CAPÍTULO 94
Los días siguientes se convirtieron en una rutina tranquila que contribuyó a aumentar mi sensación de seguridad. Con Mel fuera de escena, en el pueblo, los días se sucedieron entre mi trabajo en el instituto, la consulta del psicólogo y las clases de defensa personal. La primera vista para el juicio de Mel se celebró dos meses más tarde y quise acudir al juzgado. En un primer momento Dylan me aconsejó que no fuera, pero ante mi insistencia solo me dijo que no fuera sola. No veía cuál era el problema, Mel se sentaría en el banquillo de los acusados y yo me quedaría en los asientos más alejados. Quería verlo para para asegurarme de que ya no estaba bajo su influencia. Según el psicólogo había desarrollado una dependencia hacia Mel, producto de todos los años que había estado controlando mi vida. Esto se manifestaba en la necesidad de conseguir su aprobación ante cualquier tema.
Pedí a Neira que me acompañase y ella aceptó enseguida. Me preparé a conciencia, con la ayuda del psicólogo, para enfrentarme a Mel. Pero me olvidé de un detalle importante que no tomé en cuenta. Cuando llegué al tribunal, Neira y yo nos acercamos a la sala número dieciséis que era donde se celebraba la vista. Llegábamos demasiado temprano, así que nos acercamos a las máquinas expendedoras para sacar un par de cafés.
—¿Qué ocurrirá hoy en el juicio? ¿Tendrá que declarar Mel?—preguntó mi amiga mientras le tendía el vaso de cartón.
—Según Dylan sólo le leerán los cargos y tendrá que decir cómo se declara, si acepta los cargos contra él y se declara culpable será rápido, el juez le impondrá la sentencia y tendrá que cumplirla. Si niega su culpa el juez fijará la fecha para el juicio y quizás tenga que declarar Trevor y yo misma.
—Espero que todo se acabe pronto para que continúes con tu vida, Zara.
Abrieron la sala cinco minutos antes de la hora, entramos nosotras dos y tres o cuatro personas más que no conocía. A la hora fijada entró Mel con su abogado, con traje y corbata parecía una persona respetable, pero en mi mente desfilaron las imágenes de su rostro desquiciado, riendo mientras me tenía atada. El médico me lo había avisado, estaba preparada para hacerle frente. Mas no pude evitar el escalofrío que recorrió mi cuerpo al recordar las escenas vividas.
—¿Estás bien? —inquirió Neira al ver mi rostro lívido.
—Se me pasará enseguida —le aseguré— dame un minuto.
Respiré hondo varias veces siguiendo los consejos de mi terapeuta, y me obligué a recordar que ahora ya no podía hacerme daño. El miedo fue bajando de intensidad y mi corazón bajó sus pulsaciones a un ritmo normal. Me aferré al brazo de mi amiga, ella me ofrecía un puntal al que sujetarme. Cuando estaba acabando de recuperarme, otra emoción me invadió de pronto, una para la que no estaba preparada. Entró Dylan junto a otro hombre, con su traje gris oscuro, una corbata granate y una camisa gris claro. Pasó junto a mí con gesto serio, pero al verme sonrió y alargó la mano para acariciar mi brazo.
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