15. ¿Qué tanto odias a los zombis? (1)



Las puertas batientes del bar «Plumas del Fénix», de la Nación Escarlata, se abrieron de par en par con un chirrido agudo, arrastrándose lentamente hacia atrás, y justo antes de impactar con la pared, se detuvieron en el aire y volvieron a cerrarse.

El sonido de las bisagras resonó, atrayendo la mirada de algunos que estaban en el interior. Dos figuras se perfilaron en el umbral. Dos Centinelas, con sus uniformes marcados por el polvo y la fatiga de un largo día de trabajo, avanzaron hacia la barra con el deseo de un trago fuerte y un poco de descanso. La noche apenas comenzaba.

A su paso, el bullicio del bar se mantenía constante. A la izquierda, un grupo de personas reía a carcajadas alrededor de una mesa llena de vasos vacíos. Algunas risas animadas escapaban de sus bocas mientras platicaban efusivamente.

En otro lugar, un perro viejo y perezoso, que solía merodear por la Nación Escarlata, se estiraba bajo una mesa cercana, esperando que alguien dejara caer un trozo de comida. Siempre conseguía buen alimento ahí. Algunos ya le habían puesto varios nombres, pero todavía nadie le había reclamado.

En la esquina derecha, un hombre con una guitarra antigua ajustaba las cuerdas, preparando alguna melodía que nunca llegaría a tocar del todo bien, pero que aún continuaba insistiendo.

Los Centinelas saludaron con un gesto a un par de conocidos en una mesa cercana, donde un par de jugadores de cartas apostaban fichas improvisadas hechas de piezas de metal y restos de balas rotas.

El aire del lugar estaba impregnado del aroma de la madera vieja y el alcohol barato, mezclado con el toque metálico del equipo que muchos llevaban aún consigo.

En el piso de arriba, un hombre, claramente borracho, tropezó al levantarse de su silla, ganándose una risa general de sus compañeros antes de intentar descender por las escaleras para su travesía hacia el baño.

Al llegar a la barra, ambos Centinelas se acomodaron en unos taburetes de cuero gastado, esperando su turno para ser atendidos por el barman, un tipo con un bigote grueso y un delantal maltrecho, que había visto mejores días.

El primero de los Centinelas hizo ademán para ordenar, pero antes de que pudiera pedir nada, una voz amplificada por un micrófono rompió la rutina del bar, haciendo que varias cabezas se giraran en dirección a un pequeño escenario al fondo, iluminado por una tenue luz cálida.

El escenario, ubicado en la esquina derecha, estaba adornado con cortinas de terciopelo rojo, ligeramente deshilachadas por el uso constante. Encima del telón, una serie de banderines de colores colgaban de pared a pared, añadiendo un toque festivo al rústico ambiente del lugar.

Una escalera de madera conducía al segundo piso, donde algunos asientos elevados permitían una vista perfecta de lo que sucedía abajo. Muchos se amontonaron, impacientes para presenciar el siguiente espectáculo de la noche.

El presentador, un hombre delgado con una chaqueta roja y un sombrero brillante y alto, se inclinó hacia el micrófono y sonrió con una chispa de entusiasmo brillando en sus ojos.

—Señoras y señores, ¡prepárense para una noche mágica como ninguna otra! —anunció con una voz medio chillona, pero de perfecta entonación—. Con ustedes, la única, la inigualable, la fantástica... ¡Maga!

Con esas palabras, las cortinas del escenario se abrieron lentamente, revelando a Evelyn O'Hara, más conocida como «Maga». Su cabello corto teñido de un vibrante violeta capturaba la luz, destacándose contra el fondo oscuro.

Evelyn, con una sonrisa juguetona, hizo una pequeña reverencia antes de dar un par de pasos hacia el borde del escenario, su presencia, como siempre, estaba repleta de una electrizante energía que contrastaba con la seriedad rutinaria del bar.

—¡Buenas noches a todos! —dijo con una voz melodiosa y contagiosa—. Espero que estén listos para un poco de magia, porque esta noche tengo algunos trucos nuevos que van a dejar a más de uno con la boca abierta.

Maga bajó del escenario con agilidad y comenzó a pasearse entre las mesas, con una elegancia despreocupada que hacía que la gente se relajara a su alrededor.

Sus dedos ágiles hacían aparecer monedas de la nada, que luego desaparecían en el aire con un parpadeo, provocando murmullos de asombro entre los espectadores.

