Capítulo 3

El cielo está despejado pintado de colores pastel con las enormes nubes que hacen un contraste provocando que el paisaje fuera una pintura en alta definición. La azotea es un lugar tranquilo y silencioso ideal para alejarse de la ruidosa Heidi que le encanta tocar su gaita que lleva años practicando y aún así parece que un gato está suplicando que lo salven.

Son pocas las personas que he visto venir a este sitio lleno de plantas y camastros.

—Te encontré.

Cierro mi laptop donde estaba haciendo la tarea al voltear a ver sobre mi hombro la presencia de ese ser que esparse erotismo con tan solo sonreír.

Palmeo el camastro donde estoy sentada y no tarda en sentarse a mi lado, sus ojos recaen en el cielo y suspira.

Estudio sus facciones varoniles, es guapo, pero no le quita lo cabrón que suele ser.

—¿Para qué me buscabas?

—Porque me gusta estar contigo, chocolatito. ¿A ti no?

—Claro, me gusta estar conmigo —llevo una mano al pecho sintiéndome orgullosa, como consecuencia plasma una expresion de: ¿en serio? —. Mi compañía es lo máximo.

Me analiza de pies a cabeza. En serio me gusta como me mira y no es de manera amistosa. Su presencia trae como consecuencia la vez que fuimos a una fiesta donde bailamos muy pegados a tal punto que lo único que quería es estar adherida a su cuerpo.

—¿Eres rudo, Mick?

—Le temo a las ratas —espeta con una expresión de terror y me rio.

—No, me refiero si en el sexo eres rudo... salvaje.

Su cara es todo un poema. Merece ser capturada en una foto. Libero una carcajada sin poder resistirme. No tarda em cambiar su semblante en una llena de provocación. Toma entre sus dedos un mechón de mis trenzas rastas y sonríe.

—Soy tan salvaje que provoco gritos —se relame los labios —de placer. ¿Tu gritas, Zela? Porque estaría encantado de escucharlos.

Le aparto de su agarre de un manotazo para alejarme. Comienzo a recoger mis cosas negando con la cabeza hasta meter todo en la mochila. Mick se recuesta en el camastro usando sus fornidos brazos como almohada.

Tengo que ponerle un alto al revoltijo que se produce en el interior de mi cabeza.

—Ven, quedémonos un rato —estira su brazo para que lo agarre —. Chocolatito no voy a morderte.

«¿Y si quiero que lo hagas pero no me animo a decirlo en voz alta?».

Niego con la cabeza. Paso a su lado dirigiéndome a la puerta, él no tarda en venir tras de mí en silencio. Presiono el botón del elevador, las puertas metálicas no tardan en abrirse en par.

—Zela, tú me gustas.

Suelta cuando estamos dentro. No encuentro la manera de responder. Nuestras miradas se conectan. Abro y cierro la boca a cada segundo a la vez que siento un tenbleque en la pierna izquierda.

—Como amiga, ¿verdad?

Mick niega y da un paso hacia adelante.

—Me gustas de tal manera que tengo ganas de abrazarte cada vez que te veo, de probar cada milímetro de esa sexy boca y capturar tu sonrisa en mi memoria. Sabes perfectamente que no soy un santo y siempre estoy diciendo lo que pienso. Creí que solo te vería como una amistad, pero revolucionas más que mi cabeza y no es tu culpa, Zela. Te sueño, ¿sabes? Y no es un sueño inocente.

Sus mejillas se pintan de color carmesí. Las puertas del elevador se abren. Me percato que una anciana accede y nosotros no tenemos más remedio que salir para llegar al apartamento.

—¿Qué tipo de sueños tienes? —curioseo jugando con la llave que saco de la mochila.

Le escucho tragar seco.

—Uno donde la química en ambos es demasiado.

¡Por los cuervos!

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