CAPÍTULO 95
La emoción de volver a verlo después de dos meses separados, en los que apenas habíamos hablado por teléfono, me tomó desprevenida. No estaba preparada para la avalancha de sentimientos que me asaltaron en un instante. Pero conseguí sobreponerme y responder a su gesto con una sonrisa.
La vista se llevó a cabo enseguida, Mel se declaró inocente y el juez fijó la fecha de inicio del juicio quince días más tarde. Mel había escogido el camino largo y tendríamos que probar su culpabilidad y mandarlo a la cárcel por algún tiempo. Ese primer día, al salir de la sala volvió a dirigirme una mirada cargada de odio, pero fue interceptada por Dylan, quien se acercó a él y le dijo algo al oído. De inmediato cambió su expresión y se marchó sin dirigir la vista atrás.
Al salir de los juzgados Dylan mantuvo una actitud profesional frente a mí, sin dejar traslucir los sentimientos que nos unían. Estaba cumpliendo su promesa de dejarme tiempo y espacio.
En las siguientes sesiones del juicio se presentaron pruebas y testimonios de la acusación y de la defensa. No asistí a ninguno, tan solo me presenté para declarar cuando se me pidió y traté de ser lo más clara y concisa que pude con mis respuestas. Dylan estaba contento con el rumbo que tomaba el juicio. Yo solo quería que todo acabase de una vez, pero transcurrieron dos meses más antes de que se acabase el juicio. En total había durado casi seis meses, en los que había conseguido ganar seguridad en mí misma gracias a las clases de defensa personal. Ahora ya no temía un asalto por la calle, pues sabía cómo defenderme sola.
El día que dictaban sentencia acudí de nuevo al juzgado, sentada en la parte trasera de la sala, presencié cómo entraba Mel, mucho más delgado que al principio del juicio, demacrado, parecía que hubiesen transcurrido años para él. Después vi a Dylan, serio e imponente, seguro de sí mismo. Atractivo como siempre. Nos miramos a los ojos un instante y sonrió.
El juez hizo su aparición en la tribuna y comenzó una sesión que marcaría el reinicio de mi vida. Hicieron levantarse a Mel para escuchar su veredicto. El silencio en la sala solo se veía interrumpido por el sonido de los papeles que el juez manejaba. Mi corazón se detuvo un momento y dejé de respirar mientras el juez hablaba.
—Declaramos a Mel Santos Palacios culpable de todos los delitos que se le imputan, se le condena a una pena de cárcel de ocho años y a cumplir una orden de alejamiento por diez años más una vez cumplida su condena...
No escuché nada más, una emoción me sacudió por dentro, liberándome de un gran peso que llevaba. Las lágrimas de felicidad corrían libres por mi cara, Dylan se volvió hacia mí y levantó el dedo pulgar en señal de triunfo, pero yo me abalancé sobre él para abrazarle, a pesar de la mirada de odio que me dirigió Mel. Ya no conseguía asustarme, había superado el miedo.
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