—¡Espero que estén pasando una noche fantástica! Porque hoy...—dijo, deteniéndose en medio de la sala y girando sobre sus talones para enfrentar al público—, quiero hacer algo especial. Algo que involucre un voluntario. —Alzó un dedo al aire—. ¡Pero no cualquier voluntario! Quiero a alguien... —Hizo un silencio dramático—, que no crea en la magia.

Maga entrecerró los ojos, escaneando a la audiencia con una sonrisa divertida.

—Quiero que me levanten las manos aquellos que crean que todo lo que yo hago aquí es un simple show y que la magia no existe. ¡Vamos! No sean tímidos.

Maga observó la sala con curiosidad mientras varias manos se alzaban tímidamente. Sus ojos escrutaron a aquellos que se habían animado. Uno de ellos era la chica Centinela, que había ingresado hace poco, sentada en el taburete de la barra. Después vio a uno de los guardias que había saludado por la mañana cerca de la puerta sur de la nación.

Se sorprendió al ver a Zeta con la mano levantada, sentado junto a Rex, en una mesa en el centro de la estancia. Sonrió con picardía al verlo, y su dedo, señalando y moviéndose con gracia, llegó hasta el joven de ojos pardos, pero luego, notó a alguien más. Era un hombre que había recibido en la nación hace unas semanas, y que estaba sentado a solas junto a una ventana.

Recordó que era un poco gruñón, pero también gracioso. Le dio lástima verlo sin compañía, así que, finalmente, movió su dedo y lo eligió a él. Korrus, con su característico bastón apoyado contra la mesa y su expresión pensativa, alzó una ceja al ser seleccionado. La verdad era que no creía en la magia, pero no quería participar.

—¡Tú! —exclamó Maga. Las cabezas en la sala se giraron hacia Korrus de inmediato.

—¿Yo? —murmuró con una voz muy baja, echando una mirada nerviosa hacia los lados.

—Sí, tú —dijo ella, acercándose a la mesa con pasos ligeros—. No puedes quedarte ahí, solo y triste, mientras todos los demás se divierten. Ven, acompáñame en el escenario. Estoy segura de que serás perfecto para este truco.

Korrus la observó con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Sabía que ser el centro de atención no era lo suyo, pero algo en la confianza desbordante de Maga lo impulsó a levantarse, aunque no sin cierta reticencia.

—No sé... odio a los magos.

—¡Mejor todavía! —espetó ella divertida—. Hoy dejarás de odiarlos. ¡Acercate!

—Bueno, bueno... ¿Pero no vas a cortarme a la mitad? ¡Odio que...!

Maga echó una risa junto a todos los espectadores.

—Solo si no vienes pronto —bromeó ella.

—Okey... —dijo Korrus mientras se levantaba, recogiendo su bastón y su sombrero. Caminó hacia el escenario con una postura estoica. Solo él hacía que hasta caminar chueco se viese bien.

Maga lo esperó en el escenario, sonriendo mientras le hacía un gesto para que se colocara a su lado.

—Gracias por ser tan valiente —dijo ella, su voz sonaba juguetona. Korrus pudo ver a cabeza-verde tentado de la risa un poco más adelante y eso le hizo gruñir—. ¡Bien! Ahora, lo que vamos a hacer es un truco de cartas. Pero este es muy especial, porque será con este truco que volverás a creer en la magia.

Korrus echó una mirada calculadora a las cartas que Maga sostenía en su mano. Eran cartas comunes, o al menos eso parecían a primera vista. No apartó la mirada en ningún momento mientras ella las barajaba con destreza, haciendo que las cartas volaran de una mano a otra con movimientos tan suaves que parecían casi coreográficos.

—Dime, ¿tienes alguna carta favorita? —preguntó Maga, levantando la baraja hacia Korrus.

Él la miró con escepticismo antes de elegir una carta al azar.

—La Reina de Corazones, supongo —dijo con un tono neutral, aunque, como era de esperar en él, también había un destello de ironía en su voz.

—¡Un clásico! —exclamó Maga, mostrándose impresionada—. La Reina de Corazones es una carta fuerte, decidida, alguien que sabe lo que quiere. Me gusta. Ahora, quiero que la saques de la baraja y la muestres al público.

Korrus lo hizo con una precisión casi militar, sosteniendo la carta con la punta de los dedos para que todos pudieran verla.

—Perfecto. Ahora, quiero que la devuelvas a la baraja —Maga acercó la baraja a Korrus, manteniendo una mirada intensa mientras él colocaba la carta en medio de las otras—. Vamos a mezclar esto un poco.

Comenzó a barajar las cartas de nuevo, esta vez con movimientos rápidos y complicados que hacían que las cartas se entrelazaran, giraran y se mezclaran de formas inesperadas. Al terminar, Maga extendió la baraja en abanico, mostrándola a Korrus.

