CAPÍTULO 81

Después del incidente a la salida de la ducha, esperaba algún comentario mordaz o una broma al respecto, pero no dijo nada. Mi ego se lo agradeció muchísimo. Salimos los tres en el todoterreno negro, Trevor me cedió el asiento de delante y, al llegar a las inmediaciones del instituto se bajó del coche y ni siquiera se despidió de nosotros. Sentí nostalgia por mi trabajo, a pesar de que a veces era agotador, y observé cómo nos alejábamos de allí con un nudo en la garganta. ¿Cuándo podría volver a trabajar? Esperaba que fuera pronto. 

Nos manteníamos en silencio mientras me acercaba a la comisaría y, tras aparcar en las cercanías se bajó del coche y me abrió la puerta del vehículo, mirando a su alrededor por si hubiera algún peligro. Su actitud, lejos de ayudarme a perder el miedo lo acentuaba y yo también miraba nerviosa a mi alrededor. Entramos a comisaría y pude respirar tranquila de nuevo.

—Buenos días, documentación por favor. ¿En qué puedo ayudarles? —habló un hombre uniformado.

—Vengo a prestar declaración sobre un secuestro —me adelanté a replicar— Creo que me están esperando.

Les di mi identificación y, tras consultar en el ordenador, me hicieron entrar en un pequeño despacho sola, mientras Dylan me esperaba en la entrada.

Un policía se sentó frente a mí y me mostró varias fotografías, debía indicar quién de todos ellos me había secuestrado. Fue fácil pues la foto de Mel estaba entre las diez primeras. Después comenzó un feroz interrogatorio donde las preguntas se repetían con formatos distintos, supuse que para comprobar si mentía. Me preguntaron por el lugar donde me retuvo, del cual no supe decir casi nada, también me pidieron el informe del médico que me atendió en el hospital. La declaración final fue lo más fácil, y tras tres horas allí dentro por fin acabé con todo el papeleo.

Eran las doce de la mañana cuando salimos de comisaría, estaba muy cansada y mi cara debía reflejarlo pues Dylan me invitó a entrar a un bar y pedir un café. 

—La peor parte está hecha, Zara, sólo falta la declaración en el juzgado, pero con suerte no tendrás que asistir si alegamos que no quieres volver a verlo —me explicó como si fuera algo que hacía todos los días— Tu padre me ha contratado, seré tu abogado.

—¿Eres abogado?— pronuncié despacio.

Era lo último que había esperado, habría dicho cien veces que se trataba de un guardaespaldas o matón, antes de creer que se dedicaba a la abogacía.

—Sé que mi aspecto no es el que esperarías en un abogado—admitió mientras se acercaba la taza de café a los labios— parezco más bien un matón.

—Yo no creería eso—afirmé, mintiendo un poquito— quizás un guardaespaldas sí que lo creería.

—Tu cara lo ha dicho todo, pero si quieres salir de dudas, sí que he sido guardaespaldas durante bastante tiempo —señaló mostrando sus palmas—. Renuncié a ello cuando conseguí el título de abogado.

—¿Y qué pasa con Trevor? ¿cuándo me vas a contar la razón por la que corría peligro? —ataqué, dispuesta a que me dijera de una vez por todas la verdad.

—Algún día te lo contaré...

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