió?

—Bueno, en realidad no lo sé con certeza... —respondió después de un momento de reflexión—. Lo sentí así. Luego de nuestro primer encuentro, conocí a Rex. De no ser por él, no hubiese llegado a la nación. Así que le di tu tarjeta, quizás como en agradecimiento, pero al final, el imbécil también lo rechazó —dijo en tono jocoso.

Samantha asintió lentamente. Exhaló una nube pequeña de humo que se dispersó por el callejón.

—¿Y qué esperas conseguir en esta nación? ¿Tienes algún objetivo específico? ¿O solo sobrevivir?

La pregunta lo tomó por sorpresa, y Zeta desvió la mirada hacia el suelo, buscando las palabras adecuadas.

—Al principio, vine para cumplir con una promesa. —Su voz era más suave ahora, como si hablar de ello despertara algo que preferiría dejar oculto—. Quería recuperar mi memoria, saber más sobre mi identidad. Me hago llamar Zeta, porque no recuerdo mi nombre.

—Oh, no lo sabía. Lo siento.

—Está bien. Como sea, le prometí a una persona que buscaría ayuda aquí en Áurea. Ella... bueno, murió hace un tiempo. —Zeta apretó los labios, intentando contener el dolor—. Aun así, aquí estoy, priorizando la mente de otros antes que la mía. Tengo un amigo, Renzo Xiobani. Al parecer presenta un trastorno postraumático que le impide poder disparar cualquier arma.

—Mierda. Eso, sí que es una porquería en estos tiempos.

—Lo sé. Sin resolver eso, no le veo mucho futuro aquí. Mi identidad puede esperar. Aunque tenemos una jodida deuda por haber roto un ascensor y... la verdad es que estamos hasta el cuello de mierda.

Zeta rio sin humor, sacudiendo la cabeza.

—Por lo menos puedo trabajar en lo que más me gusta: matar zombis.

Samantha echó una breve risita y permaneció en silencio durante unos momentos, su mirada apuntó al suelo, pensativa, enigmática, como si estuviera evaluando cada una de sus palabras. Luego, terminó su cigarrillo con una última calada, aplastándolo contra la pared.

—Última pregunta y te dejaré en paz. ¿Qué tanto odias a los zombis? —preguntó, finalmente, con un tono que mezclaba curiosidad y algo más, algo que Zeta no pudo identificar de inmediato.

—Demasiado... —respondió él sin dudarlo—. Lógicamente. Si fuese por mí, preferiría matarlos y no tener que capturarlos vivos. Sé que esta es tu nación, y la respeto, pero eso sencillamente me parece una idiotez.

Samantha asintió una última vez, y entonces, inesperadamente, una sonrisa suave apareció en sus labios.

—Okey... —dijo, girando sobre sus talones y empezando a caminar hacia el interior de la Nación Escarlata—. Sígueme.

Zeta, confundido, perdido, pero totalmente intrigado, no replicó y dejó que sus pies lo llevaran tras ella.

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