—Y ahora, mi querido amigo, quiero que elijas de nuevo tu carta —dijo ella, con un brillo travieso en los ojos.

Korrus observó las cartas. A esta altura, estaba tan inmerso en el espectáculo que su ceño fruncido demostraba una completa concentración. Dudó un momento, pero tomó una carta y la mostró hacia el público. Era un dos de tréboles.

—Bueno, parece que no soy tan buen mago como tú —dijo Korrus con un tono burlón, pero Maga no se dejó intimidar.

—Oh, pero esto es solo el comienzo —respondió ella con una sonrisa enigmática—. A veces, las cartas tienen un modo muy peculiar de mostrarnos lo que queremos ver, incluso cuando no es lo que esperábamos.

Le quitó la carta a Korrus, la lanzó al aire con un gesto rápido y, como si hubiera sido parte de un truco previamente planeado, la carta comenzó a girar en el aire antes de desvanecerse en una pequeña nube de humo púrpura.

—¡Madre! ¿Qué...? —espetó Korrus anonadado—. ¿Eso tenía nitroglicerina?

De nuevo, el público estalló de la risa.

—Quizás eras tú el que tenía nitroglicerina en los dedos, mi querido amigo.

—No, me lavé las manos ayer.

Maga sonrió.

—De todas maneras, querido. Ese solo era un despiste. Mientras no te dabas cuenta, escondí la carta que habías elegido debajo de tu sombrero. Quizás quieras revisarlo.

Korrus frunció el ceño de nuevo, claramente confundido.

—¿Bajo el sombrero? —preguntó, con un tono que sugería que no estaba dispuesto a seguir el juego.

Maga sonrió traviesa y, con un gesto rápido y ágil, extendió la mano hacia el sombrero de Korrus. Lo levantó apenas un par de centímetros, lo suficiente para deslizar su mano por debajo. Al sacarla, sostuvo en sus dedos la misma carta: la Reina de Corazones.

Korrus se mostró sorprendido al principio, y por un momento, se quedó mirando la carta, pero luego su semblante cambió. Ya había descubierto el truco.

—¡Es una farsa! —espetó elevando la voz—. Tú tocaste mi sobrero, deslizaste tu mano ahí y sacaste la carta. ¡Es muy obvio! ¡Ja! —rio con aires de superioridad—. ¿Y decías que podías hacer que creyera en la magia, cabeza-violeta?

Maga sonrió con la confianza de alguien que ya se esperaba esas palabras.

—¡Ay! Me atrapaste, amigo. Tienes toda la razón... —dijo ella fingiendo tristeza—. ¿Podrías devolverme mis cartas por favor? Creo que no sirvo para esto.

Korrus ya había arrugado tanto el entrecejo esta noche que ya parecía un gesto habitual.

—Las tienes tú, cabeza-violeta.

—¿Segura? ¿No tienes nada en los bolsillos? ¿El izquierdo? ¿El derecho? ¿Los dos de atrás? ¿Los ocultos bajo tu chaqueta?

Korrus, sin entender nada, empezó a revisar sus bolsillos en el orden en el que Maga le había dicho. Del izquierdo sacó una carta de Reina de Corazones, luego, del derecho, otra carta idéntica. De inmediato revisó los de atrás y también tenía tres cartas de Reina de Corazones en cada uno de los bolsillos. Después comprobó el oculto en el anverso de su chaqueta y encontró un trozo de papel muy bien doblado.

Con la curiosidad a tope, empezó a desenvolver los pliegues y quedó maravillado. El trozo de papel se transformó en una pancarta con un gran dibujo de... la Reina de Corazones.

El público estalló de emoción, la estancia se llenó de aplausos y alaridos, y finalmente, Korrus se rindió ante el espectáculo y mostró una enorme sonrisa en su arrugado rostro.

—¿Cómo hiciste esto?

—Magia, mi querido amigo —dijo Maga tomando la mano de Korrus y haciendo una reverencia hacia los espectadores—. Siempre está donde menos la esperas. Te regalo la pancarta, pero no te olvides de dejarme una buena propina —remató con un guiño simpático.

Korrus, aún desconcertado, pero con un humor renovado, enrolló la pancarta y la guardó. Sin decir nada más, regresó a su mesa, con la mente claramente trabajando en cómo Maga había logrado aquel truco.

Ella, por su parte, se giró hacia la audiencia con una sonrisa desbordante.

—¡Y eso, es solo el comienzo! —anunció con entusiasmo, mientras alzaba los brazos, provocando una nueva ola de aplausos.

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